Parte III Cuba: una crítica por el socialismo. La encrucijada de Cuba: peligros, retos y errores de la revolución.
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Pero sucede que las condiciones sociales mundiales son las del capitalismo, en las que si aparece en algunas capas (muy restringidas y limitadas) un poder económico lo suficientemente potente como para realizar viajes al extranjero, pero en las que, en cambio, la mayoría de la población mundial no tiene qué llevarse al estómago. Ante esta situación, y por mucho esfuerzo y trabajo que pueda llevar a cabo un país pequeño y pobre como es Cuba, difícilmente podrá revertir esa situación a nivel mundial. Aunque ello no quite que pueda llevar a cabo toda una batalla para socializar los recursos y la riqueza, y de extender cada vez más ampliamente unas condiciones económicas mejores para todos los ciudadanos.
Le diríamos también que, a pesar de que, en ocasiones, le importe poco quienes fueron personajes como Marx, Lenin, Che Guevara y tantos otros, le debe mucho a su labor tanto teórica como práctica en la construcción de un proyecto político en el que quepan la justicia, la igualdad y la fraternidad, de la que Cuba es la mejor encarnación. Por otro lado, le diríamos también que tampoco se deje llevar por la falsa ilusión en la que el Estado y la autoridad impiden la libertad de iniciativa de los negocios en Cuba, ya que en unas condiciones que no sean las socialistas, esto es, en unas condiciones capitalistas la mayoría de la población se ve desprovista de otra cosa para vender que no sea su propia pelleja. Y que, por tanto, si en estos momentos tiene algo distinto para llevar al mercado es sin duda, porque hay un sistema socialista que, con sus fallos e imperfecciones, hace en muchos casos la vista gorda ante una re-socialización al margen del Estado de la riqueza, en un contexto en que a mucha gente no le alcanza con un modesto salario estatal para cubrir sus necesidades.
Le diríamos, en definitiva, que se desengañe acerca de las ventajas que pueda tener una apertura económica al capitalismo de Cuba; esto no traerá más que muchas mayores cuotas de injusticia y desigualdad que las que el socialismo y la revolución cubana con sus errores y fallos pueda haber provocado y contra los que se ha declarado en eterna batalla. No supondrá más que la privatización de los numerosos servicios públicos que tiene Cuba: el de la sanidad, la educación, la electricidad, el teléfono, el agua, etc. Algo que provocará un inmenso proceso infraccionario en el país en el que estos servicios públicos que anteriormente eran públicos y de acceso universal (debido a su subsidio y prestación estatal) se convertirán en inaccesibles para la mayoría de la población, lo cual provocará el endeudamiento general de amplias capas de la población, cuando no el desahucio de sus casas y viviendas como consecuencia del impago de las deudas contraídas por el impago de estos servicios. Un proceso que se cobraría muchas víctimas por el camino, aunque generaría cuantiosos beneficios para toda una serie de transnacionales que se harían dueñas del país y que sacarían los beneficios del mismo para llevarlos muy lejos de adonde fueron a buscarlos: a Waltt Street o a la Bolsa de Madrid. 
Conclusión: el socialismo no puede retroceder ni un paso atrás
 
Marx denunciaba que como consecuencia del avance del sistema y la producción capitalistas aumenta la dominación del capital al aumentar la cantidad de trabajo acumulado en manos del capital. Trabajo acumulado que en condiciones capitalistas de producción (y por lo mismo de distribución) siempre queda en manos del capital, aumentando el poder de éste sobre la clase trabajadora y los pueblos en general. Es por ello, por lo que el socialismo no debe de dar ni un paso atrás. El socialismo en Cuba, de la mano de la crítica, debe de afianzarse y no dar ni un paso atrás; de lo contrario nos podemos ver en una involución que dejase fuera del tablero al prácticamente único proceso revolucionario del mundo que se encuentra medianamente afianzado y consolidado.
En Cuba, no sólo los cubanos sino el mundo en general se juega mucho, quizá demasiado para ser Cuba una isla de tan escasas dimensiones. En Cuba se juega el futuro de la humanidad, en Cuba se juega el otro mundo es posible de los movimientos revolucionarios y altermundistas, en Cuba se juega un mundo sostenible, el respeto por los derechos y libertades del hombre. En Cuba se juega, en definitiva, un mundo en que merezca la pena vivir.
En Cuba nos lo jugamos todo, pero muy especialmente la tradición marxista que no puede permitirse una catástrofe moral y política como la que supondría el que la revolución cubana se desvaneciera. El marxismo no podría recuperarse de una pérdida como Cuba, el último bastión del socialismo que ha conseguido resistir contra viento y marea, y que ha sido y es un apoyo fundamental para los procesos revolucionarios y de transformación que están emergiendo actualmente en América Latina. Sin el apoyo de Cuba (apoyo humanístico, médico, científico, etc.) estos procesos revolucionarios emergentes se verían privados de su oxígeno para respirar y fortalecerse, y así conducirse hasta la victoria.
Por ello, porque nos jugamos tanto, muchas veces uno se pregunta si acaso no nos estaremos jugando tanto con el tema de Cuba como para dejarlo únicamente en manos del socialismo cubano, sin la colaboración más amplia de los movimientos socialistas y revolucionarios internacionales y mundiales. No estamos diciendo con ello que Cuba necesite ayuda, ni de la solidaridad del mundo, sino que más bien porque el mundo necesita de la ayuda y de la solidaridad de Cuba es por lo que se hace necesaria una mayor internacionalización del proceso de construcción del socialismo cubano. Como el mundo necesita de la ayuda de Cuba, se hace necesario que Cuba se fortalezca, que Cuba se afiance en el socialismo para lo que necesita la cooperación de intelectuales y militantes revolucionarios y socialistas del mundo entero para trabajar conjuntamente por el socialismo.
El socialismo (la construcción del socialismo) necesita de un internacionalismo de la clase trabajadora y de la tradición marxista, y no es comprensible ningún aislamiento, ninguna excusa a la hora de promover una mayor cooperación entre líderes, intelectuales, cuadros y militantes de base de la izquierda revolucionaria en el mundo entero. Si algo reprocha a la izquierda, por ejemplo, Naomi Klein en La doctrina del choque es que no ha promovido ni articulado (o al menos no ha sabido hacerlo) una red internacional entre procesos de transformación y revolucionarios en el mundo que acabase con el asilamiento en que muchos procesos revolucionarios. Por consiguiente hacemos desde estas líneas un llamamiento a la constitución de la V Internacional que se convierta en un instrumento para la cooperación, organización y apoyo entre los distintos procesos revolucionarios y de emancipación en el mundo entero.
Por consiguiente, el principal reto que va a tener que afrontar el socialismo cubano en los próximos años no va a ser simplemente económico, sino que el reto es político, el reto suprimir las crecientes desigualdades sociales y económicas, que acabe con muchos de los problemas estructurales que tiene el país. Pero este reto es al mismo tiempo otro: que la revolución cubana salga adelante victoriosa de la batalla que día a día está librando. Cuba, si tiene hoy un objetivo principal es sin duda éste. Cincuenta años de revolución no van a impedir que la posibilidad de una transición al capitalismo no se dé. Bien es verdad que Cuba ha superado enormes embates y desafíos, pero estos han dejado una profunda huella de la que todavía no se ha restablecido ni mucho menos, y que junto a otros factores pueden dar lugar a muchos problemas. Por tanto, si Cuba tiene un reto es ése, conservar el socialismo y las conquistas de su revolución ante la situación compleja y difícil en la que se encuentra. Cuba, como decimos, tiene que vencer.
Patria, socialismo o muerte…Venceremos
 
 
Apuntes teórico-críticos:
 
¿Es socialismo las reformas promovidas por Raúl Castro? La respuesta es sí, es puro y genuino socialismo.
Las reformas que ha promovido el actual Presidente de la República de Cuba son, hay que decirlo, muestra del mejor y más genuino socialismo del que se haya tenido noticia en mucho tiempo. Frente a las acusaciones infundadas de introducir el capitalismo en Cuba y de utilizar las melladas armas del capitalismo para construir un proyecto socialista, tenemos que decir que no, que socialismo no es igualitarismo, sino igualdad de oportunidades. Socialismo es, ante todo, equidad, y las reformas promovidas por Raúl Castro son una muestra exponencial y magnífica de un socialismo que lo es del siglo XXI, que ha aprendido de sus errores y que se esfuerza por seguir construyendo un proyecto alternativo y anticapitalista. Un socialismo que es, repetimos, el mejor del que se haya tenido noticia jamás y que es el único capaz de solucionar los problemas que tiene Cuba y el mundo. Y ello a pesar de que el socialismo se encuentre un tanto preso y necesite de inversiones extranjeras, dada la gran cantidad de trabajo acumulado que permanece en manos privadas capitalistas como consecuencia del progreso de la apropiación privada capitalista mundial a lo largo de la historia. Pero esto no dice nada en contra de la revolución cubana y si dice algo es en contra del resto del planeta que no ha sabido luchar ni por el socialismo ni por conservar las conquistas de éste.
Hay que ver atónitos como la mayoría de quienes se encargan de tildar de capitalistas las reformas que están teniendo lugar en Cuba tienen una idea equivocada de qué es lo que quiere decir capitalismo, y qué en cambio no. Ante este problema que produce enormes malentendidos cuando no divisiones entre las filas marxistas se impone la necesidad de imponer orden en el desconcierto reinante y aclarar qué es lo que quiere decir la palabra capitalismo contra la que muchos se declaran, pero que, sin embargo, muchos no tienen ni idea de lo que representa este concepto.  
Otro de los problemas tiene que ver con que se ve como “capitalista” o “arma del capitalismo” el que se introduzcan incentivos materiales para mejorar la producción y la eficiencia en la economía cubana; proponiendo que sean en su lugar “incentivos morales” los que mejoren la producción y la eficiencia. Algo que representa un auténtico y descalabrado disparate, ante el cual no podemos más que horrorizarnos por la barbarie teórica que se está cometiendo en este asunto.
En primer lugar tenemos que decir que la moral no tiene nada que ver con lo externo, sino con lo interno a la conciencia de cada cual y los motivos en virtud de los cuales se determina la voluntad. De las relaciones externas y su conformidad al derecho se ocupa el derecho, no la moral. La moral no debe de renunciar a promoverse, pero sí a imponerse, ya que es algo que tiene que ver con la conciencia o voluntad de los sujetos, pero no con sus acciones, aunque éstas sean a menudo expresión de aquella.
En segundo lugar tenemos que decir que es irrenunciable el que la moralidad vaya acompañada de felicidad, donde felicidad es la entera satisfacción con la existencia, pero en un ser que se nos muestra dependiente materialmente tanto en su naturaleza como en su existencia, y que es el ser humano. Una cosa es que la moralidad no se determine por la felicidad pero otra cosa es que la moralidad elimine la felicidad en tanto que ésta representa la entera satisfacción (material y moral) con la existencia de uno.
Ante los todavía fieles creyentes de una unilateral batalla de las ideas en Cuba y fuera de Cuba   tenemos que decir que basta de sinsentidos que no conducen más que a un callejón sin salida muy comprometido. La moral (o las ideas que deben de regir las acciones de los individuos) jamás deberá imponerse, y si pretendemos que así sea desembocamos sin remedio en lo peor y más tenebroso de la revolución cultural maoísta en la que prácticamente cualquier cosa podría ser tildada de contrarrevolucionaria y por lo mismo condenada. La moral sólo puede promoverse, primero, mediante el ejemplo práctico y segundo mediante argumentaciones y exposiciones teóricas. Pero la moral no puede ser nunca objeto de una imposición ni obligación más allá de la conciencia del deber de cada cual, y que por lo mismo es interna a la conciencia de cada cual. Lo que puede ser objeto de una obligación no son los motivos ni los ideales en virtud de los cuales uno actúa (cuya condición de moral permanece in-aprehensibles hasta para el propio sujeto), sino las acciones externas que se exigen a partir de una determinada serie de deberes y obligaciones (externas) a las que los ciudadanos desde el momento en que lo son se encuentran obligados por las leyes (las cuales han de regirse por los principios universales del derecho). Hecha esta distinción se hace indiscernible que es lo que pueda querer decir un “incentivo moral” como herramienta para mejorar la producción, salvo un intento de promover unas determinadas ideas que pueda tener mayor o menor éxito, pero que no puede ser bajo ningún objeto de una obligación coactiva, puesto que lo moral no tiene nada que ver con lo externo, y permanece enteramente extraño a ello. Hay por tanto que volver a delimitar las fronteras entre el derecho y la moral, las cuales frecuentemente se desdibujan y producen por ello muy graves malentendidos.
La batalla de las ideas no vale para nada si no va acompañada de unas relaciones sociales equitativas (que no igualitarias) que se esfuercen por hacer afortunados, también materialmente, a las mujeres y hombres buenos; y no que hagan ver que finalmente sean los buenos los que en peores condiciones vivan. La felicidad no es sinónimo de moralidad, pero la moralidad (el que sea la conciencia del deber la que rija nuestras acciones) debe de ir acompañada de la felicidad. Donde felicidad lo es un ser dependiente (materialmente) tanto en su naturaleza como en su existencia; una dependencia que es consecuencia de las necesidades (materiales) ineludibles que le plantea su naturaleza finita y donde la felicidad no representa sino la entera satisfacción con la existencia.
El problema del capitalismo: qué es capitalismo y qué, en cambio, no
 
Capitalismo no quiere decir sino un sistema social (por lo tanto, unas determinadas relaciones sociales) en las que se produce una explotación del trabajo ajeno por parte de una clase que, en condiciones capitalistas, es la que posee los medios de producción y que se ha denominado comúnmente capitalista o burguesa. Una explotación del trabajo en  la que se produce una apropiación privada y ajena al trabajo de eso que produce el trabajo, y no una apropiación pública o colectiva por parte de los trabajadores. De ahí el carácter de ajeno de la explotación del trabajo en condiciones capitalistas. Un carácter, el de ajeno, que es lo propio de la explotación del trabajo en condiciones capitalistas, porque en condiciones capitalistas la explotación del trabajo lo es del trabajo ajeno, no del trabajo propio. Lo cual imposibilita desde el principio llamar al trabajo individual de los pequeños productores autónomos sinónimo de capitalismo. De forma que uno puede “explotarse” a sí mismo lo que quiera trabajando en sus tierras a destajo, que eso no será nunca sinónimo de capitalismo por mucho que se empeñen algunos.
Capitalismo, por tanto, quiere decir unas condiciones sociales bajo las cuales el trabajo aparece desposeído de sus medios de producción o condiciones de trabajo, y en las que la clase trabajadora, lo es porque no dispone de medios de producción, y se ve obligada a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Salario que paga tan sólo una parte de lo que produce el trabajo, de manera que hay en juego dos cantidades muy diferentes de trabajo, una la que reproduce el valor del salario y otra que funciona a modo de excedente, que recibe el nombre de plustrabajo o plusvalía, y que es de la que se apropia el capital. Por tanto, capitalismo representa unas condiciones sociales bajo las cuales, a la clase trabajadora no le pertenecen los productos de su trabajo propio, sino que tan solo le pertenece el salario que paga su empleo[1] en la esfera de la producción, el cual se encuentra sometido a las fluctuaciones inevitables que le imponen la ley de la oferta y la demanda y las necesidades de revalorización del capital.
 
La sociedad de mercado o el mercado (siempre y cuando se entienda por éste las condiciones que rigen en la sección I del libro I de El Capital) viene dada, en cambio y en contraposición al capital, por unas condiciones en las cuales el trabajo aparece como propietario de sus condiciones de trabajo y, por consiguiente como propietario al mismo tiempo de los productos del trabajo propio. Unas condiciones, las de la propiedad sobre las condiciones de trabajo que, generalizadas de modo universal  da lugar a que las mercancías se intercambien por su valor, esto es, a que las mercancías se intercambien en torno a un centro de gravedad que es el valor[2] o cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción. Y ello por efecto de la ley de la oferta y la demanda, en cuanto el mercado no es meramente ocasional. Donde, si uno se encuentra asignado a una rama de la producción social de mercancías como consecuencia de la división social del trabajo y lleva una parte de lo que produce al mercado para intercambiarlo por lo que ha producido con su trabajo el carnicero o el panadero, estamos ante unas condiciones en las que, ante un aumento de los precios por parte, por ejemplo del panadero, “cualquier otro” de los productores podría hacer lo propio (ya que es propietario de lo que produce) al llevar sus productos al mercado, de forma que el aumento de los precios, al final terminase siendo sólo nominal y no real.
Por tanto, el mercado de la Sección I del Libro I de El capital de Marx no es cualquier mercado. Es un mercado en el que se dan unas condiciones universales y comunes, y en las que, en definitiva, cualquier otro” puede hacer lo mismo, ya que cada uno aparece como propietario de sus condiciones de trabajo y éstas no aparecen como propiedad del capital. El mercado allí, aparece como una construcción teórica que opuesta al capital pone de relieve, los fundamentos del capitalismo. Una sociedad de mercado, por otro lado, que no se corresponde con ninguna sociedad o periodo histórico, pero que sirve de patrón de medida del capitalismo y de instrumento para aprehenderlo y desvelarlo teóricamente.
De manera que, generalizadas estas condiciones bajo las cuales uno aparece como propietario de lo que produce, porque le pertenecen los medios de producción, se llega a la conclusión que (en lo que respecta a las leyes del intercambio simple de mercancías M-D-M’) salvo leves distorsiones que son pronto corregidas por la ley de la oferta y la demanda, lo que se acaban intercambiando son cantidades iguales de trabajo. Puesto que es como consecuencia de la división social del trabajo por lo que se hace necesario el intercambio de unas mercancías por otras.
Pero como decimos en unas condiciones comunes o universales en las que cada uno aparece como propietario de lo que produce, no es posible un enriquecimiento sistemático, sino sólo ocasional y fortuito; ya que, ante una elevación de los precios de unos productores determinados, "cualquier otro” (en tanto que propietario de los productos de su trabajo) puede hacer lo propio (lo mismo), de manera que el aumento de valor de las mercancías sea sólo nominal pero no real. Por tanto, de las condiciones de la Sección Primera se deduce la imposibilidad de enriquecerse a costa del trabajo ajeno, algo que sucederá, sin embargo en la sección segunda, donde esta posibilidad si se da de hecho, como consecuencia de que las masas se ven obligadas a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, puesto que no tienen otra cosa que vender (carecen de medios de producción porque han sido privadas de ellos).
Por consiguiente, en el intercambio simple de mercancías M-D-M’ no es posible pensar un enriquecimiento sistemático en base a las leyes que rigen para él, aunque si en base a otro tipo de factores que no tienen nada que ver con las leyes que rigen para el intercambio simple de mercancías, como puede ser, por ejemplo, factores políticos y  sociales[3] que puedan dar lugar a que sí haya un cierto enriquecimiento sistemático, y no meramente fortuito u ocasional. Por tanto, derivar el capital de las leyes del intercambio simple de mercancías aparece como un absurdo. Entonces para que, en un escenario que reproduzca mínimamente las condiciones de la Sección Primera, en el que haya un enriquecimiento sistemático, hace falta que se den toda una serie de distorsiones que tienen que ver con factores políticos, sociales, culturales, circunstanciales, etc. y no, repetimos, con las leyes que rigen para el intercambio simple de mercancías. Algo que puede dar lugar a que aparezcan ciertas formas de acumulación o de concentración de la riqueza, pero que no serán de ninguna manera capitalistas hasta que no se dé la oposición capital-trabajo.  Pero unas formas de acumulación que sí, en cambio, pueden terminar siendo determinantes para que se dé el pistoletazo de salida hacia el capitalismo. No son capitalistas sencillamente porque no se basan directamente en la explotación del trabajo ajeno, como sí ocurre, en cambio, en condiciones capitalistas. Pero como es muy difícil, por no decir imposible, que no se den algún tipo de estas distorsiones en una sociedad de mercado, el ideal de sociedad no es, ciertamente el mercado generalizado, la sección primera, sino un mercado o intercambio enteramente atravesado por regulaciones y restricciones que satisfagan esas condiciones comunes o universales, y el interés general. O lo que es lo mismo: “un sistema adecuado de contribuciones y compensaciones”.
El problema viene cuando sí aparecen las condiciones para el enriquecimiento sistemático a costa del trabajo ajeno, algo que ocurre cuando se produce el paso a la sección segunda. Pero entonces, ¿cómo se produce el paso de la sección primera a la sección segunda, esto es, cómo se pasa de las leyes que rigen el ciclo M-D-M’ a las leyes que rigen para el ciclo capitalista D-M-D’? La respuesta a este problema se encuentra en los dos últimos capítulos del libro I de El Capital, los cuales retratan de manera inmejorable cómo, para que se dé el pistoletazo de salida al capitalismo, se necesita de una violencia terrorista que expropie de modo generalizado a las masas de sus medios de existencia, de manera que se vean arrojadas al mercado como “mercancía fuerza de trabajo” solicitando ser comprada. De forma que la propiedad que se basa en el trabajo personal del productor dé paso, a través de aquella expropiación violenta a otro tipo de propiedad: la propiedad privada capitalista, la cual se funda “en la explotación del trabajo ajeno”.
Ya hemos visto, en qué consiste de modo fundamental el capitalismo, ahora por tanto hay toda una serie de cosas que de alguna u otra manera se relacionan con el capitalismo o se dicen que son capitalismo cuando no lo son. No es capitalismo, por ejemplo, un sistema que premie y elogie el trabajo personal e individual de las personas si con ello no se daña al otro en su derecho[4], y si existe un adecuado sistema de contribuciones y compensaciones que redistribuya la riqueza.
 
De la distancia entre mercado y capital:
La consecuencia inevitable de la Sección I del Libro Primero de El capital es la que sigue, en unas condiciones en las que rigen las leyes del intercambio simple de mercancías, M-D-M’, es ante todo imposible enriquecerse sistemáticamente a costa del trabajo ajeno. En las condiciones que definen la sección I es sencillamente imposible el ciclo específico de la sociedad capitalista, el ciclo D-M-D’.
Es imposible por tanto, en base a las leyes que rigen el intercambio simple de mercancías, enriquecerse a costa del trabajo ajeno, por lo que si hay un enriquecimiento sistemático                                no-capitalista, esto es, precapitalista, éste se debe sin duda alguna a otro tipo de factores que nada tienen que ver con las leyes del intercambio simple de mercancías y de los que habrá que dar cuenta específica.
Habrá que ver en base a qué tipo de distorsiones y factores políticos, económicos, culturales, etc. surgen formas de acumulación precapitalista que pueden o no (eso depende de las circunstancias históricas) dar lugar al capital, esto es, que acaben pagando a la guardia real para que eche a los campesinos de sus tierras. De manera que para que se den las condiciones para ese enriquecimiento sistemático, el ciclo D-M-D’, se hace necesario que aparezcan otra serie de condiciones que las que rigen, en la sección I del Libro Primero de El Capital. Unas condiciones que son las que se comienzan a poner en juego con la acumulación originaria, algo a lo que están consagrados a describir los dos últimos capítulos del Libro I de El Capital de Marx: La llamada acumulación originaria y La teoría moderna de la acumulación.
Por tanto, desde estas líneas, por tanto, no podemos hacer más que denunciar, lo que ha sido un fuerte malentendido que ha recorrido casi a la práctica totalidad de la tradición marxista, y que ha consistido en identificar la idea de mercado, el concepto de mercado con el capitalismo, y esto es un error que produce enormes malentendidos y que dificulta enormemente la construcción del socialismo.
Mercado siempre ha habido a lo largo de la historia, pero no así capitalismo. El mercado no es tampoco algo que conlleve necesariamente al capitalismo, de manera que el capitalismo estuviera contenido, como un germen en el mercado, y que, con el progresivo desarrollo de las relaciones mercantiles, y la generalización de las leyes del intercambio simple de mercancías M-D-M’, dé lugar al capital. Este es un problema que ha atravesado y atraviesa fuertemente a la tradición marxista, ante lo cual decimos: es del todo necesario “reconocer una distancia entre el mercado y el capitalismo no meramente histórica”[5]. Ya que por el hecho[6] de que de la producción de mercancías haya precedido al capital no quiere esto decir de ningún modo que el capital se derive necesariamente de aquélla. El sistema de producción capitalista se inicia cuando una violencia terrorista expulsa a las masas de sus tierras o medios de producción, y éstas se ven arrojadas así al mercado de trabajo. No hay derecho por tanto a derivar de una supuesta generalización de las leyes del intercambio simple de mercancías el nacimiento de la sociedad capitalista. Es un error muy gordo el pretender derivar del ciclo M-D-M’ el ciclo capitalista D-M-D’, o lo que es lo mismo, la sección I de la sección II del Libro I de El Capital de Marx. Y no digamos ya, el confundirlas y sostener que la ley del valor[7] es sinónimo de capitalismo. Esto ha pasado en parte porque se ha visto a lo real como una encarnación de la lógica, del concepto, como consecuencia de la influencia nefasta que ha tenido el idealismo hegeliano en la tradición marxista. Tradicionalmente se ha realizado apelando a una suerte de dialéctica o ley de la historia que no es sino un as que se sacó la tradición marxista de la manga para derivar del mercado el capitalismo, y que no desvela las causas por las que aparecen las condiciones del capital, esto es, las condiciones de reproducción del capital.
Por tanto, por un lado decir que el objetivo del socialismo no creemos que deba ser el aniquilar el mercado sino hacer de éste un mercado regulado, esclavizado por las leyes y regulaciones para que se ponga al servicio de la sociedad y del bien colectivo y general. Es más, resulta imposible aniquilar el mercado puesto que siempre en una sociedad habrá de haber intercambio de unas mercancías por otras, y en esa medida mercado. Pero como ya hemos remarcado no todo mercado es capitalista, ni una forma de mercado no-capitalista conduce necesaria e inevitablemente al capitalismo. Por otro lado, y con respecto a este tema del mercado tenemos que decir que lo en ocasiones lo que se ha venido en llamar “socialismo de mercado” no encubre más que lo que es un capitalismo salvaje pilotado por el Estado, como es el caso de China.
 
La cuestión de la propiedad: la distinción entre la propiedad privada basada en el trabajo propio y la propiedad privada capitalista basada en la explotación del trabajo ajeno.
 
Hay distintas formas de propiedad, y por ende no toda propiedad privada se reduce a la propiedad privada capitalista. Como el mismo Marx se encarga de señalar: existen dos formas fundamentales de propiedad: “una de las cuales se basa en el trabajo personal del productor y la otra [que se basa] en la explotación del trabajo ajeno”[8].
La tradición marxista en muchas ocasiones ha caído en el error de haber considerado cualquier forma de propiedad privada basada en el trabajo personal del productor como un germen del capital, el cual era ante todo necesario sesgar para que así no pudiera germinar el capitalismo. El socialismo si plantea las cosas así lo hace mal. “El socialismo no es que todo el mundo use el mismo cepillo de dientes sino el control, y por tanto, la propiedad, social de los medios de producción. En cualquier caso, éste es un error que se deriva del anterior, a saber, el de confundir mercado y capital. Este ha sido un error que ha conducido a que a lo largo de la historia reciente la tradición marxista se entendiera muy bien con los obreros, pero se ganase la enemistad del pequeño campesinado, como por ejemplo durante la Guerra Civil española de 1936. Y esto es una vez más consecuencia de que se confunde la mera propiedad privada con la propiedad privada capitalista, y el mercado con el capital.
El problema del intercambio en el mercado  y el beneficio:
Otro craso error que ha atravesado a la tradición marxista casi al completo ha sido la idea de que cualquier interés, cualquier provecho, cualquier ganancia obtenida a través del intercambio de mercancías, en cualquiera de sus formas, es sinónimo de capitalismo. Esto, sencillamente es un disparate y decimos por qué: independientemente del hecho de que, por ejemplo, en las condiciones en las que rigen las leyes del intercambio simple de mercancías no sea posible un enriquecimiento sistemático (y aún eliminado el que pudiera darse de modo circunstancial u ocasional) es posible un interés, un provecho y una ganancia en el intercambio mutuo y recíproco de mercancías. Se preguntará que cómo es posible que esto. Pues bien este interés, este provecho, esta ganancia tienen lugar como consecuencia de la división social del trabajo, y de que un productor individual o una parte de éstos no puede con su trabajo producir todos los bienes necesarios para su reproducción. Sino que su trabajo se limita a una determinada serie de productos que se hace necesario enajenar por otros, para así cubrir su amplio espectro de necesidades materiales. Esta ventaja mutua o, más bien, ventaja reciproca entre los productores propietarios de sus condiciones de trabajo constituye un interés, una ganancia o provecho, que de ningún modo puede ser reducido a capitalista o burgués, sino que más bien es algo que le es enteramente extraño, y que es necesario distinguir tajantemente.
El egoísmo e individualismo. La cuestión de los valores capitalistas y los valores socialistas
El capitalismo es, como hemos visto, un sistema en el que se produce una apropiación privada y ajena al trabajo de lo que produce el trabajo, y una relación social, la capitalista, en la que las masas aparecen desposeídas de medios de producción, y en la que, por tanto, capital (medios de producción y dinero), y trabajo aparecen escindidos y no se pertenecen el uno al otro. Pero esto es algo que naturalmente no sucede en Cuba de ninguna de las maneras: en Cuba lo que produce el trabajo es apropiado de forma colectiva, y en Cuba las condiciones de trabajo pertenecen a la sociedad civil bajo la forma de la propiedad estatal de los medios de producción. Esto es un punto que ni siquiera las medidas económicas de urgencia que se tuvieron que poner en marcha como consecuencia del periodo especial han movido, de manera que en Cuba no hay capitalismo de ninguna de las maneras.
Por otro lado, uno puede moverse o actuar egoístamente, pero el que lo haga no implica dañar necesariamente al otro en su derecho, sino que puede actuar de manera que ponga como eje de su actuación únicamente su propio provecho o interés, pero sin perjudicar al otro. La cuestión del egoísmo, cuando no daña al otro en su derecho, es algo que es asunto exclusivo de la moral, que tiene que ver con los fundamentos de determinación de la acción, con lo podemos decir, interno a la conciencia de cada cual (por ejemplo si uno no roba no porque está mal sino para no tener problemas con la policía o si uno no roba porque está mal hacerlo y por lo tanto no es moral). La cuestión de las razones o motivos por los cuales uno obra es asunto de la ética o moral. Pero cuando, en cambio, si daña al otro en su derecho en una relación externa automáticamente se hace asunto del derecho y al que compete a la autoridad impedirlo, o si se ha producido restituirlo con una pena.
Ahora bien, decir que el capitalismo es simple y llanamente egoísmo no tiene ningún sentido: en primer lugar porque egoísmos ha habido siempre a lo largo de toda la historia, pero no así sucede con el capitalismo, que es producto de nuestra historia más reciente. El capitalismo consiste en unas relaciones sociales, que sí, que se podrán mover inducidas por intereses egoístas, pero que consisten en dañar sistemáticamente al otro en su derecho, a la clase trabajadora (en la propiedad sobre los productos del trabajo propio) pero también a los pueblos en general, por parte del capital.
De la misma forma, decir que el individualismo se opone al socialismo, nos parece una manera un tanto desacertada de plantear el problema; ya que el individuo no tiene ninguna otra manera de desenvolverse (por muy individualista que sea) que en la sociedad, en la que se ve necesariamente obligado a poner en juego sus intereses, los cuales puede hacerlo dañando a los demás en sus derecho o no haciéndolo. Si lo hace, se hace necesaria la intervención de la autoridad. Si no lo hace no es, en absoluto ningún problema el que se mueva egoístamente, siempre y cuando haya un sistema lo suficientemente regulado de igualdad de derechos y de oportunidades, de contribuciones y compensaciones, con lo cual su conducta egoísta no pueda dar lugar sino a resultados positivos y satisfactorios para la sociedad en su conjunto. De manera que con la satisfacción del interés personal e individual se contribuya al mismo tiempo a una sociedad mejor y más justa. Pero ninguna de las dos cosas las hay en Cuba: ni una autoridad que persiga todo lo eficientemente el robo, por ejemplo; ni un sistema adecuado de contribuciones y compensaciones, y de ahí los reclamos de las autoridades cubanas contra el individualismo y el egoísmo. El problema fundamental en Cuba, lo volvemos a decir, es que no hay un sistema de distribución de la riqueza lo suficientemente equitativo.
 
Por otro lado, el problema del capitalismo, hemos de dejarlo claro, no se reduce a un problema de valores, independientemente de que a la sociedad capitalista puedan incrustarse toda una serie de valores que vayan acordes e impulsen las necesidades que despliegan las leyes del capital (o estructura capital). Pero es un lugar común entre muchos intelectuales que Cuba debe aspirar a la construcción de unos valores alternativos, unos valores socialistas que están en abierta oposición a los valores que tanto contaminan a Cuba a través del turismo, pero sobre todo a través de cubanos residentes en el exterior, y que son los valores del consumo y del capitalismo. Con respecto a esto decir que no estamos de acuerdo, ni coincidimos plenamente con todo lo que se dice al respecto. Es verdad que la tendencia dominante es tender hacia un individualismo creciente que hace en ocasiones olvidar el valor de la solidaridad y del compromiso con las ideas de justicia e igualdad y los valores revolucionarios. Pero eso no quiere decir que haya valores capitalistas, sino tan solo que han aumentado las necesidades sociales de la sociedad cubana (necesidades las cuales son relativas y hasta cierto punto opcionales), que ahora se demandan toda una serie de bienes que antes no se demandaban por una diversa serie de causas sociales[9], y que hay una tendencia al individualismo que con un adecuado sistema justo de contribuciones y compensaciones seria paliado en lo que pudiera tener de efectos negativos.
Socialismo y la libertad:
 
Socialismo es, por otro lado, un proyecto político de ruptura con el capitalismo, pero que también debe de ser una ruptura con cualquier otra forma de opresión, dominación y explotación, y en el que se puedan materializar todos y cada uno de los derechos de las personas así como sus justas y mejores aspiraciones, tanto a nivel colectivo como individual. Socialismo es por ello igualdad de oportunidades y de derechos; un sistema equitativo de cooperación y una sociedad que se preocupe por hacer que las mujeres y los hombres buenos sean afortunados también materialmente.
Por tanto, socialismo es una distribución equitativa, aunque no igualitaria, de los recursos de una sociedad: no hay derecho a que una persona que trabaja reciba lo mismo que una que no lo hace, aunque independientemente de ello la persona que no trabaje tenga unos derechos fundamentales inalienables.
Por otro lado, “la libertad [como dice Marx] consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella”[10]. Esta es en parte la conquista de Cuba y en parte su reto principal, ya que es una tarea continua la de hacer concordar al Estado con la sociedad en todo momento.
Patria, socialismo o muerte…Venceremos
NOTAS:
[1] El salario que paga la mercancía fuerza de trabajo y que es expresión de su valor, a saber del tiempo socialmente necesario para la producción de los bienes necesarios para un obrero en tanto que obrero.
[2]Y no en cambio a su “precio de producción”: coste de producción + tasa de ganancia media, como ocurre en condiciones capitalistas.  
[3] Como la concentración en pocas manos de los derechos sobre la tierra, condiciones mercantiles monopolísticas, además de factores sociales, geográficos y religiosos (ver con respecto a los factores religiosos la obra de Weber, M. La ética protestante y el espíritu del capitalismo) 
[4] Como, en cambio, si hace el capital: daña a la clase trabajadora en su derecho sobre los productos de su trabajo propio.
[5] Luis Alegre Zahonero: Ciudadanía y clase social en El capital de Marx. El reconocimiento de una distancia teórica y no histórica entre mercado y capitalismo como condición necesaria para sacar a la luz la naturaleza de las leyes que constituyen  la sociedad moderna. Tesis Doctoral Inédita de la Universidad Complutense de Madrid. Leída el 17 de Diciembre de 2007.
[6] El cual es simplemente un hecho, una circunstancia histórica que en un determinado momento de la historia universal se dio.
[7] La ley del valor es la que saca a la luz los presupuestos ocultos del capitalismo. El valor de las mercancías viene determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas, y es, la ley del valor, la que pone de manifiesto el carácter de explotación que adquiere el empleo de “la mercancía fuerza de trabajo” en la esfera de la producción, a través del desdoblamiento de la jornada de trabajo en dos: el trabajo necesario para reproducir el valor que paga el salario, y el plustrabajo, que empieza a contar a partir de dónde termina aquél y que es de donde el capital obtiene sus ganancias y revalorización.
[8] Marx, Karl El Capital, LI Pág. 261 Ed. Akal 2000 
[9] “Nuestras necesidades y nuestros goces tienen su fuente en la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella y no por los objetos con los que los satisfacemos. Y como tienen carácter social, son siempre relativos”. Marx, Karl: Trabajo asalariado y capital.
[10] Marx: Crítica del programa de Gotha en Obras Escogidas 2 Ed. Akal 1975