Los problemas de las economías del G 7
Las respuestas políticas de los líderes del G-7 a ante esta prolongación de la Gran Depresión va desde «reformas estructurales» (Es decir, medidas neo-liberales para exprimir más plusvalía de los trabajadores mediante el recorte de los derechos laborales; contratación y despidos, y privatizaciones) hasta más flexibilización monetaria ( flexibilización cuantitativa, tasas de interés negativas) y más estímulos fiscales (más gasto público). Pero como nadie se pone de acuerdo en como actuar juntos, nada va a cambiar con respecto a las políticas económicas.
Lo que si está cambiando es un mayor deterioro de la economía capitalista mundial. El crecimiento global de la producción industrial sigue disminuyendo y en el caso de las economías del G-7 (línea roja del gráfico 1), la producción industrial se está contrayendo.
Y el comercio mundial, algo que ya he abordado anteriormente, se encuentra significativamente en zona negativa (línea roja del siguiente gráfico 2). Esto se debe en parte a la caída de los precios de la energía y otras materias primas industriales. Pero incluso cuando se aísla el impacto de la deflación de los precios, el volumen del comercio mundial es básicamente estático (línea azul) y está muy por debajo incluso de la baja tasa de crecimiento del PIB mundial, alrededor de 2,5%. Los países con baja demanda interna no pueden esperar compensarla de ninguna manera a través de las exportaciones.
Lo más preocupante para el capitalismo global es que la economía de Estados Unidos, la de mayor crecimiento del G-7 desde el final de la Gran Recesión en 2009, también está mostrando signos de debilitarse. En notas anteriores he sostenido que no sería China la que empujaría al mundo a una nueva recesión, sino lo que ocurra en los EE.UU., que sigue siendo la economía capitalista más importante, tanto en la producción como las finanzas.
La última encuesta de actividad empresarial de las empresas de Estados Unidos, el llamado índice de gestores de compra (PMI), ofrece una lectura deprimente. El PMI recoge datos de empresas para ver si esperan aumentar o no la producción. Cualquier aumento por encima de 50 indica expansión. La última cifra de mayo muestra que la economía de Estados Unidos, tanto la industria como los servicios, apenas crece, con el PMI de sólo 50,8 (línea verde) con respecto a los más de 60 de hace solo dos años.
Y las perspectivas de un repunte futuro del crecimiento no son buenas. El Conference Board de Estados Unidos supervisa el estado de la productividad en todo el mundo. Es decir, mide la producción por trabajador (y por hora). El crecimiento de la productividad más el crecimiento de la población activa constituyen el motor del crecimiento del PIB real a largo plazo. La población y el crecimiento del empleo se han ralentizado en la Larga Depresión, por lo que crecimiento de la productividad es aún más importante.
Los últimos datos del Conference Board son particularmente estremecedores. La producción por persona creció sólo un 1,2 por ciento en todo el mundo en 2015, por debajo del 1,9 por ciento de 2014. El crecimiento de la productividad en la zona del euro, medida por el producto interno bruto por hora, es un débil 0,3 por ciento y apenas mejor en Japón con el 0,4 por ciento. Pero los EE.UU. desaceleraron el crecimiento de la productividad el año pasado hasta sólo el 0,3 por ciento, cayendo desde el 0,5 por ciento en 2014, muy por debajo de la media de 2,4 por ciento entre 1999 a 2006. La producción de Gran Bretaña por hora trabajada se redujo a un incremento medio anual de sólo el 0,2 por ciento entre 2007 y 2013 y después de un falso cambio de tendencia en 2015, se espera que muestre un crecimiento cero este año.
Y ahora el Conference Board espera un -0,2% para los EE.UU. este año, la primera contracción en tres décadas. «El año pasado parecía que estábamos entrando en una crisis de productividad: ahora estamos en mitad de ella«, declaró Bart van Ark, economista jefe del Conference Board. Según el Conference Board «las empresas realmente necesitan invertir en serio en innovación. Ha llegado el momento de que las empresas relancen la agenda de la productividad para darle la vuelta a esta historia».
Pero no lo están haciendo. La inversión de las empresas en Estados Unidos cayó un 0,4% en el primer trimestre de 2016 en comparación con el primer trimestre de 2015 y la inversión en equipo cayó por primera vez desde que terminó la Gran Recesión.
¿Por qué las empresas de las economías del G 7 no reaccionan e invierten más en las nuevas tecnologías para relanzar el crecimiento de la productividad? El argumento habitual de la teoría económica dominante fue recordado recientemente por el CEO de Goldman Sachs, Lloyd Blankfein. El notorio jefe del banco de inversión más rapaz del mundo tenía una palabra para resumir todo lo que ocurre en Wall Street y en la economía mundial en este momento. «Todo se reduce a la confianza», dijo en la reunión anual de la empresa. En este momento, dijo Blankfein, «estamos en un entorno de baja confianza». Pero la respuesta de Blankfein plantea inmediatamente la pregunta: ¿por qué hay una «falta de confianza» entre las empresas para aumentar la inversión? He respondido a esta pregunta en numerosas ocasiones en mis notas. Esta es la más reciente. Y esta de José Tapia Granados.
La inversión empresarial se ha estancado o está cayendo porque la rentabilidad sigue siendo baja y los beneficios totales han dejado de crecer. El peso de la deuda empresarial está asimismo empezando a tener efecto en la «confianza». La deuda empresarial del último año en los EE.UU., con exclusión de los pasivos del balance, ascendió a 793.000 millones de dólares, mientras que la inversión bruta total privada nacional (que incluye la inversión fija y los inventarios) aumentó sólo hasta los 93.000 millones de dólares.
Más de 70 empresas con deudas han quebrado a nivel mundial en lo que va del año, al ritmo más rápido desde 2009 y acercándose a los 113 emisores de deuda en situación de impago en 2015, según Standard & Poor. Es cierto que la mayoría se encuentran en los sectores de energía y minería, muy golpeados. El sector de la energía y materia primas representó más de la mitad de las 72 empresas emisoras de deuda que han dejado de pagar en lo que va de 2016. Entre ellas, 29 han sido de la industria del petróleo y el gas, 12 en metales, minería y acero y 1 era una compañía de servicios públicos.
Sin embargo, a S & P le preocupa que las quiebras puedan extenderse a otros sectores: «Hasta ahora, ha habido poco efecto contagio en otros sectores, pero no descartamos que ocurra en los próximos trimestres. También esperamos que esta presión en muchas compañías de petróleo y gas de Estados Unidos persista, que se mantengan los bajos precios del petróleo, los déficit de flujo de caja actuales como resultado de la disminución de los precios, una reducción de las fuentes de financiación (incluyendo líneas de crédito y préstamos bancarios), y unos beneficios potenciales limitados que obliguen a reducir aún más los gastos de capital». Las quiebras de empresas vuelven a situarse en cifras de 2009, cuando la crisis financiera toco fondo.
Así que, mientras los líderes del G 7 ponderan el estado del mundo, las grandes empresas, en vez de aceptar el desafío de aumentar la productividad a través de una mayor inversión y de I + D, la están frenando. Y el cuento de la «confianza” no es la razón.
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Traducción:G. Buster