Una crónica del mundo
Los estudios científicos sobre catástrofes, realizados en el presente año, concluyen que estas han aumentado en un 55%….El año 2005 fue el peor que se recuerda, y la onU y los especialistas concluyen que se irá a peor. Basta repasar las hemerotecas o acudir a la memoria para tener la evidencia de infinidad de desastres en todo el mundo que aumentan incesantemente en todos los continentes. Las previsiones de los científicos son de lo más pesimistas con respecto a un futuro muy próximo. Y la pregunta es: ¿Qué tiene que ver todo esto con los comportamientos de los hombres?…. ¿Podemos los hombres provocar fenómenos de tal envergadura?…La respuesta es SI. Nuestro nivel actual de conciencia favorece eso y no es capaz de ir en contra mayoritariamente.
De sobras es aceptado, tras muchas reticencias de los políticos y de sus servidores en el campo científico, el hecho del cambio climático irreversible y la intervención humana en tal cambio: deforestación por talas e incendios, contaminación de la biosfera por el uso de pesticidas y organicidas, residuos industriales y todo tipo de venenos resultantes de la industria armamentista (guerras) y nuclear, vertidos en los mares, etc. El cambio climático es nuestra obra, y es el causante directo del desequilibrio entre los elementos tierra, agua, aire y fuego que constituyen el organismo planetario, agredido de continuo por esta “civilización”, y que ahora va en contra nuestra. Es la reacción a esa acción agresiva en busca de la propia regeneración del organismo enfermo Planeta Tierra. Exactamente igual actúa un organismo humano enfermo: sube su temperatura, elimina, expulsa, se agita, etc.
Desde hace dos milenios se bautizó como Apocalipsis a este proceso de auto-regeneración del Planeta y del hundimiento progresivo de esta civilización materialista. Pero pocos comprendieron su verdadera dimensión y su esencia. Ahora se ve más claro todo esto.
Si observamos el campo espiritual y reflexionamos brevemente sobre la organización de la vida colectiva vemos enseguida que la envidia, la codicia y el deseo de poder y reconocimiento constituyen los pilares sobre los que se construye este mundo. Todos ellos son pilares negativos. Sus valores son contrarios al espíritu; especialmente contrarios al amor, a la libertad espiritual, al desapego de personas y acciones y a la cooperación. Por tanto, este mundo no se asienta sobre valores de progreso, que conducen a la verdadera libertad, a la felicidad y a la justicia, sino sobre los valores típicos del ego, valores de la oscuridad que sólo producen desunión, conflictos, guerras, y todo tipo de energías contrarias a las leyes divinas y a las leyes de la Naturaleza. Estas energías sirven justamente de “alimento” a aquellos que dirigen el mundo y provocan con este alimento energético la enfermedad, la muerte física, y sufrimientos sinnúmero de los ignorantes “donantes” que se dejan seducir y conducir por ellos. Y también, las catástrofes ecológicas, consecuentes al modo de pensar materialista.
Con todo, no se parte en estas reflexiones de considerar que estas sociedades conflictivas y sus diversas ideologías de tal o cual carácter determinan sistemas de convivencia y relación, y resultan, por tanto, los responsables finales del comportamiento humano. Este ha sido un paradigma del pensamiento de la izquierda política, modelo muy presente entre los errores de la contracultura política de los 60, donde se insistía mucho en el victimismo social, y en la culpabilidad absoluta del Sistema, lo que justificaba ir contra él desde una supuesta inocencia.
Si un ladrón te propone robar y tú robas porque te presiona con violencia, seréis culpables los dos, pero en muy diferente grado. En esta sociedad del ego, los elementos del Sistema no determinan, pero sí condicionan. Condicionan porque pueden convencer o imponerse por la violencia. Condicionan, porque la mente individual de los que se hallan bajo un determinado sistema social o político ha sido, también, previamente condicionada y es receptiva para aceptarlo, y no por casualidad ha sido posible conseguir tal cosa: el terreno esta preparado para la siembra, incluso puede que desde otras vidas, pues lo que no se purifica en una pasa a la otra como asignatura pendiente en este Planeta-Escuela llamado La Tierra, que ahora vuelca sobre la humanidad el resultado de su siembra milenaria.
La receptividad mental está ligada en cada caso al nivel de desarrollo de la autonomía de la conciencia, al nivel de libertad espiritual de las gentes. Una nación, por ejemplo, no puede ser liberada de un régimen tiránico para siempre si no es porque cada uno de los que lo sufren eliminan poco a poco en su conciencia aquellos defectos de su condicionamiento personal que les permitió ser sometidos y manipulados. Los tiranos suelen caer por presiones externas, pero si sólo es esa la razón de su caída, antes o después vienen otros tiranos y hasta ganan elecciones democráticas. La conciencia del elector decide la calidad del elegido. El peligro número uno del poder es que es admirado por los débiles, previamente condicionados para depender.
Cada uno es responsable de sus pensamientos, de sus emociones y de sus actos, cada uno es libre mientras no le hayan implantado un microchip para dirigirlo a distancia o le hayan dado un fármaco que le prive de autonomía mental. Cada uno es libre, pues libre fue creado por Dios. Lo que haga cada uno con su libertad a lo largo de su existencia es asunto suyo, asunto de su conciencia, pero no podemos pasar por alto que la suma de los contenidos de las conciencias individuales (pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos) que son los cinco componentes espirituales constituyen el entramado energético del mundo, la atmósfera espiritual de la Tierra. Y eso es lo que cuenta en el cómputo final.
Igual que existe una mundialización económica existe igualmente una “mundialización de la energía colectiva humana”, lo que define Cristo desde el cristianismo originario como “Crónica Atmosférica”, impresiones electromagnéticas en el éter procedentes de la humanidad, a lo largo de su historia, que envuelven la atmósfera física donde, a modos de sutil cinta grabadora se hallan impresos todos cuantos pensamientos, sentimientos, palabras y contenidos de las acciones sucedieron a lo largo del tiempo de los seres humanos. Esta crónica atmosférica, es una carga de siembras. Siembras que esperan su propio tiempo para la cosecha. Y un día, esa cosecha se desploma sobre nuestras cabezas en forma de destino personal o colectivo. Destino no ciego ni azaroso, sino creado por nosotros.
Cuando llegue el turno a la siembra realizada en milenios (y estamos empezando a comprender que el momento está llegando, a la vista de cuanto acontece), todo aquello que cada uno haya puesto en esa grabadora cósmica como energía, como energía de la misma calidad le volverá. Aunque “los molinos de Dios muelan despacio”, como nos recuerda el cristianismo originario, si uno ha lanzado una piedra contra el cielo, que no espere ver caer una manzana asada.
Observando diversos comportamientos culturales, sociales, etc. en diferentes sociedades históricas, y a pesar de los condicionamientos de todo tipo, siempre es posible concluir, en cualquier caso, que cada uno es el verdadero y único responsable de la propia conciencia, con más o menos facilidades para evolucionar según donde se viva y según cómo se esté dispuesto a enfrentarse a ese hecho, pero hasta el momento nadie puede impedir a nadie llevar el timón de su vida interior. Esto es muy importante y se insistirá a lo largo de este trabajo. Quien se deja influir por algo negativo es porque eso mismo es una analogía en su conciencia, y vive en su consciente o en el subconsciente.
Nadie puede pedir cuentas a nadie de lo que uno hace con su intimidad, sin embargo cada uno es responsable en su propia medida de cuanto nos acontece a todos en la vida diaria, que es la consecuencia materializada ,proyectada al mundo exterior, del interior individual.
Nadie está aislado, pues aunque lo pretenda, no puede dejar de sentir, de pensar, etc, y todo eso, trasladado a la crónica atmosférica, configura la atmósfera espiritual y energética del mundo, y a la vez, simultáneamente, se dirige al lugar del cosmos que le corresponde por vibración, debido a la atracción que resulta de la Ley de Semejanza, donde “igual, atrae a igual”.Debido a esta ley, el lugar que nos corresponderá personalmente tras nuestra muerte física estará en consonancia con ese grado de vibración energética que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra existencia, que expresa nuestra madurez evolutiva en última instancia y que corresponderá a un sitio concreto del cosmos al que continuamente llega nuestra energía.
Así pues, tras la muerte del cuerpo, uno, como energía consciente, se siente llamado espontáneamente hacia aquellos lugares a los que previamente envió su personal forma de pensar, sentir y actuar. Nuestra energía termina por encontrar un campo afín debido a la Ley de Semejanza.
Cada uno, pues, elige previamente su lugar de residencia futura, reencarne o no posteriormente. El cristianismo originario explica esto, pero las iglesias hace mucho que renegaron de Cristo y del cristianismo para convertirse finalmente en los representantes “espirituales” de la Oscuridad, por tanto tampoco hablan de estas cosas.
Siendo un hecho incuestionable la libertad de conciencia, tendremos que preguntarnos no obstante, ante la lentitud de la evolución del género humano, sobre qué clase de condicionamientos existe en cada uno de nosotros hasta el punto de haber producido en el conjunto todos los errores y todos los horrores que tanto nos están costando a cada uno superar.
Sería un buen ejercicio terapéutico desenmascarar esa especie de “virus “-que actúan contra nuestros organismos psíquicos y mentales antes de que la “enfermedad” erosione gravemente al enfermo. Una vez hecho esto, cada uno es libre de usar el “tratamiento” que le convenga a su caso, y hasta de dejarse morir biológica o espiritualmente, si quiere, con todas sus consecuencias.
Claro es que existe la posiblidad de intentar una revolución política en el mejor de los casos, pero que no quepa duda que sin  revolución de la conciencia no es posible una revolución social: si acaso un cambio de poder y algunas migajas más a los pueblos hambrientos de pan, salud , libertad, y justicia. Ninguna revolución ha dado esto porque la evolución del conjunto no está a la altura de lo que se pretende.
Tampoco ninguna revolución hasta ahora se ha preocupado por favorecer la toma de conciencia de las gentes en el sentido de la libertad, igualdad, hermandad, unidad y justicia.Se habla mucho de eso, pero del dicho al trecho hay un proceso revolucionario personal pendiente.
Cada uno tiene que  empujar en ese sentido hasta que podamos conseguir esa humanidad   que todos deseamos libre, justa, pacífica, fraternal   y solidaria.