Ética sin moral.
La maldita ética sin moral, los malditos valores viriles vuelven con los islamistas radicales, y su sentirse ofendidos se traduce en asalto a las embajadas occidentales. Parecen dispuestos a volver a escribir mal la historia, a repetir como si fuera una farsa nuestros errores. ¿Cómo avisarles de que el régimen social carcelario es la última creación, las cámaras de tortura la última palabra de la llamada ética sin moral, de los llamados valores viriles y que las relaciones entre el sospechoso y el delator, entre el verdugo y la víctima que implican consiguen acercar el infierno a la tierra?
¿No tienen derecho a cometer sus propios errores? ¿Quiénes somos para dar lecciones? ¿Después de haberles vendido tantas armas, podemos decirles que mejor no usarlas? ¿Les hicieron caso los rojos a los verdes hace un montón de años, cuando estos últimos se incorporaron a la escena política? ¿Ahora que por fin puedo comprarme un coche me dices que porque poluciona mejor sería que no me lo comprara? O como la obligación de pagar la tasa ecológica de los emergentes: ¿me invitas a un café después de la comilona que acabas de zampar y ahora resulta que la cuenta la tenemos que pagar entre los dos?
En Occidente hemos hecho por desmantelar el carácter ambicioso, belicoso, posesivo del hombre, hemos intentado que no se extienda a las mujeres. El machismo -la polémica definición de la virilidad que en la psicología de los antiguos era la pasión central natural, es decir la pasión de la unión y la lealtad- se convirtió en el villano, el origen de la violencia de género. En efecto hemos conseguido ablandar a los hombres, pero hacerles «cuidar» es otra cosa, y el proyecto ha fracasado miserablemente.
Cambiar la dirección del resentimiento es lo propio de los sacerdotes, los de hoy ya no tratan de convencernos de que la culpa la tenemos nosotros, sino de desviar la atención de lo mal que lo han hecho, que lo están haciendo los secesionistas o los islamistas, a lo mal que lo han hecho, lo están haciendo los unionistas, los occidentalistas.
El que la corrupción a nivel local sea mayor o que la impunidad de las iglesias haya favorecido, siga favoreciendo los desmanes de los poderosos es, gracias a ellos menos importante de lo que debiera. No hay manifestaciones delante de las fábricas de automóviles. Al menos de momento. Hay manifestaciones porque se trata de echar a la gente a la calle, cuando debiera haberlas a favor de tirar menos de coche. Que ya las ha habido, pero menos de lo que sería de esperar, ya que el sentido común sigue siendo el menos común de los sentidos. Los entendidos en religión viven de ello.
Si dices que todo va mal eres una persona normal, avispada incluso si afirmas que unas cosas van peor que otras. Si haces algo por remediar casos concretos eres una buena persona, si haces mucho, incluso un santo. Si dices que las cosas van mal por culpa de unos u otros eres un resentido, puede que incluso un comunista.
Si te da por hacer algo por remediarlas se te confirma que el manicomio en el que crees vivir es real, se pasa a pensar que quizás sería bueno algo de terapia a tu respecto y se te recomienda la visita al médico mientras que de momento, se pone en duda la limpieza de tu discurso, hace poco incluso se restringía tu capacidad de movimientos.
Nuestros hermanos musulmanes no sólo están metidos en el callejón sin salida anticapitalista sino incluso en el antitécnico. Los resentimientos antitécnicos no alcanzan más allá de la formación de subculturas, que los superados pueblan con sus típicas mistificaciones; estos padecen la doble moral, que ninguna terapia puede tratar, consistente en pensar pretécnicamente y vivir técnicamente.
A los éticos inmorales y los moralistas sin ética les gusta tanto discutir que algunos pensamos que deberían casarse. La moral tiene que ver con la simetría de mis relaciones con otros seres humanos. La ética tiene que ver con mi coherencia conmigo mismo, con mi fidelidad a mis propios deseos. La ética inmoral puede ser la del revolucionario. Que no duda en hacer víctimas para salvar su coherencia. El debilucho ocioso y estúpido que obedece reglas morales y se preocupa por no sentirse culpable, o en todo caso porque no le pillen, representa la moral sin ética. Es el hombre del resentimiento de Nietzsche.