Hace unos meses, una joven fue asesinada en el pueblo de Penzele, cerca de mi casa en Lokolama. Esto provocó un ataque contra nosotros. Golpearon y arrestaron a 24 personas, entre ellas mujeres, niños y hombres. Todavía tengo cicatrices en el cuerpo.
Mi mujer y mis hijos fueron golpeados sin piedad junto a mí. Fue una experiencia horrible que no se la deseo a nadie. No sólo nos golpearon, sino que también nos quitaron nuestras pertenencias e incluso nos pidieron dinero. La brutalidad del ataque también empujó a decenas de personas a refugiarse en el bosque, temiendo por sus vidas, ya que no podían pagar el rescate completo necesario para liberar a los miembros de su grupo.
Nos narraba en un correo Valentin Engobo Lufia, jefe del pueblo autóctono de Lokolama. Los hechos fueron denunciados en su día mediante comunicado de prensa por las organizaciones Rainforest Foundation UK y la congoleña APEM. No era éste el primer altercado que sufrían los pigmeos de Lokolama ni ese feroz ataque de la policía se circunscribía al orden público en esta zona de turberas de la Cuenca del Congo.
EL DESCUBRIMIENTO DE LAS TURBERAS
La turba es un material parcialmente descompuesto y que se acumula tras largos períodos de encharcamiento. Las turberas son áreas naturales cubiertas de turba. Las turberas de la Cuenca del Congo abarcan los dos Congos -República del Congo y República Democrática del Congo (RDC)- con una profundidad media de dos metros y ocupan una superficie superior a la de Inglaterra y Gales juntos. Pero quizá lo más importante de todo es que acumulan el carbono equivalente a las emisiones planetarias de tres años y que la deforestación o la reducción de la humedad provocaría que todo este CO2 “escapara” a la atmósfera, aumentando de manera exponencial los efectos del cambio climático. Pese a ello, no fueron descubiertas hasta hace pocos años por investigadores de la Universidad de Leeds y activistas de la organización Greenpeace y descritas por primera vez en 2017 en la revista Nature.
UNA RIQUEZA CUYA EXPLOTACIÓN PUEDE RESULTAR MUY CARA
Hasta hace dos décadas la zona había registrado bajas tasas de deforestación y sus bosques, su mayor riqueza junto a los suelos -cultivables tras quemar o limpiar el bosque- estaba preservada. Pero la mejora de acceso a través de los caminos ha provocado que una creciente población necesitada de alimento la explote. A ello se ha unido la entrada de empresas madereras, principalmente chinas, que han sido favorecidas ilegalmente por las autoridades, realizándose concesiones pese a la prohibición actual de realizar talas, explotaciones que abarcan inmensas superficies. En 2018 el gobierno concedió superficies de medio millón de hectáreas a dos empresas chinas que cubrían 29.000 km2 de turberas y licencia para una plantación de palma de 4.700 kilómetros cuadrados que ocupaban turberas. Aunque de momento no han avanzado, pende también la posibilidad de la explotación de dos yacimientos petrolíferos en la zona de turberas.
Los pueblos autóctonos de la zona sufren a unos y otros para obtener unos recursos que se encuentran en sus tierras ancestrales y que no repercuten en un mayor desarrollo de estas poblaciones:
Algunas poblaciones autóctonas viven en la pobreza extrema debido a las empresas madereras que no siempre respetan los contratos sociales que prevén la construcción de escuelas o puntos de agua
manifestaba Estelle Ewoule Lobe, cofundadora y secretaria ejecutiva de Acción para la Protección de los Desplazados Internos y los Migrantes Ambientales en África (Apadime) en un reportaje de france24
La explotación maderera que altera los medios de vida de este pueblo aboca a los pigmeos a la malnutrición y a enfermedades, pues destroza también su “farmacia”, que siempre ha estado principalmente en las plantas del bosque que ahora se tala. Todo ello supone una condena a la desaparición de estos pueblos que, en muchos casos, nutren la creciente población de la saturada megaurbe de Kinshasa, que crece, literalmente, por días.
En Kinshasa los encontramos en barrios marginales. Cuando abandonan su entorno, se produce necesariamente una pérdida de identidad. Seguimos hablando de una minoría que tiene un estilo de vida extremadamente frágil. Hoy no podemos decir que estén a salvo de su extinción cultural
declaraba en el mismo reportaje Marine Gauthier, experta en derechos de pueblos indígenas y gobernanza forestal.
PROTECCIÓN PARA LOS PIGMEOS, MÁS QUE NADA EN EL PAPEL
Pese a todo lo narrado, los pigmeos recibieron una protección por parte del gobierno congoleño. Conscientes de la discriminación que sufría este pueblo, se promulgó una ley en marzo de 2022 que los discriminaba “positivamente” asegurándoles asistencia sanitaria y enseñanza gratuita a todos los niveles, gastos jurídicos gratuitos -incluida la exención de pagar tasas matrimoniales en el registro civil- además de aplicar penas especiales para quien los discriminara en la educación o el empleo.
Sin estas leyes quizá el pueblo pigmeo viviría peor pero, evidentemente, han ayudado poco frente al poder de las empresas madereras. La explicación del porqué nos la daba Raoul Mosembula, de Greenpeace África, con el que hablamos de estos temas:
Promulgar una ley es una cosa y tomar medidas de cumplimiento para implementarla es otra. Es cierto que el decreto emitido por el presidente no va seguido de medidas coercitivas. Además, los pigmeos viven en entornos remotos donde no sólo no están informados de la ley promulgada sino que además la policía y otras comunidades ignoran la ley
Pero antes de esto, la población de Lokolama, en plena zona de turberas, llevó a cabo una avance capital en la protección de estos bosques. Curiosamente, el primer código forestal (1941) del entonces Congo Belga no permitía la concesión de explotaciones madereras a comunidades locales, que solo podían recibir empresas madereras, algo que cambió muchos años después, en 2002. La comunidad pigmea de Lokolama, apoyada por Greenpece África, inició en 2016 un exitoso programa de silvicultura que protegía los bosques y mejoraba sus condiciones de vida. En marzo de 2019 recibió la concesión oficial por parte del gobierno provincial de Ecuador del Bosque de Wanda, más de diez mil hectáreas.
Hasta ayer, el pueblo autóctono de Lokolama no podía imaginarse tener derechos sobre sus bosques. Estamos contentos porque nos hemos liberado de la ilegalidad de los operadores forestales. Agradecemos a Greenpeace África que aceptó nuestra solicitud de apoyo en este proceso, y es también gracias a ellos que hoy sabemos la importancia de las turberas para el mundo. Contamos con nosotros mismos para nuestro desarrollo local a través de proyectos que van en la dirección de proteger nuestro bosque. Además, llamamos a una convivencia armoniosa con las comunidades vecinas. También enviamos un mensaje de esperanza a todos los pueblos autóctonos de la provincia de Ecuador para decirles que ahora la puerta está abierta para nosotros y que podemos empezar a beneficiarnos de nuestros derechos declaraba entonces Valentin Engobo, citado al principio de este artículo.
Mantener proyectos como estos en un ambiente de corrupción institucional y potentes intereses de empresas madereras es difícil, por eso preguntamos a Raoul Mosembula qué quedaba a día de hoy de todo aquello:
La concesión existe. Pero Greenpeace dejó de apoyar a esta comunidad tras un conflicto con WWF. No, la violencia no está vinculada a esta concesión, aunque su presencia y la de las turberas atraen el deseo de los pueblos bantúes vecinos. Después de nuestra partida de Lokolama, el gobierno provincial de Ecuador decidió buscar otros socios para estas comunidades. Estos socios nunca han visitado Lokolama. Se está preparando la construcción de una torre de flujo de carbono.
Los descubrimientos sobre las turberas, compartidos por los científicos con la comunidad autóctona, contribuyen a que los pobladores de Lokolama tomen las medidas adecuadas para protegerlas dentro de sus actividades productivas. Hubert Bonkile, jefe local de Lokolama, contaba esto durante la visita de la periodista Solange Tangamu en septiembre de 2020:
Antes no sabíamos la importancia de estas turberas. Fueron los científicos que vinieron aquí con Greenpeace quienes nos enseñaron esto. Nos explicaron que no deberíamos practicar actividades dentro y alrededor de las turberas. Recomendaron que no talemos árboles, ni pesquemos ni cultivemos en estas áreas. Porque, según los científicos, su protección es importante para el clima mundial. Pero persisten zonas grises. Necesitamos capacitar aún mejor a la comunidad
GUARDIANES DE LOS BOSQUES Y DE UNA BOMBA DE CARBONO
Y así viven los pigmeos de Lokolama, los mismos que sufrieron en mayo la brutalidad de la policía, en unos hechos que quizá sintamos lejanos. Son los que mejor, y quizá los únicos, van a cuidar como corresponde unas tierras en las que siempre han vivido y en las que deben seguir viviendo, desarrollando su identidad. Son los guardianes de los bosques y los que pueden evitar la explosión de una “bomba de carbono”, como calificaba Raoul Mosembula durante nuestra conversación a esta región de turberas, que mandaría al traste muchas de las pocas esperanzas que nos pueden quedar para suavizar el lío climático en el que nos hemos metido.
De esta manera, unos hechos lejanos, que hasta podemos ver como normales o menores en un ambiente de permanente y brutal violencia como el que se vive en el Congo, están directamente relacionados con nuestra existencia cotidiana y nuestro futuro.