Se buscan mujeres extranjeras para vientres de alquiler en Ucrania

«Tenemos más demanda que nunca», asegura el director médico de BioTexCom, Ihor Pechenoha. Volvemos un año después a su clínica, que ahora sondea a mujeres de las ex repúblicas soviéticas para que se sometan al programa.

(KIEV / UCRANIA) “Ahora tenemos un gran problema: nos faltan mujeres. Como se han ido tantas ucranianas al extranjero, no tenemos suficientes para cubrir la demanda que ha crecido desde que comenzó la guerra”.

Hace un año, Ihor Pechenoha recibía a esta periodista armado y vestido de uniforme militar en un sótano convertido en refugio para una treintena de bebés. La empresa de vientres de alquiler BioTexCom los había trasladado allí después de que el hospital en el que se encontraban en Kiev hubiese sido bombardeado. Habían pasado dos semanas desde que comenzase la invasión y las tropas rusas amenazaban con tomar la capital ucraniana en cualquier momento. Las parejas extranjeras que habían contratado la adquisición de los neonatos no se atrevían a adentrarse en un país en guerra para recogerlos. Así que unas enfermeras cuidaban de las mujeres inseminadas día y noche, mientras temían qué sería de sus propias familias. Ganaban el triple que en un hospital público. Un militar armado con un kalashnikov vigilaba la estancia rodeado de pañales, cunas y tarros de leche en polvo.

Un año después, aquellos bebés se encuentran en Rumanía, España e Italia, entre otros países. Y Pechenoha recibe a La Marea vestido de civil, en la clínica de BioTexCom, rodeado de mujeres encinta. “Retomamos los programas en mayo del pasado año, así que por ahora solo hemos entregado siete bebés. Este año queremos empezar a recuperar las cifras de antes de la guerra: unos 450”, explica sentado en el escritorio de la consulta dedicada al seguimiento de los embarazos. “No tenemos suficientes mujeres aquí y tampoco las podemos traer regularmente para realizar el seguimiento médico porque desde que comenzó la guerra no hay vuelos a Ucrania”, continúa. “Tenemos más demanda que nunca porque hasta el pasado año mucha gente no sabía nada de Ucrania y pensaban que éramos un país tercermundista. Ahora nos conocen, saben de lo que somos capaces y que nuestras mujeres son muy guapas. Así que tenemos encargos hasta para dentro de dos años”, añade, puntualizando que la hermosura de las ucranianas no influye en los bebés porque los embriones tienen material genético de los clientes.

La clínica de BioTexCom está compuesta por tres chalets con arquitectura de palacete situados en lo alto de una colina a las afueras de Kiev. Durante las primeras semanas de la invasión, la línea de frente se encontraba a pocos kilómetros, por lo que las instalaciones médicas se convirtieron en una base militar. Allí, convivían las mujeres embarazadas con más de un centenar de soldados preparados para tener que combatir en cualquier momento. Mientras, muy cerca, en las poblaciones de Bucha e Irpin, las tropas rusas cometían los peores crímenes de lesa humanidad: tortura, mutilaciones, violaciones, ejecuciones.

En aquellos días, el gobierno de Ucrania, desesperado por conseguir apoyo militar de la Unión Europea y de Estados Unidos, intentó convertir los bebés de vientres de alquiler atrapados en el país en una vía más para despertar la solidaridad internacional. Decenas de periodistas internacionales visitamos las instalaciones de BioTexCom, grabamos a las criaturas, entrevistamos a sus cuidadoras y a Pechenoha. Este mismo se confesaba agotado de dedicar buena parte de las horas del día a atendernos. Ahora, cuando le pregunto cómo está tras un año de guerra, también responde que cansado, pero por una razón distinta. Lleva viviendo prácticamente todo este tiempo en la clínica porque su apartamento está situado en una 28ª planta y los habituales cortes de electricidad que siguen afectando a la periferia de Kiev no hacen recomendable coger el ascensor.

«Lógicamente, tienen que ser de lugares más pobres que los de nuestros clientes»

En aquel primer encuentro, Pechenoha le explicó a esta periodista cómo se realiza una inseminación con un punzón en una mano y un kalashnikov en la otra. Hoy, este hombre sosegado y alto, solo conserva el walkie talkie de la vestimenta de aquellos días. Cuando le pregunto si desde BioTexCom están valorando la posibilidad de buscar mujeres de otros países para cumplir con sus previsiones, no deja un segundo de pausa: “Claro, ya lo hemos hecho con dos mujeres. No está prohibido”.

Pechenoha continúa respondiendo a las preguntas sobre sus planes: “Estamos buscando mujeres en las ex repúblicas soviéticas porque, lógicamente, tienen que ser de lugares más pobres que los de nuestros clientes. No he conocido a una sola mujer con una buena situación económica que haya decidido pasar por este proceso por amabilidad, porque considere que tiene suficientes hijos y que va a ayudar a alguien con deseos de tenerlos también. Lo hacen porque necesitan ese dinero para comprar una casa, para la educación de sus hijos. Si tienes una buena vida en Europa no lo vas a hacer”. Responde con un “next question” ante la pregunta sobre la nacionalidad de esas dos mujeres. Y añade, con una sonrisa, que no puede compartir esa información por cuestiones éticas de su empresa.

Antes de la guerra, Ucrania era uno de los polos más importantes de gestación de bebés mediante vientres de alquiler, después de que Tailandia, India y Nepal lo prohibiesen por las denuncias de explotación en las llamadas ‘granjas de mujeres’. También sigue siendo legal en otras ex repúblicas soviéticas, como Bielorrusia, Georgia y Kazajistán, y en numerosos estados de Estados Unidos. Pechenoha no entiende por qué este negocio está prohibido en buena parte de los países del mundo. “Nadie obliga a estas mujeres a hacerlo. Lo hacen de manera libre e informada. Y aquí no damos bebés a mujeres que no los tienen ellas mismas porque, por ejemplo, no quieren estropearse el cuerpo o cosas así. Solo se los entregamos a aquellas parejas conformadas por un hombre y una mujer, casados, que demuestren que no pueden tener hijos. No lo hacemos, como otros países, a parejas homosexuales. Así que no entiendo cuál es el problema”, expone, antes de preguntar a la periodista su opinión sobre los vientres artificiales que propone Ectolife. “¿Qué le parece la gestación de los bebés fuera del cuerpo de las mujeres, en cápsulas? Así va a ser en el futuro. En Ucrania ya se ha registrado esa opción en el gobierno. No creo que se ponga en marcha antes de que acabe la guerra, no es una prioridad ahora mismo”.

Una veintena de embarazadas esperan su revisión sentadas en amplios sofás de polipiel. El edificio está dividido por unas escaleras de un mármol blanco tan nuclear como las paredes. El diseño busca combinar la pulcritud y la modernidad de un quirófano. Algunas están acompañadas por sus niños pequeños. Cuando llegan a la semana 32 de gestación son trasladadas a apartamentos en Kiev, donde conviven hasta que dan a luz.

El 25 de noviembre de 2021, la clínica BioTexCom publicó en sus redes sociales un anuncio en el que prometía un 3% de descuento para distintos servicios con el eslogan: “Haz realidad tu sueño de tener un bebé”. En su web, la empresa promociona packs que van desde 39.900 a los 64.900 euros dependiendo de los intentos de fecundación que contraten. De los 2.500 bebés que nacían oficialmente por vientres de alquiler en Ucrania antes de la guerra, BioTexCom era responsable de más de la mitad. También hay muchos anuncios en internet que ofrecen, aparentemente, esta posibilidad de manera directa.

«Solo hay que estar preparada psicológicamente»

Olga tiene 40 años y es la segunda vez que va a tener un bebé a cambio de dinero. Lo hace por los tres hijos con los que convive, de entre 11 y 18 años. Con los 16.000 euros que recibió por el primer embarazo compró un piso. Con los 16.000 que va a recibir por este segundo, venderá el piso y comprará una casa. Es asistente en un colegio por 160 euros al mes, el salario mínimo en Ucrania. Su marido repara instalaciones de gas por 380 euros mensuales. Olga no descarta volver a gestar un bebé para otra familia en el futuro. “Lo hago para ayudar a esas familias con su necesidad de tener un hijo y para que ellas me ayuden a mí con mis necesidades económicas”, dice con timidez. No quiere ser fotografiada. Dice que su hija mayor, de 18 años, es la única que ha puesto reparos: “Quiere protegerme. Es normal. Pero yo estoy bien, solo hay que estar preparada psicológicamente”.

Ihor Pechenoha vuelve a la consulta para continuar la entrevista. “Cuando se monta una clínica privada es para ganar dinero. Pero, para mí, como doctor, mi satisfacción no es esa, sino la de entregar el bebé a los brazos de una pareja que lo desea tanto”, dice antes de confirmar que él no asiste a los partos. Cuando se jubiló del ejército como coronel, trabajó durante 15 años como responsable de seguridad sanitaria de toda Ucrania en el Ministerio de Justicia, hasta 2016, explica. A continuación, lo hizo durante dos años como consultor hasta que, en 2018, fue contratado por BioTexCom para coordinar el funcionamiento diario de la clínica. Cuando se le plantea que, en el hipotético caso de que Ucrania ingresase en la UE, uno de los requisitos podría ser la prohibición de los vientres de alquiler, responde: “Ninguna alianza puede imponer que un país renuncie a sus leyes. Ucrania no renunciará a estos programas”.

Ihor habla de programas, Olga de planes. La clínica de vientres de alquiler emplea un lenguaje burocrático destinado a deshumanizar el proceso. Pero, al final, basta con escuchar para que la realidad aflore. “Primero lo hizo una amiga. A mí me daba miedo, me parecía raro, como ocurre con todo lo que es nuevo. Tienes que asumir bien lo que vas a vivir. El primer plan fue muy duro porque, aunque pongan en tu interior material (genético) que no es tuyo, el cuerpo sí lo es y las emociones también”.

 

Patricia Simón

 

Fuente: La Marea

 

 

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