Octavio Alberola: «Contra la ideación del Pasado y la Dominación»
La coincidencia de la polémica sobre el tema educativo en España y la edición en francés del ensayo «Historia contra tradición. Tradición contra Historia»*, de Agustín García Calvo, me ha incitado a reiterar una vez más cómo la confusión (o la falsa distinción) entre Historia y tradición sirve para «la falsificación de la realidad sobre la que toda dominación debe apoyarse», y cómo, para combatirla, debemos valernos de «la tradición fundada en la transmisión imitativa de la memoria secuencial (de costumbres, ritos, recitaciones, técnicas y saberes)», liberada de toda ideación y concesión nacionalista.
No solo para resistir al nefasto condicionamiento propiciado por la Historia elaborada en las instituciones (oficiales y privadas) sino también para reforzar los impulsos inmemoriales, de vida y resistencia, que siguen manifestándose -pese a todo- en el seno de las luchas sociales actuales.
No debemos pues olvidar que la muerte de las tradiciones vivas (autónomas y colectivas) y la ideación del pasado es lo que ha permitido y permite la emergencia y consolidación de la Historia como construcción abstracta del pasado al servicio de la Dominación. Y que esta ideación se opera a través de los diferentes campos del saber instituido por las Academias y el Aparato Cultural de los Estados, precisamente para enterrar la tradición encarnada bajo la forma de una «memoria intuitiva, práctica y creativa», y hacer de la Historia un saber, aparentemente neutro y universalmente válido, que se enraiza en un movimiento de abstracción de la vida.
Sobre todo en esta última fase de la consciencia histórica en la que la ciencia, «olvidando su manera tradicional de avanzar, tiende a no someterse a la crítica para constituirse en tanto que saber total», asegurándose esa preeminencia gracias a mecanismos de especialización y extendiendo su influencia a través de la vulgarización científica.
Una concepción del saber («idea o fe») que implica necesariamente «que en alguna parte hay Alguien que lo sabe todo, como el Dios omnisciente de la vieja Teología, y que la única cosa que le queda a los hombres sea apurarse para llegar a saber lo que es sabido». Lo que equivale a decir que el mundo está dividido entre los que saben y los que no saben, los ignorantes; validando la concepción elitista de la Sociedad, del Saber y del Poder. Y aún más en esta fase en la que el tiempo que pasa se ve a si mismo como época histórica, y en la que, por consiguiente, «el individuo comienza a vivir de la Historia más bien que de la vida». Al punto de que desde su nacimiento, o al menos desde que tiene uso de razón, está así poseído por una idea de «él mismo» que le empuja a realizarse a «si mismo» a cualquier precio. Lo mismo que pasa cuando cada uno llega «a ser literalmente propietario de su cuerpo y a estar así separado de él» de la manera más perfecta que eso es posible.
Una realización del individuo que, como sabemos, se hace a través «de una imposición de ideas venidas de arriba y de una fe en el Destino». Un proceso que está a la obra principalmente en la educación y en la enseñanza, en donde se ve cómo, «el cuestionamiento sobre lo que es la cosa, se ha perdido en la cuestión de saber cuáles son las ideas sobre la cosa». Pues, estas ideas son «las únicas cosas sobre las cuales al estudiante le es permitido interrogarse», además de estar enmarcadas por los Planes de Enseñanza impuestos «desde arriba». Es decir: por «l’Autoridad representada por los funcionarios ministeriales, los cuadros encargados de saber lo que debe ser sabido».
Y el lo pese a que el los mismos no están -evidentemente- obligados a saberlo; puesto que a la Autoridad le es suficiente de saber que, «lo que debe ser sabido, es lo que es sabido».
Cómo no ver pues el interés del Poder en cambiar las relaciones entre Historia y tradición, ideación y práctica imitativa, para «hacer perder, bajo el predominio de la memoria, de lo que es sabido, el curso de esta memoria que, poco a poco, sabe», como lo denuncia Agustín García Calvo y nos invita a hacerlo para escapar «la dominación de la enseñanza por la Idea dominante».
Una dominación que «intenta garantizar que no haya riesgo, en el paso de una generación a la otra, ni en una cualquiera formación dudosa de aquellos que aún no estarán bien formados, de desviar de este proceso» de formación en curso en nuestras sociedades. Y eso pese a que él mismo concluye que no se trata de exhortar al rechazo de la Dominación sino más bien de proponer: «Contra organización, costumbre», «Contra propiedad, usufructo», «Contra horarios y proyectos, constancia ciega».
Sobre todo en estos momentos de falsa polémica entre los que se disputan el Poder por la tentativa de Vox de imponer el «pin parental» para defender «la libertad de los padre de escoger la educación de sus hijos»; pues es obvio que, como dice Rafa Cid, «el adoctrinamiento generacional es un oscuro objeto de deseo de todo proselitismo ideológico que se precie»**.
Además de ser doblemente obvio que no se puede educar para la libertad desde la Autoridad.
Octavio Alberola
(*) Por la editorial La Tempête.