Por Iñaki Urdanibia
«Entonces, ¿quién soy yo de verdad? Pues ese que ha escrito El mudo como voluntad y representación y que ha dado tal solución al gran problema de la existencia que deja obsoletas las precedentes y que, en cualquier caso, mantendrá bien ocupados a los pensadores de los siglos venideros»
A.S. Sobre sí mismo (Eis heautón)
Se lee en la contraportada de la obra del profesor universitario y traductor, Luis Fernando Claros: «Arthur Schopenhauer. Una biografía», editada por Acantilado, que el biografiado es sin duda uno de los pensadores más leídos de la modernidad, tal vez, añado, debido a los temas tratados, humanos, demasiado humanos, y el modo de hacerlo, que escapaba de la jerga habitual en el mundo filosófico, haciendo que su prosa cercana fuese comprensible además de coincidir con el espíritu de los tiempos que vivió, aunque con respecto a ellos se movía contracorriente, y que vivimos. No está de más señalar que la lectura saltarina de algunas afirmaciones del pensador acerca de las mujeres, por ejemplo, amén de algunos episodios, como el narrado por Thomas Mann, que le situaban en el lado de la reacción, cuando prestaba sus catalejos para que los soldados pudiesen apuntar con más tino a los insurrectos de 1848. No seguiré por estos andurriales para no espantar, más, a nadie.
No cabe duda de que la visión del nacido en Dantzig en 1788, un 22 de febrero, era pesimista hasta las entretelas, no recatándose desde muy joven a la hora de afirmar que la vida es una cosa miserable, lo que le impulsó a entregarse a la filosofía con el fin de hallar el sentido de la existencia y detectar los males que acechan a los humanos, provocándoles la infelicidad, y buscar el modo de poderse librarse de ellos. Su convicción de que era un genio que estaba llamado a ejercer una gran influencia entre sus contemporáneos (no diré sus semejantes), la expresaba sin recato, lo que no le suponía simpatía entre sus pares, e impares; siempre mostrándose en contra de sus contemporáneos, a los que comparaba con un grupo de puercoespines empeñados en alcanzar la distancia menos dolorosa. Sea como sea, su influencia fue importante en no pocos pensadores y filósofos: así, Nietzsche y Freud, Max Horkheimer y Thomas Mann, o Wittgenstein, y escritores como Tolstói, Strindberg, Maupassant, Conrad, Proust, Kafka, Céline, Beckett o Thomas Bernhard, entre otros.
Considerado como el último de los grandes filósofos idealistas alemanes, y alejándose de Kant, Fitche y Hegel, al romper los puentes con la teología, al no creer en la inmortalidad del alma, rechazando al tiempo en poner en pie un sistema cerrado. Para él la eternidad no era sustancial sino extática, alcanzándose, como Spinoza, en el conocimiento puro, en la contemplación de lo bello, y en la conquista de la indiferencia con respecto a todas las cosas que promete el arte -sobre todo, la música-, proponiendo a su vez una concepción de la piedad que restituye la continuidad de los seres sufrientes que son los humanos.
Si, como indicaba líneas arriba, el pesimismo era el tono dominante desde su temprana edad, éste se vio acrecentado en su periplo vital, tal y como deja negro sobre blanco el libro de Luis Fernando Moreno Claros, de manera pormenorizada. Si el seguimiento es digno de encomio, otra de las virtudes de la obra es que en la medida en que va avanzando va dándose a conocer la génesis y del desarrollo de la obra filosófica del autor de El mundo como voluntad y representación. No ayudó a la serenidad de su carácter, sino todo lo contrario, la inestabilidad en el seno de la familia, en lo que hace a la diferente personalidad y dedicaciones de sus progenitores, a lo que se ha de sumar los cambio de domicilio: de Dantzig a Londres, de vuelta en Alemania, Hamburgo en donde Arthur comenzó sus estudios…interrumpidos por un gran viaje de la familia por Europa que duró dos años; él comentaría más adelante que su filosofía se había nutrido de los viajes. Al poco su padre se suicidó, marchándose su madre y hermana, Johanna y Adela, a Weimar, dejando a Arthur solo, a cargo de un hombre de negocios, momento en que el joven comenzó sus lecturas en los «años locos de la filosofía». La madre se entregaba a la vida de un salón que era frecuentado por luminarias del arte y las letras, como el mismo Goethe. Johanna nada quería saber de su hijo ya que le consideraba un aguafiestas y un absoluto incordio; ya el padre había señalado el constante mal humor de su hijo. Schopenhauer compagina el trabajo con la asistencia a funciones de teatro y con los estudios, matriculándose, primeramente, para estudiar medicina, historia natural, física, química, astronomía y etnografía, en la universidad de Göttingen, estudios que abandona para dedicarse de lleno al estudio de la filosofía. Platón y Kant van a ser sus guías, siendo las Ideas platónicas y la cosa-en-sí kantiana, los conceptos fundamentales que le marcarán. Se marchó a Berlin con el fin de seguir las enseñanzas de Fichte, aunque no duró mucho su admiración, optando por la meditación solitaria, redactando su tesis doctoral De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente; durante cinco años se irán fraguando los temas fundamentales de su pensamiento, muy en concreto la metafísica de la voluntad insaciable, pasando a considerar que la voluntad es el fundamento del mundo, siendo ésta la cosa-en-sí kantiana, o la Idea platónica. La publicación de su obra magna, es considerada por él como un regalo a la humanidad, al entregar un sistema filosófico completamente nuevo El mundo como voluntad…se descompone en tres momentos clave: una metafísica de la naturaleza, una metafísica de lo bello, y una metafísica de las costumbres o fenomenología de la vida ética). A pesar de lo que él creyera, la obra pasó desapercibida. Nombrado profesor en la universidad de Berlín, en 1820, a sus clases no asistían más de cinco alumnos, al coincidir éstos con las clases de Hegel, por las que los alumnos se disputaban por asistir. El resentimiento de Schopenhauer era grande al igual que su soledad, y ni sus viajes ni sus amores harían que las cosas cambiasen, viviendo como un ermitaño. Una vida angustiada a la que se han se sumar los enfados con su madre y la muerte de su hermana. Fue en 1851 cuando el éxito le acompañó con la publicación de Parerga y Paralipómena, formado parte de ésta sus Aforismos sobre la sabiduría en la vida…en que planea la idea de que a pesar de todo la vida puede continuar viviéndose, buscando ésta acomodo dentro de su pesimismo radical. Con el convencimiento de que la humanidad ha aprendido de él cosas que nunca olvidará, le sorprendió la muerte en 1860.
Luis Fernando Moreno Claros entrega un recorrido total de la vida del pensador germano, de sus raíces familiares, de sus años de niñez y adolescencia, de sus años de estudiante, de su errar y su soledad…entreverándose sus ideas acerca de cómo salir del balanceo entre el dolor y el aburrimiento, hallando la luz en el placer estético, con ciertos resabios deudores de Buda, si bien Schopenhauer no veía la salida del túnel que , para él, la vida es. Par unos, un educador, para otros un filósofo del absurdo, o de la tragedia, pensador que al entregar las armas de un humanismo trágico sigue manteniendo su plena actualidad…«he ahí lo que me importa: la conjunción del pesimismo y de la humanidad, la experiencia espiritual que nos aporta Schopenhauer, según la cual lo uno no excluye lo otro, de modo y manera que no es necesario en absoluto dedicarse a pronunciar bellas palabras y alabanzas acerca de la humanidad para ser un humanista», decía Thomas Mann.
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