No acabaremos con el SIDA sin dar luz a un nuevo mundo
Pronto hará seis meses desde que el circo de la conferencia internacional sobre el SIDA dejó Durban, en KwaZulu-Natal, Suráfrica. Las carpas han sido desmontadas hace bastante tiempo. Mientras tanto, 600.000 personas han muerto de SIDA, casi todas en países en vías de desarrollo. En 2015, 1,8 millones de personas murieron de la antigua y tratable enfermedad de la tuberculosis, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Muchas más que la igualmente horrible cantidad de casi medio millón (450.000 personas) asesinadas desde 2011 en la guerra civil siria.
Los activistas intentaron decir en voz alta en Durban que no estamos cerca del «fin del SIDA» y sus epidemias asociadas. Todavía hay dos millones de nuevas infecciones por VIH al año en todo el mundo. Veinte millones de personas más seguirán necesitando tratamiento antirretroviral en los próximos cinco años si quieren evitar la muerte. Pero no hay suficiente dinero, y no hay suficiente voluntad política para hacer disponible ese dinero.
Estas estadísticas aterradoras no producen titulares. De hecho, ni siquiera son noticia. Después de todo, ¿a quién le importa? En su mayoría se trata de vidas de negros y pobres a nivel mundial. Son personas que no llevan armas, amenazan vidas blancas, o alteran la geopolítica del neoliberalismo.
Pero deberían tenernos en cuenta, porque somos una potencia mundial: el poder de la sociedad civil.
Pero no estamos siendo escuchados. ¿Por qué?
El mundo en el que el SIDA tuvo su infancia en los años 80 y 90 no es el mismo mundo en el que espera experimentar su vejez y su desaparición. Hay nuevas amenazas políticas, la más obvia es la del próximo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Hay más inestabilidad y más autoritarismo. El espacio democrático se está estrechando en muchos países de Asia y África.
Estos cambios políticos son de profunda importancia para determinar si terminamos con el SIDA o si el SIDA termina con muchos de nosotros. Estos cambios requieren que los activistas revisen sus estrategias y métodos. Una de las áreas que tenemos que reconsiderar es cómo vinculamos la prevención del VIH y el cuidado del SIDA con los derechos humanos y qué requiere de nosotros en concreto.
Los tiempos están cambiando
Durante los años ochenta y noventa se luchó con coraje, y en gran medida con éxito, para enmarcar el SIDA como una cuestión de derechos humanos y para afianzar un enfoque de derechos humanos del SIDA. ACT-UP y la Campaña de Acción para el Tratamiento (TAC) llevaron el SIDA a las calles. Los expertos en salud pública y los abogados como Jonathan Mann, Michael Kirby, Edwin Cameron y muchos otros obligaron a los poderes del mundo, los gobiernos en particular, a entender que el riesgo de infectarse con VIH estaba vinculado al grado de marginación y criminalización por parte del estado.
Hemos señalado que la protección de los no infectados por el VIH requiere primero proteger los derechos de las personas que ya han sido infectadas. Un entorno no discriminatorio crearía el espacio necesario para tratar el SIDA. Fue lo que se llamó la «paradoja del SIDA».
Luchar por los derechos humanos de las personas con SIDA exige una dura batalla. Pero de alguna manera iba con los tiempos. El neoliberalismo acababa de llegar y por sus propias razones promovió la protección de algunos derechos humanos – siempre y cuando no se extendieran demasiado. Durante cierto tiempo, los países capitalistas desarrollados consideraron que los derechos humanos civiles y políticos permitían fomentar mercados abiertos y permitir el acceso al mercado de poblaciones de consumidores vírgenes.
Los activistas aprovecharon el momento y hemos sido capaces de desarrollar y hacer adoptar políticas fundamentales como las “Directrices internacionales sobre el VIH / SIDA y Derechos Humanos” de ONUSIDA / UNCHR. Sin embargo, nunca se asignó dinero para invertir en sistemas y estructuras para la implementación formal de los derechos humanos a nivel estatal. Esto explica en parte por qué ha habido tan pocos progresos medibles en la mejora de los derechos de lo que ONUSIDA llama ahora «poblaciones clave».
Durante la primera década de los años 2000, como resultado de la lucha de los activistas por el acceso al tratamiento, hicimos algunos progresos limitados en la restricción del poder de las empresas sobre los mercados farmacéuticos; incluso obligando a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y a los gobiernos ricos a aceptar el principio de que los gobiernos pobres tenían el derecho y el deber de intervenir para reducir los precios de los medicamentos.
Así, la década del 2000 se convirtió en pretendida edad de oro de los derechos humanos.
En el Día Mundial del SIDA 2016, el SIDA sigue siendo una cuestión de derechos humanos. La discriminación contra las personas con SIDA continúa. A las «poblaciones clave», en particular las mujeres, se les niega la igualdad.
Pero el SIDA es más que una cuestión de derechos humanos. El SIDA es un problema de justicia social. Los dos se superponen, pero no son lo mismo.
En este nuevo contexto, ONUSIDA y muchos países del mundo han adoptado los audaces objetivos de 90- (% de personas que conocen su estado VIH), 90- (% tratados con ARV) y 90 (% sin presencia viral indetectable) y discriminación cero. Pero hay una verdad elefántica escondida en la habitación de al lado, que ONUSIDA pronto descubrirá. Es que hemos llegado a un punto en la respuesta al SIDA que es imposible superar sin abordar las injusticias sociales y las desigualdades que son los verdaderos determinantes sociales del VIH y el SIDA.
Los marcadores modernos de la infección por VIH y la muerte por SIDA son la escasa escolaridad, la mala vivienda, los malos servicios de salud, el acceso a los tribunales de justicia, el empleo. La discriminación no es sólo un estado mental – de los homófobos y de los moralistas selectivos. La discriminación es igualmente una forma de economía.
La discriminación y la injusticia social son una forma de economía
¿Qué quiero decir?
En Sudáfrica el gasto per cápita de un niño en Limpopo, una de nuestras provincias más pobres y corruptas, es de R1.117 por año (menos de 80 dólares). En una escuela privada en Johannesburgo el gasto per cápita es de R200.000 (14.285 dólares). En las escuelas pobres la incidencia del VIH y de embarazos en la adolescencia es muy alta. En las escuelas ricas apenas existe.
Lo mismo puede decirse de la desigualdad generalizada en el acceso a los servicios de sanidad y de la desigualdad de género. El estado de muchos hospitales en Sudáfrica fue descrito recientemente en un artículo de Justice Malala , una de nuestras periodistas y comentaristas políticas. Sobre una base más científica, las auditorías de nuestros hospitales de la Oficina de Cumplimiento de Normas Sanitarias (OHSC) han demostrado que «en los cuatro años anteriores al 31 de marzo de 2016, sólo 89 de los 1.427 hospitales y clínicas públicas habían superado el 70% mínimo exigido por la oficina». Si bien es cierto, como solemos decir, que «el SIDA no es solo un problema de salud», la prevención y el tratamiento del SIDA dependen de un sistema público sanitario que funcione.
Las mujeres y las niñas soportan el peso de toda esta miseria. La mortalidad materna e infantil puede haber disminuido, pero no lo suficiente. En Sudáfrica hay una epidemia de mortalidad infantil derivada de negligencias en los partos en los hospitales públicos. Lo que produce más muertes infantiles que el VIH actualmente. En consecuencia, cuando activistas y donantes proclaman una preocupación selectiva por la vida de las mujeres, muchas mujeres no lo entenderán. ¿Por qué, preguntarán, queremos protegerlas, a ellas y a sus hijos del VIH, pero no de morir durante el parto?
Buena pregunta.
También pueden preguntar si lo que sucede a las mujeres en los hospitales o a las niñas en las escuelas no es simplemente un síntoma de lo que sucede al sexo femenino a lo largo de la vida.
Buena pregunta también.
En junio de este año escribí una carta abierta al Vice-Presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, en su calidad de presidente del Consejo Nacional del SIDA-SA (SANAC). En ella, sostenía que, en vista de lo que sabemos de las tasas extremadamente elevadas de infección por VIH entre las niñas, las escuelas deberían convertirse en el centro de una gran movilización de información, servicios de salud y educación de mejor calidad. Señalé que:
«Hay 25.741 escuelas en nuestro país. Deberían ser los sitios en los que nos centremos en la lucha contra el VIH. Deberíamos decir que dentro de seis meses cada escuela debe ofrecer educación sexual continuada de calidad, especialmente sobre género y sexo, circuncisión masculina y voluntaria, condones masculinos y femeninos, profilaxis previa a la exposición, pruebas de VIH y tuberculosis, acceso al tratamiento de VIH y TB y apoyo a su continuación. Si lo hiciéramos, ganaríamos”.
Desafortunadamente, ese consejo para los expertos en SIDA parece haberse perdido. El Plan Estratégico Nacional 2017-2022, cuyos esbozos se presentarán hoy en Johannesburgo, es prácticamente imposible de descifrar o de comprender cuáles son sus verdaderas prioridades en la prevención y atención del VIH.
El SIDA como un asunto de justicia social: implicaciones para los activistas
En conclusión, si aceptamos que el SIDA es una cuestión de justicia social, ¿qué implicaciones tiene para los activistas?
En esencia, significa que la lucha por una educación básica de calidad para todos los niños, independientemente de su clase social, debe convertirse en una estrategia primaria para la prevención del VIH. Del mismo modo, la lucha por los servicios de sanidad pública de calidad, adecuada financiación, medios y centros de salud con personal, deben convertirse en una estrategia prioritaria para evitar que las personas mueran de SIDA o tuberculosis.
Los activistas también debemos dedicar algún tiempo para analizarnos a nosotros mismos y nuestra propia culpabilidad. En el siglo XIX, Marx utilizó el término «pequeño-burgués» para aquellas personas que tenían una pequeña propiedad, pero no un poder real. A cambio de él, se unieron a los ricos, aunque sus verdaderos intereses estuvieran con los pobres.
En el siglo XXI, el mundo está siendo irreversiblemente dañado y dominado por el 1%, por las élites. Pero, ¿no son muchos activistas “pequeñas-élites”? Somos personas que aceptamos ciertos privilegios-trampa, para mantenernos tranquilos. A cambio, cerramos la boca ante los ultrajes. Nos acostumbramos a los horrores del mundo y aunque nos enfureceremos contra el SIDA, no mostraremos la misma solidaridad con el pueblo de Siria o los emigrantes que intentan entrar en Europa.
Debemos escapar de la hipocresía de la conveniencia y sacudirnos la mentalidad de mendigos.
Por ejemplo, tenemos varios millones de razones para estar agradecidos al Fondo de Emergencia del Presidente de los Estados Unidos para la lucha contra el SIDA (PEPFAR). Son vidas salvadas. Pero lo que el gobierno de los Estados Unidos dio a través de PEPFAR con una mano, lo arrebató con la otra una política extranjera mal aconsejada y anti-pobre y la promoción y protección de elites cuyo desprecio temerario por nuestro mundo profundiza la desigualdad y el sufrimiento.
¿Entendemos esto? ¿Lo decimos?
Finalmente, debemos denunciar que las raíces de la injusticia social son políticas.
Los activistas contra el SIDA no puede ignorar los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo. Brexit, la elección de Donald Trump, la tendencia cada vez mayor hacia el racismo en Europa deben ser un toque de atención. La elección de Trump cambia las reglas de juego. No hay lugar para el engaño: es lo que vende. Trump es muy diferente de la administración Clinton, que hablaba como la izquierda y actuaba como la derecha; que daban con una mano lo que habían robado con la otra y luego esperaban premios Nobel por su generosidad. Su presidencia marcará el final de la era de la insinceridad.
Como resultado, los activistas del SIDA necesitan urgentemente elaborar una agenda y un programa de acción que hable del mundo en que vivimos, que sea favorable a los pobres, que reconozca nuestros grandes logros, pero también nuestros recientes fracasos. La gente que más ha trabajado en la campaña es la que tiene menos que perder. Necesitamos nuevos aliados. Necesitamos encontrar los centros de poder cívico, como los sindicatos (la Confederación Sindical Internacional, por ejemplo, cuenta con 175 millones de miembros en todo el mundo), los movimientos de justicia ambiental y las organizaciones religiosas.
Durante la década del 2000 nos hemos organizamos a nivel transnacional y hemos desarrollado una agenda transnacional de derechos cruciales, en particular el acceso a los medicamentos. Sin embargo, hoy en día las compañías farmacéuticas nos están pasando por encima de mala manera.
Pero el acceso a los medicamentos no es sólo un problema del SIDA, sino un problema de salud e igualdad. Pregúntenle a Tobeka Daki, que lideró las manifestaciones en Durban durante la Conferencia sobre el SIDA contra Roche. O mejor, no.
Tobeka ha muerto.
De acuerdo con TAC, Tobeka necesitaba el medicamento Trastuzumab contra el cáncer, pero «nunca pudo tener acceso a él debido a su alto precio». Hace unos meses su cáncer de mama se extendió a la columna vertebral. Su médico había querido antes tratarla con Trastuzumab. No sabremos nunca si Trastuzumab le hubiera podido salvar la vida, pero debido al alto precio del medicamento nunca tuvo la oportunidad de averiguarlo.
La organización internacional comienza en casa. Comienza con el activismo en nuestras comunidades, allí donde estén en cualquier parte del mundo. El activismo consiste en construir comunidades autosuficientes que sean conscientes de sus derechos y se enfrenten a la injusticia. Se trata de solidaridad.
Los activistas promueven una relación de presión-negociación constante de los ciudadanos con los poderes políticos y económicos para garantizar la rendición de cuentas y la calidad de los servicios públicos. Construye grupos autosuficientes de personas autosuficientes.
Y la premisa de nuestra lucha renovada debe ser que hay suficiente dinero para hacer efectivo el acceso universal a la atención sanitaria y el tratamiento del SIDA; para una educación de calidad y el acceso a una alimentación suficiente. Como dijo el dramaturgo y activista estadounidense Larry Kramer hace tantos años al comienzo de esta epidemia, son las «opciones políticas» las que niegan ese dinero a las comunidades.
La igualdad no se puede servir en bandeja a los pobres.
Debe ser exigida.
La verdad es que no acabaremos con el SIDA sin dar luz a un nuevo mundo.
Mark Heywood activista sudafricano contra el SIDA, es director ejecutivo de SECTION27 y miembro del comité ejecutivo de la Campaña de Acción para el Tratamiento (TAC).
Fuente:
http://www.spotlightnsp.co.za/2016/11/30/no-end-aids-without-beginning-new-world/
Traducción: Enrique García