Francis Bacon visto por otros

 

 

Las inquietantes pinturas de Francis Bacon (Dublín, 1909 – Madrid, 1992), acompañadas de su vida hors norme (excentrico, autodidacta, lector apasionado, viajero inagotable, jugador, noctámbulo, alcohólico, provocador, autodestructor), han originado no poco desagrado, críticas sobre la crudeza sanguinaria de algunas de sus imágenes, verdaderas confesiones de la carne y expresiones crudas del dolor, ocupando no pocas miradas y provocando abundante literatura, también opiniones elogiosas, más allá del campo de los puros especialistas de la esfera pictórica: ahí están los acercamientos de Gilles Deleuze, Michel Leiris, Philippe Sollers, Milan Kundera, etc., etc., etc. Celebrado como pintor de la violencia de lo verdadero, y según el último de los nombrados, que le asocia con Samuel Beckett, «los retratos de Bacon son la interrogación sobre los límites del yo».

Ahora un par de libros pintan al artista desde diferentes perspectivas: por una parte, Fernando Beltrán (Oviedo, 1956), y por otra, un libro à deux: Frank Maubert y Stéphane Manel. El primero de la pareja nombrada, amigo del irlandés, ya había publicado algunas conversaciones mantenidas con él*.

En la piel de Bacon

El ovetense, un ser que abarca un amplio abanico de actividades culturales, se convierte en el pintor en sus últimos días en su logrado «Bacon sin Bacon», publicado en Árdora Ediciones. Más que en su piel, se mete en su mente en deriva libre y terminal. Una mente en movimiento continuo que revisa su presente, que se agota, y su vida anterior, y se explica ante las habladurías, algunas ciertas, que han rodeado su figura; explicándose a sí mismo sus avatares existenciales y, ya de paso, dándonos a conocer a los receptores de sus, cavilaciones, convertidas en verdaderas y clarificadoras confesiones.

Fernando Beltrán logra a mi modo de ver, con sobrado éxito, su transfiguración, ya que expresa con plena exactitud el pensar y el actuar del pintor, lo que hace que no se pueda calificar al autor del libro de usurpador, ya que la sintonía, empatía y otras -ias quedan plenamente recogidas en los flashes que va desgranando a lo largo de más de ciento setenta páginas, que se prestan al retrato de Bacon al tiempo que ofrecen no pocas vías para la reflexión no sólo sobre el pintor, sino sobre la vida en general, sobre la época en que le tocó vivir, que en gran medida es la nuestra y sobre bastantes asuntos humanos, demasiado humanos, más allá del arte. Avanzamos por el horror, por el humor, por la basura, la carne y los colores, y por la concepción del pintor sobre su modo de pintar y actuar, desviándose del rebaño y de las escuelas o grupos…un combate contra los límites, siempre a su bola. Conocemos la recomendación de su madre que cuando le veía pensativo, aprehendido por estados de ensoñación, le ordenaba que se quitase las legañas. Y le vemos en garitos de dudosa fama, por no decir mala, y de no mejor vivir, en bodegas y en encuentros casuales…Además de sus correrías nos es ofrecida su visión acerca de la soledad, de la amistad, cosa distintas a los amigos que dice no tener, su inspiración en los rostros y su devenir otros yoes, del mismo modo que se nos desvelan sus inspiradores: Goya, Lucien Freud, Velázquez, y por las páginas desfilan una pléyade de personajes como César Vallejo, Jacques Derrida, Rainer Maria Rilke, Pedro Almodóvar, Alberto Giacometti con quien mantuvo estrecha relación y un posterior distanciamiento, Paul Cézanne, Gustave Flaubert, El Greco, Lezama Lima…Conocemos igualmente sus filias, y su admiración en especial de Francia, país del que le encantaba la belleza y exactitud de las palabras y las expresiones justas, y de Madriz, con sus oscuras bodegas nocturnas y sus colores pintureros: rojo, naranja, negro, en sus vívidas combinaciones, y… sus fobias…ante los pretendidos valores normalizadores y domesticadores.

En cierta medida las reflexiones que se presentan pueden ser consideradas como una especie de revisión de su trayectoria existencial, como si ya cerca de la muerte se dedicase el tiempo a un examen de conciencia, ya que se recogen fundamentalmente sus últimos días, que finalizaron el 28 de abril, y es acompañado por las monjas del hospital madrileño que le llevan a recordar su incredulidad y los lastres de su niñez en que la Virgen era adorada en el seno familiar…y le vienen a su lúcida mente las malditas creencias, a las que se opuso, del mismo modo que rechazaba la herencia del colonialismo.

No quisiera repetirme, pero en lo que uno controla por lecturas de sus conversaciones y observaciones anteriores ,de manera especial alguno de los analistas antes nombrados o su biógrafo Andrew Sinclair-Circe, 1995)…que retrata la vida de un hombre atormentado por las atrocidades de la condición humana, y siempre dedicado a la observación desde los tiempos de las bombas sobre Londres, vistas desde el mirador de tres ventanas.

El pintor en imágenes

En «Éclats d´une vie», publicado en Seghers, se da una combinación entre el texto y las imágenes; estas últimas no son, contra lo que cupiera pensar, reproduccioes de sus obras, sino que a través de diferentes dibujos se visita la vida y la obra del pintor. El seguimiento del retratado, por medio de brillantes destellos, nos conduce a un conocimiento de sus viajes, de su niñez irlandesa, de sus correrías nocturnas por garitos de Londres y Paris, o sus visitas al casino de Monte-Carlo, o por los bares de notoria mala fama de Tánger…una vida que chapotea en el caos al igual que su estudio de South Kensington, que quedaría anulado en sus grandes exposiciones (cómo no recordar la del parisino Beaubourg -forma popular de nombrar al Centre Georges-Pompidou- celebrada en 1996, a la que tuve la ocasión de asistir).

Franck Maubert y Stéphane Manel, el primero pone el texto y el segundo los dibujos que casan como un guante en su imaginación creativa, entregan una obra en que se despliega, a la par de la travesía de Bacon, una panorámica cultural del siglo pasado, al darse un acercamiento a los amigos y a otros artistas admirado por el irlandés, sin obviar los artistas que influyeron en su quehacer; y…su amantes, sus marchantes y galeristas, sus relaciones amistosas, su bulimia lectora, en el siempre presente escenario del arte. Sus encuentros con diferentes pintores como Pablo Picasso, David Hockney, Walter Sicket, Alberto Giacometti entre otros, y los artistas que le inspiraron, y cuya influencia no ocultaba Bacon: Van Gogh, Monet, Velázquez, Munch…lo que hace, reitero, que a través del paso de las páginas nos demos un garbeo, como si fuésemos consumados flâneurs, por los pagos del arte del siglo pasado.

Nada que ver con los tics o el engolamiento propio de los críticos y especialistas, los autores nos guían con verbo sencillo por los procesos creativos baconianos…fragmentos y pinceladas son el medio con que se transmite la poliédrica figura del artista. Se ve que los autores, que no esconden su gran admiración por el pintor, pisan con pie firme y seguro el terreno por que avanzan; la amistad de Maubert le convierte en testigo privilegiado de las andanzas de Bacon, con quien ha compartido amistad y compañía; Maubert asistió junto al pintor a diferentes antros en los que Bacon se convertía con rapidez en el centro de atención y en verdadero animador del cotarro, y cuando la marcha parecía decaer sacaba el Ventolín; las palabras y las imágenes se hacen eco, sin ignorar la indiscutible labor de los editores a la hora de cuidar la presentación de las imágenes y las frases entresacadas con mimo en esta novela gráfica.

«Los retratos de Bacon os persiguen cuando habéis cesado de mirarlos; persiguiéndoos hasta espantaros. Su obra puede ser leída como una autobiografía cuyos autorretratos son los destellos de un espejo roto, los de una vida en trozos. Y, en cada uno de esos fragmentos, puede leerse la quintaesencia de su arte».

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( * ) En el enlace que ofrezco, centrado en otro pintor, Giacometti, se ofrece en la segunda parte, un comentario sobre el libro de conversaciones de Maubert con Francis Bacon:https://archivo.kaosenlared.net/alberto-giacometti-la-precariedad-de-los-humanos/

Alberto Giacometti, la precariedad de los humanos – Kaos en la red

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

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