Más películas para apostar por más salas
Con la pandemia las salas han entrado en un declive que nos sitúa ante el trance de la desaparición, ciudades como Mallorca ya no tienen donde ver cine. Al mismo tiempo las plataformas han hecho su agosto.
Desde TV3 se ofrece estos días un informe navideño sobre el cine. Con la pandemia las salas han entrado en un declive que nos sitúa ante el trance de la desaparición, ciudades como Mallorca ya no tienen donde ver cine. Al mismo tiempo las plataformas han hecho su agosto. El asunto es serio, las grandes productoras estrenan en cine pero también en Netflix o en el Canal Disney; el desconcierto cinéfilo está pues garantizado.
En este cuadro nos situamos ante el descubrimiento de un corte generacional. Las nuevas hornadas del personal cinéfilo raramente tiene registro de los clásicos, de una historia que al decir de Erri de Luca “…El gran archivo histórico del siglo XX es el cine porque explica la historia de las personas”, y añade: “El principal historiador del siglo XX creo que es Charles Chaplin”, aunque se da una situación de la que resultaba representativa una anécdota contextualizada en los videoclub de antaño en los se era propio advertir a los clientes que la película que había escogido no era en color, que luego no se quejara. El profesorado que trata de conectar la clase con el cine, descubren que las nuevas generaciones ignoran la existencia de Robert Miitchum, con todo lo que esto significa: desconocen películas como Retorno al pasado, La noche del cazador, El cabo del terror o Eldorado. El personal cinéfilo ya sabe de qué va, no tiene más que constatar las contantes erratas de los diarios, perpetradas normalmente por periodistas que, por ejemplo ante tal o cual fallecimiento, tratan de informar a los lectores perpetrando errores que reflejan que no son culos de hierro ni lectores de todas historias sobre cine como las escritas por el finado Javier Coma, eruditos colaborador habitual en revistas como Dirigido…
Se puede pensar que los motivos que animan tales posturas (ignorancia e incultura aparte) pueden ser la voluntad de estar informados únicamente sobre las películas acerca de las cuales tienen que escribir pero más allá resulta fácil descubrir otra motivación: los nuevos cinéfilos hablan del último cine, del único que conoce de manera que no es extraño encontrar “locos por el cine” que creen que este comenzó con la saga de La guerra de las galaxias, o a lo máximo desde 2.001: una odisea en el espacio, Más allá es posible encontrar personal fascinado por Fellini o por Kaurismaki que sin embargo ignora todos y cada uno de los momentos fundacionales de la historia del cine, sin ir más lejos sobre todo lo que significó el cine soviético.
La constatación del deterioro de la cultura fílmica nos lleva al terreno del criterios según el cual «El cine se ha de ver en las salas de cine». Esta evidencia conlleva una consideraciones básicas: el cine resultó la mayor posibilidad de encuentro entre el pueblo y la cultura, jamás la humanidad contó con un medio tan subyugante con el que llegar hasta el mundo más atrasado, recordemos sin más esas fotos de los pueblos que descubrían el llamado Séptimo arte mediante las proyecciones efectuadas en ignotas aldeas por el equipo de “La barraca” durante la II República. Durante casi un siglo, ver cine significa estar más o menos al corriente de lo que ofrecían, comentar las películas con la gente más afín, ir a un lugar en el que se ofrecían subyugantes carteles de próximos estrenos, entrar en una sala oscura, perderte ante una pantalla descomunal, entrar en una trama que era como la otra parte del espejo de la Alicia de Lewis Carroll, meterte en la trama sufriendo, riendo o con los nervios en tensión…
No obstante, actualmente nos encontramos con el hecho “revolucionario” de que todo el cine del pasado se encuentra al menos en sus tramos centrales a nuestra disposición bien de las proyecciones en filmotecas (asequible para capitales importantes), pero sobre todo a través de los DVD así como desde plataformas como la catalana FILMIN, la única en la que es posible encontrar autores como Ford, Kurosawa, Pasolini, Visconti, Renoir, Buñuel, etcétera. Como es sabido, actualmente cualquier biblioteca cuenta con más películas estimables de lo que el público pueda ver, incluso con colecciones privadas alucinantes sin necesidad de forma parte de la clase desposeedora. Una cosa y otra no tienen porque rechazar las salas, más bien las complementa. Por lo tanto sí se quiere disfrutar los clásicos, las obras maestras, los filmes míticos, cuando apetezca, no cabe otra solución que el magnetoscopio y la pequeña pantalla del televisor
Aunque no nos guste lo cierto es que una parte más que considerable del mejor cine solamente resulta asequible desde una pantalla menor pero que puede ir hacía mayor ya que existen pantallas de televisión con amplio formato y excelente visibilidad, y que por lo tanto la sala casera puede brindar a la cinefilia no pocas ventajas. Otra cosa es que esta visión “familiar” requiere un grado de atención que en las salas ya viene impuesto desde la compañía, Yendo más allá, este formato plantea no pocas posibilidades en parte ya en funcionamiento en el ámbito escolar aunque este campo está aún por explotar. Sería magnífico que los departamentos culturales de barrios y municipios trabajaran por la combinación de ambos formatos mediante acuerdos amplios con departamentos estatales, con las filmotecas. De hecho se trataría de instalar en cada lugar una filmoteca como prolongación natural de las bibliotecas existentes, además con bibliografía y filmografía añadidas. Esto posibilitaría que colectivos cinéfilos o reivindicativos como el feminista, pudieran proyectar sus propias jornadas con fines de educación ética y estética.
Está claro que todas estas ventajas y posibilidades permitiría una reedición del encuentro entre la cultura cinematográfica con la gente, una cultura además que abre las puertas a otras ya que desde la historia del cine se pueden establecer brillantes filmografías sobre toda clase de temáticas.
Por todo lo dicho una cosa es ir al cine y otra amar el cine, aunque dos factores que pueden coincidir y ayudarse mutuamente. Quienes van al cine asiduamente y reniegan de la pequeña pantalla cumplen el precepto purista de que el séptimo arte ha de ser visto tan sólo en sus templos. Quienes aman realmente el cine no dejan de acudir a las salas, aunque hemos podido comprobar que existe gente que no lo entiende. El hecho pues, de que actualmente podamos contar con el legado de la historia del cine, nos permite batallar por una conciencia básica: cuanto más se ama el cine, más gustan los clásicos. Si no resulta factible en un momento concreto ver en grande Derzu Usala, París Texas, Falso culpable, Centauros del desierto, Carta de una desconocida, Encadenados, o La fiera de mi niña , queda claro que no podemos renunciar a un goce en nombre de purismos integristas
No olvidemos que los sistemas caseros han facilitado poseer cinematecas domésticas de modo análogo a cómo la invención de la imprenta desencadenó la posibilidad de las bibliotecas hogareñas ¿se preferirá ver malas películas en las salas de exhibición que obras maestras en el televisor? Sostener de forma acérrima que sólo se ha de ver cine en los locales constituye ya un tópico anticultural, un ataque frontal a la cultura cinematográfica, una actitud tontamente elitista, y hace suponer una carencia de auténtico amor a esta extraordinaria puerta de la cultura que además, nos permite abrir otras que de otra manera quedarían limitada a los libros o sea a un medio quizás más noble, pero que está encontrando todavía mayores dificultades para una nuevas generaciones desbordadas por las ofertas de la tecnología.
Lo dicho: nunca se había podido disfrutar y estudiar el mejor cine como ahora. Nunca se había podido saber tanto de cine como ahora. Y en todo ello repercute extraordinariamente el vídeo, con la pantalla casera que no tiene porque resultar rechazada desde unos fundamentalismos puristas, todo lo contrario. Salas y programaciones caseras deberán ir de la mano ayudándose en lo posible