Introducción
El libro dirigido por Casanova ([1]) es un trabajo universitario de taxidermista, que considera el anarquismo como un atípico error, que brotó exóticamente en la España de los años veinte y treinta y que murió definitivamente en 1939, sin dejar rastro, ni poso, ni herencia alguna; el de Marín es una excelente exposición de las ideas y sobre todo de las experiencias vitales de aquellos militantes obreros que hicieron del anarquismo un modelo de vida, un afán de superación cultural personal y colectivo, y, sobre todo, una ética y una meta utópica, que les hacía ya mejores, y les impulsaba a vivir en el presente unos valores distintos al mundo burgués que les rodeaba. Es esa una rebelión, congénita al ser humano, como ser histórico, frente a cualquier sociedad injusta y clasista, que conforma, hoy, actitudes y valores que se reflejan, con mayor o menor fidelidad, en amplios sectores sociales antisistema y anticapitalistas.
Desde el punto de vista taxidermista y embalsamador de un pedante académico, que ningunea la lucha del maquis y el brillante rebrote cenetista de 1976-1978, al punto de vista humano, riguroso y empático de Dolors Marín ([2]) no sólo media un abismo, sino sobre todo una perspectiva, esto es, un punto de vista que hace del libro dirigido por Casanova un ladrillo insufrible e ilegible; al tiempo que convierte la lectura del libro de Marín en un placer, que además de hacernos comprender la esencia fundamental del arraigo del anarquismo entre los obreros españoles, nos enseña aspectos inéditos y muy interesantes de aquellos militantes, movidos por una creencia absoluta en el poder de emancipación de la cultura y la educación.
Establecida la diferencia fundamental entre el bodrio de Casanova y el excelente trabajo de Marín, intentaré profundizar y razonar los adjetivos aquí vertidos con santa impaciencia, y no menor escándalo, ante las increíbles reseñas leídas hasta hoy, con algunas notables excepciones.
Sobre el prólogo y la coordinación de Casanova
La lectura del prólogo de Casanova casi me tumba de la silla cuando dice que “los cien años de anarquismo en España”, de que presume la portada, son sólo ochenta años, que van desde la llegada de Fanelli a España en noviembre de 1868 hasta la victoria de Franco en los primeros meses de 1939.
Casanova, como haría un mago, se saca de la chistera del centenario de la CNT el conejo de los ochenta años de vida del anarquismo en España (1868 y 1939). Pero el truco no reside ahí. Casanova, en el primer párrafo del libro, ya ha sentenciado la muerte del anarquismo en 1939. Desde esa fecha ya no hay anarquismo ni anarcosindicalismo, y sospechamos que tampoco movimiento obrero de ningún tipo. Así, pues, no estamos ante un libro de historia sobre el anarquismo español, sino ante un libro de exaltación del capitalismo y de arqueología de un fenómeno atípico y pasajero, el anarquismo, que además de ser raro y excepcional en sus años de auge, no existe, ni ha dejado herencia alguna, ni merece ser estudiado, o rememorado, sino como un bicho grotesco, algo así como un caballo con cuatro cabezas y siete pies, felizmente desaparecido, gracias a la modernización de la sociedad española.
Apenas recuperado de la impresión, y encontrado ya el equilibrio de la silla en que estoy sentado, releo este primer párrafo. Y echo mano de la calculadora solar, para restar la diferencia de años existente entre noviembre de 1868 y febrero de 1939. Repito una y otra vez la operación y no me da la cifra de ochenta años, escrita por Casanova, al que se le supone algún rigor y un mínimo de conocimientos elementales, sino la de setenta años y tres meses. Y ahora sí que pierdo todo control del asiento y doy con el culo en el suelo: ¡Casanova se equivoca en diez años!
Se esfuma la magia de la chistera, y hasta el mismo conejo, tragados por la carcajada del despropósito de quien resta graciosamente, sin llevarse una. Pero ni los ochenta años que dice, ni los setenta que resultan de la resta, llegan al centenario que anuncia Casanova en el subtítulo del libro.
El lector del prólogo, además, se siente estafado ante el canje de centenario, ya que esperaba el de la CNT (1910-2010), porque es el que se cumple este año, y en cambio le dan otro “centenario”, el de los “setenta” años de anarquismo entre 1868 y 1939. Es una payasada que no tiene ninguna gracia, y que sólo hace reír por la ridícula imagen del fatuo catedrático que no sabe restar.
En el segundo párrafo del libro, Casanova explica el carácter masivo del anarquismo en España con una tautología: el anarquismo arrastró a sectores populares muy amplios, porque sin ellos no hubiera llegado a ser un movimiento de masas. Es decir, que era masivo porque era masivo. El lector atento ya no sabe si pasar al tercer párrafo o echar el libro en el rincón de los trastos inútiles.
Pero, si se atreve a llegar al final de ese segundo párrafo, leerá que el anarquismo, para Casanova, se asocia a la bomba y a la pistola, a la siniestra figura del hombre del saco con un cartucho de dinamita, al comecuras y pistolero de la FAI. Nada más y nada menos.
El anarquismo, según Casanova, era anormal, porque lo normal hubiera sido el socialismo. Y aún más anormal era que hubiera arraigado en una ciudad industrial como Barcelona. Y estamos ya en el tercer párrafo del prólogo. Los disparates prometen; la ausencia de explicaciones históricas, racionales y fundamentadas empiezan a brillar por su ausencia, para cualquier lector. Lo peor es que no aparecen en el resto del prólogo, y como me temía, tampoco en el resto del libro.
En el cuarto párrafo se nos dice que el anarquismo era “peculiar”, en el quinto atípico, en el séptimo un Guadiana, etcétera.
Para José Álvarez Junco el anarquismo fue, que no se ría nadie, un fenómeno religioso, escatológico y apocalíptico. La secularización de la sociedad española y el fortalecimiento del Estado, del que hoy, según dice Junco, es imposible pensar en prescindir, explican la nula influencia actual del anarcosindicalismo. ¿Quién ha sido?: ¡hemos dicho que nadie debía reírse!
Sobre el resto de participaciones en este libro colectivo es preferible no expresar juicio alguno, dada la consigna impuesta por Casanova, y aceptada por todos ellos, de hacer un resumen divulgativo, sin notas a pie de página, de sus meritorios trabajos anteriores. Es preferible remitir al lector a esos libros originales, porque esos resúmenes, sin citas ni aparato crítico, son un insulto al trabajo de los propios autores, así ninguneados, y a la inteligencia del posible lector, así insultado, porque le consideran incapaz de soportar un texto con notas al pie. ¿Desde cuándo están reñidos la divulgación y el rigor?
Porque de otro modo, qué decir del capítulo dedicado por Alicia Alted al exilio de los anarquistas españoles en Francia. Si Casanova ha certificado su muerte en 1939, y por lo tanto, si tuviese un criterio de mínima coherencia, no lo habría incluido en ese libro colectivo que él dirige, cocina y maneja. Se quiera, o no, el estuche diseñado por Julián Casanova, en el prólogo, condiciona, enajena y pervierte a los trabajos contenidos en ese libro colectivo, aunque sólo sea porque todos esos autores han cedido al imperativo de escribir sin notas a pie de página, y a las afirmaciones realizadas por Casanova en el prólogo: fin del anarquismo en 1939, exotismo del anarcosindicalismo en la historia de España y a que un centenario consta de setenta años, no de cien. Y si han aceptado el estuche forman parte del mismo paquete, y ese prólogo condiciona, quiéranlo o no, sus trabajos.
Me limitaré, pues, a opinar brevemente sobre el capítulo que Casanova dedica a la Guerra Civil, en el que se limita a reescribir una historia ya conocida, sin aportar nada nuevo, sazonando su parcial versión mediante la tergiversación política, malintencionada y tendenciosa, con numerosas omisiones, técnicamente mala y con errores considerables que quizás sean también intencionados. Su estilo es frío, triste y pesado como mármol de tanatorio. Casanova es penoso como autor, aunque no consigue ensombrecer su insuperable desastre como coordinador. Ese capítulo, en el que intenta explicar, en veinte páginas, toda la guerra civil española, no pasa de ser un intento descriptivo fallido, soso y prescindible, sin análisis ni interpretaciones creíbles, que no merece ni el comentario que acabo de hacerle.
Sobre el libro de Marín
El libro de Marín es un intento de reflexión sobre la historia del anarcosindicalismo. No es un estudio histórico exhaustivo, ni lo pretende. Es por lo tanto desigual, aunque los distintos capítulos son siempre informativos y amenos. Otros, los dedicados a la cultura anarquista de los años veinte y treinta, son excelentes, porque abren al lector aspectos inéditos, tratados con gran rigor, como el dedicado al pacifismo del movimiento libertario, que por sí solo justifica que se recomiende la lectura de todo el libro.
Marín nos habla del militante anónimo, aquel que no suele aparecer en los libros de historia porque no es un líder destacado, pero que es el que explica la fuerza del movimiento, porque nos describe a la mayoría. Marín nos habla de su vida cotidiana, de sus afanes culturales de superación, de sus valores éticos y sus sueños, de su imaginario. La mayor cualidad de Marín reside en esa sensibilidad y capacidad, muy poco frecuente en el mundo académico, de transmitirnos las vivencias cotidianas del militante de base, sus anhelos, sus temores, sus alegrías y esperanzas.
Entre Casanova y Marín media un abismo, el que separa a los defensores ideológicos del capitalismo ante la subversión antisistema de quienes saben que el capitalismo no es eterno y que la democracia es su último refugio. La manipulación del pasado desde el presente es un arma de combate por el futuro. Quien niega el hilo que une la historia del anarcosindicalismo con el movimiento antisistema no lo hace inocentemente, sino al servicio del sistema establecido.
Conclusiones
Mi asombro es infinito. ¿Cómo pueden algunos comentaristas comparar ambos libros en un plano de igualdad? ¿Cómo es posible que la prensa anarcosindicalista haga publicidad del mamotreto de Casanova, y no denuncie su carácter profundamente reaccionario? ¿Cómo es posible que no recomiende el libro de Marín, una y otra vez, repetitivamente y sin cansarse, en cada uno de sus números? Se lee poco y mal, pero que quienes reseñan libros crean que basta con copiar las solapas, merece ser denunciado y corregido. Que así sea.
En resumen, si tienes dos camisas y no tienes dinero para comprarte el libro de Marín, véndete una camisa y cómpralo, o conserva las dos camisas y corre a leerlo en una biblioteca. Si algún despistado te regala el de Casanova, no pierdas el tiempo miserablemente y cámbialo rápidamente por el de Marín. Saldrás ganando, que no está el patio para perder el tiempo.
Como decía Cayo Plinio, el Joven, lo importante no es leerlo todo, sino leer con frecuencia, y en profundidad, aquello que merece la pena ser leído. Y el libro de Marín se merece una lectura atenta y detallada, de las de lápiz en mano, que además de provechosa será lúdica.
Marín nos debe un trabajo exhaustivo sobre la cultura y la vida cotidiana del movimiento anarcosindicalista de los años veinte y treinta, que asoma con fuerza en este último libro, dedicado a glosar un siglo de movimiento libertario en España.
Dolors Marín, y esto es muy importante, está abriendo las puertas a una nueva manera de escribir historia. Hará escuela.
Para terminar, proponemos un juego: encontrar la palabra que defina a cada uno de los dos libros aquí reseñados. Una sola palabra para cada libro, capaz de resumir y abarcar toda su esencia.
Es muy difícil encontrar el vocablo adecuado para el trabajo de Casanova: aburrido, tocho, malo, muermo, embalsamador, petardo, inútil, mármol… y no acabamos de decidirnos; pero nos quedamos con mármol, porque evoca el estilo de tanatorio, que informa la escritura de Casanova; pero sobre todo por su vocación de losa casanóvica y mortuoria del anarquismo.
En cambio, no tengo ninguna duda sobre la palabra propicia para calificar el libro de Dolors Marín: sensibilidad; una sensibilidad fundamentada en el rigor histórico, las entrevistas a viejos militantes, la transmisión de los valores ético-sociales (que informaron el imaginario de nuestros abuelos anarquistas) y la alegría de vivir, impregnada en todas y cada una de sus frases.
Agustín Guillamón
Barcelona, noviembre de 2010, revisado en noviembre de 2024
[1] CASANOVA, Julián (coord.): Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Crítica, Barcelona, 2010.
[2] MARÍN, Dolors: Anarquistas. Un siglo de movimiento libertario en España. Ariel, Barcelona, 2010.