¿Qué les pasa con Andalucía?
Por: Gerardo Tecé
La exministra de –para colmo– Agricultura, García Tejerina, vuelve a poner a los niños andaluces como ejemplo de fracaso. Un crío de diez años del sur lleva un par de años de retraso con respecto a un niño de la meseta, asegura la, al parecer, también especialista en pedagogía de niños sureños. No es la primera ni será la última vez. Otros que no han doblado el lomo en su vida ya quisieron regalarnos su sabiduría enseñándonos a pescar. Quienes viven la vida a todo tren –en clase VIP– nos dan lecciones de esfuerzo y nos acusan cada cierto tiempo, como en una especie de desahogo vital con hostia gratuita, de vivir del cuento. Del PER a veces. En los bares otras. De fiesta y ganduleo, siempre. Al parecer la dinámica es sencilla: nacemos, comemos, bebemos, bailamos –todo a cuenta del trabajo de otros– y morimos sin darle un palo al agua. Si lo imaginan así, no me extrañaría que fuese la envidia el problema. Por desgracia para nosotros los sureños, esto no es así. Normalmente nacemos, trabajamos, emigramos, bebemos, comemos y reímos lo que podemos y morimos, como todos, con una vida más o menos difícil en función no de la geografía, sino de –oh, sorpresa– la familia en la que nazcas. Personalmente no conozco a casi nadie que viva del cuento y estoy bastante seguro de que los Borbones no nacieron en Barbate. Mi entorno –oh, sorpresa– se ha esforzado estudiando, trabajando, peleando, como cualquier otro, de un entorno parecido, nacido en la tierra de Tejerina. Vamos, que los andaluces, cuando uno los conoce de cerca, decepcionan bastante. Es curioso verse a uno mismo soltando una obviedad tan grande, pero más curioso es que para algunos no sea obvio.
No. Tampoco los andaluces tenemos que ponernos victimistas. No es nada en contra de Andalucía, sino puro y duro clasismo. El mismo clasismo que a veces funciona entre territorios siempre funcionó entre personas. En parte, de ese clasismo, interior, andaluz, nació el tópico que hoy nos persigue. ¿A que no adivinan a quiénes llamaban vagos los señoritos andaluces, dueños de la tierra por herencia, que cobraban rentas desde el cortijo? A quienes –oh, sorpresa otra vez– se partían la espalda de sol a sol. Cuando, desde el privilegio, alguien te pide cuatro duros más al año por el precio de su espalda maltratada, tienes dos opciones: aceptar que eres un privilegiado explotador y corregirlo, o sacar el etiquetador de vagos y colocar pegatinas para señalar al que se movía de la foto del hambre. Mira el vago, que en vez de ponerse a trabajar se pone con reivindicaciones. Llenadme un carro de quienes no sean vagos, que la cosecha no se recoge sola. Se llama clasismo y consiste en señalar al de abajo y culpabilizarlo de su situación, tanto, que acaba pareciendo un privilegiado. Quién no querría ser el andaluz de la cabeza de quienes, como Tejerina, compran el tópico de analfabetos que viven del cuento. Qué suerte tenemos por aquí abajo.