Los judíos siguieron a un líder egipcio convertido al monoteísmo de Akenatón
Moisés-Éxodo (II)
Existe una gran similitud entre el monoteísmo, las dictaduras y las monarquías absolutistas: lo primero suprime todo panteón y deja a un solo Dios con un poder aterrador que salva a sus adoradores y castiga a los pecadores; lo segundo acaba con toda disidencia e impone un partido único con un líder dantesco; lo tercero corta cabezas o eleva. Las monarquías modernas, “que siguen teniendo un origen divino para los fundamentalistas”, son el paradigma de la extrema desigualdad social que estigmatiza a los siervos y corona a los señores, que marca la frontera entre el cielo y el infierno
Esta otra versión de Moisés y el Éxodo sigue siendo objeto de estudio por los incómodos defensores del sentido común y los amigos de la Egiptología. Con este enfoque seguimos invitando a la investigación historiográfica, a fin de separar el mito de la verdad, como ya hicimos con el texto que publicamos aquí hace un par de semanas y que llevaba el título de “La versión egipcia: los judíos fueron expulsados por el faraón”.
Egipto nunca fue diezmado por Diez Plagas, ni Moisés jamás dirigió un éxodo de 600.000 judíos a Canaán en los términos que plantea la Biblia. Un acontecimiento de tal envergadura hubiera dejado profundas huellas en la cuenca del Mediterráneo y muchos escribas e historiadores (Heródoto, Manetón, etc.) hubieran dejado testimonio de ello. Así ocurrió con la Guerra de Troya, cuyos efectos devastadores desencadenaron migraciones “similares a las provocadas” por Occidente en sus incursiones bélicas en los países de la media luna que no se arrodillaban ante el Imperio y sus cohortes.
Pero ¿Existió Moisés? De ser así ¿Quién fue? Nietzsche, en su ensayo las Tres Caras de Clío, nos habla de la Historia crítica, la más necesaria, que es “aquella que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su sitio”. Para escrutar lo remoto con espíritu racional tenemos que atenernos a las pruebas y a los documentos históricos. En ausencia de lo anterior, nos queda la inteligencia y el sentido común.
Freud, otro de los maestros de la sospecha junto a Nietzsche y Marx, expuso ya en su obra “Moisés y la religión monoteísta” (1937-1938), la tesis de que Moisés no era judío, sino un egipcio de la realeza que transmitió “al pueblo hebreo” las doctrinas del faraón Akenatón (1372-1335), considerado el primer gobernante monoteísta de la Historia.
Moisés pudo haber vivido su juventud durante el reinado de Akenatón (Abraham, según los historiadores de origen judío Rogger Sabbah y Messod Sabbah, etc.) (1). El faraón que reinó entre 1352 y 1335, eliminó a unas dos mil deidades y proclamó que el Sol (Atón, un ser superior, era el único Dios). Es necesario aclarar que el astro es solo una imagen para poderla representar fácilmente en la mente.
Tras la muerte de Akenatón, Moisés y “sus discípulos” podrían haber transmitido el monoteísmo entre los inmigrantes judíos que, atraídos por el magnetismo del “príncipe egipcio”, abrazaron el nuevo dogma. Décadas después, ese noble, que conocería El Libro de los Muertos (incluido el apartado de la Confesión Negativa, donde se pueden encontrar la mayoría de los Diez mandamientos), y el Himno a Atón, encabezaría la marcha de un número indeterminado de judíos hacia Canaán (El Gran Fértil, La Tierra Prometida), aprovechando un periodo de confusión y turbulencias. Episodios de ese tipo fueron una constante en la milenaria historia de Egipto.
Canaán padeció una gran hambruna en el siglo XIV a.C. por lo que numerosos judíos migraron a Egipto en busca de una vida mejor (igual que ocurre hoy día en Europa). Se piensa que en El País de El Nilo trabajaban mediante el sistema de “corvea” que regulaba dos formas de cumplir con el fisco: pagar impuestos o realizar trabajos para el Estado. Aquellos extranjeros que acumularan deudas podían acabar como esclavos.
Con el fallecimiento de Akenatón, -esposo de Nefertiti- Egipto volvió al politeísmo tras un periodo de caos y violencia- (2). Moisés y “sus discípulos” seguirían fieles a la religión de “Abraham” y, cuando vio el momento oportuno, (quizás décadas después durante una incursión de los hicsos, “primos hermanos de los judíos”) encabezaría el Éxodo hacia la Tierra Prometida. El hecho, que sería sobredimensionado por los fundamentalistas, pasó en Egipto como algo intranscendental y, por eso, nadie grabó en piedra o papiros lo sucedido.
(Moisés -y un milenio y medio después, Jesús- seguirían un destino similar: en sus comienzos fueron ignorados por los egipcios y romanos y, siglos más tarde, divinizados (el primero, por los semitas). En el transcurso de la construcción mitológica de la Biblia (entre el siglo VIII a.d.C y el II d.C.), los judíos tuvieron tiempo de esculpir a su medida la imagen de Yahvé, y la de su Gran Guía (el niño salvado de las aguas), a quien los creyentes consideran autor del Génesis y de los otros cuatro libros del Pentateuco).
Junto a Las Confesiones Negativas (tales como “no he matado”, “no he robado”, “no he blasfemado”, “no he mentido”, etc.) que hacían los muertos en el Juicio Final, debió ser de gran inspiración para Moisés (en caso de que esta hipótesis sea acertada) la oración del Himno a Atón, que con tanto fervor entonaban los sacerdotes del faraón hereje. El texto dice así:
¡Oh, Dios Único!
Creaste el mundo según tu voluntad
Creaste a los hombres y a los animales
Creaste todo lo que existe en la Tierra
A los animales que se mueven sobre sus patas
Diste al hombre ganados y rebaños
Creaste todo lo que vuela en el cielo
Las tierras de Asiria (Canaán, Mesopotamia)
La tierra de Egipto…
En línea con lo anterior, hay una obra bastante jugosa titulada “Moisés, la verdadera historia” (Ediciones Fortnel, 2016) de Sergio Prudencstein que “sigue” la tesis de Freud. El autor, experto en Egipto y profesor de la Universidad de Belgrado, resalta en su análisis la probable relación entre la “herejía monoteísta” de Akenatón y su influencia en Moisés (al que otros autores se refieren a él con el nombre de Ahmose, Osarseph, Ramesu, etc) y en el judaísmo.
Prudencstein se inclina por pensar, tras largos años de estudio, que la juventud de Moisés no transcurre en el reinado de Ramsés II (1279-1213), como apunta la Biblia, sino en el muy breve periodo de la herejía monoteísta de Akenatón (1352-1335).
En definitiva ¿Se autoexilió Moisés tras la muerte de Akenatón y se llevó consigo a una parte del pueblo judío en un periodo de turbulencias en el que los gobernantes no prestaban demasiada atención al supuesto “éxodo judío”?
Ahora veamos un extracto de un artículo de la revista “Muy Historia” titulado “¿Qué hay de verdad en el éxodo de los judíos?”. Dice así:
La mayoría de los episodios que narra el Antiguo Testamento son ficción creada para dotar de un pasado glorioso al pueblo de Israel y justificar sus pretensiones sobre los territorios ocupados (…) Analizar históricamente la veracidad del Éxodo exige centrarse en las pruebas: los documentos y resto de materiales. Respecto a las primeras cabría suponer que en Egipto quedara algún texto en pergamino o sobre piedra que confirmara la presencia de un gran número de esclavos israelitas -La Biblia dice 600.000- durante 400 años. No es así, además el origen de Moisés -rescatado de niño de las aguas de El Nilo por la hija del faraón y criado en la corte- es una copia de “Sargón de Akad” (III milenio a.C.).
Como colofón, sólo agregar que “Existe una gran similitud entre el monoteísmo, las dictaduras y las monarquías absolutistas: lo primero suprime todo panteón y deja a un solo Dios con un poder aterrador que salva a sus adoradores y castiga a los pecadores; lo segundo acaba con toda disidencia e impone un partido único con un líder dantesco; lo tercero corta cabezas o eleva. Las monarquías modernas, que siguen teniendo un origen divino para los fundamentalistas, son el paradigma de la extrema desigualdad social que estigmatiza a los siervos (muchos tarados de cuna) y corona a los señores, que marca la frontera entre el cielo y el infierno”.
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-1- Abraham fue, en realidad, el faraón Akenatón, según los historiadores franceses Rogger Sabbah y Messod Sabbah, quienes estudiaron durante veinte años la historia del Éxodo. Estos hermanos, de origen judío, realizaron excavaciones en El Valle de los Reyes y en la ciudad de Aket-Atón, la efímera capital del Egipto monoteísta. Llegaron a la conclusión, tras ordenar todas las piezas del rompecabezas, que Akenatón era Abraham, y que Moisés era un egipcio, posiblemente un general, cuyo verdadero nombre era Ramesú (Ramsés I). Sus conclusiones están recogidas en la obra «Les Secrets de L`Exode (Ed. Libre de Poche, 2003).
-2- La obra “Sinuhe el egipcio” de Mika Waltari, uno de mis libros de cabecera, describe con loable documentación la turbulenta vida de Akenatón y los sucesos -intrigas políticas, etc.- que se suceden en esa época tan apasionante de la milenaria civilización egipcia; la primera que puso nombre a los dioses, según Heródoto, quien dedica su libro II de Historia, “Euterpe”, a Egipto.
Nota: Sargón de Akad es considerado como la primera persona de la Historia que creó un imperio: el Imperio Acadio. Su descendencia gobernó Mesopotamia.
Blog del autor: Nilo Homérico