Una tragedia olvidada en la historia
 
En cada lugar geográfico habitado hay pasado, historia, experiencias, y tragedias -resultado de los embates de la naturaleza (inundaciones, terremotos, grandes ondas de calor o intenso frio) que interrumpen la vida cotidiana. Y tragedias no naturales, conectadas a la vida misma de los seres humanos.
Aunque vivo más de la mitad de mi vida en Canadá, no en Hálifax como vivo ahora, me enteré de la explosión que tuvo lugar en Halifax en 1917, leyendo un texto de historia de inmigrantes cuando vivía en la pradera. Pero la explosión, que ocurrió en tiempos de la Primera Guerra Mundial y a meses de la Revolución Rusa, compitió quizás con demasiados eventos grandes y graves. Por lo que, con excepción de quienes viven en la costa Atlántica, muchos canadienses no tienen idea de la magnitud de esta tragedia.
La zona cero de la explosión fue Richmond, entre los puentes McKay y Macdonald, e involucró al barco francés Mont Blanc, que transportaba 2.653.115 kilos de municiones y combustible para aviones, y al vapor belga IMO. En tiempos de la Primera Guerra mundial la bahía de Halifax era un lugar muy ocupado. Las naves se estacionaban frecuentemente en la Cuenca o Bedford Basin, donde esperaban protegidas para abastecerse; entraban a la Cuenca pasando por la zona mas angosta de la Bahía -la zona donde ocurre la coalición que produce la explosión. Geologicamente la bahía es puro granito, lo que se cree contribuyó a la fuerza del impacto.
Frente a Halifax existía ya el pueblo de Darmouth, hoy ciudad integrante del conglomerado Halifax-Bedford-Darmouth administradas juntas por la Región Municipal de Halifax. La provincia de Nova Scotia fue uno de los primeros lugares poblados por europeos en todo el país. Los ingleses usaron a Halifax como puerto militar durante la guerra, pero antes de que ellos llegaran la zona era el hogar de los Mi’kmaq, Pueblo de las Primeras Naciones de Nova Scotia que aunque vivía inicialmente en la Provincia Gaspé (Quebec) se estableció luego en New England y Newfoundland. Los Mi´kmaq se llamaban a si mismos “L´nuk” que quiere decir “el pueblo”. Con la llegada de colonos franceses Acadios en 1600 la vida de los Mi´kmaq se alteró pero no estuvo en peligro porque ambos pueblos compartieron la riqueza natural y se trataron amistosamente de igual a igual. Esto cambió, sin embargo, con la llegada de los ingleses con quienes Halifax se transforma en un lugar hostil, violento y racista por dos siglos en que fue poblada por inmigrantes de EEUU, Escocia, Irlanda y el Caribe. Los Acadios fueron expulsados y sus tierras y bienes les fueron expropiadas consecuencia de guerras imperiales.
En los primeros años del siglo 20, Halifax estaba bajo bandera canadiense y continuó siendo una ciudad militar, con un comercio relativamente desarrollado y una industria en base a la madera (acerraderos, fábricas de papel) y algunas fábricas de alimentos que se beneficiaban del puerto. Era una economía poco distributiva que favorecía a una clase acomodada pero no al resto, lo que perduró entre las dos guerras. El estado federal invertía poco en infraestructura de la ciudad; el estado de bienestar no existe hasta que llega de manos del gobierno federal en los 1950. Mientras, Halifax era una sociedad de clases estratificada bien marcada, con definidos grupos étnicos y religión. Por ejemplo, los ingleses y sus descendientes eran anglicanos, detentaban el poder económico, y vivían en el lado sur de la ciudad (en la península). Irlandeses, franceses y sus descendientes, eran católicos, mayoritariamente pobres, trabajadores de la ciudad y del mar, y vivían en el centro o norte de la ciudad (en la peninsula). En barrios de calles sin pavimento ni alcantarillado, con sistemas de cloacas abiertas, sin agua potable y con poca salubridad. Cerca de ellos vivían los más pobres: familias negras descendientes de esclavos del Caribe o EEUU, mujeres blancas pobres, solas o con hijos, y los invalidos. Trataban de sobrevivir como podían. Todos eran muy vulnerables, golpeados por la miseria y, frecuentemente, la discriminación; sujetos a enfrentar tragedias y abusos – incendios, inundaciones, enfermedades como cólera o tubérculosis. La vida era dificil para la mayoría de la población a principios del siglo 20, lo que nos trae a cuenta de que los males que aquejan hoy a buena parte de la humanidad tienen raíces históricas, son parte de la cultura occidental, aunque gustamos compararla con otras que llamamos menos “civilizadas”. 
Durante la guerra Halifax tenía demanda de trabajo en casi todas las áreas de su economía, es la ironía de que al tiempo que la guerra ocasiona gran calamidad decrece el desempleo por el aumento de actividad.
Una mañana asoleada de invierno, el 6 de diciembre de 1917, una treintena de barcos estaban estacionados en la cuenca de la bahía (Bedford Basin). Bien temprano, el Mont Blanc -que se refugiaba en su viaje de EEUU a Europa, estaba entrando a la Cuenca para estacionarse, llevaba su enorme carga de explosivos pero ninguna bandera roja advirtiéndolo. Al tiempo que el Mont Blanc se preparaba para entrar a la Cuenca, otro barco, el IMO venía saliendo de ella en busca del mar abierto. Iba más rápido de lo acostumbrado en la bahía. En escasos minutos las naves se encaminan a un encuentro y se adivina el colapso. Suenan los pitos señalando planes para prevenir un choque. Debido a la velocidad que lleva, el IMO no logra cambiar de dirección y el Mont Blanc detiene sus motores y trata de virar a un lado. La coalición se adivina inevitable, ambos barcos dan marcha atrás a sus motores para disminuir la fuerza del impacto.
El desenlace de la tragedia había comenzado a las 8:45 am, pero minutos después el capitán y la tripulación del Mont Blanc miraban horrorizados, concientes del peligro que implicaba la carga explosiva que llevaban. Sabiendo que era muy poco lo que podían hacer escucharon los cascos de los barcos crujir con el impacto y vieron los tambores de benzol del Mont Blanc desparramarse sobre cubierta y estallar en llamas. El barco no tenía equipo para combatir aquel fuego, no existía en ese entonces, y el capitán, entendiendo que no tiene opciones hace que la tripulación abandone el barco, convertido en cascada de chispas y fuego. Reman sus botes salvavidas hacia Darmouth tratando de encontrar refugio en el bosque a la explosión inminente. En desesperación gritan a quienes ven sobre el peligro pero nadie parece percatarse, hablan en francés y nadie los entience. 
La coalición causa tal ruido y fuego que atrae la atención de la ciudad, los niños desde las escuelas y la gente desde sus casas se asoman y miran al Mont Blanc arder. Otros, excitados por lo que estaba sucediendo, se acercan a los muelles del puerto. Casi nadie sabe que el barco francés llevaba una carga explosiva. A veinte minutos de la coalición el Mont Blanc estaba cerca a la dársena 6, tanto que sus chispas prenden fuego un edificio. A las 9 de la mañana el barco francés, rojo de fuego, esta listo a detonar y pocos minutos después la inmensa explosión -con un radio de cuatro kilómetros y proyectiles que causan explosiones adicionales sobre madera, leña, carbón y gas, se hace sentir. Fue el horror de la guerra golpeando la tranquila Halifax, y para casi 2000 de sus habitantes la bahía ese día fue lo último que vieron. La explosión, producto de la mano del hombre, fue la mayor de la historia. Se sintió como una bomba atómica, aunque aún ésta no existía.
Minutos después de la explosión, los habitantes de Halifax despertaban en una niebla desorientados y en shock. La zona afectada, más del 20 por ciento de la ciudad, quedó como arrasada, desaparecidas sus casas y sus calles, llena de cuerpos mutilados o destrozados colgando en lugares inusitados, y sobre el suelo una alfombra de ceniza gris. En minutos habían quedado 9,000 heridos, muchos graves, 200 estaban ciegos. Habían 25.000 personas sin hogar; las madres buscaban a sus hijos, los maridos buscaban a sus mujeres. El gobierno de la ciudad demora tres horas en organizarse para lidear con los efectos de la explosión. Se forman comités de ayuda. La gente trabajadora es la que reacciona más rápido y solidaria. La explosión golpeó su lado de la ciudad, el norte. El sur, pudiente, casi no fue tocado, detuvo el flujo del impacto la ciudadela, hoy parque histórico. Las autoridades, y la clase pudiente, usan la tragedia en forma paternalista para reforzar el “status quo” y legitimizarse con políticas sociales y recursos que ellos controlan. Michelle Hérbert, en su libro sobre la tragedia, “Enriquecidos por la Catástrofe” (Enriched by Catastrophe) explica como la ayuda se entrega con limitaciones clasistas y prejuicios.
  La explosión hizo evidente que no habían regulaciones para naves cargadas con municiones, aunque pasaban muy cerca de un área densamente poblada. También se vio que la ciudad no tenía plan de emergencia ni protocolo de comunicación en caso de desastre. En las primeras horas y desde el extremo sur de la ciudad, los habitantes acomodados miraban el humo de la explosión y especulaban si acaso un zepelin alemán había atacado Halifax y no atrevían a acercarse. La explosión dejó al descubierto también las necesidades cotidianas de la gente pobre, los prejuicios que enfrentaban y la falta de un sistema de asistencia social.
A horas de la explosión, los militares se hacen cargo del rescate, levantan cientos de carpas de lona para las más de 20.000 personas sin hogar, y junto con voluntarios no residentes de la ciudad, se dedican a la dura tarea de recoger los restos de muertos y mutilados, tarea que duró varios meses.  Desde Massachusetts llegan médicos, enfermeras, trabajadores sociales, medicamentos. La Cruz Roja americana organiza la ayuda que llega de otras ciudades de Canadá y EEUU, y que figura en reportes y noticias de la época. Hubo un alto nivel de solidaridad en las primeras horas de parte de la gente misma afectada por la tragedia, cuando aún nadie de afuera reaccionaba. Las primeras en solidarizar fueron mujeres, que sin entrenamiento brindaron los primeros cuidados haciendo de enfermeras, trabajadoras sociales y sicólogas. En aquellos tiempos los expertos eran hombres de posición y educación universitaria, no mujeres, que aún batallaban por derecho a voto y calidad legal como personas. 
Resultado de la solidaridad que recibió Halifax, en 1920 se inaugura en la zona norte de la ciudad el primer centro de salud comunitaria. Fue ubicado donde más se necesitaba -en la zona más pobre y desbastada por la explosión.  Era una clínica moderna que integraba varias áreas de salud y asistencia social. No pasaron cinco años que, con la complicidad de las autoridades y médicas, la clinica fuera trasladada al hospital universitario en la zona más privilegiada de la ciudad.
Mucho se podría aprender de esta tragedia, sobre el pasado, el país, la gente, pero es imposible aprender en una sociedad que no examina su historia. El Mont Blanc, cargado de municiones para alimentar la voraz guerra, sigue explotando, su fantasma continúa destruyendo vidas, destrozando cuerpos. Mientras, en las escuelas, seguimos enseñando que las guerras sirven a la democracia y aseguran la libertad. No enseñamos la verdad, que son litigios y negocios de las élites que con ellas se enriquecen.