¿Es usted altruista, o hace que lo es esperando ver sus molestias recompensadas?
Decir que altruismo es una actitud desinteresada hacia uno mismo, hacia los demás y hacia la energía universal llamada energía cuántica, Dios o de otros modos, según conciencia, parece a primera vista una afirmación demasiado académica. ¿Significa, sin embargo, que no es real? Aunque parezca mentira, a veces lo real y lo académico vienen a coincidir. Así, según el diccionario de María Moliner, la palabra altruismo, del latín “alter” (Otro) significa “inclinación a preocuparse del bien ajeno y dedicarle sacrificios y esfuerzos”. Guarda una profunda relación con términos como abnegación, filantropía, desinterés, desprendimiento, olvido de sí mismo, renunciación, y con ciertos verbos como consagrase, inmolarse, sacrificarse, relacionados con el espíritu y su evolución positiva.
Deberíamos darnos respuesta a nosotros mismos y cuanto antes mejor a esa pregunta entre dos polos volitivos s existenciales Porque de esta respuesta dependen nuestras relaciones personales y sociales, nuestros sistemas de vida y de gobierno, nuestra alegría de vivir o nuestras carencias emocionales y conflictos íntimos. Elegir entre altruismo o egocentrismo determinará un modo de ser y también una ideología política. Y esto es de vital importancia en lo personal y en lo político social y económico que trasciende a lo personal.
Lo mismo que una persona de izquierdas es esencialmente altruista, una persona de derechas o ultra se caracteriza por ser egocéntrica. La una quiere ser, la otra tener. Ambas actitudes vitales y sociales revelan el estado evolutivo de la conciencia. Una conciencia madura está en armonía con las leyes cósmicas de la energía que se basan en la ley del amor, que tiende al dar, al equilibrio y la armonía. Una conciencia poco evolucionada, por el contrario, se basa en el deseo egoico del tener, que tiende a romper ese equilibrio para favorecerse a sí mismo, aunque eso produzca dolor .Y esto es muy propio del pensamiento de las gentes de derechas, pero hay más. La gente de derechas suele ser más torpe intelectualmente y estar menos informada; es menos empática, más basta psicológicamente, y de principios ideológicos rudimentarios que tienden al fanatismo, al tradicionalismo y al inmovilismo que aplican por igual en sus credos religiosos y en sus credos políticos.
Tras tantos siglos de experiencia histórica negativa para la humanidad practicando esos principios ideológicos retrógrados no hay duda que de que solo si afirmamos el amor altruista podemos albergar y activar la semilla de la verdadera revolución que es la revolución de la conciencia, previa siempre a la social, y que pasa por la práctica del altruismo como actitud vital y social. Por el contrario, afirmar al ego como el motor de la vida personal y sus aspiraciones sociales, nos lleva al pensamiento conservador y ultra, al conflicto social, la explotación y la guerra, como vemos ahora. Y todo ello no solo se impide la revolución, como es natural, sino que acelera la involución, como estamos viendo en el avance del fascismo en todo el mundo, que es la máxima expresión del egocentrismo y lleva a la pérdida de derechos, a la destrucción y al asesinato moral y físico, como vemos en Palestina o Líbano y hemos visto mucho antes en todas guerras imperialistas.
Una frontera entre dos mundos
Tal vez la capacidad de ser altruista señala la frontera entre dos mundos: el mundo del dar y el mundo del desear recibir. O, si se quiere, del mundo del que tiene para poder dar y del que da porque quiere tener. No es un juego de palabras, sino que revela la existencia de dos actitudes muy diferenciadas que en ocasiones pueden resultar engañosas, pues mientras el altruismo es considerado una actitud honorable en la intimidad, como todos sabemos, es denostada social y económicamente, como suelen comentar públicamente las mismas gentes que lo alaban en sus casas. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que “los buenos son tontos”? Afirmación que se basa en la idea arraigada en el subconsciente colectivo que eso de dar por puro desinterés o recompensa, es eso, de tontos.
En un examen personal sobre nuestras conductas, no tenemos más que mirarnos en el espejo interior y preguntarnos qué es lo que hacemos desinteresadamente por ese al que llamamos Otro; preguntarnos si lo que hacemos por otras personas con un aparente desinterés no encierra una actitud oculta de esperar la respuesta a esa pregunta típica: ¿ y de lo mío, qué? Eso es, astucia egoísta, cálculo comercial. Miseria moral.
La ley universal de la energía que manifiesta la propia Naturaleza, es dar sin esperar recibir, aunque cualquiera recibe sobradamente lo que se da si es que se hace altruistamente. Pero la ley universal es trastocada por la ley del ego, la ley personal, que nunca opera a favor del otro. Este es el modo de proceder más extendido en nuestro mundo – y así nos va- pero no legítimo espiritualmente. Por otra parte, a menudo el que da para recibir compensación sufre una desilusión por la desproporción que cree percibir entre lo que da y lo que toma, y así surgen enfados, discusiones, conflictos de intereses y otras formas de enfrentamiento que producen una pérdida de energía. Eso explica la necesidad de todo egoísta de robarle a otro la suya, ya de forma sutil, como buscando reconocimiento, sumisión, o atención, como de forma bruta: explotándolo de un modo u otro con el mismo fin: recuperar energía en ese proceso continuo en que vive entre el derroche y el acaparamiento, y que expresa un profundo desequilibrio personal que trasladará a lo social.
Por este insaciable querer recibir del ego del ego como expresión de la insatisfacción de la propia vida, muchos amigos se sienten defraudados y rompen relaciones, las parejas discuten, los compañeros de trabajo no son solidarios, cuesta mucho organizar respuestas colectivas a las injusticias patronales.
Entre tanto, la persona altruista, que actúa por amor o por solidaridad, encuentra en sí misma, en su interior, la recompensa que la conciencia libre de expectativas otorga a quien así actúa: la alegría, la paz, la libertad interior, que le permite la libre acción. Eso es `posible tanto en una persona de izquierdas como en una persona espiritualmente avanzada. Y en eso se distinguen de las derechas por grande que sea la bandera que exhiban y lo falsamente religiosos que se muestren aunque lleven sotanas de todos los colores, incluidos los papales.