Un estado no socialista
Las grandes instituciones inter e intraestatales son de una ineficiencia en justicia distributiva que es directamente proporcional a su tamaño. Suponer que podemos ir a menos sin que aumenten las diferencias entre aquellos a los que les va bien y a los que no tanto, inter e intraestatalmente, es de una candidez tan exagerada que ya parece mala intención.
A nivel mundial no existe un “dictador benévolo” ni un “gobierno democrático universal” que se responsabilice de desarrollar aquellas funciones redistributivas y equitativas – capaces de reducir los mecanismos marginadores, favorecer la movilidad social, promover un Estado de Bienestar, garantizar a toda la población el acceso a los bienes públicos y a las infraestructuras básicas – a las que puedan recurrir los gobiernos nacionales.
Si un concejal de tu pueblo o de tu barrio lo hace mal o roba uno puede encararse con él. Pero encararse como individuo con el BCE o la UE o el FMI es como escupir al cielo. Y ya se sabe, el que al cielo escupe, en la cara le cae. La competencia y la envidia sirven para afinar la justicia distributiva en escalas a la medida del hombre. Las grandes instituciones, como por otra parte la democracia, sirven para ocultar a los que mandan, a los que deciden por nosotros, a los que se aprovechan. Decir lo malas que son es como castigar tierra sorda, es pretender que cambiar de gigantes y cabezudos para la fiesta de este año cambia las cosas, es una manera de hacer mala leche que hacer tragar a alguien o aprovecharse del sentimiento de que otro mundo es posible de la gente de buena voluntad.
Cuando en nuestro papel como productores empezamos a fallar la tomamos con la distribución. Queremos redistribuir y miramos de mala manera primero al que tiene de todo, después al no le falta nada, luego al que tiene más que tú y finalmente al que tiene lo que tú necesitas o lo que para tu hermano es cuestión de vida o muerte. De eso tiene demasiado, sin duda.
La ampliación de la comunidad económica europea, como la entrada de inmigrantes, debía servir para que los más retrasados se recuperaran in situ y que los más adelantados encontraran nuevos mercados y menores costes para competir internacionalmente. Pero a medida que los números dejan de salir, el efecto redistributorio debe retardarse y hay que pensar más en una integración escalonada que en una integración uniforme. Posponer sine die, dejar para cuando las circunstancias sean más adecuadas, los cambios más elementales en justicia distributiva.
Cuando el Estado va siendo reducido a una agencia de protección social de sus ciudadanos, cuando el Estado deja de ayudar a la empresa, deja de moderar el capitalismo, puede encontrarse con cada vez menos medios para atender a los más desfavorecidos. Es la situación en la que la izquierda no quiere pensar. Porque la izquierda lo es a través del estado o no lo es.
No se puede resolver desde premisas éticas el conflicto entre “si hay que reconocer mucho a quién mucho rinde, o al revés, exigirle mucho a quién puede rendir, es decir si se le dan muchas posibilidades a quien tiene talento o, al revés, para equilibrar la injusticia de una distribución desigual de las capacidades procurar que el talento no se aproveche de sus mejores posibilidades en el mundo, descansando de tanto listo en el mercado a base de dar entrada a los tarados en la administración.
El socialismo es un régimen de administración estatal de la producción capitalista, un sistema de distribución de la riqueza, no de su producción. ¿Cuántas veces hay que recordarlo? Un estado no socialista es un término contradictorio. Pero eso no quiere decir que sea inexistente, claro. Algunos creen que eso lo arreglaría todo. Al acentuarse la pobreza baja el comercio, las cosas empiezan a perder valor de cambio… “vuelven nuestras cosas esenciales, son estribillos de estribillos”, son los valores de uso que están de vuelta, de vuelta con su cantinela de erres: con compulsiones a reducir los abusos, redistribuir la riqueza, reciclar los restos… a resolverlo, o al menos a revolverlo todo.