Concluye un ciclo político. El que puso coto al bipartidismo y la alternancia en el poder entre PP y PSOE. Primero con la incursión de Ciudadanos en el militante escenario catalán y luego con Podemos como emulsión electoral de la cara pactista del 15M. Todo eso se ha puesto en cuestión tras el vuelco de las pasadas elecciones andaluzas. Unos comicios que han confirmado la práctica defunción del partido de Inés Arrimadas y el ocaso menguante de las formaciones arracimadas entorno a Unidas Podemos. En un caso por desfallecimiento natural y en otro por un darse de bruces entre lo hecho y lo predicado (desunidos e incapaces). Pero esos dos vectores solo son la expresión de un acontecimiento, epifenómenos. Porque la auténtica razón de ser de esa fase terminal que certifica el 19-J anida en otro actor, distinto, distante y tronante: el esperpento Vox.
La mal llamada extrema derecha (diestra y siniestra dependen de dónde se sitúe el centro), en realidad ideológicamente un versión posmoderna del nacionalcatolicismo rampante, es el fiel de la balanza de un parteaguas que de confirmarse en el tiempo nos devolverá al turnismo del siglo pasado. Y ello porque la etapa de conjunción entre las izquierdas múltiples que ahora eclosiona se identificó icónicamente como el referente del antídoto ultra por antonomasia. Bajo el mantra del <<no pasaran>> y del imperativo desplegar un <<cordón sanitario>> contra las huestes de Santiago Abascal.
Alguien ha escrito, quizás con inquina apenas disimulada, que si Vox no existiera el PSOE tendría que inventarlo. Tales han sido los réditos políticos, para Pedro Sánchez y para sus socios de Unidas Podemos, del santo temor a los ultras. Basta recordar el éxito cosechado por el actual gobierno de coalición con eslóganes como <<el trifachito>>, <<la foto de Colón>>, o el más escueto de <<las dos derechas>> cuando se apeó a Ciudadanos del punitivo cartel (sin atender a que fue con Albert Rivera, el ex líder de la formación naranja, con quien Sánchez confraternizó en sus inicios). Era nombrar la bicha y sobreentenderse urbi et orbi que todo lo que no era el tándem PSOE-UP significaba llanto y crujir de dientes.
Y eso precisamente, el talismán que hacía del Gobierno de coalición de izquierdas y sus afluentes parlamentarios (modelo Frankenstein, según el fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba) un no va más de progresismo, es lo que ha tirado por la borda las urnas Despeñaperros abajo. El veredicto del 19 de junio ha sido inapelable. No solo al encumbrar a los populares al Palacio de San Telmo con una mayoría absoluta con propina incluida de 3 diputados; llevar al PSA de Espadas a los peores resultados de su historia; fulminar a Ciudadanos, y hacer de las izquierdas andalucistas extremas (Por Andalucía y Adelante Andalucía) una sombra de la marca que las alumbró en la anterior consulta. Lo definitivo es que habiendo caído en picado ese <<frente amplio>> de izquierdas en lo relativo a la confianza de los electores, Vox ha visto represado su ansiado ascenso hacía el <<sorpasso>> como alternativa a los signatarios del sistema.
El dato solo sería una nota a pie de página sino fuera por un detalle. El parón en las expectativas de la vociferante <<extrema derecha>> (pasó de 12 escaños en 2018 a 14 este 2022), no provino, lógicamente, de sus proclamados antagonistas. Era imposible de todo punto porque el conglomerado PSA, PA y AA se había pegado un sonoro tortazo, yendo de mal en peor en sus previsiones más magras. El <<cordón sanitario>> no retórico se materializaba (¡eureka!) por obra y gracia del Partido Popular encabezado por Juan Manuel Moreno Bonilla, que de 26 diputados trepaba a 58. Lo que significaba que, sumándole los 21 que tenía Ciudadanos, aún quedaban otros 11 a los que había que buscar autor. O sea, el PP tildado de complaciente compañero de viaje de Vox se había nutrido en su escalada de cientos de miles de votos tránsfugas de esa misma izquierda diversa que antes ostentaba la paternidad del <<no pasarán>>.
La realidad paralela diseñada desde Moncloa para alzarse como alfa y omega de la superioridad moral capotaba ante la realidad cualitativa y cuantitativa de los sufragios. Un espantapájaros que supo encandilar a cuantos, tirios y troyano, juzgan la democracia desde los parámetros de la mercadotecnia y el fanatismo ideológico. Solo había que salir fuera de nuestras fronteras para ver que el grial del <<cordón sanitario>> encubría un circuito de inconfesables intereses de parte. El primer gobierno europeo en sortear dicho cortafuegos fue precisamente el Ejecutivo <<rojo>> de Syriza, formando coalición con los ultras de Griegos Independientes. Y a la pionera izquierda helena siguió la italiana encuadrada en el Movimiento Cinco Estrellas, que cohabitó con los <<fachas>> de Matteo Salvani. Por cierto, el líder de la xenófoba Liga ostentó la vicepresidencia y el ministerio de Interior hasta que un intento de prohibir el desembarco de inmigrantes acogidos en el barco Open Arms dio con sus fueros en los tribuales.
Aunque, así y todo, hasta el último momento se prefirió negar la evidencia, haciendo bueno una vez más el cínico dicho <<nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia>>. Sin reparar por ello en todo lujo de argumentos estrafalarios y trampantojos. Desde la afirmación de la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, diciendo que el éxito de Moreno Bonilla traía causa de las partidas económicas donadas por el Gobierno central a la Junta andaluza para combatir la pandemia, hasta las tretas de los comentaristas de cabecera argumentando que lo logrado por el PP era fruto del trasvase íntegro de los votantes de Ciudadanos. No es ya que esos <<todólogos>> en nómina desconozcan las cuatro reglas elementales, es que olvidan que eso mismo se podría decir del chupinazo logrado por los socialistas catalanes en anteriores autonómicas a costa de la debacle de un Ciudadanos que en Catalunya fue la primera fuerza política.
La esquizofrénica tesis de <<el amigo del enemigo es mi enemigo y viceversa>> llevada al plano político produce monstruos y fomenta mandangas sin cuento. Divide a la sociedad en dos bloques irreconciliables y destructivos, aunque a corto plazo parezca favorecer a sus pirómanos propagandistas. Es la fórmula que, a un nivel ciertamente incomparable, utiliza Putin para <<justificar>> la invasión armada de Ucrania. Un <<país de nazis y drogadictos>> (haberlos haylos) que necesita ser purificado por la operación militar especial de la megapotencia nuclear rusa a golpe de misiles de precisión. Una sordera semejante ha provocado una seria avería en el <<proceso de escucha>> de Yolanda Díaz iniciado en Andalucía para mejor adoquinar su <proyecto de país>>. Priorizar el voto, como ha hecho en un mitin la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, por <<los represaliados del franquismo>>, es un salto en el túnel del tiempo con el que difícilmente comulgará una clientela que en su mayoría no ha padecido el franquismo ni vivido el tedioso postfranquismo. Y menos en una comunidad que padece carencias, desigualdades y problemas seculares tan graves como ser la comarca con más paro de toda Europa, el doble incluso de la media nacional. Salvo que se la crea erróneamente rehén del trágala del infame <<trifachito>>.
Moraleja. No se trata de solapar o subestimar la irrupción en la vida social con amplio respaldo electoral de partidos patrioteros y malsanos como Vox, que representan un paso atrás amenazante en su interpretación de derechos y libertades. Es algo innegable, aquí y ahora en medio mundo desarrollado. Pero no a costa de enterrar la cabeza debajo del ala. En lugar de insistir unilateralmente en <<la alarma antifascista>> desde las troneras institucionales y medios afines, lo pertinente seria preguntarse cuál es la responsabilidad de esos mismos centros de poder, por acción u omisión, en esa cabalgada de la extrema derecha. Salvo que creamos que los casi cuatro millones de españoles que apoyan sus siglas son <<fachas>> irredentos. Seamos serios y comportémonos como adultos.
Y en segundo lugar y mucho más importante y decisivo es que dejemos de hacer la política refractaria que estabula a la sociedad civil y pasemos a una política proactiva de valores democráticos expansivos. Activistas, movimientos sociales y organizaciones sindicales sin bozal oficial han cometido el error de dedicar más tiempo y energías a luchar contra molinos de viento que a gestionar políticas transformadoras, inclusivas, ecológicas y verdaderamente progresistas. En ese panal de rica miel cayeron por seguir al abanderado cazafantasmas sin orden ni concierto. Un papanatismo que ha llevado al Gobierno de coalición al extremo de bendecir políticas aberrantes como los famosos Erte con un aura casi <<revolucionario. Esto es lo que decía al respecto el influyente economista británico Guy Standing, padre del concepto de <<precariado>>, en una reciente entrevista aparecida en el diario El País: <<La mayoría de las políticas llevadas a cabo por los gobiernos europeos fueron profundamente erróneas. Los ERTES, por ejemplo, fueron básicamente un subsidio para las grandes empresas. Fueron regresivos, en el sentido de que fueron destinados sobre todo a los que tenían ingresos más altos, y solo después al precariado. Este último, en gran medida, no recibió nada, porque no tenía un puesto de trabajo fijo. Se les echó a la calle y punto. Creo que el sistema de los ERTES aumentó la desigualdad. Y hubo altos niveles de fraude>>.
¿Servidumbre voluntaria? No, lo siguiente.