No es aventurado afirmar que La peste es la novela más célebre y más leída de Albert Camus; el éxito le acompañó en el momento de su publicación y lo siguió después, hasta el verdadero revival ligado a la pandemia de la COVID-19, cuando las ventas del libro se dispararon hasta alcanzar los primeros puestos en las listas de lecturas y de ventas. No cabe duda de que la obra tenía, en su momento, mucha miga, y la sigue teniendo, ya que se puede abrir a diferentes interpretaciones: por una parte, como una simple descripción de una cuarentena, que la actualidad, reitero, ha cargado de interés; casi trasparente resulta ligar la peste con la extensión creciente y rápida que en los momentos de su escritura mostraba la peste parda, en forma, en especial, del nacionalsocialismo y su carácter imperialista y destructor. Las referencias a la guerra de 1939-1945 se repiten en la novela, dándose igualmente alusiones a las disputas ideológicas del momento; el propio escritor explicaba en una carta a Roland Barthes que «el contenido evidente de La Peste, es la lucha de la resistencia europea contra el nazismo». Por último, por no ampliar en exceso el abanico, puede tomarse como el reflejo de la peste que permanece adormecida en cada cual, significando ésta la ausencia del espíritu de revuelta, y muestra del conformismo ante las injusticias del momento, representando la peste la presencia del Mal en el mundo: el sufrimiento de los hombres, en particular el de los inocentes, las injusticias, ofreciéndose al tiempo una propuesta de revuelta ante el absurdo de la condición humana, que debe materializarse en la solidaridad que supone el camino de la dignidad. Dejando de lado las cualidades literarias y las derivas filosóficas de la novela, que no son de orden menor y que corresponden al proyecto que se había marcado el escritor. Así si en su anterior El extranjero, presentaba al hombre absurdo en su soledad y aislamiento, y una forma de rebeldía meramente individual frente a la sociedad, en esta nueva novela da un paso más al señalar las formas de rebelarse contra el absurdo, siendo honesto consigo mismo y mostrando simpatía y solidaridad con los otros.
Camus fue conducido a Orán, acosado por el gobierno kolaboracionsta de Vichy, al ponerle numerosas trabas para encontrar trabajo en la capotal; allí permaneció desde enero de 1941 hasta agosto de 1942, malviviendo al carecer de ingresos. La red de resistencia todavía andaba en pañales, a pesar de lo que Camus era vigilado de cerca, limitando su libre circulación y su actividad, atosigado por varios interrogatorios acerca de sus movimientos. Se vino a unir a la precaria situación una nueva recaída en la enfermedad, que amplió su influencia al pulmón izquierdo, lo que le obligó a permanecer una largo período en absoluto reposo. No es aventurado afirmar que esta situación de acoso se reflejase en la escritura de la novela, si bien, como es natural, ampliando el foco a lo colectivo, ya nombrado, y otorgándole forma literaria.
Aquí el absurdo irrumpe en la colectividad por medio de una epidemia en la que comienzan a aparecer ratas muertas a montones; primero en la casa del doctor Rieux que es el primero en hallar, el día 16 de abril, una en el descansillo del portal, al principio el portero de la casa, el viejo Michel, piensa que es fruto de una gamberrada. mas luego al extenderse la aparición de ratas muertas por todas las esquinas de la ciudad de Orán en el año 19…(la ambientación y las noticias de actualidad hacen pensar que se refiere a 1940), la hipótesis del portero va dando paso a otra idea que corresponde con una realidad más problemática; por cierto, Michel enferma y al final muere en manos de la asistencia consoladora del padre Paneloux. Por allá aparece un periodista, Raymond Rambert, que piensa hacer un reportaje sobre la discriminación a que son sometidos los árabes, la enfermedad hará que el objeto de su reportaje pudiera cambiar; el periodista tratará por todos los medios, legales e ilegales, salir del cerco para reunirse con su compañera que está en la metrópoli, pero al final renunciará para ayudar al doctor Rieux. Las autoridades buscan por todos los medios evitar que cunda el pánico en la población para lo que dan largas al asunto, hasta que el final y tras las indicaciones de los médicos de la ciudad, optan por tomar medidas restrictivas en lo que hace a movilidad, comunicaciones, higiene, llegando a cerrar la ciudad, cortándola del mundo. Ya en los primeros pasos de la crónica, tras ser descrita la ciudad de Orán y el modo de vida de sus ciudadanos, aparece un empleado municipal, que dedica su tiempos libre a tratar de escribir una novela para la que no encuentra las palabras adecuadas, Joseph Grand, que avisa a Rieux del intento de suicidio de un vecino suyo, Jean Cottard, al que ha bajado de la soga a tiempo, el doctor acude y pone al suicida en vías de solución; el agradecimiento del sujeto hacia Rieux le va a conducir a cambiar de manera de comportarse y así de la distancia que tenía con sus semejantes, pasa a ser un tipo amable, lo que no quita para que más adelante acabe siendo detenido por algunos delitos cometidos aprovechándose de la peste, y su relación con diversos negocios sucios; «yo me encuentro mucho mejor aquí desde que tenemos la peste con nosotros». Mientras la enfermedad se hace más patente hay ciudadanos que hacen como si nada pasase. Las separaciones de parejas y de familias es frecuente, dándose cantidad de separados, debido a que a algunos les ha pillado la epidemia fuera de la ciudad, como es el caso de la esposa del propio Rieux que había partido a un centro de reposo con el fin de recuperarse de su débil estado de salud. Hijos sin padre, y viceversa, y amantes separados…y una estado mental que hace que más de uno recapitule acerca de sus relaciones amorosas y otras, y otros desesperen provocando acciones destructivas.
El doctor Rieux pone todo su empeño en ayudar a la gente y con tal fin en torno a él comienzan a juntarse algunos voluntarios. La cantidad de muertes aumenta de manera exponencial, destacando la de un niño, hijo del señor Othon, juez de instrucción que mostrándose distante se implica con la lucha contra la peste a raíz del fallecimiento de su pequeño; la muerte de un inocente subleva al doctor Rieux que se enfrenta al padre Paneloux, diciéndole que nunca amará esta creación en la que los niños son torturados, postura que, en cierta medida, puede ser considerada como el hilo conductor de toda la obra de Albert Camus: la injusticia del mundo, el horror, la muerte(forma extrema del absurdo), etc. Precisamente la Iglesia, como no podía ser de otro modo, recurrió a sus píos métodos, organizando rogativas y ofreciendo encendidos sermones el clérigo nombrado, que presentaba la situación como castigo de Dios y proponía a los feligreses, ocasionales, que hincasen sus rodillas y orasen, ya que el hartazgo del Señor había llegado al límite.
La situación no parece mejorar a pesar de los ímprobos esfuerzos realizados y el esperanzadora descubrimiento de una vacuna del doctor Castel; a partir de entonces parece que las cosas empiezan a mejorar, dándose en la narración un ascenso que es posteriormente seguido de un descenso, al unísono con la vida de los humanos. A lo largo de la novela van viéndose diferentes actitudes con respecto a la peste: el nombrado doctor Rieux, personaje central del libro y de la historia, acaba declarando que es el autor de la crónica, narrada en primera persona, de lo que va sucediendo, finaliza perdiendo a su mujer en el retiro de la montaña; Jean Tarrou que acaba de llegar a la ciudad, hombre que apunta todos los hechos que se van sucediendo, se vuelca enseguida a ayudar a Rieux organizando unas agrupaciones sanitarias de voluntarios (la sombra trasparente de la Resistencia invade las páginas), hallando la muerte al final del libro; también Grand juega un papel importante al desempeñar una especie de secretaría de los equipos sanitarios; y en lo que hace a las referencias a los resistentes, queda señalado que «hay siempre un momento en la historia en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro está condenado a muerte […] Aquellos de nuestros conciudadanos que arriesgaban entonces sus vidas, tenían que decidir si estaban o no en la peste y si no había que luchar contra ella», frente a las posturas derrotistas de los nuevos moralistas que mantenían que nada servía de nada, «hay que luchar de tal o tal modo y no ponerse de rodillas […[no había más que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era sólo consecuente».
Al final la ciudad logra librarse de la peste, lo que no quita para que la amenaza de la vuelta del bacilo siempre siga presente. Camus mantuvo su atención sobre el tema en su obra de teatro Estado de sitio (1948), en la que un tirano que responde por cierto al nombre de Peste, considera culpables a todos los habitantes de la ciudad, poniéndoles en la lista de los destinados a la muerte; le ayuda en la siniestra empresa un siniestro personaje de nombre Muerte que lleva la siniestra contabilidad de quienes han de ser destinados al sacrificio. No obstante, donde hay opresión hay resistencia y así un joven que responde al nombre de Diego se opone con todas sus fuerzas a las tropelías del poder.
Añadiré que si en El extranjero se da la coincidencia de que el protagonista vive solo con su madre, cosa que Camus tomaba de su propia experiencia, tanto en aquélla como en esta que acabo de presentar se repite un impacto relacionado con la pena de muerte que responde en gran medida a lo que la madre de Camus le contó acerca del propio padre del escritor, y que inspira la presentación que el escritor incluye en sus dos novelas. Camus padre había seguido con interés un juicio en el que al final el acusado fue condenado a muerte; el día de la ejecución con el tiempo necesario el padre de Camus fue a presenciar la ejecución; al volver a su casa, descompuesto, vomitó sin parar. El relato quedó grabado en la mente del escritor que siempre se enfrentó a la pena capital. Esta misma escena cuenta Meursault , en El extranjero, que le fue contada por su madre. En esta ocasión, aparece el personaje de Tarrou, cuyo padre había sido fiscal de un juicio en el que se condenó a muerte al acusado («él tenía que asistir, según la costumbre, a eso que llaman delicadamente los últimos momentos y que habría que llamar el más abyecto de los asesinatos») la impresión y la repulsa que le provoca esta condena y su ejecución hace que el hombre cambie su manera de enfrentarse a la vida y que a partir de entonces sienta vergüenza por su responsabilidad en distintas muertes, lo que le lleva a la decisión de «rechazar todo lo que, de cerca o de lejos, por buenas o malas razones, hace morir o justifica que se haga morir»[ las confesiones de Tarrou al doctor Rieux aclran las reflexiones de Ni víctimas ni verdugos, mostrando el paso de la moral de la convicción a la moral de la responsabilidad]. Postura absolutamente contraria a la pena de muerte a la que Camus dedicó páginas precisas y encendidas: así en su texto de 1957, Reflexiones sobre la guillotina, y algunos otros textos, alguno a cuatro manos con Arthur Koestler, en los que mostraba su rotunda oposición a la pena de muerte, tanto consagrada por las leyes como la extrajudiciales, inspiradas por cuestiones ideológicas: Réflexions sur la peine capitale, Pocket, 1994.
Lo que iban a ser dos artículos, que había anunciado, se han ido ampliando sobre la marcha, de modo y manera que al final he optado por completar el análisis de ambos libros por añadir un tercer artículo, dedicado a la presencia de Argelia en los libros analizados y también en sus intervenciones públicas.
Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared