«Yo no necesito mascarilla» – Lecciones del Covid (3)
En nuestra sociedad no se ve bien la vulnerabilidad.
«En memoria de David Greaber (1961-2020) antropólogo, anarquista, activista creativo y por ser la inspiración de Occupy Wall Street y Occupy London. Gracias, David, por ayudarnos a entender este mundo.»
En una pandemia como la del Covid-19, con su tasa de contagio, uno esperaría que la gente reaccionara con miedo al otro (¿me contagiará?) o con necesidad del otro (para romper la soledad del confinamiento).
Pero parece que hay una tercera categoría: los que niegan su vulnerabilidad y se sienten invencibles ante este virus.
Todos vemos a esas personas que se comportan como ‘Superman’ para convencerse de que son invencibles: los que no llevan mascarilla, o la llevan en el codo, o en la barbilla, o encima de la cabeza como si fuera un gorro, y los que mantienen menor distancia física que antes de la pandemia en las fiestas nocturnas.
En nuestra sociedad no se ve bien la vulnerabilidad. Vemos la de los otros pero no la nuestra, porque dejándonosla sentir nos daría vergüenza. En nuestra cultura se valoran la fuerza, la juventud, la salud y la autosuficiencia. Creemos que la autosuficiencia no es propia de la vida humana. Revelar esta verdad es un escándalo (1).
La vida humana está condicionada por la vulnerabilidad corporal, pero también emocional: pérdidas, abandono, abuso, rechazo, humillación, etc. (2).
No nos apartamos de los vulnerables porque son diferentes, sino por lo que tenemos de parecido. En realidad no hay autosuficiencia, sino solamente la continuidad entre cuerpos con más o menos capacidad. En nuestra mente dividimos a la gente entre ‘nosotros’ y los ‘otros’ para alejarnos de lo que es la realidad (3).
Eso se ve en la utilización del espacio físico. En nuestra cultura se nos enseña a mantener una distancia que en otras culturas se ve como demasiado corta o invasiva, pero sirve para reforzar la identidad de grupo, distancia que ahora, con el covid-19, es peligrosa. Solo se nos enseña a mantener una distancia amplia si rechazamos al otro.
Se nos enseña que ser vulnerable es una muestra de debilidad, pero todos somos vulnerables o acabaremos siéndolo en situaciones para las que no estamos preparados.
No admitimos ni queremos conocer nuestra vulnerabilidad porque nos da miedo. Por eso fingimos que la fragilidad no tiene nada que ver con nosotros. La vulnerabilidad, sin duda, es difícil de vivir, nos cambia nuestras vidas, nos limita.
Pero lo más duro es lo que hace la sociedad con los vulnerables: se los ve como culpables (5).
Culpables de ser ancianos, culpables de ser pobres, de ser discapacitados.
Con Franco nos mataban. Ahora nos dejan morir
Grafiti
En una sociedad capitalista neoliberal se aplican medidas basadas en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no, es decir, lo que el filósofo Acille Mbembe denominó necropolítica: no se mata, pero se deja morir a los ‘inútiles’, que ni producen ni consume (6).
Esto lo hemos visto de forma extrema en la primera parte de la pandemia del covid-19. A los ancianos enfermos se les bloqueaba el acceso a los hospitales, se los dejaba morir solos y, a veces, se los encontraba muertos en sus camas donde llevaban unos días. Más del 80% de los muertos reconocidos oficialmente tenía más de 70 años y la mayoría de ellos tenían más de 80 años (7).
Es necesario que el Gobierno conceda ayudas a los pequeños negocios, pero se da menos importancia a contratar a más cuidadores para los ancianos frágiles y vulnerables. Y lo escribo en presente porque no hay ninguna prueba de que los geriátricos privados (la mayoría son privados; gran negocio en un país que envejece) hayan cambiado ni de que hayan humanizado los cuidados.
Aparte de los ancianos, otras personas que se han hecho más visibles con la pandemia son los que han perdido su trabajo, los que han venido a recoger la fruta que comemos todos, los que tienen que confinarse en casa pero no tienen casa o viven en espacios minúsculos, o los que no tienen dinero para hacer la compra porque han pasado de un sueldo mísero a ningún ingreso. Y también los que tienen la vida más o menos resuelta (muchos jóvenes que viven aún con sus padres) y no se dejan sentir su vulnerabilidad. Aun con reglas de confinamiento y multas, estos jóvenes son, sobre todo, los que han ocasionado los rebrotes de julio de 2020. Más que nunca, quieren convencerse a ellos mismos de que son ‘Supermen’ y organizan botellones y fiestas en cualquier rincón. Son los del “yo no necesito mascarilla”. Los gobiernos no han hecho campañas con la idea de que ponerse una mascarilla y guardar una distancia de seguridad no es para uno mismo, sobre todo es para no contagiar a los que luego contagiarán a las personas de riesgo. Ningún gobierno ha llevado a cabo el trabajo pedagógico de ayudar a los jóvenes a ver que también ellos son vulnerables.
Esta carencia se vio cuando, durante el confinamiento, a la hora en que se podía salir a hacer deporte, irrumpía un número sorprendente de personas con el atuendo de moda de los ‘runners’ tomando las calles. Sin mascarillas y resoplando, justamente lo que potencia y favorece la propagación del virus. No hacían ejercicio: mostraban sus cuerpos como diciendo: “yo soy invencible”. El espíritu era y es, entre los ‘runners’ de la pandemia, una fiesta en plan ‘locos años 20’ tras el fin de la I Guerra Mundial (8). Su falta de conocimiento histórico no les permitía darse cuenta de que la I Guerra Mundial duró cuatro años y no cuatro meses.
Esa euforia, no solo de los ‘runners’, también de los que hacen botellones clandestinos, es también una manera de evitar elaborar y gestionar lo que, en el fondo, todos sabemos: que al ser todos cuerpos, no solo nos pueden contagiar, sino que también podemos contagiar. Todos somos agentes vulnerables y amenazadores al mismo tiempo (9).
La pandemia está poniendo en evidencia todo lo que no funciona en nuestra sociedad: lo económico (se ha agrandado la brecha entre ricos y pobres), lo social (el trato a los ancianos), la explotación de los trabajadores sanitarios, las carencias del sistema educativo, la falta de solidaridad y un largo etcétera.
Hemos visto también manifestaciones colectivas contra el uso de la mascarilla como si fuera una decisión política y no sanitaria. Somos una cultura binaria: si alguien dice blanco, decimos negro. No pensamos libremente. Quienes fueron a esas manifestaciones decían: “El gobierno no me a decir qué hacer”, como si lo que uno piensa tiene que ser lo que dice el gobierno o lo contrario de lo que dice el gobierno. No hay una cultura del pensamiento crítico universal. Lo más interesante era que un 25% de los asistentes a las manifestaciones llevaba mascarilla. ¿Qué estaban pensando?
Necesitamos una pedagogía de lo sensible con la que podríamos empezar a tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad. Después es necesario comportarse con cuidado y respeto hacia los demás. Y, juntos, aprovechar esta sacudida global para cuestionar las desigualdades. Interaccionando, en diálogo entre nosotros (internet ofrece múltiples posibilidades de comunicación para quienes tienen acceso a él), podemos cambiar aquello que no hemos hecho bien en esta pandemia. Escuchándonos mútuamente, podemos cambiar (10).
Tú, que vuelves a casa, a tu casa, piensa en los demás, no te olvides de las personas de las tiendas de campaña.
Tú, que te liberas con las metáforas, piensa en los demás, en quienes han perdido su derecho a la palabra.
Mahmoud Darwish (Piensa en los otros)