Los líderes españoles
Por José MedinaEscribir sobre el liderazgo político español parece una tarea relativamente fácil. La eficiencia individual, la profundidad de pensamiento y la amplitud de miras, se echan de menos.
El líder, ese que mueve masas, convence por su oratoria e ideas asertivas, logra el reconocimiento general, más allá de sus entornos ideológicos, posee un contenido intelectual sólido y una trayectoria profesional brillante, el que actúa como intermediario de voluntades, ese tipo de líder la gente lo está buscando.
Sánchez, Casado, Rivera e, Iglesias son, diríamos, consecuencias de una deteriorada realidad social y política; pero de ahí a ser los más listos de la clase, parece que hay un largo trecho.
Cierto es, sin embargo, que este fenómeno parece repetirse en distintas partes del mundo, Trump es el ejemplo más patente, aunque hay más personalidades mundiales en este mercadillo.
El presidente socialista Pedro Sánchez, para muchos, es el resultado del tremendo fracaso del liberal Rajoy; la consecuencia de su desmedido tesón en llegar a la Moncloa y, de la incapacidad de empatía y crecida ausencia de credibilidad en los “barones” de su partido: González, Díaz o, Bono.
A todos estos y aquellos, Sánchez les ganó la batalla y se convirtió en presidente, pero todavía su bagaje intelectual no convence, le falta pedigrí en sus discursos y maneras, solidez en el Gobierno y, tiempo.
Si Sánchez padece de la falta de discurso, Pablo Casado adolece de incontinencia verbal, no intenta caminar rápido como Rajoy, sino correr a toda velocidad, especialmente contra el desdibujado Rivera.
Estos dos predestinados a ser los líderes de la nueva derecha, sin una diana clara, apuntan a todo lo que se mueve, bajo las entendederas de que así están con todos y de que el único culpable siempre es el contrario.
Pero está resultando que eso el pueblo lo ha catado muchas veces, optando por desentenderse de ese maniqueísmo; decidiendo no sentirse parte de una realidad instrumentalizada.
Casado se siente obligado a lograr la expansión de un PP con mucho lastre, más allá del tomado y dejado por Rajoy; su lucha contrarreloj es por un prestigio destruido a martillazos.
Por ello comparece y aparece donde y cuando haga falta. Su falta de madurez política y el vuelco a una derecha más dura puede destruir a Rivera, sin importarle correr el riesgo de regresar a la casi superada vergüenza del uso de la bandera española como símbolo.
Con esa filosofía, al estilo Aznar, Casado apuesta por el “ellos allí y nosotros aquí”, “allí lo malo, y aquí, lo bueno”. El más duro bipartidismo.
A Albert Rivera le pillaron en el primer capítulo de su contienda nacional y, al perder a Rajoy como el mejor de los instrumentos para flotar, se quedó como apareció en su primera foto: desnudo.
A Rivera no le vale lo que hace Sánchez, tampoco lo que hacía Rajoy, aunque con éste logró acumular más poder del que pudo imaginar. Pero, en ese primer capítulo, un estornudo derrumbó todo su sueño, haciendo aparecer las amenazas de convertirse en un partido provincial o, residual.
Por ello desea el fracaso de Sánchez y que a Casado lo imputen por su Máster a lo Cifuentes; ese sería el mejor de sus escenarios, supondría el regreso a los discursos creíbles.
Rivera está buscando un responsable de algo, ya no de los daños que infringió Rajoy, sino los que están por llegar de Sánchez o Casado.
No busca aliados con contrato indefinido porque estos exigen y causan daños, lo que busca es manejar la realidad, los momentos puntuales porque ello emociona y conmociona, a la vez que obliga a crear negociaciones y facilita recuperar el liderazgo que perdió en ese estornudo no calculado.
A Iglesias aquel discurso de haber nacido Podemos para gobernar el país, se perdió en el tiempo, insistió tanto en ser ministro o formar parte de un Gobierno que el papel que Sánchez le ha dado como el líder del canal 1 público español, ha terminado por desvanecerlo.
Aquella avalancha de estudiantes que le seguía se ha ido evaporando, además ahora que “se ha hecho mayor”, por aquello de que llegó al Parlamento, Iglesias se ha convertido en un político más pasivo y, más disciplinado, cumpliéndose lo de la imposición de la realidad y de que los programas no son exclusivamente ideología; quien no se lo crea que se lo pregunte a Maduro, otro ejemplo a citar como el del hombre color zanahoria.
Al final, a Iglesias la historia le está ajusticiando su pasado y ya impresiona tanto como Alberto Garzón, lo que es decir, poco o nada.
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