Sobre el patriotismo democrático: ausencias y aportaciones
Por Peio Salazar Martínez de Iturrate*
El pasado 14 de Septiembre CTXT publicaba un artículo de la doctora Clara Ramas (Ocho claves para el patriotismo democrático que viene) en el que ésta desarrolla el potencial del patriotismo democrático como forma de afrontar el interregno (periodo entre la caída del viejo orden y la aparición de uno nuevo que los sustituya) resultante del colapso del sistema capitalista neoliberal. Finalizaba dicho artículo con 8 claves sobre las que desarrollar un posterior debate.
El motivo de este artículo de réplica no es el de contradecir las aportaciones de la autora, las cuales suscribo una por una, sino tratar de paliar una serie de ausencias y de ir más allá en cuestiones que son tan problemáticas como centrales, en las que la doctora Ramas se detiene en el umbral, dejándolas sin contenido sustancial. Para desarrollar estas problemáticas y ausencias me valdré únicamente de aportaciones tan valiosas como ignoradas del que ha sido uno de los padres de los sistemas políticos actuales: Jean Jacques Rousseau, quién puso los cimientos de conceptos como patria o democracia al aportar concepciones tan importantes como el de voluntad general.
Hacia una concepción integral de democracia
La primera cuestión reside precisamente en el contenido de una de las dos claves expuestas por la autora: la democracia. La autora, al no entrar en la cuestión, deja esta concepción vacía de contenido, lo que es lógico ya que anuncia que desarrollará estas claves en próximos artículos. Más preocupante es el hecho de que en su gran artículo haya una gran ausencia: el socialismo. Y es que apelar a la democracia y no apelar al socialismo (en sus múltiples formas posibles) que democratice los principales recursos de poder es continuar con la misma farsa política de las últimas décadas que trata de ocultar la cada vez más clara incompatibilidad entre un sistema democrático real y el sistema capitalista, hecho que ya fue anunciado por Kalecki1, advertido por Milton Friedman2 y apuntado por el propio W. Streeck3, al que la autora menciona. Poco hemos avanzado si durante los últimos años de crisis aún no hemos comprendido que una democracia sin socialismo (sin una socialización del poder económico) por muy feminista, ecologista, no xenófoba e inclusiva que sea, es sólo media democracia y, por lo tanto, no es democracia real.
Las democracias que conocemos –basadas en la forma democracia liberal representativa- son, seguramente, los sistemas sociales más avanzados a la hora de garantizar derechos y libertades políticas en sociedades complejas como la nuestra. Pero su capacidad para democratizar realmente el sistema social es, en realidad, parcial y limitada porque ignora un aspecto de la realidad social que es incluso más importante que el político a la hora de garantizar la libertad: el aspecto económico.
Esta limitación de la democracia burguesa viene precisamente de la concepción reduccionista que los propios liberales hacen de la libertad: reducen ésta a su aspecto político, esto es, a lo que está permitido hacer y lo que no, lo que es sancionado y lo que no. Por ello, su principal reivindicación (desde el clásico laissez-faire) siempre ha sido que restricciones políticas (legales) no limiten la autonomía y la capacidad individual. La dimensión omitida por los liberales es precisamente la económica, la libertad sujeta a las condiciones materiales que la hacen posible, esto es, los recursos necesarios para que las personas puedan realmente materializar su voluntad, su libertad. Y es en este aspecto en el que se da la incompatibilidad entre capitalismo y democracia real: el capitalismo necesita destruir la libertad económica de trabajadoras y trabajadores para que sigan aceptando coercitivamente su explotación en el mercado asalariado capitalista.
Precisamente el fundamento esencial del sistema capitalista se basa en la propiedad privada como una forma de libertad política invulnerable pero que, a la vez, constituye una contradicción con la libertad económica del conjunto social que deriva en servidumbre para una amplia parte de éste. La propiedad privada es para los poseedores un derecho político (posee un bien del que puede hacer uso libre y exclusivo) pero para el resto de la sociedad es una forma de restricción, de exclusión, privación y prohibición ya que nadie, salvo el poseedor, puede acceder a los recursos privatizados, y esto, en unas condiciones de amplia privatización, supone un intenso ahogo de la libertad económica de los desposeídos (aquellas y aquellos que forman la clase trabajadora) que les condena a la servidumbre hacia los poseedores.
Una transformación que aspire a una democratización real, integral, es sólo posible a través del socialismo, esto es, a través de la socialización de los principales recursos socio-económicos, entre ellos, especialmente, los medios de producción, para que su uso sea destinado al bien común y a la garantía de que cada persona tenga acceso a los recursos necesarios para realizar su libertad y su vida (y no a los intereses particulares de la minoría parasitaria que los posee pero no los trabaja). Ello no supone ni siquiera una eliminación de la propiedad privada, sino una amplia redefinición de la misma en sentido reductor, esto es, que la limite tanto cualitativa (qué se puede poseer de forma privada, cómo y en qué condiciones) como cuantitativamente (cuánto se puede poseer), tal y cómo ya proponía Rousseau:
“…en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano sea suficientemente opulento como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para ser obligado a venderse. [Continúa en el pie de página] ¿Queréis dar al Estado consistencia? Aproximad los extremos tanto como sea posible: no permitid ni gentes opulentas ni mendigos. Estos dos estados, inseparables por naturaleza, son igualmente funestos para el bien común; del uno salen los promotores de la tiranía y del otro los tiranos; entre ambos se realiza siempre el comercio de la libertad pública; el uno la compra y el otro la vende” (Capítulo XI de El Contrato Social).
Por ello, cuando apelamos al valor de la de democracia como elemento fundamental para superar este viejo orden agónico, hagámoslo en su concepción integral, completa, y no en la versión lacerada defendida por la propia élite neoliberal. No habrá superación del sistema capitalista sin una transformación socialista del sistema socio-económico.
Patria y nación
El segundo elemento problemático en el planteamiento de Clara Ramas es precisamente su segunda clave expuesta, el concepto de patriotismo, que apela, ante el individualismo onanista tan posmoderno como neoliberal, a un nueva reconcepción de lo común como centro de gravedad de la nueva realidad social, con la nación (la totalidad) como fundamento de dicho colectivo. Totalmente de acuerdo con lo expuesto por la autora, pero podríamos avanzar unos pasos más allá y cuestionarnos de qué forma y en qué condiciones puede materializarse dicho proyecto.
Nos adentramos en un terreno peliagudo, ya que la concepción de patria refiere necesariamente, tal y como señala la autora, al de nación, pueblo o comunidad. Y aquí entran en juego elementos tan conflictivos e irracionales como es la propia identidad nacional, esto es, la consciencia personal de pertenencia a una determinada comunidad, nación o pueblo, que en muchas ocasiones son contradictorias entre unas personas y otras de un mismo lugar, dando lugar a conflictos de muy difícil solución y generando fuertes contradicciones en el interior de las patrias instituidas en forma de Estados-nación.
Estas dificultades no implican que haya que renunciar al concepto de patria, lo cual sería cumplir precisamente uno de los principales objetivos del proyecto neoliberal, sino al contrario, redoblar la apuesta por proyectos patrióticos que pongan, de verdad, el bien común, la voluntad general, en el centro del debate, que recuperen la soberanía económica y política, y superen los erráticos y perversos estados liberales actuales.
Lo sorprendente es que, al observar la historia reciente y la realidad actual de algunas transformaciones sociales en ciernes en el seno de nuestras sociedades post-2008, uno se da cuenta de que ya hay en marcha transformaciones que apuntan a esta dirección. ¿Qué es el proyecto soberanista catalán sino el intento de retomar la soberanía usurpada, no ya por el Estado, sino por las élites estatales y globales con el Estado como herramienta? Si bien el proceso soberanista catalán no es un paso definitivo, éste, la recuperación de la soberanía política y económica por el pueblo, es el primer paso necesario para el establecimiento de una verdadera patria al servicio del bien común del pueblo, la nación, que la constituye.
Dar este paso, echar a andar en este proceso de reapropiación de la soberanía, implica dar la mano a la totalidad, esto es, al conjunto del pueblo, de la nación, lo cual supone hacer extraños compañeros de viaje, porque entre nuestros vecinos también hay conservadores y liberales, hay pequeños y medianos burgueses. Pero el capitalismo genera sus propias tendencias autodestructivas a través de sus contradicciones en la medida que atomiza a los individuos y luego los pulveriza para que la depredación extractiva sea más intensa. Esto supone que tienda a unificar los intereses de aquéllos a los que ya sólo les queda una única salida posible, esto es, la vuelta al bien común, a lo social en su sentido etimológico más puro: la alianza entre personas.
Llegados a este punto, deberíamos cuestionarnos cuál es el papel que van a jugar los modernos estados actuales, sabiendo que gran parte de ellos han errado sistemáticamente como proyectos patrióticos que perseguían el bien común para el conjunto de la sociedad, pero, por el contrario, han sido y son muy eficientes a la hora de servir como mecanismos de extracción, explotación y dominación de una élite sobre el resto. Y no hay que viajar a ningún lado para comprobarlo, ya que el Estado en el que vivimos es el ejemplo fiel de proyecto patriótico que, lejos de representar los intereses comunes de la nación (que nunca existió como tal), ha sido históricamente creado y desarrollado para satisfacer los fines de una élite que, en gran medida, permanece en el poder desde el antiguo régimen (señal de que en este país nunca se logró superar del todo el sistema feudal) imbricada con la burguesía propia de nuestros tiempos.
Por ello, uno de los pasos clave que debería dar quién persiga realizar un proyecto patriótico democrático en este país es abandonar la idea de España como patria, de esta España, ya que su fundamento histórico siempre ha sido el de ejercer la hegemonía política y cultural desde el centro para imponer, en convenio con las burguesías nacionales periféricas, un Estado que nunca ha perseguido el bien común, sino todo lo contrario. Y no hay Pablos Iglesias o Garzones que puedan contrarrestar el descrédito histórico e infamia que acumula España como patria (si no están ya incrementado el descrédito).
Ya lo expuso Rousseau cuando advertía en el Contrato Social (capítulo IX) que Estados demasiado grandes son indeseables porque alejan al pueblo de sus gobernantes, haciendo que los ciudadanos se sientan extraños de su propia patria y se impongan leyes que, por necesidad, no pueden convenir a todas las provincias por igual:
“Mientras más se extiende el vínculo social, más se afloja, y, en general, un Estado pequeño es proporcionalmente más fuerte que uno grande. (…) Los talentos quedan enterrados, las virtudes ignoradas, y los vicios impunes, en esta multitud de hombres desconocidos unos de otros, que la sede de la administración suprema reúne en un mismo lugar. (…) un cuerpo demasiado grande para su constitución se hunde y perece aplastado bajo su propio peso”.
Sólo naciones cohesionadas, soberanas con una clara identidad común, redemocratizadas a través del acercamiento del gobierno al pueblo, y con una clara intención de obedecer a la voluntad general podrán afrontar el enorme desafío que el S.XXI va a suponer para nuestras sociedades.
Conclusiones: un oscuro porvenir.
No nos engañemos, pese a que hay en marcha procesos de transformación y liberación social y nacional, nos encontramos ante un oscuro panorama: no hemos superado aún la crisis iniciada hace una década y ya nos encontramos a las puertas de una nueva crisis del capitalismo, tal y como las principales instituciones neoliberales vienen advirtiendo desde hace años, lo que apunta a su agotamiento inevitable (ningún sistema es para siempre). Pero, tal y como señalan Streeck y la propia Clara Ramas, a la caída de dicho sistema no le seguirá la instauración automática de un sistema reformado más justo y democrático, sino un periodo de colapso y caos (el interregno) en el que la sociedad misma corre el peligro de desvanecerse.
Es en estos tiempos de agónica degradación en los que tienen oportunidad los movimientos populistas que, en vez de ser observados con recelo por la izquierda, deben ser directamente dirigidos por ésta ya que no son otra cosa que el pueblo en movimiento, el pueblo reaccionando ante un sistema que ya no funciona. El peligro reside precisamente en que la izquierda, en su enésimo error desde su posmodernización, siga cediendo este despertar popular a la derecha reaccionaria.
Nos encontramos, como Hari Sheldon (de la obra de ciencia ficción Fundación del genial Isaac Asimov), ante un viejo mundo que muere y un nuevo mundo que no acaba de nacer (tal y como expresó Gramsci), y en este claro-oscuro surgen los monstruos a los que debemos enfrentar, pero la izquierda hegemónica actual, empeñada en una eterna victimización de colectivos fragmentarios, no está preparada para ello.
Son tiempos para el pesimismo (lo contrario sería auto-engañarse), sobre todo si consideramos la realidad desde una perspectiva materialista: no estamos predestinados a la salvación, no hay un dios, ni un demiurgo siquiera, que nos vaya a librar de caer al abismo al que nos estamos asomando. Ni hay, tampoco, en la especie humana una cualidad que nos predetermine hacia una organización social perfecta y perdurable. Sólo nos queda la capacidad de experimentar y ensayar nuevos sistemas sociales que superen y mejoren los anteriores y la consolación de saber que el futuro de nuestra historia está nuestras manos, aunque no en las condiciones elegidas por nosotros mismos. O afrontamos este oscuro panorama o estamos abocados a sucumbir ante un colapso civilizatorio que hace tiempo que se inició.
1 En su imprescindible artículo Aspectos políticos del pleno empleo, donde adelantó con tres décadas de anterioridad los principales problemas a los que se enfrentaría la social-democracia y su superación por un nuevo pero reaccionario modelo. Kalecki, M. (1943). “Political aspects of full employment”. Political Quarterly, vol. 14 pp. 347-356.
2 “La principal amenaza contra la libertad es el poder de usar la fuerza, ya sea por parte de un monarca, un dictador, una oligarquía o una mayoría momentánea. La defensa de la libertad requiere la eliminación, en la medida de lo posible, de esas concentraciones de poder, y de la dispersión y distribución del poder que sea imposible eliminar (un sistema de contención y equilibrio). Al hacer que la autoridad política pierda el control de la actividad económica, el mercado elimina esta fuente de poder coercitivo. Hace que la fuerza económica actúe de contención del poder político”. Esa mayoría momentánea refiere precisamente a la soberanía democrática equiparada con dictaduras, monarquías, oligarquías y similares sistemas de organización política que pueden limitar la libertad política de los económicamente mejor posicionados. Milton Friedman: Capitalismo y libertad. Madrid: Rialp. 1966: 33.
3 Gran parte de la cuestión aquí debatida es tratada en su reciente libro ¿Cómo termiará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia. Streeck, W. (2017) Ed. Traficantes de Sueños.
- Sociólogo y Doctor en Estudios sobre el Desarrollo.