Refundar la Patria Grande

Por René Báez (*) 

La Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Núcleo de Imbabura, ha decidido generosamente otorgarme la Presea “Pilanquí”, símbolo de la libertad y los saberes de los hombres y mujeres de estas tierras.

La distinción me honra sobremanera y me desafía a redoblar esfuerzos en mis oficios de investigador y docente, oficios a través de los cuales he buscado dar sentido a mi vida y responder a las circunstancias de mi tiempo y espacio.

En condiciones menos apremiantes la ocasión habría resultado propicia para compartir con Uds. un reencuentro con distintas experiencias y vibraciones que habrían conformado mi ser emocional, intelectual y moral. He pensado, sin embargo, que el panorama que nos envuelve a los ecuatorianos al iniciar este nuevo siglo, a la par que hiere nuestra conciencia ética y estética, desafía a nuestro pensamiento individual y colectivo a un ejercicio de introspección que nos permita detectar adonde perdimos el camino.

Comenzaré con un breve diagnóstico de la situación contemporánea.

Después de la quimera del petróleo y sus alucinantes reflejos negativos, el Ecuador ha venido reencontrándose espasmódicamente con la dura realidad de un subdesarrollo y una subalternidad estructuralmente más profundos. Su patología comprende ahora problemas de enorme magnitud: caída de la producción e inflación, desarticulación y extrañamiento de su aparato productivo, bancarrota financiera, acrecentada vulnerabilidad externa, insolvencia fiscal derivada especialmente de su astronómica deuda externa, tendencias autonómicas feudalizantes, desabastecimiento alimentario y correlativo deterioro biológico y nutricional, desindustrialización, desempleo y subempleo galopantes, migraciones desesperadas a “paraísos” primermundistas.

El correlato del deterioro de nuestra economía no puede ser más dramático: deslegitimación de las organizaciones políticas y de las instituciones estatales, confusión teórica e ideológica, fugas de la juventud a las contraculturas de la drogadicción y la delincuencia, frustración, ansiedad y neurosis colectivas.

Si el Ecuador del siglo XX amaneció con los fulgores esperanzadores de “La Alfarada”, el Ecuador del siglo XXI se está inaugurando con inequívocos signos de decadencia y hundimiento. ¿Cómo pudimos arribar a este  irresistible escenario?

“La historia es la maestra de la vida”, nos enseñó Cicerón hace más de dos milenios. Se ha dicho también, y con razón, que la identificación correcta de un problemas comporta buena parte de la solución.

Alumbrado por estas grandes verdades, intentaré esbozar un cuadro impresionista del proceso que nos ha conducido a la actual encrucijada.

Tiempo precolonial

Chilam Balam, sacerdote maya, anticipa las consecuencias de la conquista española en la siguiente bella y estremecedora poesía:

 Dispersados serán por el mundo las mujeres que cantan y los hombres que cantan y todos los que cantan … Nadie se librará, nadie se salvará … Mucha miseria habrá en los años de imperio de la codicia. Los hombres esclavos han de hacerse. Triste estará el rostro del sol.

Tiempos coloniales

Detrás de la cruz de un falsificado cristianismo vinieron la espada y el ansia de ·dinero.

“Gran cosa es el oro, sirve hasta para enviar las almas al Paraíso”, habría escrito Cristóbal Colón en sus apuntes de navegación.

Las funestas consecuencias de esa obsesión por el oro no se harían esperar. “Amaneció en la mitad del día”, relataba el cronista de la muerte de Atahualpa.

La expansión del sistema europeo al “nuevo mundo” funden a sangre y fuego estructuras productivas naturales, armoniosas -no sólo ante sino anticapitalistas, como dijera Césaire- con el rampante capitalismo mercantil. En este operativo, los recipientes coloniales son vaciados de sus instituciones, se destruyen sus tribus y se reemplazan sus dioses, se falsifican civilizaciones y culturas que, si no perfectas, aparecen coherentes con las necesidades de seguridad y avance colectivos. Se opera una metamorfosis

de sociedades-sujeto en sociedades-objeto, en sociedades-eco, obligadas a funcionar -poblados de fantasmas y de zombis- como reflejos condicionados de una cultura material y espiritual extraña.

Genocidio, explotación, racismo, dominación política e ideológica, despersonalización cultural. He ahí algunos componentes de la alquimia colonial sembrada y cultivada por el (proto) Primer Mundo y su razón instrumental del dinero y la ciencia positiva.

La historia de la dominación colonial generará, por supuesto, la dialéctica de la resistencia. Ya el primer hijo que le nace al conquistador español Hernán Cortez, Andrés, el hijo de la Malinche, será un rebelde. Desde entonces, las mejores páginas de la historia latinoamericana y ecuatoriana serán las escritas por hombres y mujeres que han sabido decir NO. No a la expoliación material. No al culto del dinero y a la deificación de las cosas. No a la razón de la fuerza. No a los fetiches.

Cuauhtémoc en el norte, Lautaro y Caupolicán en el sur, Rumiñahui y Túpac Amaru en Los Andes; criollos gigantes como Miranda, Espejo, Bolívar, Tiradentes, Artigas, O’Higgins, entre tantos otros, ofrendaron su pensamiento y su vida a la causa de la emancipación, la libertad, la identidad y la felicidad de los pueblos americanos.

Época republicana

El hundimiento del sistema colonial presidido por España culmina en el primer cuarto del siglo XIX. Tal hundimiento, sin embargo, acaso por un signo trágico de nuestro destino no significará para Nuestra América -la martiana, no la monroísta- la constitución de estados plenamente autónomos  subordinación e ignominias. Y esto porque la independencia política regional que, de modo general, resulta en los estados nacionales y en las fronteras prevalecientes en la actualidad, representa para las nacientes repúblicas, por un lado, la prolongación del oprobioso pasado colonialista  -latifundismo, oscurantismo, abusos y canonjías- y, por otro lado, la progresiva modulación de nuestras economías y sociedades según el dictado de Inglaterra y su fórmula del libre comercio, originariamente bandera de piratas y filibusteros.

“Hispanoamérica es libre y si no manejamos mal nuestros asuntos, ella es inglesa”, había profetizado el premier inglés Canning en 1822. “Ultimo día del despotismo y primero de lo mismo”, escribió una mano anónima en los muros de Quito.

Nueva dominación, nueva resistencia.

Ya en el siglo XX, el eje de la dominación de América Latina y el Ecuador se trasladará al propio suelo americano, concretamente a los Estados Unidos, ese monstruo supereuropeo que dijera Sartre.

Fundado en el surgimiento de colosales firmas monopólicas, el poder estadounidense se extenderá sobre nuestras naciones mediante una inextricable red de relaciones de compulsión económica, financiera, tecnológica, política, ideológica, cultural, militar y policíaca. Si sabremos en el Ecuador cuyo último gobierno abdicó de la soberanía con la entrega de la

Base de Manta al Pentágono y la consagración del dólar como moneda nacional.

Después de la II Guerra Mundial, el poder norteamericano, mediante una cruzada multilateral, buscará persuadirnos de que nuestros problemas de atraso y “subdesarrollo” pueden ser resueltos por la agregación a nuestros países (y, en general, al vasto Sur del planeta) de algunos trazos modernizadores, que en su traducción práctica resulta en la difusión de pautas de consumo metropolitano, mientras bajo cuerda se intensifica el saqueo de nuestras riquezas.

Época actual

La victoria de la civilización capitalista frente a su rival histórico del siglo XX, el “socialismo real” que encabezara la URSS, representa para pueblos como los latinoamericanos la proyección en extensión y profundidad del esquema de dominación surgido desde el Renacimiento europeo, que tiene como sus principales ejes las ya mencionadas fuerzas amorales del dinero y la ciencia positiva.

Quiero decir que después de cinco siglos de colonialismo y/o neocolonialismo, el ya cumplido Reich de los 500 años, economías como las latinoamericanas se encuentran gravemente desestructuradas al punto de demostrarse impotentes para autosustentarse incluso en términos alimentarios, debido a su funcionalización extrema a las metrópolis.

La traducción política de esta realidad es que la intervención militar del Imperio se vuelve necesaria sólo en situaciones extremas. Corrientemente le resulta suficiente aplicar, a través de burguesías consulares y políticos sin ningún sentido nacional, programas de cuño económico liberal, cuyo sentido último no es otro que descargar el peso del saqueo sobre las espaldas de los empresarios no monopolistas, trabajadores y demás sectores populares.

A esta grosera forma de dominio y expoliación se la ha bautizado últimamente con los pastosos términos de globalización, modernización, libre mercado, democracia. Repetidas como sonsonete por los agentes y escribas criollos del poder imperial.

Particularmente en las dos últimas décadas la deuda externa acumulada por las naciones latinoamericanas (y las demás naciones tercer o cuartomundistas) ha sido el mecanismo utilizado por el sistema mundial de dominación para bloquear cualquier camino de autonomía y autodeterminación. Tal el sentido de las políticas económicas dispuestas por organismos como el FMI, el Banco Mundial, la OMC, el BID, etc., que se instrumentan bajo los señuelos del libre comercio y la democracia formal, la democracia nostra que diría el gran pensador imbabureño-ecuatoriano-latinoamericano Agustín Cueva.

De todo esto resulta que, si la economía nos martiriza, la política -su otra cara- no lo hace menos. Me refiero al deprimente espectáculo que se escenifica en nombre de la democracia.

El famoso politólogo estadounidense Noam Chomsky escribe y denuncia: ¨El mundo real se parece muy poco a las maravillosas fantasías que están hoy de moda y según las cuales la historia converge en un ideal de democracia liberal que es la plasmación definitiva de la Libertad…¨

En otro pasaje nos dice: ¨En la nueva era imperial hay un desplazamiento aún mayor hacia el extremo autoritario de la práctica democrática formal. El gobierno mundial de facto está perfectamente aislado de la intromisión popular o del conocimiento público. ¿Quién sigue las decisiones cruciales de los negociadores de la OMC o del FMI, que tanta importancia tienen para la sociedad mundial? ¿O de los bancos y las grandes empresas supranacionales que dominan la producción, el comercio y las condiciones de vida a escala mundial?¨

Me pregunto, ¿qué tiene que ver esta democracia de los magnates y dueños del planeta con la que soñara Bolívar en Tenerife? O sea, siguiendo sus palabras, “la absoluta igualdad de derechos y una regla de justicia que no se incline jamás hacia la fortuna, sino siempre en favor de la virtud y el mérito¨.

Cuánta razón asistía al ¨Che¨ Guevara cuando en Punta del Este declarara que la auténtica democracia tendría vigencia ¨cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos a la más ominosa impotencia¨.

Mucho podría extenderse este memorial de agravios contra la vida, el bienestar y la dignidad de Nuestra América y el Ecuador. El cáliz de la amargura continúa rebosante de egoísmos, mentiras, parodias y sainetes.

La historia nos enseña que el precio de la libertad y la felicidad siempre ha sido alto y tiene como fundamento el valor. También que mientras más profundo es el dolor más grande puede ser la alegría. La refundación de la Patria Grande, por la cual vivieron y murieron los mejores hijos de esta atribulada América Latina, sigue en lontananza.

En fin, la vida sigue y la dialéctica opresión-liberación también.

Goethe recomendaba ¨caminar sin prisa pero sin pausa, como las estrellas¨.

No querría concluir esta ya extendida intervención sin repetir una idea que sacó a relucir un dirigente indígena después de las jornadas contestatarias del último enero, idea que me conmovió por su tranquila belleza y profundidad: nos invitó a apelar en el futuro al arma de la humildad.

Con esa humildad, congruente por lo demás con el legítimo orgullo de quienes hemos sido acunados por los sones del Tambor Grande, recibo la emblemática Presea ¨Pilanquí¨.

(*) René Baez. Ex decano de la Facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y candidato de la International Writers Association al Premio Nobel de Literatura 2016.

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