por Xavier Contreras
Hace ya varios días, los medios de comunicación funcionales al imperialismo yanqui publicaron con grandes y escandalosos titulares la noticia de la detención de un presunto peligroso terrorista que se encontraba en el país, supuestamente reclamado por la Justicia de Chile. Se trataba de una maniobra harto conocida para preparar a la opinión pública para el siguiente capítulo de la novela: Bolivia, al lado del bien y contra el mal, hacía entrega del criminal al gobierno que lo reclamaba.
Pero a pocas horas de la detención, comprobada la situación legal del protagonista, el gobierno optó por lo correcto y por lo más sano: devolverle su libertad. Tal decisión tiene un profundo significado, porque muestra al país como territorio de paz y solidaridad, como lo ha sido, por ejemplo, México para muchos latinoamericanos y no latinoamericanos que, en su momento y escapando del terror fascista, encontraron en la patria de Pancho Villa refugio y asilo.
Debo reconocer que apenas publicada la primera noticia fui de los escépticos que pensaron que el gobierno, presionado por la “comunidad internacional” (eufemismo con el que se disfraza en realidad al verdadero titiritero que moldea la “opinión” de muchos gobiernos sumisos), intentaría quedar bien con su implacable oposición interna y externa.
Razones fundadas tenía: hace algunos años, un ministro de Gobierno que hasta el día de hoy funge de importante en el entorno de Evo Morales, no vaciló en entregar a un refugiado italiano que huía entonces de la persecución que se le avecinaba con la llegada al poder de Bolsonaro en Brasil. El ministro de marras, cuyo nombre me causa verdadera repulsión, se negó ante el Defensor del Pueblo de Santa Cruz a retrasar unas horas la deportación; era un día domingo, pero había mucha prisa. Increíblemente, un avión de Alitalia ya se encontraba parqueado en el aeropuerto internacional de Viruviru, lo que confirma que la entrega del prisionero fue pactada mucho antes y el operativo se cumplió sin más trámite.
Se afirma que el ministro informó al entonces presidente que el caso refería a un terrorista buscado internacionalmente. Terrorista fue el epíteto con el que se satanizó a todo luchador social que, llegado el momento, asumió incluso la responsabilidad de alzarse en armas contra el opresor de su patria. Ese es el caso del militante que, junto a otros militantes de su pueblo, tuvo la valentía de organizar en la clandestinidad la resistencia a la dictadura de Pinochet, hoy añorada por los áulicos que todavía detentan el poder en Chile. Se trata, en consecuencia, no de un terrorista, sino de un verdadero patriota cuya extradición no ha sido llevada a cabo por el gobierno boliviano, en el marco del respeto a las leyes internacionales y cumpliendo con todos los tratados estipulados al respecto.
Triste comparación, pero cierta, entre un gobierno del Proceso de Cambio que tuvo la vileza de traicionar a un militante perseguido (¿cuáles fueron los beneficios para el gobierno y/o para el ministro traidor?) y el actual gobierno del Proceso de Cambio que actuó con base en principios que lo enaltecen hoy. El fascismo y el neo fascismo se disfrazan de democracia; prepara sus grupos paramilitares por si el intento electoral fracasa en agosto y vocifera que todo cambiará. Uno de ellos recibe el benévolo espacio mediático para decir que “sacaría a palos” a quienes ejercen el derecho a la protesta. Advertencia explícita de lo que podría venir si el pueblo boliviano no recupera su unidad para preservar la democracia, el Proceso de Cambio y las conquistas populares que tanto sacrificio han costado.
Evitar el retorno del fascismo y el neofascismo, la repetición de esa vergüenza continental que es Milei, es la tarea urgente en Bolivia y en nuestro Abya Yala, para que sus territorios sean oasis de paz, solidaridad y justicia. A los otros, a los traidores, que el diablo se los lleve.