Nosotros…, los perros de Pavlov
El viernes, tuvo lugar la primera huelga de hostelería que mucha gente recuerda, la anterior más reciente, (según me comentaron), había sido en el año 82, hace ya 30 años.
Habría mucho que decir de lo mal que se planteó esta huelga, de cómo CCOO y UGT estuvieron una cantidad no precisada de tiempo negociando el nuevo convenio en total secreto y a espaldas del colectivo de trabajadores a quienes no han sabido representar, (una vez mas), de la total falta de disposición de los representantes de la patronal para llegar a un acuerdo que garantizara unas condiciones laborales dignas para los trabajadores y que hicieran posible un ambiente laboral algo más transparente y libre de las miserias que todos conocemos. Que pierda el tiempo en ello quien quiera.
En los días siguientes, toda la noticia se difuminará en la acostumbrada guerra de cifras entre unos y otros referente al seguimiento del paro en los centros laborales relevantes. Cifras todas ellas absurdas porque, en buena medida, no existe un modo fiable de computar el número de trabajadores de hostelería que trabajan sin contrato alguno, (verdad por todos conocida), y en consecuencia al desconocer el total, no es posible establecer un índice de seguimiento de la misma.
Por si a alguien le sirve de algo y como todos ya intuíamos de antemano, la huelga fue escasamente seguida, pero aún así, la cantidad de trabajadores que la secundó superó las expectativas de todos, patronal y sindicatos. Unos por que apostaban por una total falta de presencia de los huelguistas en los centros de trabajo y en la calle, otros por que esperaban hacer un papelón de veras patético y al final, el resultado fue mejor de lo que se habían atrevido ellos mismos a esperar. Prueba de ello es el que (aún sin concluir la jornada de huelga), patronal y sindicatos acordaron reunirse de nuevo y cerrar un acuerdo que, aunque no deja en buena posición a los trabajadores (pues oficializa y aún empeora la situación de precariedad en que ya viven), tampoco satisface plenamente todas las aspiraciones de la patronal, que esperaba algo así como una rendición incondicional a sus planteamientos. Al final, la patronal se acojonó un poco, (nunca se han caracterizado por ser gente valiente), pero el que haya sido más o menos abultada la derrota sufrida por los trabajadores del sector, tampoco revela nada, más allá de algún dato curioso.
Dejando a un lado tanta reflexión estéril, si hubiera que recordar por algún rasgo en concreto el carácter especial que haya podido tener esta huelga, sería a mi entender, el de la palpable falta de solidaridad que los pocos trabajadores que se atrevieron a secundarla recibieron por parte de quienes más debían brindarles alguna clase de apoyo… y no hablo de los trabajadores de la hostelería que, por una u otra razón, decidieron no secundar el paro, hablo de nosotros…
Hablo de “nosotros” como colectivo, como el sector de la gente que tiene ciertas inquietudes sociales, que se considera de izquierdas, (o algo parecido) y que con alguna frecuencia visita estas páginas para leer algún artículo. Lo que algunos llaman el “rojerío”.
En muchos casos, somos nosotros los que estamos metidos en política, los que militamos en sindicatos (algunos de forma destacada), los que desarrollamos trabajo voluntario en alguna ONG.
Con frecuencia, nos vemos en manifestaciones llevando un babero o una bandera, gritando consignas… intentando que esa gran parte de la gente que es indiferente a todo y que “pasa” de política se nos una y nos apoye porque estamos convencidos de que nuestra causa es justa. Y curiosamente, cuando hablamos entre nosotros de la marcha de tal o cual conflicto, ocurre que casi siempre sale a relucir el tema de lo dormida que esta la sociedad, de lo poco solidaria que es la gente, de lo mucho que nos cuesta hacer entender a ciertas personas que es importante el movilizarse y mostrar apoyo por este o aquel colectivo, de cómo algunos van a trabajar en jornadas de huelga haciendo de esquiroles con lo que ello supone para quienes secundan el paro, y lo hacemos desde una “altura moral”, como si dependiendo de la ideología en particular que cada uno de nosotros abrace, predicáramos ante un auditorio…y entonces llega la primera huelga de hostelería que hay en 30 años, (un sector que todos sabemos está jodido a más no poder hace mucho tiempo), y nosotros, que teóricamente somos gente comprometida y con las ideas claras en lo referente a las luchas sociales y en ocasiones, con una imagen pública con la que deberíamos intentar ser coherentes si es que en el futuro queremos tener legitimidad para recibir solidaridad de otros colectivos, nosotros… les dejamos con el culo al aire.
Muchos de nosotros que simpatizamos con su causa, no trabajamos en la hostelería ni estábamos convocados a la huelga, ¿pero tanto trabajo nos costaba el haberles mostrado algo de apoyo y, al menos por un día, intentar no consumir nada en un bar o un restaurante?
A mucha de la gente que el pasado 21 de diciembre secundó la huelga, el compromiso mostrado ese día les va a traer consecuencias graves. Algunos van a perder su trabajo, otros van a ver como se les cambia de turno aleatoriamente, otros empezarán a sufrir acoso en su centro de trabajo, donde entre tanto esclavo complaciente, el retratarse como una persona que aspira a trabajar en condiciones dignas es algo que ofende profundamente al patrón que les explota a todos, pues revela sus propias miserias… la imaginación es el límite allí donde hay casos en que apenas si existe un contrato firmado, (si lo hay), y además el trabajador tiene poca o ninguna información sobre cuáles son sus derechos.
Frente a esta situación, el único apoyo real que nosotros podíamos ofrecerles, era el habernos ahorrado el café o la caña que mucha gente suele echar al mediodía, el quedarnos a cenar en casa y no salir esa noche en vez de ir a tomar algo por ahí. Nada más…
Parece algo terriblemente simple, ¿no?… pues a la hora de la verdad resulta que algo así, llega a ser más complicado que el formular una ecuación matemática que describiese el comportamiento de un agujero negro desintegrándose. Resulta imposible.
Aun a sabiendas de lo señalada que era la fecha marcada para hacer huelga, hubo trabajadores que se vieron forzados a tirar de teléfono y mantener docenas de conversaciones para que, ya no ciudadanos normales, sino enlaces sindicales de una u otra empresa, cancelaran cenas o comidas que habían de celebrarse a lo largo del día y les mostraran su apoyo en esa jornada clave. Algunos de ellos son gente muy conocida y en teoría significada que, con frecuencia, toma los megáfonos en manifestaciones o aparece retratada en los periódicos llamando a la movilización social. Durante esas conversaciones, algunos había que incluso pretendían hasta discutir lo conveniente de adoptar aquella medida, otros inicialmente se negaban, todos se sentían contrariados y al final, cuando era evidente que no tenían ningún argumento válido para no apoyar a sus compañeros en lucha (aunque fuera por una simple cuestión de vergüenza), acababan por acceder a regañadientes o bien ensayaban alguna evasiva. (Y luego, a ver quien viene pidiendo apoyo para cualquier cosa que suceda en el futuro).
En la mente de todos podrán estar también personas que, siendo medianamente conocidas en este mundillo de la izquierda y que además regentan algún negocio de hostelería, (que unos cuantos hay), ese día decidieron abrir como si de cualquier otro se tratase. (Ellos sabrán lo que hacen, porque la gente para esto tiene demasiada memoria).
De igual modo, cada uno de nosotros sabrá la cantidad de bares que ese día pisó sin alterar sus costumbres habituales. (Convendría que lo tuviéramos presente la próxima vez que queramos recriminar a alguien una falta de coherencia o vayamos a pedir solidaridad para el colectivo al que pertenecemos).
Y yo dándole vueltas a todo esto, solo puedo preguntarme; ¿de veras tanto nos cuesta, aunque sea como un mero ejercicio intelectual, el plantarnos un solo día y obligarnos a prescindir de toda una serie de necesidades que nos hemos creado?
Es entonces, cuando vale la pena el empezar a pensar en nuestra naturaleza animal que demasiadas veces nos domina en nuestra rutina diaria, que marca cada uno de nuestros pasos con más fuerza de lo que nos pareciera posible y sobre todo en nuestra frustración diaria, la que todos (menos algún gilipuertas), nos tenemos que tragar cada día por una larga lista de razones, (pueriles y relevantes), y de la que nos hemos acostumbrado a escapar a base de pequeñas “recompensas” que nos hacen más llevadero el día y a las que solo podemos acceder mediante el consumo. El café de la mañana, el cigarrillo ocasional, el chupito tras la comida, la copa por la noche… y tantas otras cosas. Sea lo que sea, debemos consumir algo. Nos hemos condicionado a ello de forma tan regular y generalizada, que a nadie parece llamarle la atención lo mucho que, desde cierta óptica, nos parecemos en esta sociedad tan bien informada, a esos animales de laboratorio que, con un electrodo y mediante descargas eléctricas, condicionan para grabar en sus cerebros una conducta a seguir ante determinados estímulos que se les presenten.
Estamos tan condicionados, (auto-condicionados de hecho), para desahogarnos siguiendo ese patrón de consumo, (tan conveniente para quienes nos explotan a todos), que las contradicciones diarias a donde nos lleva, nos resultan a veces muy difíciles de apreciar y reconocer. De otro modo uno no se explica lo de los “bares de guardia” que todos toleran en ciertas jornadas de huelga general, que “fulanito de tal” sea un destacado sindicalista además de borracho y putero, o que “menganito de cuál” sea un anti-sistema convencido con una preocupante afición al speed.
Y esta realidad debiera hacernos reflexionar un poco, porque en ocasiones como esta jornada de huelga en la hostelería, nos ha impedido el ofrecer toda nuestra solidaridad a compañeros que andan MUY necesitados de ella.
En la publicidad de un cartel donde este viernes 21 se llamaba a la gente a secundar una concentración, una consigna decía: ”Otru chigre ye posible”, pero no creo que esa realidad pueda cuajar, (ni tampoco ninguna otra), mientras “nosotros” los más concienciados, sigamos pareciéndonos tanto a los perros de Pavlov.