Poeta a contracorriente
Por Antonio María Domínguez
José Mª Valverde vive en Barcelona junto a Pilar, su mujer, en un piso luminoso, que nada recuerda al de Nada, de la calle Aribau. Allí se siente uno cómodo desde el principio. Todo vestigio de formalidad burguesa ha desaparecido. En las paredes se encuentran estanterías funcionales repletas de libros y de fotografías. En una de ellas, Fidel Castro se funde con él en un saludo caluroso. En Nicaragua, con Pilar, sonríen abrazados por Daniel Ortega. Es domingo. Y, en este día, son otros los versos por escribir. Nada de gestos. Todo allí es autenticidad. Uno no se extravía en la memoria, tampoco en la timidez. Pocas veces se tiene el privilegio de encontrarse con gentes que siguen siendo referencias edificantes. Pero sin el pedestal de la moral ni la suficiencia de la sabiduría.
Mundo Obrero: Antes de iniciar la conversación, el profesor Valverde quiere dejar constancia de su evolución política. Nos expone su currículum sin el menor atisbo de contrición -descargo de conciencia, según algunos- ni la menor importancia a una vida de callado compromiso con Cuba, con Nicaragua, de lucha por la tolerancia… Estar frente a él es rememorar un tiempo en el que el verso «soy en el buen sentido de la palabra bueno», de su maestro Antonio Machado, es más que una propuesta filantrópica: es una manera de ser.
José Mª Valverde: Como es evidente, he tenido una evolución política muy lenta. Políticamente soy muy tardío. Soy un sobrevenido. Mi conversión fue a los treinta y dos o treinta y cuatro años. De jovencito, había sido falangista. A los dieciocho años, ser falangista en los años cuarenta, era ser un poco izquierdista dentro del franquismo. Era una pequeña disidencia. Manolo Sacristán, por ejemplo, también empezó siendo de aquella falange. Después, en Italia me hice democristiano. Esta afiliación propició que me ficharan como tal en la Jefatura de Policía. Más tarde, casi repentinamente cambié, aunque antes había leído a Carlos Marx. También Vicens Vives me influyó hasta tal extremo que después de estudiar su Historia Económica cambió mi idea de lo que era la literatura española. Fue una revelación. Después me di cuenta de que si quería seguir yendo a misa tenía que ser comunista. En el evangelio, el juicio final se presenta como un juicio ateo. Allí se pregunta si hemos dado de comer al hambriento, no si hemos tenido fe. Estas cosas, normalmente, el cristiano las disimula y las deja a un lado. Así, cuando puedo participar en política, me tengo que ir de España por las causa que todos conocen. Anteriormente, nadie se dirigió a mí. Nadie creía que hubiese evolucionado.
Después de doce años vuelvo a mi cátedra de la Universidad de Barcelona donde, desde el punto de vista administrativo, no se contempla mi ausencia. Desde la legalidad, nunca dejé de dar clases. Es un caso pintoresco: aceptaron mi renuncia, pero por otra disposición anularon la otra anterior. Después vinieron unos años grises. Imitando a Roland Barthes, digo que esto ha sido la transición intransitiva. Aquí hubo una trampa de salida: la forma monárquica como parte del texto institucional. Esto exigía un referéndum aparte. También quiero dejar constancia que, durante doce años, he sido presidente de la Casa de Nicaragua en Barcelona donde he dedicado muchos esfuerzos. Soy muy amigo de los del PCC. No estoy inscrito en el partido, pero apoyo todas las iniciativas que ellos me proponen. Fui candidato, como independiente, al Parlament en sus listas en las penúltimas elecciones. Fue horrible porque no obtuvimos ningún diputado.
M.O.: ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
J.M.V.: Si lee Vd. mis Poesías reunidas las referencias a mi niñez se corresponden con mi evolución política. Al principio, la idealizo. Más tarde, soy un poco duro. En mi poema «Toma de conciencia» se percibe esto con nitidez. Allí cuestiono hasta los valores de mi propia familia con los que me identificaba. Tengo que reconocer que también fui un beneficiario del sistema capitalista. Fui universitario porque mis padres pertenecían a la clase media. Además ser poeta reconocido me abrió puertas en la sociedad. Es decir, si llegué a catedrático de universidad, no fue sólo por méritos intelectuales sino porque había entrado en determinados ambientes, concretamente en el círculo de Joaquín Ruiz Giménez». Después, convertido en un rojo, aquello me ruborizaba retrospectivamente.
M.O.: En 1945, publica Ud. Hombre de Dios, libro que forma parte de la tendencia religiosa poética de posguerra. Sin embargo, allí leemos: «Hombre de Dios me llamo. Pero sin Dios estoy». ¿Estaba allí el principio de la disidencia posterior?
J.M.V.: No. Allí lo que había era una religiosidad demasiado individualista y egoísta. Se planteaban las cosas como diciendo: «Dios, quiero que me salves a mí». Con el tiempo descubrí que si uno no ama al prójimo no puede amar a Dios. Tampoco considero que fuera el contrapunto de una religiosidad de cruzada. Años más tarde, me encontré al Cardenal Herrera Oria en Roma. Cuando supo que era el autor de Hombre de Dios me felicitó y me dio un abrazo. Tal anuencia me hizo pensar que no era un buen poeta.
También tengo que decir de este poemario que se leyó como si fueran versos de Pemán. La religiosidad que allí ponía en marcha hundía sus raíces en Unamuno. Era una religiosidad angustiada, no específicamente cristiana. Dios aparecía como una ausencia deseada. Esto lo expresé en una entrevista. Después me enteré que su autor fue expulsado de su periódico por haber publicado mis opiniones. Pero esto no quiere decir que no contribuyese a la retórica religiosa de la poesía que se escribía en los años posteriores a la guerra civil.
M.O.: ¿Qué significaba escribir poesía en una España marcada por el hambre, el terror, el exilio y la muerte?
J.M.V.: Yo no viví esto porque pertenecía a la clase triunfante. Además yo cerraba los ojos a muchas cosas. Y, desde el punto de vista político, mi sentimiento dominante era el miedo al comunismo. Esto me dejaba ciego para ver la realidad. En un poema posterior, ‘Visita a los pobres’, cuento estas experiencias caritativas de los años cuarenta desde otra perspectiva. Eran tiempos de miseria, pero que no me llevó a ninguna reflexión crítica. En este estado de miedo al comunismo viví, por encima de todo, hasta el año sesenta y dos. Pero llegó un día en que me di cuenta y me dije que los comunistas tenían razón.
Del oficio de poeta, me queda la satisfacción de encontrarme con algún lector que recuerda algunos de mis poemas por una razón concreta que no tiene nada en común con la poesía nebulosa y sin temas que se escribe desde 1975 cuando llegó P. Ginferrrer y sentó las bases del venecianismo y del neoesteticismo.
M.O.: ¿Dada su evolución política, qué caminos sigue Ud. a partir de entonces?
J.M.V.: En 1965, se produce un gran cambio. Hasta entonces, la tendencia predominante, la social, sufre un viraje. En lo que a mí respecta, es el momento que quería hacer poesía social y política. Yo, que había sido al empezar demasiado oportuno, en la medida que transcurre el tiempo, me había quedado a contrapelo. Soy, pues, un poeta a contracorriente. Mi poesía es didáctica. Como los clásicos, creo la poesía tiene que instruir deleitando y no ser un bla, bla, bla. Antes de escribir mi último libro, Ser de palabra pensé que fuese un librito que resumiera mis estudios y obsesiones sobre el lenguaje. Un tratadito.
Después me arrepentí y decidí escribirlo en verso. En el fondo sé que soy un poeta pensador, didáctico y prosaico, pero es para fastidiar a la moda actual. Escribo sobre lo que pienso. Por eso, no garantizo que los resultados sean líricos.
M.O.: Enseñanzas de la edad termina con el poema «Sobre mi imposibilidad de escribir una elegía madrileña». Lleva un lema de Paul Verlaine: < J.M.V.: Este poema lo escribí cuando llegué de Canadá. Entonces me di cuenta que los valores de la burguesía a la que había pertenecido chocaban con mi nueva forma de ver y sentir el mundo. Este poema sólo quiere reflejar un extrañamiento respecto a mi pasado.
M.O.: ¿Y cómo se siente en Barcelona después de doce años en EEUU y Canadá?
J.M.V.: Mi incorporación a la Universidad se produce sin ningún entusiasmo. Reanudo mis tareas docentes con decoro, pero sin creer en la Universidad. Políticamente esto es un páramo. No hay oportunidades para hacerse revolucionario. Y mi relación con las instituciones es nula. La Genaralitat, sí, me concedió la Cruz de San jordi y el día que me la impuso J.Pujol me dijo: «Hace mucho tiempo que no le veo, Sr. Valverde». Le respondí que yo le estaba viendo siempre. Con los socialistas, antiguos amiguetes, tengo también poca relación porque se dan cuenta que no estaba con ellos sino izquierdeando. Y, cuando se produce la escisión en el PSUC, opto por el PCC. Ahí están mis amigos.
M.O.: ¿Y qué nos puede decir de Rafael Ribó?
J.M.V.: Su operación se ha cargado completamente al PSUC llevándole a una vaga izquierda, lo que ellos llaman la izquierda posible. Ahora bien, votaré en las próximas elecciones a Iniciativa per Catalunya porque, ahora, el PCC forma parte de esa alianza.
M.O.: Su obra es extensa y variada: Poesía, ensayo, manuales de literatura, etc. Ahora nos sorprende Ud. con un diccionario de historia que está en las antípodas del academicismo. En él aparecen palabras como SIDA, que no se suelen encontrar en este tipo de libros.
J.M.V.: EL SIDA, como la sífilis, que también aparece, son hechos históricos muy importantes. El sida es muy importante aunque no tenga nada que vér con la política. Personalmente, también para mí. Tenemos un hijo seropositivo. Pero si así no fuese, me parece un hecho de gran trascendencia. Si de aquí a diez o quince años no se encuentra un remedio, las consecuencias pueden ser como las del diluvio universal. Ahora lo que debemos hacer es informar a las gentes mediante campañas educativas cómo se produce el contagio, y, una vez, que se ha ido superando el concepto de riesgo, realizar una medicina preventiva para todos. El sida no es una cuestión de ricos y pobres, por lo menos, en los países capitalistas. Tampoco podemos aplicar ningún tipo de culpa. Es un tipo de fenómeno cósmico que nos ha caído sobre nuestras cabezas.
M.O.: En 1972, hablaba Ud. de Cuba en los términos siguientes: «Yo, marginal, desanimado y triste/ de ellos puedo aprender algo que habríamos/ de hacer los que decimos ser cristianos». ¿Ahora qué relación mantiene Ud. con los cubanos?
J.M.V.: Miguel Barnet, que acaba de estar por aquí, me ha ofrecido la presidencia de una asociación cultural que se acaba de fundar, pero no voy a poder trabajar en ella por razones de salud. Les quiero mucho, aunque siento mucha pena por la evolución que se está produciendo y que ya es inexorable. En mi última visita a la Isla, fue muy triste ver la actual situación. Ante esto, estamos intentando salvar lo salvable.
M.O.: ¿Y con Nicaragua?
J.M.V.: No sé que decir. Mis amigos, los sandinistas, al estar peleados entre ellos, me han dejado en medio. Cuando me escriben, no les contesto para que no me apunten en ninguno de los bandos. Es tremendo. A pesar de la extrema miseria, la política se ha convertido en un juego extraño. Por un lado, los «orteguianos», y, por otro, llámemosle así, «los liberales». Y, en medio, el pueblo que no se identifica con ninguna de las dos directivas.
M.O.: ¿Por qué suelen ocurrir estos desgarros en el seno de la izquierda?
J.M.V.: La influencia del capitalismo es muy fuerte. Ahora se ha publicado Historia del siglo XX, de E. J. Hobsbawn, que estudia el periodo que va de 1914 a 1991. Este espacio de tiempo, que él llama el siglo XX corto, ha consistido en la batalla contra el comunismo. Una batalla con unos medios muy superiores y que es la clave de todo lo que ha ocurrido, a pesar de que en la Segunda Guerra Mundial, los enemigos apareciesen como aliados. El capitalismo esperaba que la URSS se hundiera después de la guerra.
M.O.: ¿Hablar de compromiso es ya un tópico, pero qué responsabilidad tienen aquellos que tienen una tribuna para expresar sus ideas o para dar testimonio de lo que pasa?
J.M.V.: A mis alumnos, los últimos años les advertía que los intelectuales somos malas gentes. Ejercer de intelectual o escritor es colocarse en un pedestal de poder, de fama, de ambición, de prestigio, de dinero. Son muy pocos los que resisten. A ver qué escritores hay hoy por ahí que pueda uno decir que son maestros auténticos. No debemos confundir determinadas actitudes con teoría o doctrina. Mi posición en el 1965 fue una acción de solidaridad con todos los sancionados. De otro modo, hubiera sido algo entre amiguetes.
M.O.: ¿Cuál fue su relación con Manuel Sacristán?
J.M.V.: Bueno, el poema ‘Dialéctica histórica’ es su retrato realizado con cariño e ironía. Allí está representado el Sacristán padre y el Sacristán comunista. Lo que no supe nunca es si se reconoció en él. Naturalmente nunca se lo pregunté. Nos veíamos poco, aunque siempre con cariño.
M.O.: ¿Para terminar, sigue pensando, como en su poema, que la vida es una noche oscura?
J.M.V.: Sí. Como dije al principio la vida es la exaltación de una ausencia dolorosa. Y, como tal, es también oscura y nos hace más desvalidos, solitarios y huérfanos.
Al final, después de esta conversación, quedan en pie muchas respuestas. Y unos versos: <
Nota: Agradecemos la gentileza de W. Valverde que nos cedió la foto de su padre.
Publicado en el Nº 54 de la edición impresa de Mundo Obrero febrero 1996