
Una España en blanco y negro
Mientras sus señorías en el Parlamento juegan a pelear votos, bien repletos los bolsillos y asegurados derechos y jubilaciones sin comparación con el resto de sus supuestos representados, los ciudadanos de todas las edades y grupos sociales reclaman en la calle la justicia y el bienestar que aquellos les arrebatan o no les proporcionan porque no saben, no pueden o no quieren, que de todo hay en su circo.
Mareas ciudadanas de todos los colores reivindican una y otra vez – como verdadera y más legítima voz del pueblo que son– los derechos y libertades perdidas o en riesgo. Claman contra recortes y privatizaciones desenfrenadas que afectan a todos los sectores básicos, desde el agua hasta la educación o la sanidad. Claman contra un gobierno en manos de sordos sin conciencia, ya deslegitimado por sus acciones; un gobierno enfrentado a todos los sectores sociales menos al dominante: obispos, y lobbies financieros y multinacionales varias- que son legión, y son amigos. Estos son quienes controlan el Estado apoyados, ay, por los más retrógrados de los ciudadanos y considerados como algo irremediable por unas cúpulas sindicales y políticas apoltronadas y calculadoras que juegan hábilmente a nadar y guardar la ropa, al igual que tantos jueces.
Viejas pesadillas de la España en blanco y negro de las que parecíamos haber despertado cuando vemos a niños que pasan hambre y a familias enteras puestas en la calle por orden judicial. Viejas pesadillas parecen removerse en el inconsciente colectivo español cuando observamos leyes como la llamada “ley mordaza”, que caen sobre el país una tras otra como ladrillos en las cabezas de todos moviendo a multitudes a tomar las calles tantas veces y en tanto número como no hemos visto desde los tiempos de la República. Y la respuesta del gobierno- que no olvidemos, es nieto ideológico del franquismo- es convertir en un problema de orden público las respuestas de una ciudadanía harta de tanto desempleo, tanta corrupción, tan bajos salarios, tantas privatizaciones y tantas leyes antisociales que nos niegan derechos básicos conseguidos con grandes sacrificios. Se ha destruido en tres años casi todo lo conseguido en los últimos 30 en educación, sanidad, derechos sociales y laborales.
A pesar de todo eso y de todas las “mareas” de colores pocos son aún son los movimientos sociales de base que – para empezar- demandan la dimisión del Gobierno y un periodo constituyente. Pocos piden dejar de pagar la parte de deuda de la que no somos responsables y demandan salirnos del euro como gato de una piscina. Porque entrar en el euro fue el pistoletazo de salida de nuestra ruina. Así que salir, no puede ser peor. Muchos, en cambio, son los que se conforman hasta con perder casi todo, incluida su autoestima. Lo grave es que desde el principio de la crisis, el número de suicidios iguala al de accidentes de tráfico y el de desahucios es algo que nos lleva a formar parte del suburbio de Europa junto a los griegos.
España es un país raro. Si hacemos caso a las encuestas de intención de voto, todavía son millones los españoles- no parecen ser la mayoría, pero se aproximan- los que apoyan a estos mismos que les amargan la vida, porque aunque existen diferentes opciones políticas, ninguna próxima a los intereses del pueblo- excepto PODEMOS- tiene suficiente apoyo popular para imponerse hasta el punto de hacer salir a los españoles de esta especie de bicefalia política entre los extremistas de la derecha y los moderados de una llamada izquierda que ha perdido sus señas de identidad.
La pelota de este juego viene pasando demasiado tiempo de banqueros a multinacionales, y de estos a la Iglesia: da igual qué partido triunfe en las urnas, los ricos repiten goleada. Y uno se pregunta: ¿Por qué este eterno día de la marmota en este país sin que exista una masiva respuesta popular no violenta, pero firme y organizada? ¿Masoquismo, incultura, colonización mental, primitivismo, miedo, prejuicios? Uno se pregunta. Uno se pregunta qué lleva aún a millones a pretender elegir en las urnas a los que ya eligieron años antes y quedaron desenmascarados como mentirosos y enemigos de su bienestar, de su futuro y del futuro de sus hijos. Y uno se pregunta finalmente si quienes votan gobiernos de corruptos y escuchan a quienes propagan sus ideas, lo hacen porque ellos querrían ser ricos como ellos y disfrutar de su aparente gloria y privilegios. Y es que aquí es ya crónico que a más alta esfera social, más alta inmoralidad y más corrupción y desvergüenza, se presenten con las siglas que quieran. A la ignorancia crédula de los españoles conservadores votantes de cualquier bando, se añade que nos hallamos en un momento extremadamente delicado por la deriva internacional del neoliberalismo depredador al que sirve a ojos cerrados este gobierno igualmente incalificable en cualquier terreno que observemos, incluido el intelectual. Así las cosas, ¿será capaz el movimiento ciudadano de imponer pacíficamente cambios profundos y un nuevo sistema de democracia participativa donde se tomen en consideración las demandas ciudadanas hoy reprimidas o ignoradas con violencia o con silencioso desprecio? ¿Cuánto tiempo ha de tardar aún el pueblo para ser escuchado y disponer de la fuerza suficiente para quitar a quienes eligen y luego actúan contra sus intereses? Tiempo al tiempo, pero el tiempo corre cada vez más deprisa y sería bueno estar despiertos para que lo que está viniendo no nos coja desprevenidos, en la seguridad de que nadie nos va a sacar las castañas del fuego por más discursitos con que quieran entretenernos sus señorías en ese teatro decadente llamado Parlamento.
Las cartas están sobre la mesa, pero los que dirigen el juego hasta hoy siempre ganan, y la banca siempre pierde y siempre somos nosotros. A ver si todos terminamos por