México. Lo que no debe circular es el capitalismo
Últimamente no es posible salir a las calles de la Ciudad de México (CDMX) sin preocuparse por el daño que nos puede causar la contaminación atmosférica. El gobierno de la CDMX, para mostrar lo mucho que se preocupa, inició con una serie de cambios en el Programa Hoy No Circula, aumentando el número de días que los automóviles no tienen permitido circular por las calles de la ciudad. Incluso, durante los primeros días de la contingencia ambiental, el Metro funcionó un día de manera gratuita porque no le convenía a ningún empresario que los trabajadores se vieran en la necesidad de faltar a sus trabajos debido las malas condiciones del aire.
Algunos intelectuales del sistema, como Krauze y el nefastamente célebre Jorge G. Castañeda, consideran que se trata únicamente de reducir las emisiones de los transportes, de tal manera que el objetivo de un programa de reducción de contaminantes debería ser minimizar los embotellamientos, nada más. Sus propuestas más infames incluyen la imposición de cobro de peaje en zonas de alta circulación. Cobrar, cobrar, no conocen otra solución.
Hay varios problemas con estas medidas: por un lado, no se propone ninguna solución real, se plantea la situación en términos del viejo cliché de que las cosas no cambian porque los individuos no quieren que cambien, que las personas son individualistas y ojetes por naturaleza y que no cambiarán su comportamiento a menos que se les castigue y/o se les cobre; ésta es, sin duda, la visión de la burguesía. Por otro lado, ¿qué dirán los trabajadores que viajan de extremo a extremo de la ciudad, de Azcapotzalco hacia Tlalpan o de Ecatepec hacia Iztapalapa, de Xochimilco hacia Santa Fe?, ¿cómo nos afectan a los trabajadores tales políticas que en la práctica restringen la movilidad?
En última instancia, mientras el recorrido de un trabajador sea en promedio de dos a tres horas, poco se puede hacer para “mejorar la calidad del aire”. La cosa cambiaría si tuviéramos el derecho a obtener una vivienda digna cercana a nuestra fuente de trabajo, si tuviéramos el derecho a un medio de transporte digno y eficiente.
Lo que sucedió con el Programa Hoy No Circula desde sus inicios, en el año 1989, fue que quienes tuvieron los recursos para comprarse un segundo automóvil lo hicieron para “acompletar la semana”, mientras que los que ya no podían seguir manteniendo un vehículo que cuando había contingencia ambiental no circulaba dos días a la semana, tuvieron que deshacerse, muy a su pesar, de su medio de transporte.
Para la industria automotriz, la aplicación del Programa Hoy No Circula y de la Verificación Vehicular ha resultado ser una gran ventaja, pues el número de autos particulares en circulación ha aumentado hasta los cinco millones. Se siguen fabricando y vendiendo carros, así, el incentivo finalmente es aumentar la riqueza de los que ya son asquerosamente ricos, los dueños de la industria automotriz. Lo que importa es que los trabajadores engrosemos sus bolsillos, pagando impuestos al consumo o comprando autos nuevos cada cierto tiempo o teniendo que pagar excesivos costos en el transporte público, todo en función de que mejore la calidad del aire.
Pongamos un ejemplo y analicemos. Está el caso de las llamadas “empresas socialmente responsables”, que fingen estar preocupadas por la contaminación ambiental y crean fundaciones o programas paliativos ridículos del tipo “planta un árbol por cada 10 que se utilizan” o “utilizamos empaques que sólo ensuciarán las calles por los próximos 100 años”. De esta manera, nos quieren convencer de que los ricos son tan buenas personas que hasta cuidan el ambiente y que si las cosas están mal es culpa es de nosotros, los trabajadores, pues después de todo “el cambio está en uno”. Nada más lejos de la verdad, son los burgueses los que se benefician con incentivos fiscales o de manera directa, como en el caso automotriz. Después de todo: ¿a dónde van a parar los recursos que se obtienen de las verificaciones vehiculares?
Ahora todas las medidas se concentran en la contaminación debida al transporte vehicular, pero ¿qué hay de la contaminación debida a la producción y al consumo de mercancías?, ¿qué pasa con la contaminación producida por el trasiego de mercancías a través de la ciudad o la que se produce directamente de la industria, de las fábricas de pintura, de pegamento, etcétera? Es directamente de la industria y el gran comercio de donde proviene la mayor parte de la contaminación ambiental, que no nos vengan con cuentos las “empresas socialmente responsables”. La burguesía no planifica la producción de mercancías, mucho menos se preocupa de cómo afecta la producción y el comercio al ambiente, lo único que le interesa al propietario capitalista es aumentar sus ganancias, aumentan por medio de la explotación de los trabajadores y del aumento de sus condiciones de miseria.
Así, resulta más sencillo y funcional al dominio de la burguesía que se culpe al transporte público por la contaminación atmosférica y las malas condiciones del aire, que se culpe al oficinista y a otros trabajadores por los embotellamientos, en lugar de señalar a la burguesía y al modo de producción capitalista como los directamente responsables, no sólo de la contaminación del aire, sino del agua, de nuestros alimentos, de la producción agrícola. Hoy, ante este panorama, debemos entender que, si el capitalismo nos está matando como especie, no tenemos más alternativa que impulsar la construcción de una nueva sociedad, donde el consumo y la producción estén dirigidos a la mejoría de las condiciones de vida del pueblo y no por el aumento de ganancias de un puñado de bandidos.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección CIUDAD del No. 17 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 23 de mayo de 2016.
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