Salvajismo del sistema alimenta locura en la ultra neoliberal nación estadounidense
NUNCA HE OLVIDADO la afirmación perentoria que respecto del tema “capitalismo – neoliberalismo” me entregó mi buen amigo Carlos Latoja, ingeniero metalúrgico propietario de excelsas capacidades escriturales. En una de las tantas sobremesas en las que hemos participado nutriendo nuestra vieja amistad, me aseguró que “la corrupción y las mafias son parte activa e imprescindible del capitalismo; sin ellas, simplemente no hay sistema neoliberal”.
Eventos y situaciones que confirman el adagio sobran, pero sin duda las masacres perpetradas por ciudadanos estadounidenses en su propio territorio constituyen ejemplos irrefrenables por sí solas. Es cierto que también podríamos ocupar como parámetros lo acaecido en Marsella (Francia), Palermo y Génova (Italia), Moscú (Rusia), Tokio (Japón), El Paso (México), ciudades donde las mafias y las organizaciones criminales no sólo son numerosas sino, además, imponen sus criterios y ‘valores’ por sobre el escenario oficial.
Todas esas metrópolis pertenecen a países cuyo sistema económico es el capitalismo (o su rama reciente, el neoliberalismo), pero pareciera más adecuada a la completa realidad la panorámica que distingue –desde prácticamente la fundación de las trece colonias en el costado atlántico- a los Estados Unidos de Norteamérica, que se ha arrogado el carácter de bastión y patrón del sistema en comento.
Quizás Hong-Kong (China) pudiese ser la golondrina que no hace verano, la excepción a la regla, pero no obstante es necesario recordar que esa enorme urbe estuvo durante más de un siglo en manos británicas (desde 1847) en calidad de colonia, y recién el año 1997 fue devuelta al gobierno y pueblo de China. La mafia del lugar, y no hay duda de ello, fue parida, criada y administrada por el Imperio Británico. La pregunta de rigor entonces sería saber si el gobierno chino tiene voluntad política para terminar con esas cofradías que continúan operando tal como si aun estuviesen bajo el cobijo de la bandera de su majestad británica.
Cuestión de Historia, diría mi amigo Latoja, y yo coincidiría con esa opinión, al menos en lo sustancial, en lo grueso, pues debemos recordar que EEUU fue conquistado/colonizado por aventureros venidos de todos los rincones del mundo, e iniciaron la saga de ocupación y expansión territorial mucho antes que ejército y marina real inglesa tomasen ocupación de ellos. Esos colonizadores debieron armarse para defensa personal tanto como para robar a etnias originarias sus tierras, ríos lagos y bosques. Así ocurrió también tiempo después durante la conquista del oeste, época de expansión que vio nacer pueblos y aldeas donde la autoridad no era otra que la propia capacidad para defenderse. Más tarde aparecieron los “sheriffs”, ‘marshalls’ y ‘rangers’… todos nacidos y desglosados de la misma especie civil. No sería hasta muy entrada la colonización que el ejército norteamericano pusiese algo de orden en esos salvajes lugares donde los “Colt”, “Winchester” y “Smith & Wesson” constituían la única ley.
No es el caso de Chile, ya que a nuestro territorio carente de metales preciosos hubo de venir la soldadesca, el ejército de sus majestades, a cuidar el paso transoceánico de Cabo de Hornos, y construir fuertes desde los cuales se vigilaba la travesía de navíos inamistosos o abiertamente piratas y corsarios (de sangre y bandera inglesa, por cierto). En resumen, Chile –el Chile europeizado y mestizo- fue conquistado y construido por ejércitos regulares, bajo el mando de gobernadores con indesmentible formación militar. Acá no se permitió a la civilidad el porte de armas; ello estaba regulado, y sólo quienes formaban parte de las guarniciones militares tenían acceso a mosquetes, sables, pólvora y lanzas.
Desde nuestra más tierna creación como colonia hispánica se nos concientizó en la cultura militar, en la rutina de cuartel. Todo estaba bajo “la orden del día”. Toque de diana; chonchones de grasa y cera encendidos a tal hora; serenos controlando las noches y las almas; autoridades locales designadas por la corona a través de sus oficiales quienes, a su vez, daban el visto bueno (o el rechazo y prohibición) para que civiles ocupasen tal o cual terreno en las afueras de los pueblos; pago de impuestos reales sin dejar pasar un solo peso; asistencia obligatoria a misas dominicales y fiestas de guardar, etcétera.
Pero, en estos asuntos de conformación de la civilidad Estados Unidos de Norteamérica fue aun más lejos. No sólo hizo vista gorda por la tenencia de armas, sino que legisló protegiéndola y alentándola. Aeste respecto me permito citar al profesor de estudios constitucionales, Jesús Silva R., quien en APORREA escribió lo siguiente:
<«Tal fenómeno se origina en un error grotesco en el régimen jurídico de EEUU pero que se justifica de conformidad a su doctrina institucional de sociedad violenta y contraria al espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
<«En efecto, la Constitución de ese país es bastante compacta y concisa; contiene 7 artículos y 27 enmiendas, de las cuales las 10 primeras integran la denominada «Bill of Rights» (Declaración de Derechos Fundamentales) referidos a las garantías de los ciudadanos. Precisamente de ese último segmento normativo conviene extraer textualmente lo siguiente:
<«Amendment 2 – Right to Bear Arms. Ratified 12/15/1791. A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed».
<«El texto señalado, corresponde a la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, el cual, traducido literalmente al castellano, dice: «Enmienda 2. Derecho a portar armas. Ratificado el 15/12/1791. Una bien regulada milicia, es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a conservar y portar armas, no será infringido».> («Masacres estudiantiles en EEUU y la bestial segunda enmienda constitucional», Julio Silva R., Aporrea, diciembre 2012).
Así se entiende entonces que las mafias de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX hubiesen podido armarse y transitar libremente por las calles de ciudades y pueblos, imponiendo sus reglas y derramando terror a su paso.
Pero, así se entiende también (casi como contraparte) cuán difícil es que en EEUU se produzca, exitosamente en el mediano y largo plazo, un golpe de estado, sea este militar o civil, pues la sociedad estadounidense -desde hace siglos- posee, maneja y usa armas de variados calibres, existiendo además organizaciones ‘legales’ de personas armadas hasta los dientes, lo que en países como Chile serían consideradas no sólo asociaciones ilícitas, sino más bien terroristas. Para la mentalidad y legalidad yanqui, agrupaciones como el racista Ku-Klux-Klan no constituyen asociaciones ilícitas ni terroristas, pero sí lo es cualquier grupo de minorías raciales, sociales, económicas o políticas que intente organizarse para su defensa. La población de color (recordar a Malcom X, Angela Davis y Martin Luther King), tal como los chicanos, portorriqueños y las ya desaparecidas comunidades ‘hippies’, en su momento dieron fe de ello.
Poco a poco, los gobiernos chilenos han ido adelantando pasos en la misma dirección. No basta ya imitar lo norteamericano-estadounidense en vestuarios, idioma e ideología consumista y racismo… también pareciera necesario hacerlo en otras cuestiones. Si bien existe en nuestro país una “ley de armas”, sabemos que ella es letra muerta cuando son los empresarios y enriquecidos comerciantes quienes las portan y utilizan. Hace pocas semanas el ministro de Justicia, Teodoro Ribera (hoy involucrado en una saga de escándalos), recomendó a los terratenientes de la zona de la Araucanía “armarse”, con lo que el encargado oficial de la administración de Justicia en Chile dio carta blanca para que poderosos latifundistas adquirieran armamento de cualquier calibre… y lo usasen, claro.
¿No les basta al ministro y al gobierno del señor Piñera la existencia de cuerpos policiales suficientemente organizados, capacitados y armados, para controlar posibles excesos en esa zona? Pareciera que que la idea oficial fuese abrir compuertas legales a los dueños de la férula, permitiéndoles ejercer la ley según sus criterios e intereses particulares, sobrepasando a tribunales, carabineros y detectives. Ergo, abrir espacios para el reinado de la ley del más fuerte, como ocurrió y sigue acaeciendo en el país del norte, paradigma de nuestros políticos derechistas.
Queda la sensación incómoda y preocupante de un intento cada vez más profundo por convertir a Chile en un símil deshuesado de la cultura estadounidense, aunque sin la soberanía de los norteamericanos y, por el contrario, entregado como país a sus intereses y necesidades. La recomendación hecha por el ministro de justicia a los terratenientes y enriquecidos empresarios madereros -en cuanto a armarse- permite suponer que al establishment ya no le basta el control de los medios, de la fuerza policial ni de los poderes del estado, pues si todo el país y su gente no logran ser metidos dentro del saco de controles y manejos que al establishment le conviene, de inmediato este propicia que los sectores más pudientes y patronales de la sociedad tengan “chipe libre” para meter en cintura a cuanto ‘populacho reclamón’ encuentren a su paso, sin importar el ‘método’ usado, el que puede ser a balazos incluso. ¡Muy a la estadounidense!
Hacia ese modelo nos guían nuestros preclaros y ‘patrióticos’ políticos del duopolio binominal. Por ello, una masacre más o una masacre menos –sea ella dentro del territorio yanqui o fuera de él, en calidad de genocidio en este último caso- el sistema capitalista-neoliberal la considera, al igual que la existencia de mafias y organizaciones corruptas, un “mal necesario”… ¿pero, necesario para la sobrevivencia del sistema o para el enriquecimiento de quienes lo manejan y administran? Ya está claro. Es ‘necesario’ porque sin esas mafias y organizaciones corruptas y violentas, el sistema capitalista, simplemente, no funciona, y dejaría de ser tal para convertirse en cualquier cosa, menos en capitalista.
Conociendo la mecánica y forma en que el neoliberalismo actúa y se mueve, resulta posible entender entonces por qué el gobierno de Sebastián Piñera no sólo calla ante los escándalos y corruptelas de algunos de sus ministros sino, peor aún, les protege y cobija. ¡Obvio!, forman parte activa e irrenunciable del sistema que agrada a derechistas y mayordomos.