
Zapatos contra bombas
mejor dicho, la alegoría de la sociedad idiota y brutal frente a la sociedad realmente civilizada que hunde sus raíces en la Babilonia que hay bajo las cenizas de Bagdag.
  Ayer otro periodista de aquí que pasaba por aguerrido -ya me explayé con el asunto- adujo una insensata argumentación para atacar a su atrevido colega de allá. Como si el periodismo francés, español o yanqui tuvieran que ser del mismo paño que el periodismo de una sociedad en guerra y ocupada bestialmente, como aquélla cuyos profesionales asisten desde la primera fila de butacas a su propia tragedia. Y como si el necio y criminal agraviado que esquivó el zapatiesto, fuese el honorable de una sociedad normal y pacífica, y no la marioneta que invadió los territorios donde el periodista del lugar le arrojó sus zapatos…
  Pero… oteemos el panorama:
  Por un lado, un país que posee el arsenal mortífero más potente de la Tierra; que ya descargó sendas bombas atómicas en Nagashaky e Hiroshima; que, desde que terminó la segunda gran guerra, ha realizado treinta y cinco invasiones e intervenciones armadas en distintos lugares de la Tierra, así como incontables acciones de la Inteligencia para derrocar a líderes autóctonos y poner a títeres corruptos a las órdenes y servicio del imperio; un país capaz de idear y mantener una cámara de tortura terriblemente refinada en Guantánamo, otra huella de la monstruosidad humana desde Auswitch, el nazismo y Hitler; una nación inculta cual ninguna, que sólo exhibe poder y siembra la esclavitud en diversas formas a lo largo y ancho del globo al soniquete de cánticos de libertad y democracia…
  Por otro lado, el vaquero estúpido del país en cuestión convertido en semidios por el arte de ensalmo de trampas admitidas por un tribunal corrupto; el vaquero criminal a la cabeza de los patricios yanquis que a su vez manejan a su antojo, en la metrópoli y fuera de ella, a millones de siervos de todos los colores salvo el blanco, anglosajón y protestante; que, con toda clase de trapacerías y mentiras, da la orden de invadir primero uno y luego otro país asiático…
Al frente, el segundo de los países ocupados porque sí, desde hace 5 años; nación arruinada material y moralmente que cuenta sus muertos por centenares de miles y por millones los exiliados desde la ocupación…
  Y al final, un periodista de la televisión de la capital iraquí que, en prueba de su indignación y de su rabia por las atrocidades cometidas, arroja sus zapatos al vaquero cobarde, bellaco, necio y depravado en el decurso de una de sus ruedas de prensa…
  En esta situación hay que encuadrar el gesto -el del zapato arrojado por un valiente al perro sarnoso- que pasará a la historia de los significados en un planeta ya en manos de las bestias. Bestias que zarandean, torturan, violan y matan a los cada día más reducidos islotes de humanidad ante la indiferencia de unas naciones, la connivencia de otras y el canallesco disimulo de casi todos los medios.
  Muntazer al Zaidi es justo lo contrario de lo que, con la jactancia de los felones, dicen y escriben los periodistas apoltronados y pusilánimes. Muntazer al Zaidi forma parte ya de de la iconografía del valor; de la iconografía del valor de un periodismo que sólo se da en Occidente con la rareza de un tesoro.
  Olviden, por cierto, hablando de valor, a los corresponsales de guerra de los tiempos actuales. Olvídenlos, porque casi todos están sobornados y blindados, y engrosan las legiones de aventureros y temerarios de todas clases mucho más que las inconsútiles filas de los héroes.