Miguel Sánchez-Ostiz, aunque amarga la verdad…
El escritor navarro (Pamplona, 1950) es incombustible, impermeable al desánimo, y no está dispuesto a guardar las verdades, de tamaño XXL, que anidan en su mente.
El escritor navarro (Pamplona, 1950) es incombustible, impermeable al desánimo, y no está dispuesto a guardar las verdades, de tamaño XXL, que anidan en su mente, y no se corta para nada al exteriorizarla por la boca y por la mano que sostiene la pluma o pega a la tecla, pues conservarla dentro de si significaría envenenarse; si el último medio nombrado, la tecla, es el que usa en su escritura, seguro estoy de que el teclado estará si no hecho trizas, sí con más de una letra borrada; guiado por la parresía, propia de los griegos, no la abandona ni a la hora de referirse a su propia escritura, al admitir su pretendida falta: la de no haberse volcado en los temas que últimamente han sido objeto de sus obras anteriormente y haber esperado para emprender el vuelo, como la lechuza de Minerva, al atardecer. Su escritura es fiel a un rumbo bien marcado y no llega a guiarse, al menos del todo, por aquel volteriano, seguiré diciendo lo mismo hasta que no cambiéis de actitud, ya que convencido está de que los herederos de Caín, cuyo medio es un topos de corruptelas, trampas, mentiras y arribismo, o también algunos herederos de Abel reconvertidos que no cumplen aquel nietzscheano si la serpiente no cambia de piel muere, sino que varían con el espíritu de la espuma, persistiendo erre que erre en su labor de enmarranar, con perdón, el terreno de juego que en este caso es la sociedad. La cosa les viene de lejos y su tarea de limpiar a quien disienta es pertinaz.
Miguel Sánchez-Ostiz no se inventa nada sino que se ciñe a la vida misma, a la que le acompaña y le rodea, y ojo avizor observa el comportamiento de conocidos, las triquiñuelas y los dimes y diretes que profieren o los dardos que arrojan por doquier, y con mirada atenta y pluma veloz e igualmente atenta a la realidad lanza una batería de hechos, conductas, que denotan rencillas, mentiras y tergiversaciones de cara a anular, o al menos silenciar, las voces discordantes, comportándose su prosa borbotonesca como una banda de Moebius que no tiene comienzo ni final y que se puede tomar, o cortar, por donde a uno le plazca sin hallar vacíos ni insustancialidades. No es nada nuevo en el quehacer del iruindarra que además de sus novelas, sus ensayos sobre Pío Baroja o sobre Pablo Antoñana, y sobre otros, lleva un puntual cuaderno de bitácora que presenta sus sentimientos, sus reacciones ante lo que ve, y aprehende de…la vida misma. Esta última línea, combinada con el género narrativo propio de la novela, de artefacto habla él, es la que continúa su «Moriremos nosotros también (Desbarre y fuga)», editado por Pamiela; título con aires oriamendianos: Dios, Patria y Rey. Una travesía a ras de suelo con innumerables personajes, nombres propios, hechos y sucesos, con atención constante a las falacias con que se pintan por voces turbias y con las caretas que ante la realidad pura y dura adoptan quienes dominan el cotarro en la patria de Caín. Siendo por otra parte cierto que de la parca no se libra de Dios, o dicho en heideggeriano, el hombre es un ser para la muerte ya que «desde que un hombre asoma a la vida, es lo suficientemente para morir», lo que no quita para que haya muertes y muertes, voluntarias o inducidas, accidentales o provocadas, etc., y hay gentes proclives a poner fin a la vida de los demás, y al por mayor.
La alargada sombra del 36 que se tradujo en una gran cantidad de muertos, de familias rotas, de huérfanos, y la represión que le siguió, asunto que ya fue tratado por el escritor en obras anteriores (El Escarmiento, La sombra del Escarmiento y El Botín), la une con la actual ola centralista, de ultramontano nacionalismo hispano, de cerril anti-izquierdismo, etiquetando como comunismo/socialismo cualquier signo de progreso, por mínimo que sea, en un ejercicio de memoria histórica, señalando que quienes defienden tales posturas son los nietos e hijos de los que acallaron las voces y las vidas, dispuestos de manera permanente a acabar con los nietos y los hijos de los silenciados, enmarcado todo ello en una geografía imaginaria ( Torresmotzas de Baruglio), que es tan real como la Realidad más cruda, moviéndose por los pagos del barullo (¡anda jaleo, jaleo!), sin recatarse a la hora de desbarrar, y hasta reivindicándolo, con el único freno del sangrado de las páginas que se pasan unas tras otras sin pausa para el respiro, a lo más algún suspiro sí que puede asomar, acompañado con la sensación cercana a alguna basca, ante el asco de algunas acciones o palabras presentadas pueden provocar, desasosiego momentáneo que es paliado, por la risa o la sonrisa por la atinada coña del escritor.
No hace falta aclarar que tras lo dicho, nadie debería extraer una idea desviada y equívoca de la obra presentada, como que estuviésemos ante un texto panfletario -de paso diré que en la historia ha habido panfletos sublimes, que se lo pregunten sino a Marx y a su yerno, y que no me oiga el primero que elogio al segundo-, ya que el cúmulo de hechos, conversaciones y anécdotas relatadas, recuerdo y homenajes a los amigos (Gezurti, el Txori, Potzolo, el Zaborras…) y a algunos rincones transitados con ellos (¡ay La Huerta de Larrequi o El Amor de los Amores!), son narrados con una brillante y variada prosa, perlada de certeras referencias literarias.
Lectura no recomendada para conformistas, ni para gentes inclinadas a los pasteleos, nada digamos a los señalados como objeto de las críticas, aunque estos no se acercarán a semejante autor, no siendo necesario pues avisarles de que hay otros libros que les contarás historietas más de su gusto (me viene a la cabeza el libro que sacaron, nada menos que, Santiago Abascal y Gustavo Bueno, hijo: En defensa de España, en donde reforzarán sus razones para el patriotismo hispano, el de la furia roja, la de la una, grande y libre y el bravo toro de Osborne, y olé ) y es que las lindas almas de los componentes de estas toscas faunas podrían dañarse ante la abundancia continua, que no da descanso, de respeto al principio de realidad y ya se sabe, al menos desde Nietzsche, que su interrogación sigue manteniendo absoluta pertinencia: «¿Cuánta verdad de la realidad estamos dispuestos a aceptar o soportar?» y que las almas delicadas no pueden soportar las verdades…como puños, que son las que asesta, sin tregua, Miguel Sánchez-Ostiz.