Valorar la naturaleza

 

No cabe duda de que las cuestiones relacionadas con la naturaleza son preocupaciones constantes, en estos tiempos de manera especial, al comprobar algunos signos que hacen que se haya de dar por cierto el cambio climático, la contaminación o la disminución de la capa de ozono, etc. En este orden de cosas, a no ser que uno sea un negacionista de tomo y lomo, las voces de los científicos son escuchadas y tenidas en cuenta, al menos en teoría, por el común de los mortales que nos vemos convertidos en pequeños transmisores de la voz de la ciencia.

Karen Armstrong (Wircestershire, 1944) es una indiscutible autoridad en el campo de la historia de las religiones: ahí está su soberbio, y no me corto ni un pelo al calificarlo, Una historia de Dios. 400 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el Islam (Paidós, 1995), en la que fundamentalmente, y como el propio título lo indica, se centraba en las religiones monoteístas, lo que no quita para que tuviese referencias a otras creencias anteriores, sin obviar el complemento que expuso en su La Gran Transformación (Paidós, 1007); ahora, vuelve a la carga dando otra vuelta de tuerca a los temas que relacionan lo sagrado con la naturaleza, en su «Naturaleza sagrada. Cómo podremos recuperar nuestro vínculo con el mundo natural», editado por Crítica. La especialista fue monja durante siete años, y desde que colgó los hábitos en 1969, no ha dejado de estudiar, de escribir (dieciséis libros) y de recibir elogios y galardones por su actividad.

Conste que su postura es abierta, comportándose más como una fenomenóloga del hecho religioso, postura de interés que no ha de provocar urticaria ni en los ateos más convencidos; valga, siempre que me acerco a este tipo de cuestiones, la recomendación que hiciese Gustavo Bueno al afirmar que la religión era un tema que debía preocupar más a los ateos que a los creyentes, ya que estos últimos no tenían problema: creían y punto, armados con la fe. La posición, reitero, que mantiene Armstrong es la de aclarar cómo ha cobrado presencia la idea y la experiencia de ese ser, llamado Dios a lo largo de la historia, mostrando las variaciones que se han dado en las creencias y los lugares que tales han ocupado en la sociedad y en las diferentes esferas del quehacer de los humanos. Así, en la presente ocasión, echa una escrutadora mirada al fenómeno de la desacralización de la naturaleza, desde los tiempos que que ambas esferas iban unidas en el pensamiento de los humanos, hasta los tiempos en que se dio una neta separación, que aún subsiste, entre lo sagrado -que puede entenderse por la senda que marcase Rudolf Otto- como misterio, como algo numinoso, y lo natural. La culpa -por decirlo así- debe atribuirse al filósofo británico Francis Bacon cuya mirada empirista mantenía que el conocimiento era poder, con el posterior remate de René Descartes que reivindicaba la mathesis universalis para dar base al conocimiento científico como camino del progreso, senda que posteriormente siguiese Isaac Newton, quien consideraba, siguiendo las ideas bíblicas de la creación, la naturaleza como algo físico, resultando así que el supuesto creador funcionaba al modo de la fuerza de la gravedad, dominando el funcionamiento del mundo. Lo recién señalado quedaría realmente cojo si no se echase una mirada a fuentes anteriores, cosa que Armstrong realiza con minucia, como la Biblia en la que Yavé recomendaba someter la naturaleza, recomendando adueñarse de la tierra.

Amstrong incide en cómo la separación a la que aludo, supuso una pérdida de aura, con el consiguiente deterioro del respeto, de la naturaleza, de modo y manera que tal pérdida supuso, y sigue suponiendo, una perspectiva que se guía por el beneficio y por la tendencia a esquilmar los recursos naturales. Supone todo ello un giro sustancial en lo que hace a la cosmovisión de los antiguos, que consideraban a la naturaleza como un ser animado, otorgándole una capacidad dinámica, que en tiempos posteriores se han visto reflejada, con sus más y sus menos, en diferentes visiones panteístas como la de Giordano Bruno, que todos sabemos cómo acabó, o por Baruch Spinoza con su Deus sive natura, lo que venía a suponer una disyunción inclusiva: lo uno y lo otro, y viceversa. Con respecto a las visones anteriores la autora se refiera a diferentes tradiciones en las que podía verse esta unión entre lo material y los sentimientos, como es el caso de la voz ilam, en Oriente Próximo, para designar divinidad, mas no como fuerza externa; o en la India, Brahmán, como realidad última, indefinible, más allá de los propios dioses de la naturaleza, devas; o todavía, el Tao, en China, como realidad última, la Senda por la que transita el mundo…así la fuerza divina no dependía de un afuera, sino que mantenía un estrecho lazo entre la naturaleza y lo divino; ahí es donde cobra sentido la noción de sagrado de la que hace uso la autora y que coincide, con la referida visión del mentado Otto. Karen Armstrong hace una llamada a mantener un comportamiento diferente con respecto a la naturaleza, que no quede meramente en la contemplación de algunos espacios con su belleza sino al trato que se ha de otorgar a esta, lo que, en palabras de ella, sería una especie de rearme que podría aprender de la Era Axial (entre 900 y 200 antes de la Era común), que fue un tiempo en que florecieron diferentes religiones y visiones filosóficas, de manera simultánea, en cuatro zonas distintas del planeta: el confucianismo y el taoísmo en China, el hinduismo y el budismo en la India, el monoteísmo en Israel y el racionalismo en Grecia.

Con respecto a esta última, subraya que la deuda de los posicionamientos actuales son herederos en gran parte de la visión que se abrió paso en el supuesto paso, y digo supuesto ya que es un lugar común aceptado tal cual con fines meramente pedagógicos, sin mayores matices, del mythos al logos. Precisamente el primer término daba cuenta de los intentos explicativos del origen y desarrollo de lo existente, para calmar el temor y dotar de cierto sentido a la estupefacción que provocaba el espectáculo del mundo. Mientraa que el logos, era una apuesta por la objetividad que va unida a la utilidad, tiene también sus carencias (añadiré ya de paso, y el apunte es de servidor, que el corte entre lo primero y lo segundo no fue tan radical como se pinta, ya que baste como muestra el recurso de Platón a diferentes mitos, de la caverna, de los metales,…para explicar sus posturas)al dejar fuera de su mirada algunas cuestiones esenciales que preocupan a la humanidad: el sentido de la existencia, entre otros. El tránsito nombrado quedó reforzado en sus supuestas abismales diferencias a lo largo del tiempo, con especial salto adelante. Iniciado con el Renacimiento y llevado a una expresión mayor en el siglo XVIII, en un proceso de modernización que dejaba a un lado cualquier rastro de lo tradicional. Las promesas ilustradas, tomando apoyo en los cambios profundos que supusieron las reformas agrarias, la industrialización, no condujeron realmente a las metas señaladas, que quedaron lejos dl paraíso prometido.

Por chocante que pueda parecer la propuesta de Armstrong, de recuperar el mito, no como creencia en historias y menos como si se trataran de verdades objetivas, este es situado como acicate para abrir nuevas puertas a la cercanía con la naturaleza, siendo vías esenciales el arte, la poesía, como visones que juegan el papel de pepitogrillo frente al pensamiento consagrado de la eficacia, el productivismo y el beneficio dominante, en exclusividad, en Occidente situado en el hemisferio cerebral izquierdo, frente al hemisferio derecho, considerado primitivo, que es en el que brotan la poesía, la música, el arte y también la religión.

Con el fin de pescar aquellos aspectos que puedan ser tenidos en cuenta, con el fin de acompañar el cuidado del medio natural, y el correspondiente respeto emocional que no se guía única y exclusivamente por los fríos datos y términos de la ciencia, Karen Armstrong dirige su mirada a otras visiones del mundo, patentes en China o en la India, y otras áreas culturales, con el fin de proponer una recuperación del vínculo espiritual con el mundo natural que haga que cambie nuestra relación con la naturaleza, sin fiarlo todo a la ciencia sino cambiando la relación con la naturaleza, a modo de conversión.

En el repaso se subrayan las concepciones que destacan a los humanos, las plantas, los animales y los fenómenos naturales como un todo unitario, reivindicando igualmente la admiración y la sorpresa ante el repetido espectáculo del mundo, y la regularidad de sus fenómenos y cambios. En este orden de cosas se detiene en las tradiciones religiosas chinas, tal vez las únicas que no parten del principio del dios creador. El yin y el yang, los dos principios presentes en el qi, que dinamizan los elementos materiales del mundo y de los seres humanos, que conforman un todo con el universo, que sigue funcionando en la manera de ver las cosas de los chinos. En el caso de la India, allá es la vía estética -poesía, canto y ritual- el modo más adecuado para percibir lo sagrado; la experiencia ordinaria no puede dar cuenta de de la realidad última (Brahmán, Ritá, el Tao o el mismo “Dios”), que pertenece al mundo de lo que no aparece al que se refiriese Jean-Paul Sartre, refiriéndose al campo de la imaginación. Siguiendo dichas pistas, la autora se inclina a desterrar las concepciones que pintan a “dios” como un ser ajeno, persona masculina, al mundo para sustituirlo por una presencia interior al mundo, que es la fuerza que dinamiza…este cambio traería consigo una distinta manera de contemplar la naturaleza, dejándonos empapar por ella. También se resalta la idea de creación en el hinduismo, con la figura de Prayápati (el Todo), la personificación del Brahmán; frente al dios omnipotente y omnisciente de la tradición cristiana, perfección infinita, la creación de Prayápati resulta un verdadero desastre, que en cierto sentido no haría sino reflejar el mundo quebrantado…podrían adivinarse ciertos aires de familia que postulaban los gnósticos, en su distinción del dios impostor, demiurgo, que lo había hecho todo mal y el otro…

No falta en su obra una reivindicación de ciertas posturas éticas que supongan respeto y afectos hacia el mundo y sus habitantes, tomando la compasión abierta a la debida consideración de los demás, describiendo la importancia de la conciencia de pertenencia al todo y, en consecuencia evitar el daño y la violencia a los otros ya que esto supondrá un daño para sí mismo, presentes en la kénosis (vaciarse) y el ahimsa (no-violencia /respeto a la vida), concepto este último puesto de relieve por el mahatma Gandhi, junto al amor a la verdad, satyagraha, al tiempo que defendiendo la validez de los postulados confucianos acerca de la flexibilidad con respecto a las opiniones propias ya a las ajenas…la caña de bambú se dobla pero no se rompe…

Cierto que hay momentos en que las ideas de la autora hacen buenas aquella teorías sobre el gen religioso, que vendría a señalar que la religión es consustancial a los seres humanos y por extensión a la humanidad toda, aunque en honor a la justicia Armstrong plantea un nivel, ajeno a le fe o a creencia personal alguna, que puede identificarse con lo sublime más que con un dios propiamente hablando, y menos si a éste se le ubica fuera del mundo, como hace la traición cristiana…cierto es que la religión, guste o no, es un hecho que florece en todos los rincones en que habitan los humanos, no como contagio sino con simultaneidad, ya sea con tendencias animistas, antropomórficas u otras, del mismo modo que otras formas del quehacer de los humanos también sigan los mismos derroteros: técnica, arte, etc., etc., etc..

Me permito, para concluir, señalar un par de cuestiones: por una parte, no cabe duda de que frente a aquella aseveración de Aristóteles que decía que el hombre por naturaleza quiere saber, me atrevería a afirmar que el ser humano por naturaleza quiere creer, que le cuenten cuentos, siendo ése un constatable universal humano; y por la otra, sí que frente al domino e imposición de la welstanchauung occidental, en todos los terrenos, en no pocas ocasiones han surgido intentos de mirar a concepciones orientales, y hasta de proponer hipótesis interpretativas, que completen la visión occidental, incluso en las ciencias duras con referencias al I Ching…por no hablar de algunas incursiones del todoterreno Edgar Morin, y no me refiero a sus tiempos hippi-californianos.

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