Ucrania abandonada a su suerte

 

El 6 de marzo de 2022, poco después de iniciarse el ataque del ejército ruso contra Ucrania, publiqué en este mismo medio un artículo (La soledad de Ucrania nos hace cómplices) denunciando la indiferencia, cuando no la secreta satisfacción, con que gran parte de la izquierda española (institucional, cultural, política y sindical) había asumido la trágica noticia. Una actitud obscena y suicida que se ha mantenido impasible durante estos tres largos años de guerra brutal y desigual, y que se ha concretado en que durante todo este tiempo no se haya producido ninguna protesta masiva (pública o civil) en apoyo y solidaridad con la población víctima por parte de los referidos <<colectivos progresistas>>. Lo que sin embargo entonces casi nadie podía prever es que llegaría un día en que un presidente de los Estados Unidos elegido en las urnas, Donald Trump, se sumaría exultante a esos grupos transigentes con la macacre decretada por Moscú. Distopía compartida hoy en uno y otro extremo de la militancia ideológica (<<Ucrania nunca debió empezar la guerra con Rusia>>, dice Trump refrendando a Putin), que viene a ratificar la realidad de un mismo nicho totalitario entre el populismo de extrema derecha y el populismo de extrema izquierda.

El texto de referencia iba precedido de una cita del guerrillero anarquista ucraniano Nestor Makno que hoy adquiere toda su dramática dimensión existencial para el inmediato futuro de una Europa amenazada por el fuego cruzado de trumpistas y putinistas: <<La libertad de cada uno es responsabilidad de todos>>. Decía así:

[El 24 de febrero se cumplía el aciago pronóstico: la Rusia de Putin, segunda superpotencia nuclear del mundo, invadía por tierra, mar y aire a Ucrania. Era la crónica de una agresión anunciada y denunciada. También la del negacionismo del Kremlin y todos sus compinches que se mofaban de la clarividencia de los aguafiestas. El presidente semivitalicio de Rusia, antiguo coronel de la siniestra KGB, <<justificaba>> la ocupación armada para expulsar a <<la camarilla de drogadictos y neonazis>> que gobierna el país. <<Armas de destrucción masiva>> que, conociendo la idiosincrasia del nuevo Zar frente a los disidentes, bien podría incluir a <<homosexuales, lesbianas y demás ralea>>. Mentalidad tridentina que en nuestros pagos recuerda al anatema <<chorizos, macarras y anarquistas>> con que se despachara un iluminado ministro del Interior.

Lo chusco es que aquí y ahora, para las pulidas familias que integran la izquierda estatista, la proclama de Putin iba a misa. Ucrania era un nido de fascistas que el presidente ruso había tomado la responsabilidad histórica de eliminar de cuajo. Y dicho y hecho, de sus cuarteles de invierno no salió una protesta contra la intervención del matón moscovita, ni cartas de abajofirmantes denunciando el bárbaro atropello. Como si las bombas, los misiles y los tanques fueran solo un atrezo de feria, y en sintonía con lo que predica Vox, convocaron concentraciones con el eslogan de ¡No a la Guerra! ¡No a la OTAN! O sea, bendiciendo la misma <<política de apaciguamiento>> que permitió en los años treinta del siglo pasado a Adolfo Hitler anexionarse Austria y los Sudestes ante la indiferencia de las sedicentes democracias. Tolerancia y comprensión con el verdugo mientras se somete y deshumaniza a la víctima que serviría al jerarca nazi (acrónimo de Partido Obrero Nacional Socialista) para desencadenar la Segunda Guerra Mundial. Conflagración iniciada en 1939 en un estrecho mano a mano con la URSS de la revolución pendiente. En esa criminal alianza permanecieron durante dos años Hitler y Stalin, hasta que en 1941 el socio germano se volvió contra su camarada de fechorías, tras haber devastado media Europa. En ese contexto histórico calificar de <<nazi>> al vecino es como mentar en diferido la soga en casa del ahorcado. Pero sus afines de la gauche populista lo tienen claro: los verdaderos agresores están entre los cadáveres ucranianos. La matanza, según su relato omnívoro, se ha hecho por nuestro propio bien. Una novísima manera de recrear el Gulag del pensamiento único que deja a Orwell en pañales. Flamantes heraldos de la banalidad del mal: los mismos que durante la guerra fría tildaban de <<socialfascista>> a la oposición socialdemócrata.

Putin es un postcomunista entreverado, a medio camino del chequista curtido en la Alemania del Este (la cuna y bastión de los ultras de Alternativa para Alemania) y del autócrata del imperio de las fake news y la desinformación, aunque su alma sigue estando con aquel totalitarismo de Estado que capotó. De ahí el carácter híbrido de su puesta en escena, combinando mentiras y bulos (cuatro días antes del ataque había prometido que el día 20 las tropas regresarían a sus bases); la amenaza mafiosa (durante los ejercicios militares alertó sobre la capacidad nuclear del arsenal desplegado) y las cortinas de humo de la diplomacia pacifista. Vieja conocida, esta última, en los anales de la <<disuasión soviética>> a través de la movilización de masas biempensantes; el vetusto agriprop picassiano. Fernando Claudín, uno de los mayores teóricos del marxismo español y antiguo miembro del Comité Ejecutivo del PCE, denuncio largo y tendido la impostura de esos <<combatientes por la paz>> como gran aportación de la URSS para lidiar la política de confrontación. <<El movimiento por la paz, ya lo hemos dicho, no era más que una presentación camaleónica del propio movimiento comunista y sus filiales>> (La crisis del movimiento comunista. Ruedo Ibérico, 1077. Pág.530).

Lo que ahora se ofrece a Ucrania es la paz de los cementerios, simplificando y mixtificando su historia. Resulta evidente que allí actúan grupos neonazis, pero hay que purgar el grano de la paga. En la duma de Kiev la extrema derecha carece de representación, lo que no quiere decir que en el frente (es un país en guerra desde que en 2014 Putin se quedara con Crimea) no haya formaciones de esa ideología. En España, la extrema derecha es la tercera fuerza parlamentaria y nadie osaría decir que somos fascistas. Ucrania tuvo muchos ciclos históricos y es un crisol de culturas que se condensa en un sincretismo lingüístico. Rusoparlantes y ucranianoparlantes comparten un territorio milenario devenido en Estado soberano en 1989, de común acuerdo con su <<antigua metrópoli>>. Hubo colaboracionismo con el ejército nazi (como en Vichy), pero vino tras un profundo resentimiento con el poder soviético, responsable de someter a los ucranianos a un genocidio por hambre. El Holodomor, bien reflejado en la película Mr. Jones, que entre 1932 y 1933 causó varios millones de muertos tras requisar Stalin todas las cosechas. Pero antes incluso hubo movimientos emancipadores, como el del anarquista Nestor Makno, que se enfrentó al ejército blanco y a los bolcheviques, en defensa del campesinado expoliado. Como bien recuerda el historiador Timothy Snyder <<hasta 1939, la mayoría de los crímenes en masa realizados en Europa, fueron en realidad realizados por estalinistas en la Unión Soviética>>]

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