Sin tetas no hay paraíso, pero sin dignidad tampoco
Corrían los años 80 y de pronto, de la noche a la mañana, toda una generación de jóvenes desapareció de nuestro país. Personas como nosotros, que tras años de dictadura aspiraban a conquistar algo de libertad.
El diablo se presentó vestido de ángel y se adueñó del espíritu rebelde de aquella juventud, que vio como sus proyectos y sueños quedaron inacabados al dejarse llevar por la promesa de nuevas e intensas experiencias. Pagaron su atrevimiento con la vida, pero ni por esas consiguieron el protagonismo y la relevancia que como ciudadanos se merecían en una democracia.
Nadie se preocupó de ellos públicamente hasta 1985, año en el que se lanzó el primer Plan Nacional de Drogas. Y no fue hasta mucho más tarde cuando la sociedad comenzó a verlos como afectados y no como delincuentes[1].
Llegaron a morir una media de más de 300 personas al año desde 1982 hasta 1993 a causa de la heroína, pero su muerte no provocó otra cosa que el olvido del problema. Aún hoy no existe una fecha en la agenda pública de nuestros representantes políticos en la que se conmemore exclusivamente a dichas víctimas.
Las familias y los que sobrevivieron a esta masacre se lo merecen, pero supongo que rememorar esa tragedia sería un borrón más en el expediente de nuestra limpia transición hacia la democracia.
Desde el fin de la dictadura franquista no ha dejado de haber víctimas: las del terrorismo, las de las torturas policiales, las de la violencia de género, las de los bancos, las de la precariedad laboral, etc. Todas ellas han encontrado en uno u otro lugar una voz que las elevase del anonimato y las pusiese en el centro del debate parlamentario: una asociación, un partido político, un movimiento social, una plataforma ciudadana o un sindicato.
Sin embargo, como ya ocurriera en el pasado con los heroinómanos, hay un grupo de víctimas en nuestro sistema que no están quedando representadas públicamente como tal en el discurso de ningún político. Me estoy refiriendo a las personas que hoy son objeto de escarnio, burla y desprecio en muchos espectáculos y programas de nuestros medios de comunicación.
Son en su mayoría jóvenes y dedican su tiempo a escuchar programas de radio como Anda ya o Ponte a prueba, a entretenerse con realitys como los de Gandia Shore o Gran Hermano y a seguir los consejos vitales de personajes como el de Risto Mejide o Venus[2]. Además de eso son los protagonistas de dichos programas, hacen todo lo posible por participar en ellos y dejan que sus presentadores los ridiculicen públicamente.
Como queda muy bien reflejado en una reflexión escrita por uno de los integrantes del grupo LCDM[3], este grupo de personas sufre una alienación brutal por parte de los medios de comunicación. Mientras toleran que su vida se convierta en objeto de diversión social, sus únicos sueños son los de participar de ese circo y triunfar. Creen que así podrán escapar de la situación sin salida en la que se encuentran.
Sin embargo su forma de vida es considerada como despreciable por una gran parte de la sociedad, ya que sólo salen a la calle para beber y drogarse, para jalear a la selección española y para ir a los conciertos organizados por los 40 Principales. Son también los que no secundan las huelgas generales, los que abandonan los estudios y los que no se preocupan por emigrar y buscar un futuro mejor. Son, en definitiva, los resignados de nuestra sociedad. Aceptan lo que les toca sin rechistar y no tienen otro horizonte de vida más allá de ver si la roja vence en el mundial de fútbol o de si tal o pascual gana en Operación Triunfo.
Sus movilizaciones suelen aglutinar a muchas más personas que la marea verde, la marea blanca y que todas las mareas juntas habidas y por haber. Y aunque ellos también son parte de los excluidos de nuestra sociedad, la izquierda actual parece no interesarse por ellos. Lo cual es un grave error, ya que la principal lucha de todo movimiento de izquierdas ha de ser la que se lleve a cabo contra la alienación de cualquier tipo.
Marx y Engels no estaban en contra del capitalismo porque hubiese personas que trabajasen en fábricas o industrias. Lo que defendían es que el obrero en el sistema capitalista acababa por alienarse, dado que éste se veía obligado a vender lo más preciado de sí, su fuerza de trabajo, para poder sobrevivir. De ese modo poco a poco se autodegradaba, perdía su humanidad y pasaba a ser una herramienta más de quienes poseían los medios de producción.
En la actualidad ese tipo de alienación sigue existiendo. Pero se presenta de distintas maneras, como pone de manifiesto el autor de la reflexión anterior. Una de ellas es la provocada por aquellos que controlan los medios de comunicación en la actualidad, los cuales han construido un modelo radiotelevisivo en el que las personas de un determinado estrato social son tratadas únicamente como objetos de entretenimiento.
El último escenario en el que se ha producido una nueva degradación de esta clase social por parte de los medios de comunicación ha sido en los sanfermines. En esta ocasión los telediarios, la prensa, los programas de radio e incluso nuestros representantes públicos no se han cortado y han condenado duramente el comportamiento de todas aquellas personas que, mientras bañados en alcohol, no dudaron en dar rienda suelta a sus pasiones sexuales durante el chupinazo.
Incluso desde los medios de la izquierda no ha habido una lectura alternativa. Se han quedado en la interpretación de que lo que allí se produjo fue una manifestación más del sexismo que existe en nuestra sociedad. Y esto no deja de ser verdad: el machismo sigue existiendo y está muy presente en nuestro día a día.
Ahora bien, la izquierda no puede quedarse única y exclusivamente en esa lectura, porque los que allí estaban eran en su mayoría personas a las que tienen que representar y a las cuales tiene que dirigirse para poder gobernar. Si no acepta que los que allí estaban reunidos eran de los suyos, perderá su verdadera vocación, que no es otra que la de defender y dignificar a los de abajo.
Si con lo ocurrido en los sanfermines no nos damos cuenta de que en el fondo se está criminalizando aún más a un sector de la población por parte de los mass media, el discurso de la izquierda quedará muy acotado. El reto es conquistar ese espacio social, pero no justificando o siendo condescendientes con el comportamiento sexista que los asistentes a dicha fiesta revelaron, sino hablándoles sobre sexo con naturalidad y mostrándoles que éste puede vivirse de otra manera.
Hay que esforzarse en explicarles que no es normal que un hombre deba sentirse con la potestad de agarrar los pechos de una mujer por el simple hecho de que ésta los ponga al descubierto.
Otra cosa es preguntarse si podría haberse producido una orgía pública el día de la inauguración de los sanfermines. Quizá hubiera sido una vivencia sana y saludable, pero para ello habría que aprender primero que el poder del deseo no justifica ningún tipo de abuso sobre las personas que despiertan nuestros impulsos sexuales más primarios.
Lo más natural es que si los hombres que allí se encontraban deseaban comenzar una bacanal deberían haberse despojado también de sus ropas, en vez de haberse abalanzado, como lo hicieron, sobre el resto de mujeres. Porque una orgia no debe equipararse al derecho de pernada, sino con un éxtasis de placer y euforia que libere a quien participe de ella de los convencionalismos éticos y sociales en los que se viven.
Por eso un determinado grupo de mujeres en la Antigua Grecia, un mundo esencialmente machista, participaba asiduamente de este tipo de rituales, porque eso les ayudaba a desprenderse de los esquemas de opresión social establecidos[4].
El sexo puede ser la máxima expresión de libertad y de amor a la vida que el ser humano pueda experimentar. De hecho, las orgías eran para los griegos una anticipación de lo que podríamos llamar nosotros el paraíso, es decir, una vida plena y desbordante de felicidad.
Sin embargo, para que esa anticipación pueda suceder no se pueden reproducir en nuestras relaciones sexuales los esquemas de dominación social aún persistentes. Son precisamente ese tipo de esquemas los que hemos aprender a dejar a un lado si de verdad queremos que tanto hombres como mujeres puedan disfrutar de la vida en armonía.
Parece que por parte de los movimientos de izquierda se tiene muy claro todo lo relativo a la libertad sexual, pero cuando se enfrentan a la realidad de cómo la viven muchas personas a las que están llamados a representar parecen asustarse, menosprecian su modo de comportarse y las dejan de lado. Siendo así carne de cañón de analistas reaccionarios[5] y medios de comunicación que no dudan en hacer negocio con sus miserias.
Este grupo de personas al que me estoy refiriendo está muy desorganizado, no tiene grandes expectativas vitales y se limita a ondear la bandera rojigualda cada vez que España gana un partido de fútbol. Ahora bien, puede que llegue un día en el que la bandera republicana los llegue a representar, a pesar de que ahora lo ignoren. Por eso la izquierda tiene que trabajar con ellos codo con codo y no renunciar a poder sacarlos del pozo en el que ahora se encuentran.
Sólo haciéndoles ver que su constante humillación pública no es algo normal podrán llegar a entender que tienen que defenderse de quienes les ridiculizan y les utilizan como monos de feria.
La diferencia entre este grupo de personas y los miembros de la PAH es que estos últimos saben por qué es una injusticia lo que les está sucediendo y tienen muy claro quiénes son sus enemigos. Los primeros, en cambio, ven que lo normal es que no se les tome en serio y que se les denigre constantemente. Así es imposible que se organicen y que formen un frente común frente a sus agresores.
¿Acaso Chávez consiguió su éxito político dirigiéndose única y exclusivamente a los universitarios y a las clases medias de su país? Rotundamente no. Se dirigió a los más pobres, les rescató de su olvido y les puso en el centro de su discurso político. Les pidió que dejasen de ser invisibles y que se organizasen. Sólo así podrían enfrentarse a los saqueadores de la patria y salir de su extrema pobreza.
Pero la base de esta nueva rebelión no ha de ser simplemente la de iniciar una lucha entre los más desfavorecidos y los más privilegiados de nuestra sociedad. Se trata también de mostrar a la clase explotada que puede llegar a gozar de la vida sin que por ello tenga que envidiar a personajes como Silvio Berlusconi o Jesús Gil.
El placer sexual, por ejemplo, no es el privilegio de una clase social ni del sexo masculino. Tantos hombres como mujeres y tanto ricos como pobres tenemos la capacidad de experimentar el deseo de tener relaciones sexuales y de disfrutar de las mismas. Es algo natural y ninguna ley ni costumbre social debería impedírnoslo.
Por eso la izquierda debe enfrentarse sin miedo a los hábitos machistas de las personas a las que representa. Porque de ello depende, entre otras cosas, el que éstos lleguen a tener una vida más digna y ejemplar de cara al resto de la sociedad.
No se trata, por tanto, de arrebatar sólo el poder a la clase dominante, sino de ser un ejemplo para ésta de respeto y dignidad. Para ello la izquierda debe implicarse con los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad y mostrarles que no porque los más privilegiados tiren su basura al suelo, nosotros tenemos que hacer lo mismo.
Cuando la clase explotada tenga claro ese tipo de cosas podrá iniciarse una revolución más profunda: la revolución de los valores morales, en la que la mujer, por fin, dejará de ser tratada como un mero objeto sexual, en la que los drogadictos dejarán de ser considerados como delincuentes, en la que las relaciones sexuales serán consideradas una expresión de libertad y en la que los medios de comunicación dejarán de tratar como monos de feria a los marginados sociales.
Sin ese cambio de mentalidad los Giles y Berlusconis seguirán manteniendo su éxito social, porque su modo de vida será envidiado por un importante número de ciudadanos, que verá cómo este tipo de personajes hacen todo cuanto desean con total impunidad.
Pero la clase explotada no puede tener como ejemplo a ese tipo de personas, de lo contrario jamás logrará emanciparse. Ya que si se considera que lo normal es tirar la basura al suelo, al final, además de recoger nuestra mierda, nos veremos obligados a recoger la suya. He ahí la diferencia entre los que son privilegiados y los que no lo son.
Así pues, cambiemos nuestros iconos sociales y hagámonos merecer una vida más digna. De lo contrario seguiremos revolcándonos eternamente en el fango al que hemos sido arrojados.
[1] Noticia sobre la heroína de RTVE: http://www.youtube.com/watch?v=3QJKf70h5Tg
[2] Perfil de una de las presentadoras del programa Ponte a prueba: http://www.europafm.com/ponte-a-prueba/noticias/venus_2008070800038.html
[3] Artículo de opinión: http://lists.kaosenlared.net/component/k2/item/63046-la-clase-obrera-hoy-canis-e-inform%C3%A1ticos-respuesta-a-pablo-iglesias.html
[4] Información sustraída del libro Historia de las creencias y las ideas religiosas. Parágrafo 124: “Eurípides y la orgía dionisiaca”: http://es.scribd.com/doc/39121165/115/EURIPIDES-Y-LA-ORGIA-DIONISIACA
[5] Artículo de opinión sobre los ocurrido en sanfermines: http://blogs.periodistadigital.com/pedrodehoyos.php/2013/07/13/las-tetas-de-san-fermin#.UePrxPzBylY.