Los evangelios, y los textos bíblicos en general, han dado para muchas interpretaciones, amén de fidelidades. Más allá de la creencia de la existencia real de ese personaje conocido con el nombre de Jesucristo, o de su rechazo, de lo que no hay duda es de que su sombra no es alargada sino alargadísima e influyente. Ser de carne y hueso o mero personaje conceptual, o literario [en este orden de cosas, la lectura de Michel Onfray me parece francamente acertada en líneas generales: https://kaosenlared.net/michel-onfray-lector-de-la-biblia/], su figura permanece y sirve como ejemplo para tirios y troyanos, o por decirlo de otros modo más transparente: para creyentes y no creyentes.
Dejando de lado a los poseedores de la fe, lo que sí que destaca es su presencia, a nivel metafórico o similares, para no pocos ateos, materialistas, etc. No es cosa de pasar lista, pero ahí están los rastreos de Alain Badiou, Slavoj Zizek (véase de este, además, su elogio del cristianismo frente a las corrientes new wave o similares en su Frágil absoluto) o Giorgio Agamben, por las epístolas de san Pablo: para los primeros figura que representa similitudes con Lenin, en la medida que más allá de los orígenes, el de Tarso abría la puerta a la afiliación voluntaria a una doctrina y a militar en pos de ella; por su parte, el último de los nombrados, ponía el acento en el mesianismo presente en algunas de sus epístolas. Que desde la izquierda, incluidos los marxistas, se han dado combinaciones que en su tiempo se traducían en unos intentos por acercar el compromiso cristiano con el marxista, baste recordar a nivel cercano a los García Salve, González Ruiz (Creer es comprometerse), Josep Dalmau (Distensiones cristiano-marxistas) o un poco más lejos, a Jean-Yves Calvez, Roger Garaudy, o en una mirada más amplia muchos de los representantes de la teología de la liberación (ejemplos destacados en el plano teórico: John Arthur Thomas Robinson o Harvey Cox), que no se privaban a la hora de acercar ambos compromisos, por no referirnos a algunos curas guerrileros como el colombiano Camilo Torres o en su momento, el nicaragüense Ernesto Cardenal. No seguiré por ahí, mas sí diré que vienen provocadas estas saltarinas líneas por un par de libros de los que quisiera dar cuenta.
La últimas horas de Jesús
El psicoanalista italiano Massimo Recalcati, centra su detallista mirada en su «La noche de Getsemaní», editado por Anagrama, y realiza una lectura con clara intención de relacionar el pasaje evangélico con nuestro hoy, humano, demasiado humano. El pasaje es conocido para cualquiera que se haya acercado a las versiones de los evangelios, o haya asistido, por hache o por be, a clases de historia sagrada o a sesiones de catequesis, o similares.
Jesús, finalizada la última cena, se dirigió al Huerto de los Olivos de Getsemaní, lugar al que solía acudir a orar con sus discípulos. En aquella ocasión se cruzan varias cuestiones que exprime Recalcati: dos traiciones de características bien diferentes, la una, la de Judas Iscariote, a cambio de una miserable cantidad de dinero, la otra, la de Pedro, que negó tres veces a su señor -como éste había predicho- por temor a las consecuencias que tal amistad pudiese acarrearle. Las diferencias entre ambas son notables, en la medida en que el primero se vio empujado a poner fin a su vida al no poder soportar la culpabilidad por su denuncia; el segundo, lloró amargamente y fue perdonado, hasta el punto de que acabó siendo la piedra sobre la que se eregiría la Iglesia [ciertas versiones gnósticas, entre otras, otorgarían un mérito importante a Judas en la medida en que fue el que facilitó, un beso como señal, a que Jesús llevara a cabo la misión redentora…por ahí no va la obra que comento, y tampoco iré yo]. Fue un acto de venganza, movido por la envidia, y según algunos debido a la falta de coraje del maestro, según las versiones que conderan a Judas como un zelote que luchaba con furia contra el dominio romano y Jesús le parecía blando en exceso. Junto a la cuestión señalada, afloran otras de mayor pertinencia en lo que hace a la condición humana, en especial en estos tiempos: la soledad de Cristo, inmensa en la medida que Dios-Padre guardó absoluto silencio, sin prestar consuelo alguno a quien mostraba un hondo temor a la muerte que le esperaba (Eli, Eli Lama Sabactani), sintiendo el absoluto abandono en que se hallaba.
Los humanos arrrojados al mundo sin agarraderos firmes, y, como decía Albert Camus, el mundo no nos dice nada; ese silencio es la vía del absurdo del que hablase el autor de El mito de Sísifo; acerca de ese silencio sepulcral de Dios, Stendhal lo solucionaba diciendo que la única disculpa que tenía Dios es su inexistencia.Y Recalcati sirviéndose del psicoanálisis rastrea por la angustia, el miedo a la muerte, la desesperanza, la debilidad humana, etc., y con verbo lírico se acerca al episodio nombrado el autor, imagen del desterrado y el desposéido, y el abandono del padre para con su hijo, que se ve solo ante el cruel destino que le espera y del que no puede escapar, lo que le llevó a los bordes de la incredulidad. El autor desmenuza los hechos y penetra en la interioridad de la lectura de los evangelios, hallando por los silencios de las líneas del relato, los sentimientos del desgarro…Es de noche y la música del silencio domina la escena, y allá la soledad del ser atormentado por el miedo a la muerte, el abandono, la desatención de sus discípulos y de su padre celestial.
La lectura de un marxista
Si algunos de los anteriormente nombrados, marxistas o neomarxistas, a los que podría añadirse, por ejemplo, a Antonio Negri y Michael Hardt, reivindicando a Job como ejemplo de tenacidad, recurren a dichos textos a nivel metafórico, Terry Eagleton (Salford, 1943) en su «Jesucristo. Los Evangelios», presenta los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan al pie de la letra como fuente del Cristo real, no literario, ni conceptual, sino que el británico busca en dichos textos, y en el ejemplo del retratado en ellos, el impulso revolucionario, ya que según su concepción Jesucrito era un revolucionario y en las lecturas mentadas intenta hallar los argumentos que den cuenta de lo afirmado; postura que en ciertos aspectos deja ver unos aires de familia con el comunismo cristiano que reivindicase Gianni Vattimo. En su devoción llega a proponer una teología de izquierdas al tiempo que reivindica una ética solidaria (pueden verse su Dulce violencia, La idea de lo trágico, editado por Trotta, y Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad, editado por Paidós), que es de imaginar que hará las delicias de los teólogos de la liberación, comunidades de base y similares. La lectura se desarolla siguiendo, como queda señalado, los evangelios sinópticos o canónicos, a los que añade el de Juan; obviamente deja de lado los relatos presentados en los gnósticos, los apócrifos…Me viene a la cabeza en la medida en que paso las páginas aquella distinción que hiciese Albert Jacquard, en su Dieu?, entre el Credo y el Sermón de la montaña, quedándose con el segundo texto, ya que éste no exigía fe, ni creencias duras sino guías de conducta.
No es baladí que se parta de dar por hecha la existencia de un sujeto que correspondía el nombre de Jesucristo, cuya vida y milagros son los narrados en los evangelios canónicos, bien reelaborados, retocados, etc. por los escribas eclesiásticos, sin mostrar ningun duda acerca de la fecha de los hechos referidos, la fecha de escritura de dichos textos y su más tardía publicación, de ddonde se deduce, o se debe deducir, que la cosa no es muy fiable que digamos…lo que podría llevar sin rizar rizo alguno a un absurdo o a los que se tercie, ya que si se da por válida una premisa falsa, como la afirmación de que el rey de Francia es calvo, de una falsedad se puede seguir cualquier cosa; cierto es que de pasada Eagleton deja constancia de las distantes fechas de la escritura de los textos de los que hablamos con respecto a los tiempos de la supuesta existencia de Jesús; reitero que Eagleton da por absolutamente real. Otra cosa, bien distinta, es tomar lo relatado en los textos de los que hablamos como literatura, cuyo personaje central es Jesucristo lo que vendría s ser similar a hablar de el Quijote, de Oblomov, madame Bobary… o de cualquier otro ser de ficción, aunque la diferencia no es solamente de grado en la medida en que en el nombre de Cristo se ha puesto en pie una poderosa institución eclesial con sus funcionarios y jerarquías, bancos y una amplia cohorte de seguidores. Vamos que al que esto escribe le escama sobremanera que culaquiera que se ciña a un mínimo rigor no puede tomar los evangelios como un irrefutable testimonio histórico. Dejando, no obstante lo dicho de lado, lo que es mucho dejar, Terry Eagleton defiende -como queda dicho- la tesis de que el ser presentado por lo evangelistas es un ser revolucionario, no al estilo de Lenin o Trotsky, como él mismo dice, sino como un revolucionario espiritual, que se posiciona con los de abajo frente a los poseedores del poder, en especial religioso; del lado de los enfermos, pecadores, desposeídos, pobres, marginados, proponiendo a su vez un nuevo orden, siempre con el pacifismo como guía (sin olvidar sus propuestas del fuego o la espada que declaraba venía a ofrecer, o los latigazos a los mercaderes del templo). Eso sí, no diré que lo importante está en los detalles, pero el pretendido argumento de fuerza de recurrir a Hugo Chávez que decía que Jesucristo era «el mayor socialista de la historia», en fin…
El entregado cartógrafo del continente-cultura que responde al nombre de Terry Eagleton (baste ver sus Cultura, Cómo leer literatura, Esperanza sin optimismo, sin obviar su elogio y actualidad de Marx en su Por qué Marx tenía razón), introduce los evangelios nombrados, entregando valiosas pistas sobre la época en que se sitúa la vida del personaje reivindicado, en medio de zelotes, fariseos y romanos a distancia, que, por lo demás, son presentados tal cual en su íntegra integridad, con algunas notas aclaratorias del autor de la recopilación, que inciden en las lecciones de cara a la problemática de los tiempos actuales,….siempre disculpando al personaje de cualquier pretensión, en sus palabras, de ser el mesías, la encarnación divina, el redentor, o el rey de los judíos en sentido estricto; pretendidos encargos puestos en su cuenta por sus enemigos y también por sus fieles seguidores.
Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared