Los “derechos humanos” burgueses y los derechos de la humanidad trabajadora
Consistencia y vitalidad de un militante comunista
Iñaki Gil de San Vicente es una persona excepcional en todo sentido. Es, como diría el Che, el modelo de un ser humano nuevo. Tal vez a él no le guste que lo vean así. Su modestia es grande y sincera. Se parece en muchos aspectos al gran revolucionario y teórico alemán Federico Engels, con quien no sólo le identifica el dominio de la dialéctica, el conocimiento profundo de la ciencia y de la historia de las guerras, la pasión por la lectura, la dedicación permanente por la escritura de temas políticos de interés para el colectivo revolucionario, la praxis consecuente dentro de la militancia comunista; sino, además, la grandeza de su corazón, de su calidad humana.
Así fue Engels quien, junto a Marx, su amigo y camarada, al que ayudó siempre sin interés de ninguna naturaleza, elaboró un cuerpo teórico científico para comprender y transformar la realidad oprobiosa y explotadora del capitalismo, porque ellos no fueron intelectuales de escritorio, sino hombres de acción revolucionaria, metidos en el movimiento mismo de lo real.
Iñaki, al igual que ellos, desdeña el intelectualismo como la práctica aberrante que desprecia la actividad de la clase trabajadora, que separa la mente de la mano. Él, al contrario de los intelectuales y académicos universitarios que asumen poses de que conocen sobre todas las cosas, es un obrero, un trabajador y un militante teórico-práctico de la revolución vasca y mundial.
Incansable lector y escritor, Iñaki es uno de los más importantes pensadores marxistas de nuestro tiempo. No se formó al calor de los debates de cafetines, por el contrario, se formó al calor de la lucha social, del combate revolucionario en un país al cual el Estado español niega, con todo tipo de medidas represivas que han criminalizado su lucha, el derecho a la insurgencia y a la independencia.
Al amigo sincero, al camarada, al hermano que siempre ha entregado sus conocimientos, sus enseñanzas, el más profundo reconocimiento de gratitud por haber accedido a esta entrevista en la cual, una vez más, expone la vitalidad y firmeza de su condición de militante comunista.
1. Camarada, si bien una de las características de las y los revolucionarios vascos es no hablar de sí mismos, sino del colectivo social, es importante que las y los jóvenes en distintos lugares del mundo conozcan a las personas también en su individualidad, su historia, su vida, su formación. No creo que haya que esperar a que tú mueras para que recién allí nos preocupemos de saber quién eres, qué has hecho o qué estás haciendo. En ese sentido, y sin querer a través de esto convertirte en un icono o en un ídolo de piedra, cuéntanos brevemente algunas cosas sobre ti, tus orígenes, tu infancia, las relaciones con tus padres, tu educación inicial, tu formación académica, el entorno donde tú viviste.
La costumbre de la izquierda independentista y socialista vasca de primar los referentes colectivos y de evitar la personalización excesiva en su doble faz de, por un lado, aceptación del individualismo burgués como criterio ontológico, y, por otro lado, aceptación del culto al líder, al Secretario General, para entendernos, esta costumbre proviene de la fusión de dos instantes de un largo proceso histórico. El componente fundamental proviene del valor que otorga nuestra cultura a lo común, a lo colectivos, a lo realizado mediante la ayuda mutua, la libre y consciente participación voluntaria. En realidad, esta costumbre está presente en mayor o menor grado en todos los pueblos que aún conservan experiencias prácticas o, al menos su reciente memoria histórica, centrada en el trabajo social en tierras comunales, en propiedades colectivas y públicas, en sus diversos grados y características, desde bosques y prados, hasta huertos e incluso las riquezas del subsuelo.
No se trata de nada nuevo, específico u original del Pueblo Vasco, sino de relaciones sociales surgidas en todos los pueblos en los que el trabajo social realizado en las propiedades comunales ha generado sus correspondientes relaciones sociales de producción, relaciones culturales, tradiciones y formas societarias de interrelación colectiva alrededor del trabajo y la defensa de lo colectivo y común, en cualquiera de sus múltiples variantes históricas. Y estas relaciones sociales de producción explican por qué, por lo general y tal y como reconoció Marx, estos pueblos han resistido con todos los medios a su alcance a los intentos privatizadores de lo comunal, intentos realizados bien por las castas y clases dominantes autóctonas, bien mediante invasiones militares, presiones comerciales, chantajes económico-políticos, o todo junto a la vez, realizadas desde el exterior, desde el imperialismo.
Pues bien, sobre esta base material –aún quedan en mi nación restos de propiedades comunales y públicas–, y a partir de las bases socioculturales, tradicionales e identitarias generadas durante los siglos de existencia de lo comunal, sobre esta base y a finales de los años ’50 del siglo XX empezó a actuar en extremas condiciones represivas una pequeña organización independentista que fue tomando conciencia teórica de los riesgos inherentes a la personalización individualista de la dirección política, riesgos que podemos sintetizar en tres cuestiones: riesgos represivos obvios, riesgos de seguidismo dogmático de la militancia hacia la dirección oficialmente reconocida y sobrevalorada, y riesgos de dirigismo de la militancia hacia las organizaciones populares al creerse única depositaria de la verdad que a su vez le ha sido revelada por la omnisciencia del Secretario General. Naturalmente, no fue una toma súbita de conciencia teórico-política sobre la ineluctabilidad de este triple riesgo, sino que fue un aprendizaje bastante rápido por la conjunción tanto de la tradición cultural descrita como de las exigencias de la lucha clandestina, aprendizaje enriquecido luego por las lecciones obtenidas al conocer otros procesos.
De cualquier modo, hay que decir que en lo que toca a la prioridad dada tanto a lo colectivo como al rechazo tajante al denominado “culto a la personalidad”, la izquierda vasca no ha inventado nada pues, sin extendernos ahora, este método era el practicado por el bolchevismo hasta comienzos de los años ’20, y por otras izquierdas. Hay que decir, que la figura del Secretario General, en el sentido actual de un cargo dotado de poderes casi extraordinarios, era desconocida entre los marxistas en general, y en concreto entre los bolcheviques hasta esos años ’20; que se creó solamente por necesidades de efectividad técnica pero sin ningún poder político añadido; que las y los revolucionarios bolcheviques más influyentes, con credibilidad y prestigio ganados mediante sus aportaciones, rechazaron ese cargo exclusivamente técnico y tenido como de importancia secundaria; que, desgraciadamente, se dieron cuenta tarde, muy tarde, del error cometido al dejar que el grupo representado por Stalin copara ese cargo y lo utilizara de inmediato otorgándolo poderes fácticos enormes que serían luego reglamentados durante el mismo proceso de degeneración burocrática, y que desde entonces y en la mayoría inmensa de los casos, la figura del Secretario General ha sido más un freno burocrático que una fuerza impulsora.
Había que explicar lo anterior para comprender por qué el independentismo socialista vasco es tan cuidadoso con todo lo relacionado con la prioridad de lo colectivo sobre el personalismo individualista. Fijémonos que no hablo de lo colectivo como algo que choca frontalmente como lo individual, ya que existe una muy rica, ágil y pluridimensional dialéctica que une a ambos componentes de la totalidad del ser humano y de su entorno, sino que especifico claramente la distancia entre lo colectivo y el personalismo individualista, que es algo muy diferente. Quien quiera acceder a mis ideas sobre este particular expuestas más concretamente, tiene a su disposición en Internet el texto: “Lo individual y lo colectivo en el marxismo. Una aproximación desde Euskal Herria” de 21/02/1995.
Dicho esto, mi historia personal apenas tiene importancia sino es, y muy relativamente, dentro del poderoso torrente colectivo que construye una República Socialista Vasca. Nací en septiembre de 1952, en una familia que hoy se definiría como de “clase media”, en la que el padre era un alto funcionario franquista. Fui maleducado en un colegio católico de infausto recuerdo, y fue allí, en aquél campo de concentración, donde se desarrolló una de las tres grandes influencias que abrieron el camino que me llevaría al marxismo. La represión global visible e invisible que se ejercía en los colegios católicos –se sigue ejerciendo– terminó forzando las condiciones para mi salida del colegio agudizando mi enriquecimiento intelectual y personal. A partir de aquí, mi evolución personal es inseparable de mi formación política, así que prefiero extenderme en mi respuesta a la segunda pregunta.
2. Tú eres un pensador y un revolucionario marxista. ¿Qué hechos y qué personas influyeron en tu formación ideológica política?, ¿cómo llegas al marxismo? y ¿cuál ha sido el desarrollo de tu militancia política?
No fueron hechos aislados, sino la evolución del contexto en su conjunto, la que me llevó al marxismo. Por ejemplo, recuerdo que en el colegio católico, un profesor de química que era a la vez militar español suspendía inmediatamente los exámenes de quienes se atrevieran a escribir sus nombres y apellidos con grafía euskaldun, con la grafía de la lengua vasca, muy diferente a la española. El resultado del examen, el conocimiento adquirido, la ciencia y la educación, etc., eran claramente secundarios frente a la importancia suma de la lengua española, del nacionalismo español aplicado en un colegio católico. Recuerdo el desprecio opresivo para con la cultura e identidad vasca que reinaba en el colegio, y que era un reflejo multiplicado de la opresión nacional que existía en la calle. Sin embargo, semejante política antivasca chocaba frontalmente con uno de los componentes esenciales de mi desarrollo personal como era el del profundo ideal nacionalista vasco de mi madre, y el entorno euskaldun, baserritarra y arrantzale, es decir, de cultura vasca campesina y pescadora de mi familia por parte de madre, en contraste con el entorno mayoritariamente españolista de mi familia por parte de mi padre, empezando por él mismo.
Esta contradicción entre dos identidades, una oficial y dominante y la otra machacada y perseguida, dentro de mi familia y en el contexto social objetivo fue la primera fuerza que me empujó primero a preguntarme sobre las causas de la opresión y luego a enfrentarme a ella. Recuerdo, por ejemplo, que entre mis masivas y desordenadas lecturas juveniles me impactaban con especial influencia los textos de aventuras en los que, de algún modo, quedaban reflejadas las situaciones injustas, de opresión nacional, de explotación y sobre todo de luchas contra la opresión. Decisiva importancia tuvieron aquí mis lecturas sobre la guerra, el arte y la historia militares, dedicándoles horas en la Biblioteca Municipal de Donostia, cuando apenas tenía 17 años. Al margen del valor historiográfico de muchos de aquellos libros, lo cierto es que la historia de la guerra termina mostrando de algún modo las razones últimas de la violencia, o sea, la explotación, o la “injusticia” como yo pensaba entonces. A partir de aquello nunca he dejado de leer historia de la guerra. Pienso que hacerlo es una necesidad imperiosa para todo marxista, y que el marxismo no se entiende sino se comprende el papel de la violencia en la historia y su inextricable conexión con la economía.
El hecho es que fueron mis horas en la Biblioteca Municipal las que me pusieron en contacto con uno de sus trabajadores, una persona mayor, asmática y fumadora compulsiva, que me fue guiando en algunos autores hasta que un día puso en mis manos un antiguo libro de bolsillo de tapa dura y gastada, que compendiaba trozos básicos e imprescindibles de la teoría de Marx y Engels, y que contenía en letra muy pequeña y con hojas amarillentas y sobadas, y algunas rotas pero recompuestas con exquisito mimo, el Manifiesto Comunista entero. Me pidió que me recluyera en un extremo de la enorme sala y que ocultara el pequeño volumen debajo de otro mucho más grande, como hice. Fue mi primera lectura larga y sistemática del marxismo, aunque sin una previa contextualización pues el libro no tenía ni presentación. Se inició así la segunda fuerza que me introdujo en el marxismo.
La tercera y última era, como es lógico, la vida social misma, las relaciones con otras personas, con amigas y amigos, que iba conociendo. La dictadura del general Franco recurría a los peores crímenes para sobrevivir y a finales de los ’60 y comienzos de los ’70 la vida política avanzaba rápidamente desbordando las represiones de todo tipo. En este tercer componente, varios hechos fueron decisivos para mi futuro: las torturas que sufrí y la imagen de un crucifijo al lado del genocida dictador durante los interrogatorios; los debates en la cárcel y en otros muchos sitios; las horas de especialización en electricidad en las que el maestro terminó descubriéndose como un viejo luchador comunista, represaliado y perseguido, de modo que yo acudía a las clases más para aprender de él que para sacar el título; el establecer contacto con otro viejo luchador, esta vez nacionalista vasco demócrata cristiano, que me advirtió de la podredumbre interna del partido nacionalista burgués, y de cómo se estaba preparando para claudicar frente a España; los contactos con compañeras y compañeros de diversas filiaciones políticas dentro de una izquierda con una teoría poco elaborada y muy dogmática, pero combativa.
En aquellos intensos años pasé en poco tiempo de ser estudiante de un colegio católico que abandoné antes de que me expulsaran, a un joven con una tremenda experiencia vital en la que no faltaban capítulos duros y muy difíciles de sobrellevar, sobre todo cuando tras avatares que no merecen ser recordados me encontré casado y a la espera de ser padre con poco más de veinte años, y expulsado de todos los puestos de trabajo porque me dedicaba a luchar contra la explotación que a aceptarla resignadamente. Mi compañera y yo pasábamos semanas y meses de aguda penuria económica, aliviados por puntuales momentos de tranquilidad económica, que acaban pronto porque comprábamos los libros que necesitábamos para nuestra vida. Por circunstancias que vienen a cuento, a lo largo de estos y otros años nunca tuvimos ni dinero ni tiempo para cursar estudios universitarios, y dudo de que lo hubiéramos hecho de haber dispuesto de medios porque la vorágine política de la primera mitad de los años ’70 exigió mucha entrega a gran parte de la juventud independentista vasca de entonces. En aquellos años, y en los inmediatamente posteriores, por regla general fueron las fuerzas reformistas y claudicacionistas las que más se preocuparon por entrar, copar y controlar la educación y las universidades, abandonando al poco tiempo toda lucha práctica contra la dictadura, contra el capitalismo y contra la opresión nacional.
Por tanto, mi formación marxista fue además de inseparable de mis condiciones de vida y trabajo, con sus tremendas dificultades, también determinada y exigida por las necesidades de la lucha en los sucesivos trabajos en los que fui explotado, así como de los colectivos en los que militaba. No fue una formación marxista académica, teoricista y libresca, sino eminentemente praxística, exigida por las necesidades de la lucha y, por ello, siempre dentro de las contradicciones en pugna, una formación realizada en un medio colectivo, en absoluto individual y menos aún sujeto al control del poder universitario, al control de la casta académica. Cuando se milita en las luchas concretas, la formación teórica ha de aprenderse a argumentar rápidamente en las asambleas y reuniones ilegales y clandestinas, con orden, rigor y pedagogía; ha de aprenderse a destrozar la ideología y la propaganda burguesas para convencer a las compañeras y compañeros de trabajo. A la vez, en la medida en que existe una organización que se preocupa por asegurar el estudio teórico, en esa medida se evita el riesgo del autodidacta individual y aislado del entorno, así como las censuras y manipulaciones del control académico.
De joven, empecé siendo presidente de un centro juvenil de la Iglesia parroquial de mi barrio; para entonces yo ya tenía serias dudas críticas sobre la religión pero las ocultaba para no dar argumentos a los adultos católicos que querían echarme del cargo a pesar de ser el elegido por la mayoría de la juventud del centro. Pero todo aquello acabó al ser detenido, y fue durante las torturas cuando comprendí que no puede existir un dios tan brutal e inhumano, tan indiferente al sufrimiento humano, al dolor de “sus criaturas”, como para dejarlas sufrir. Más tarde leí a E. Bloch y a su sabia y cierta aseveración de que basta el lloro de un niño pequeño para demostrar que dios no existe. Y es cierto. Desde aquél entonces soy un ateo militante; respeto a las personas creyentes, pero combato con educada radicalidad sus creencias que son objetivamente reaccionarias al margen de los deseos subjetivos de esas personas, entre las que tengo muy buenas amistades.
Por tanto, de joven ya había desarrollado dos puertas de entrada al núcleo del marxismo como son, por un lado, conocimientos algo serios para mi edad de la historia de la violencia y, por otro lado, un ateísmo militante basado en un materialismo tosco y mecanicista. Bien pronto fui obligado a profundizar en dos aspectos decisivos: el estudio de la crítica marxista a la economía política capitalista, es decir, la teoría de la explotación, y el estudio de la dialéctica materialista. Además, estas mejoras y otras que se fueron produciendo se realizaban siempre dentro del pensamiento independentista vasco y de una sana precaución hacia la grandilocuencia dogmática de otros grupos según la cual nuestros problemas se solucionarían casi al instante si aplicábamos con los ojos cerrados las recetas de Stalin, Mao, Trotsky, Carrillo, etc., y que más adelante se ampliaron a Rosa Luxemburgo, Pannekoek, Negri…, o peor, si esas recetas no eran las auténticas sino resúmenes y refritos vulgarizadores realizados por burócratas.
Esto no quiere decir que no estudiara a estos marxistas y a otros muchos, sí lo hacía pero siempre según el criterio triple de, primero, ver qué podían aportar a nuestra lucha general y a las luchas concretas en las que estaba enredado; segundo, descubrir sus diferencias entre ellos y, tercero, descubrir las tergiversaciones que de ellos hacían sus seguidores. Por ejemplo, durante un tiempo tuve que trabajar de vendedor de máquinas de coser, de libros y de repostería. Ya fuera por las necesidades de la venta como para responder a las discusiones con los compañeros, me puse a estudiar marketing, publicidad y en fin todo lo relacionado con las técnicas de manipulación psicológica, lo que me llevó al freudo-marxismo. Naturalmente, me echaron de todos esos trabajos. Al sufrir explotación en una empresa de aire acondicionado, en varias de la construcción y en una eléctrica, tuve que aprender el funcionamiento del capitalismo, las formas de lucha sindical clandestina, etc. También me expulsaron de todas ellas.
Por fin, encontré trabajo en Telégrafos y Correos. Curiosamente, aunque la mayoría de los trabajadores y todos los jefes eran españoles y muchos de ellos fascistas, también había una franja de funcionarios medios, jefecillos, de origen vasco con diversos niveles de conciencia democrática. Varios de ellos me ayudaron de forma decisiva para librarme de la expulsión fulminante en algunas luchas contra la dictadura, y en las huelgas posteriores. Semejante acumulación de experiencias de luchas laborales tan diferentes, me exigió bucear en las distintas versiones marxistas sobre el sindicalismo, la conciencia, la organización, etc. Además, al ser muchos de esos trabajos realizados en condiciones de mayoría de obreros no vascos, emigrantes, tuve que precisar mucho la dialéctica entre la lucha nacional y la lucha economista y sindical, comprendiendo en la acción cómo la lucha de clases en Euskal Herria era a la fuerza lucha de liberación nacional y viceversa. Uno de los debates más importantes en esta época fue el de las relaciones entre el bolchevismo en su forma leninista, es decir, no estalinizado, y las tesis autonomistas que proliferaron entre finales de los’70 y comienzos de los ’80 también en Euskal Herria. Mi conocimiento detallado de las tesis de Toni Negri y de otros parecidos, viene ya de aquellos años.
Además de estas luchas, también tuve que desarrollar el marxismo por otras razones, todas ellas prácticas. Por ejemplo, por motivos que no interesan, durante un tiempo mantuve relaciones con una asociación dedicada a la ciencia en todas sus formas, y una de ellas era las existentes entre ciencia y parapsicología. Había gente de todas clases, desde sinceros materialistas y progresistas, hasta reaccionarios que creían en los ovnis y en Hitler. Devoré todo lo que encontraba sobre filosofía, ciencia, materialismo y dialéctica. Luego y sin dejar nunca la lucha sindical pero ya en condiciones de “democracia”, me sumé a la lucha antinuclear y ecologistas en varias de sus expresiones, sobre todo en el de los métodos de la desobediencia pacífica y el boicot no violento a las empresas eléctricas, negándonos a pagar los recibos mensuales de la luz, etc., como a la lucha antinuclear en las formas propagandísticas, concienciadoras y teóricas. Todo ello me abrió a nuevas investigaciones del marxismo, ahora en lo relacionado con la ecología y las formas de lucha no violenta. Además, mi compañera militaba activamente en la lucha feminista, lo que provocaba enriquecedores debates y lecturas sobre las relaciones entre el marxismo y los feminismos.
A lo largo de estos años iniciales, influyeron sobre mí una gran cantidad de autores marxistas de todas las tendencias. Por ejemplo, para escribir una crítica del eurocomunismo repasé todo lo que pude sobre la historia del movimiento revolucionario, incluyendo el grueso de las obras de los principales ideólogos de esta corriente reformista. Debido a esta característica de mi formación teórica, los doctrinarios mecanicistas y dogmáticos me han tildado de todo, desde anarco-comunista hasta ferviente estalinista, pasando por toda la gama imaginable de posturas intermedias. Mi experiencia y la de otras compañeras y compañeros, nos confirma la tesis de que, a la larga, quienes más han aportado y enriquecido la creatividad del marxismo han sido quienes no se encasillaron en una única corriente, por muy importante que haya sido, o quienes se especializaron en una sola temática del marxismo, por muy necesaria que sea, sino las personas que han desarrollado una concepción dialéctica y polivalente de la teoría iniciada por Marx y Engels, y que esas personas han aprendido a mejorar siempre desde el interior de las contradicciones en pugna, no desde el exterior, en la neutra y distante distancia del academicismo asalariado.
3. Iñaki, uno de los elementos fundamentales que el pueblo vasco rescata en este proceso de lucha por su independencia es el de la lengua. ¿Cuál es desde el punto de vista político la importancia que tiene el euskera en la lucha de liberación del país vasco? ¿Existe todavía persecución para quienes enseñan y hablan el euskera?
El Pueblo Vasco rescata su lengua porque si ésta perece también desaparece la cultura vasca y con ella el pueblo que se define a sí mismo por esa lengua. Hay que saber que la traducción al español de Euskal Herria es precisamente la de “pueblo que habla euskara” o lengua vasca. Dicho en otros términos, el Pueblo Vasco se define a sí mismo, se autoidentifica, como el pueblo que habla la lengua vasca, no como el pueblo que habita un territorio determinado o que tiene unas determinadas peculiaridades étnicas propias, sino como el pueblo que habla esa lengua vasca. Por tanto, no es una autodefinición biologicista y territorialista, centrada en la sangre y en la geografía, sino en la lengua y en la cultura. La autodefinición biologicista y territorialista tiene un muy alto componente etnicista, con los enormes riesgos que ello supone de deriva fácil y rápida al chauvinismo, a la xenofobia y al racismo. Mientras que no sucede lo mismo con la autoidentificación centrada en la lengua y en la cultura, más abierta a otras culturas y lenguas, a otras aportaciones exteriores.
La función identitaria que tiene el complejo lingüístico-cultural euskaldun en la conciencia vasca viene, por tanto, de su misma raíz sustantiva. Destruida la lengua, el Pueblo Vasco se marchita y muere, se seca, como lo hace un árbol desarraigado. En la medida en que el complejo lingüístico-cultural siga vivo, en esa medida seguirá existiendo esperanza y con ella seguirá la lucha por su (re)construcción, que es a la vez la del propio Pueblo Vasco. Los Estados español y francés son plenamente conscientes del papel crucial de la lengua en la pervivencia vasca y por eso la atacan abierta y solapadamente para debilitarla, agotarla y, por fin, lograr su extinción como lengua viva. Saben que una vez reducido el euskara a una reliquia única en el museo de las lenguas muertas, chapurreteadas por contados especialistas estrambóticos, la nación que hablaba, pensaba y luchaba con esa lengua ha dejado de existir como tal.
Como marxistas, sabemos que la lengua de un pueblo es, en palabras de Marx, “el ser comunal que habla por sí mismo”, es decir, la autoconciencia colectiva expresada de forma individual dentro de la unidad comunal, y la autoconciencia individual insertada creativamente en dicha unidad comunal. Marx escribió esto al estudiar con el rigor que le caracterizaba las sociedades precapitalistas y preclasistas, los pueblos antiguos, las primeras agrupaciones humanas tal cual eran conocidas en la mitad del siglo XIX. Todos los descubrimientos realizados desde entonces han confirmado, enriquecido y ampliado esta tesis que también explica cómo funciona la dialéctica entre la economía y la cultura, dialéctica que el dogmatismo mecanicista ha destrozado con la falsa dicotomía entre “infraestructura” y “superestructura”, priorizando la primera, relegando la segunda. Sin embargo, para entender la historia de la lucha entre el capital y el trabajo a nivel mundial hay que partir de la dialéctica entre economía y cultura, sobre todo si se realiza en la práctica de liberación de las naciones oprimidas por el imperialismo.
Me preguntas sobre qué importancia tiene el euskara desde el “punto de vista político”. La respuesta depende de qué entendamos por “política”. Si reducimos la política a la politiquería profesional al servicio del poder capitalista, la importancia del euskara es, primero y superficialmente, la de un simple reclamo propagandístico y electoralista tanto desde el autonomismo burgués, que lo usa para seguir engatusando a las bases populares vascas que le votan, como, en mucha menor escala, por parte de los partidos españoles y franceses que, pese a su nacionalismo imperialista antivasco, no tienen más remedio que decir que defienden la lengua vasca aunque en la práctica la ataquen; y segundo y ya más estructuralmente, un enemigo a combatir y destruir como lengua viva por el nacionalismo español y francés, como hemos explicado.
Ahora bien, si definimos la política desde el marxismo, es decir, como la síntesis teórica de todas las contradicciones, como la economía concentrada, como la lucha de clases en su expresión de lucha por el poder, como la planificación de las violencias, etc., entonces la lengua vasca tiene una importancia triple ya que, por un lado y como hemos visto, es la base de la autoconciencia nacional de un pueblo oprimido; por otro lado, es también un poderoso aglutinador de la conciencia democraticista y progresista de base, sin mayores pretensiones de radicalidad sociopolítica, porque su recuperación y (re)construcción se hace en medio de una presión antivasca y antidemocrática, y viceversa, de manera que, al margen de lo que opine cada cual, el aprendizaje del euskara, en este contexto, es en sí mismo un acto de inicial reafirmación democrática en todos los sentidos de la palabra. Este contenido subyacente es tan obvio que los Estados español y francés intentan con todos sus medios, que son muchos, reducir el aprendizaje del euskara a una simple obligación de currículum laboral, de capacitación profesional para cobrar más, como quien aprende nepalí o inglés sudafricano, de modo que deja de ser necesario aprender la lengua vasca cuando la economía deje de exigirlo, como ya no es necesario saber sánscrito o arameo excepto para los especialistas en lenguas muertas. La reducción del euskara a fastidiosa y desagradable “puntuación” para un trabajo es un paso más en su marginación al gueto de lo exótico e inservible socialmente.
Por último, la tercera razón que explica la importancia política de la lengua vasca es tan sencilla como lo es la propia antigüedad y especificidad del euskara. En sentido marxista, por política hay que entender también la acción por mantener viva la rica diversidad lingüístico-cultural de la especie humana, en especial las lenguas que están al borde de la extinción y, entre éstas, las que tienen más dificultades para sobrevivir, las que corren mayor peligro. Según lo estudiado hasta ahora por las ciencias que se encargan de la sociolingüística, el euskara es la única “lengua isla” que sobrevive en la Tierra, sin parentesco con ninguna de las familias lingüísticas existentes, grandes o pequeñas, pese a los ímprobos esfuerzos que se realizan para encontrar una solución al “enigma vasco”. La hipótesis más plausible y que adquiere verosimilitud según avanzan los estudios, es que el euskara es el resto superviviente del bloque de lenguas del paleolítico europeo, que resistió en el mesolítico y retrocedió en el neolítico frente al avance de las lenguas indoeuropeas. Si esta hipótesis se confirma, y todo indica que sí, al euskara se le reconocerá un valor cultural tan grande como el ya otorgado mundialmente a las impresionantes pinturas rupestres de la cultura cantabro-pirenaica, zona en la que se hablaba el proto-euskara y en la que se mantiene el euskara en grandes áreas.
Nadie niega la importancia cultural y política, en el sentido humanista, marxista, de este debate, del trasfondo histórico que lo sustenta y del presente cargado de conflictos que nos remiten, en parte, a este pasado. Los Estados español y francés boicotean con todos sus recursos las investigaciones sobre el origen y originalidad de la lengua vasca, sabedores de que en este como en todos los casos, la verdad es revolucionaria y la ciencia crítica un arma de liberación, de manera que si se confirma el origen no español ni francés del euskara y del Pueblo Vasco, algo históricamente incontrovertible, se termina de hundir internacionalmente la falsa legitimidad con la que excusan su ocupación militar de Euskal Herria. Por tanto, cuando las y los vascos luchamos por mantener viva nuestra lengua, con el apoyo inestimable de cada vez más grupos científicos, demócratas y revolucionarios de todo el mundo, no solamente lo hacemos en defensa de lo que es nuestro, que también, sino que a la vez, simultáneamente, nosotros y esos movimientos internacionalistas y humanistas, defendemos la diversidad cultural humana, un valor que no tiene precio. La importancia política, en el sentido radical de la palabra, de esta lucha es incuestionable, como lo es la de todo pueblo que defiende su identidad frente a la mercantilización alienante del imperialismo.
La represión que sufre actualmente el euskara en concreto y la cultura vasca en general es, a simple vista, menos brutal en sus formas que la ejercida en su tiempo por el franquismo, pero más destructora en realidad porque el nacionalismo español y francés ha mejorado sus métodos. Por ejemplo, ahora se nos tolera escribir nuestros nombres y apellidos en grafía vasca pero nuestra lengua no está reconocida oficialmente en la totalidad de nuestra nación sino sólo en una parte de ella, en la denominada Comunidad Autónoma Vasca, y ahí, en esa parte, supeditada a la supremacía legal, institucional y económica de la lengua española. La lengua francesa y española son oficialmente obligatorias, todo vasco y vasca tenemos la obligación oficial de saberlas y la obligación práctica de usarlas por los enormes y frecuentemente insuperables impedimentos legales o prácticos que limitan el uso público de la lengua vasca o lo suprimen del todo. El euskara es lengua cooficial sólo en una parte, en la CAV, y encima su aprendizaje es opcional, voluntario aunque sin apenas subvenciones ni ayudas, y lo que es peor, incluso en esta zona su uso está muy limitado a una parte reducida de las administraciones.
Nacionalmente hablando, la lengua vasca está sometida a la aplastante superioridad legal y práctica del español y del francés, existiendo zonas de Euskal Herria en las que está en serio riesgo de desaparición inminente, encontrándose en riesgo de extinción a medio plazo en toda Euskal Herria. En zonas de nuestro pueblo se impide la enseñanza del euskara, y su uso público es sometido a presiones crecientes en esas zonas. Lo peor de todo es que la ofensiva antieuskaldun va en aumento: no se conceden ayudas o cada vez se conceden menos, se recortan drásticamente las que se condecían antes, se aumentan las subvenciones a otras lenguas como el inglés, por no hablar de los masivos y constantes apoyos al español y al francés, se persigue políticamente o se asfixia económicamente a los medios de prensa y de cultura en euskara y a todas las movilizaciones populares a favor de dicha lengua, y las universidades y centros de estudio reducen las asignaciones a la lengua vasca.
Se ha empezado incluso a prohibir el reparto de prensa vasca y euskaldun en las bibliotecas públicas en Nafarroa, medida claramente dictatorial como en el franquismo. Para machacar aún más a la lengua, cultura e identidad vasca, los partidos españoles PP y PSOE han dado un golpe político-institucional prohibiendo el ejercicio del elemental derecho al voto libre, ilegalizando candidaturas y partidos, amañando así elecciones para obtener una mayoría fraudulenta e inexistente en la realidad social. Mediante este pucherazo electoral típico de regímenes autoritarios y dictatoriales, se quiere aumentar el ataque al euskara desde todas las realidades cotidianas, no dejando ningún resquicio legal o alegal que facilite la defensa de la identidad nacional de Euskal Herria.
4. Camarada, ¿cuál es el origen del Movimiento de Liberación Nacional Vasco? ¿Qué hechos históricos son fundamentales para entender su formación y desarrollo? El MLNV se ha formado a lo largo de un proceso en el que se han ido superando etapas hasta concluir en su aparición formal en la mitad de la década de 1970. Su origen hay que buscarlo en la confluencia de sectores diversos caracterizados pese a todo por coincidir en dos grandes preocupaciones: luchar por las libertades vascas y luchar contra la injusticia social. Me expreso en estos términos un tanto ambiguos porque son los más flexibles y abiertos para incluir en su contenido a los grupos que ya tenían esas inquietudes antes incluso de que se formara el marxismo. Por ejemplo, en las luchas populares y campesinas del siglo XVIII, por no retroceder mucho, llamadas “matxinadas” porque su fuerza social dirigente eran los “matxines” o trabajadores explotados en talleres, ferrerías, astilleros, serrerías, etc., las reivindicaciones sociales a favor de precios justo del pan, la sal y otros alimentos básicos, eran inseparables de la defensa de las leyes vascas, del mercado y del territorio, del sistema foral y parlamentario interno, cada vez más amenazados por las presiones imperialistas extranjeras.
Muy sintéticamente, el sistema foral aseguraba el poder de las clases propietarias antiguas, en retroceso frente al auge de la burguesía mercantil e industrial, y más tarde financiera, pero, a la vez, garantizaba la independencia de la economía vasca, de sus aduanas y de los precios básicos en su interior, y por tanto permitía a las clases explotadas, a campesinos, matxines y pescadores, así como a las mujeres trabajadoras que tuvieron un destacado papel en estas y otras luchas, una cierta capacidad de presión social que evitaba mayores injusticias y abusos. Esto vino facilitado, entre otras cosas, gracias a que el sistema foral garantizaba mal que bien la pervivencia de espacios de bienes comunes, de tierras comunales, de las minas del subsuelo, etc., para cuya explotación y buen uso se autoorganizada colectivamente el pueblo trabajador en permanente tensión negociadora con el bloque de clases dominante. La lucha de clases se libraba así en el interior de Euskal Herria, llegando a momentos de verdaderas sublevaciones y represiones muy duras.
La alianza de clase entre la burguesía vasca en ascenso, que quería privatizar los comunales y apropiarse del País, y la burguesía española que quería destruir el sistema foral vasco, anexionarse su territorio, cargarlo de impuestos y obligaciones militares y abrir sus mercados hasta entonces protegidos por el sistema foral a los productos españoles, esta alianza se realizó mediante agresiones políticas y, fundamentalmente, dos guerras de invasión que culminaron en la conquista de Euskal Herria por el Estado español en el último cuarto del siglo XIX. Las masas populares vascas fueron las que más resistencia armada presentaron en las dos guerras –1833-40 y 1872-76– porque sabían de sobra que la victoria española solamente beneficiaba al odiado explotador vasco interno, al patrón, a la vez que multiplicaba las obligaciones y deberes de todo tipo, y anulaba para siempre derechos y libertades ejercidas desde tiempos remotos, antes de que existiera España.
Otra experiencia de luchas en las que el MLNV encuentra profundas raíces es la larga lista de huelgas pacíficas y sectoriales, huelgas generales, revueltas, motines, rebeliones e insurrecciones obreras y populares sostenidas de modo intermitente desde 1890 en adelante, hasta 1934. Muy pocos años después de la derrota militar de 1876 y en medio de una clara recuperación de la identidad vasca tal como entonces se entendía, comenzaron a surgir desesperadas luchas obreras contra las brutales condiciones de vida y trabajo impuestas por una burguesía vasca victoriosa y envalentonada por la protección militar española. Durante este casi medio siglo se fue forjando una subjetividad de la que nacerían dos movimientos sociopolíticos. Uno, el más conocido, fue Acción Nacionalista Vasca, ANV, un partido fieramente antifascista, socialista e independentista que ha sostenido una lucha tenaz desde entonces en defensa de la democracia, y que ha sido ilegalizado en 2008 por el Estado español. Y el otro, el menos conocido, el Partido Comunista de Euzkadi, o PCE, que no hay que confundir con el PC de España. El PC vasco desarrolló un programa radical de lucha contra la ocupación militar imperialista española, programa que puede ser integrado en su esencia en el MLNV. El PC vasco fue liquidado por el PC de España y luego “refundado” como su obediente y fiel sucursal en Euskal Herria.
La guerra de 1936-44 ofrece también otra base práctica en la que el MLNV afianza sus raíces. Fue una guerra total en el sentido de, primero, unir la lucha nacional contra una invasión extranjera, del ejército internacional nazifranquista, con la lucha de clases interna al Pueblo Vasco; y segundo, de experimentar formas de guerra total que se generalizarían más tarde a escala planetaria. La burguesía vasca apoyó a los invasores, y en donde éstos no lograron vencer inmediatamente, la burguesía boicoteó todo lo que pudo el esfuerzo de guerra, y potenció el espionaje y el sabotaje contra su propio pueblo. El mismo comportamiento mantendría los años sucesivos, hasta ahora mismo. Hubo un sector de esa burguesía, el autonomista representado por un sector del PNV, que no tuvo más remedio que entrar en la guerra por las presiones que recibía de sus bases militantes, pero su dirección no se volcó decididamente en la lucha sino que se rindió a la primera oportunidad que tuvo. Decimos que un sector de la dirección autonomista porque otros dos sectores negociaron diversos acuerdos con los invasores, evitando así entrar en guerra contra el fascismo, y hasta apoyándolo materialmente con tropas en su ataque a Madrid. Pero la poca resistencia que opuso una parte de la dirección del PNV, ocultada debajo del heroísmo fanático del ejército vasco, fue la última que hizo desde entonces hasta ahora mismo. Si aquella resistencia muy tímida –la de la dirección del PNV–, empero no tiene comparación alguna con las permanentes claudicaciones realizadas desde entonces.
Otra cosa fue, como decimos, la voluntad de lucha del pueblo trabajador vasco que mayoritariamente se opuso a los nazifranquistas. El MLNV debe mucho a aquella guerra que solamente acabó con la derrota de las tropas nazis en Ipar Euskal Herria. En los 8 años de conflicto se acumularon experiencias que más tarde serían vitales para no cometer errores estratégicos que hubieran llevado al independentismo vasco a un callejón sin salida, como el de no confiar en las buenas palabras de un burguesía autonomista dispuesta a la rendición fácil nada más presentársele la oportunidad. También la de no confiar en las promesas del republicanismo español que retrasó todo lo posible la concesión de un pobre estatuto, que no prestó apenas apoyo militar a los vascos, dejándolos casi abandonados a su suerte ante la abrumadora superioridad del atacante. Igualmente, la de desconfiar de las “izquierdas” estatales, del PC de España, que bien pronto olvidó el internacionalismo marxista defendido por un sector del partido para aplicar militarmente el nacionalismo español republicano. Estas y otras lecciones serían decisivas a medio y largo plazo.
Pero el impulso decisivo para la aparición del MLNV se produjo a partir de la década de 1950, y en tres fases sucesivas. La primera fue la fase que va de la creación de EKIN, grupo juvenil radicalizado muy crítico con la pasividad de las organizaciones antifranquistas y sobre todo del PNV, hasta la creación de ETA en 1959 por este grupo. La segunda fase va de la creación de ETA a la “transición democrática” a finales de los ‘70, fase que tiene dos momentos álgidos como son, uno, la V Asamblea de esta organización política realizada en dos actos entre 1966 y 1967, decisiva en todos los sentidos, y otro, la fase de movilizaciones que se inicia a raíz de los juicios militares contra militantes de ETA en Burgos. La tercera fase abarca desde finales de los ’70 hasta el presente, fase en la que destacan dos momentos importantes: el cambio táctico realizado a comienzos de los ’90 y la subfase abierta por la ampliación de las represiones a todas las esferas sociales desde finales de los ’90 y que encuentra su expresión máxima, por ahora, en las ilegalizaciones de todo tipo.
En estas fases sucesivas culmina la confluencia en una realidad organizativa y teórica nueva e integradora, de todas las aspiraciones populares que ya estaban anunciadas en las primeras matxinadas y guerras de resistencia nacional en el siglo XIX, expresadas en recuerdos algo imprecisos en sus formas de adaptación al presente, pero activos en lo esencial. También se asumen como propios los deseos algo más precisos de los objetivos últimos por los que se luchó desde finales del s. XIX hasta 1934, especialmente los expresados en ANV y en menor medida del PC de Euskadi de aquella época. Más concretas son ya las adquisiciones de las experiencias de la guerra de 1936-44, y, por último, todo lo anterior termina fusionándose definitivamente en la V Asamblea en la que se sientan las bases de un modelo que irá demostrado su efectividad y adaptabilidad hasta el presente. La independencia y el socialismo se fusionan definitivamente en la V Asamblea, y más adelante, conforme la lucha lo exige, este núcleo teórico inicial va enriqueciéndose con la asunción de reivindicaciones estratégicas como el feminismo, la ecología, etc.
5. Iñaki, ¿la lucha del pueblo vasco por su independencia se logrará únicamente con el triunfo de la revolución socialista? O ¿es primordial la independencia y secundaria la construcción del socialismo?
Un pueblo oprimido puede conquistar su “independencia política” dentro del capitalismo si entendemos aquí ese logro como meramente formal, superficial, que no afecta a la estructura de explotación capitalista y de sexo-género. Desgraciadamente, abundan los ejemplos de países que lograron su “independencia” formal y aparente, “política”, incluso ante la onU y reconocida internacionalmente, pero, a la vez, vieron cómo se reforzaban las cadenas de la explotación económica, cultural, tecnocientífica, sanitaria, ambiental, etc., cadenas que, en realidad, son más brutalmente políticas que la “política” formal. Debemos recordar aquí la distinción arriba realizada sobre la política en sentido burgués, y la política en el sentido marxista. Si usamos la definición capitalista de política, todos los Estados actuales son “independientes” unos de otros, pero si usamos la marxista vemos que solamente unos pocos grandes Estados imperialistas son realmente soberanos, e incluso con grados de contradictoria dependencia mutua. Y son soberanos porque las fuerzas productivas están en manos de sus clases dominantes. En este sentido fundamental, se trata de “naciones burguesas” que han logrado su independencia burguesa dentro del imperialismo actual.
Desde la visión marxista, una nación es verdaderamente independiente sólo cuando su economía está bajo propiedad y control del pueblo trabajador, cuando no depende de los caprichos y exigencias imperialistas apoyadas por la burguesía autóctona, cuando puede establecer relaciones solidarias, de apoyo mutuo en base a criterios de igualdad, con otros pueblos sin tener que plegarse a los dictados de las potencias imperialistas, etc. Desde esta perspectiva, hablamos de la nación socialista. Pongamos tres ejemplos para ilustrar mejor lo dicho. El primero trata sobre la decisión bolchevique de declarar en peligro de muerte la “patria socialista” en verano de 1918. Para entonces se había reconocido la independencia a cuantos pueblos no rusos oprimía el zarismo, y a otros se les había reconocido el grado de relaciones igualitarias con la Rusia bolchevique que libremente habían elegido. Además, para entonces el grueso de las fuerzas productivas estaba en manos del poder soviético, del pueblo en armas, mientras que la burguesía rusa y las burguesías de las naciones ya liberadas de la opresión zarista, se integraban en las tropas contrarrevolucionarias que contaban con el apoyo imperialista. En aquellas extremas condiciones, los bolcheviques debatieron y aprobaron por mayoría abrumadora el electrizante documento: “La patria socialista en peligro”. Gracias a la revolución, la patria burguesa había desaparecido, y ya solamente existía la patria socialista, que, por tanto, no oprimía nacionalmente a ningún pueblo.
El segundo ejemplo trata del análisis de Trotsky sobre la nacionalización del petróleo mexicano por el gobierno de Cárdenas. Pese a sus críticas por las debilidades y miedos de este gobierno, Trotsky afirma que la nacionalización del petróleo es un paso más en la obtención de la independencia de México, de la verdadera independencia nacional. ¿Acaso México no era independiente antes de la nacionalización? Formalmente, sí; desde la definición burguesa de “independencia política”, sí; pero desde la marxista hay que decir que no era independiente en lo decisivo, en la soberanía económica sin la cual un pueblo no puede decidir por sí mismo. México era dependiente en lo esencial, en su libertad para decidir qué política económica quería aplicar, porque en esta cuestión clave el fundamental recurso mexicano, el crudo de petróleo, era propiedad yanqui. Pero habiendo dado un paso de gigante con la nacionalización, se trataba de una batalla más en una larga guerra que únicamente podía concluir con la victoria de la nación burguesa, o con la victoria de la nación socialista. Esta guerra entre el componente burgués y el componente socialista inserto en toda nación, sigue en la actualidad, con la tendencia clara hacia la victoria del componente burgués que quiere entregarse en manos de los EEUU con el Tratado de Libre Comercio, con la privatización del petróleo y de lo poco de todavía sigue siendo público.
El tercer y último ejemplo hace referencia a la tesis de la “primera” y la “segunda” independencia que es defendida por organizaciones marxistas latinoamericanas y por movimientos indígenas de liberación. La tesis, realmente, es una nueva forma de llamar a la teoría marxista clásica expuesta aquí arriba, con la ventaja de su fácil comprensión. La “primera” independencia es la lograda venciendo a los ocupantes europeos. Fue una independencia “política” formal porque no conquistó la independencia económica plena, e incluso supuso un duro retroceso de las condiciones de vida y trabajo para las naciones y pueblos indígenas, y para las clases trabajadoras mulatas y mestizas, beneficiando exclusivamente a la clase criolla y, algo más tarde, a las empresas yanquis y en menor medida británicas, que antes habían pugnado entre ellas. Durante unos años, algunas fracciones burguesas han pretendido apuntalar la “primera” independencia con la política de “prohibición de importaciones”, para reforzar la base productiva propia, fortalecer a una debilitada “clase media”, detener el avance obrero, popular y campesino, y para controlar la penetración norteamericana. Pero terminaron cediendo bien pronto a las implacables exigencias yanquis y al miedo pánico a la revolución socialista y a la emancipación de los pueblos. Sin embargo, desde unos años a esta parte crece la decisión popular de dar el salto de la “primera” a la “segunda” independencia, a la verdadera, la que pone en manos del pueblo los recursos económicos, energéticos, naturales, culturales, etc., recuperándolos del saqueo imperialista y devolviéndolos a la nación socialista.
Visto el problema desde esta perspectiva histórica, es patente que dependiendo de sus circunstancias concretas cada pueblo ha de elaborar su proceso de liberación nacional teniendo en cuenta la diferencia cualitativa entre la independencia burguesa, falsa en sí misma, y la socialista, partiendo de un hecho cierto: que es mejor tener una muy mermada independencia burguesa, pero que permita el libre desarrollo del potencial revolucionario del pueblo trabajador, que permanecer bajo la opresión nacional. Para entender la importancia verdadera de este avance a la independencia formal y aparente, burguesa, no real en lo decisivo, en lo socioeconómico, pero necesaria a pesar de eso, hay que recurrir al contexto marxista de “actualidad de la revolución”. Fue Lukács quien puso ese nombre a esta práctica marxista anterior, al comienzo de un librito sobre Lenin.
Por “actualidad de la revolución” se entiende algo tan elemental como que cada acto y pensamiento nuestro esté siempre orientado a acelerar el avance revolucionario aunque todavía nos encontremos muy lejos de la victoria. Cada lucha concreta, por minúscula que aparente ser, ha de estar inserta en una perspectiva histórica en la que la victoria revolucionaria no aparece como un fin lejano desvinculado del presente, sino como un objetivo que debe materializarse en la victoria concreta lograda en esa lucha pequeña. La dialéctica entre el fin y el medio, que expresa su interacción, muestra cómo el fin está presente en el medio, en la reivindicación concreta que, a su vez, influye en el fin último, acelerando su victoria general. La dialéctica entre el “programa máximo”, que expone los objetivos irrenunciables, y el “programa mínimo”, que expone los pasos tácticos con los que avanzar, esta dialéctica ya explicitada brillantemente nada menos que en el Manifiesto Comunista de 1848, es otro ejemplo de la “actualidad de la revolución”.
El falso dilema sobre si hay que supeditar el socialismo a la independencia, o viceversa, se resuelve al instante aplicando la dialéctica del medio, la independencia formal o “primera”, y del fin, la “segunda” o independencia socialista, según la interacción entre el programa mínimo y máximo, todo ello dentro de la visión histórica de largo plazo expresada en la tesis de la “actualidad de la revolución”.
6. Con el pretexto de combatir el terrorismo, los Estados español y francés han establecido marcos legales eminentemente represivos contra quienes luchan por la independencia. Prácticamente cualquier organización de la izquierda vasca se ha visto imposibilitada para llevar adelante su accionar político. ¿Cuál es la situación actual de la izquierda abertzale? ¿Es posible en la actualidad realizar una lucha política dentro del marco de la legalidad burguesa española y francesa?
La represión brutal al independentismo socialista es anterior a la excusa de la “cruzada mundial contra el terrorismo”, lo que ocurre es que los Estados opresores se han apoyado en la propaganda imperialista sobre sus “derechos humanos” burgueses, que no los derechos de la humanidad trabajadora, para ampliar los golpes. Lo hubieran hecho de cualquier modo, antes o después. Las ilegalizaciones, los cierres de medios de prensa, el encarcelamiento de decenas de militantes, las multas y prohibiciones, la manipulación más descarada y las mentiras oficiales más cínicas, todo esto y más golpea desde hace años al socialismo independentista vasco, pero aún así se ha seguido haciendo política en el sentido marxista antes visto. Lo que pretende el Estado español es lograr que cualquier organización independentista se vea imposibilitada para llevar adelante su accionar político, y lo ha logrado en algunos casos al prohibir su participación electoral, sobre todo, y en otros al ilegalizar determinadas organizaciones, etc.
La situación actual de la izquierda vasca puede definirse recurriendo a la categoría filosófica de forma y contenido. La forma externa siempre refleja al contenido e influye en su evolución, pero lo decisivo radica en las contradicciones internas del contenido, de modo que, al final de un fase del proceso general, la forma termina dependiendo del fondo, del contenido, reiniciándose luego otra fase del proceso en el que de nuevo la forma vuelve a incidir sobre el contenido, así en una espiral permanente hasta que surge otro proceso cualitativamente nuevo al anterior. La forma externa actual del MLNV está sufriendo enormes presiones represivas que, por pura dialéctica, impactan en su contenido interno. No puede ser de otra forma. La represión lo que busca es lograr que sus golpes desquicien tanto la forma externa abertzale que, al final, el contenido estalle en múltiples trozos, desapareciendo como MLNV al creerse incapacitado definitivamente para “hacer política” porque le han sido cerradas todas estas puertas.
Quienes rechazan la dialéctica, la ignoran o la desconocen, creen que mediante la asfixia política puede llegar el momento en el que la forma externa aplaste al contenido interno, pero se vuelven a equivocar porque el Estado español no ha conseguido “echar de la política” al independentismo socialista ya que éste hace política en el sentido marxista, no burgués. Insisto en esta diferencia fundamental entre los dos conceptos antagónicos de política porque en ella radica una de las razones del fracaso estratégico de la dominación española. La política independentista no se limita a una sola forma, la parlamentarista y electoralista, por importante que sea en momentos puntuales, sino que es global ya que la izquierda vasca está activa contra todas las formas de explotación, opresión y dominación que sufre nuestro pueblo. En unas más que en otras, dependiendo de diversos factores que no podemos explicar por falta de tiempo, pero en todas ellas.
En este sentido decisivo, no hay diferencia cualitativa alguna entre la política abertzale y los criterios enunciados por Lenin en el “¿Qué hacer?”. Tampoco hay diferencia alguna, en lo esencial, entre la sistematicidad represiva española contra el MLNV destinada a impedirlo, y la de la policía zarista contra los bolcheviques. Las diferencias, obvias, son empero las de las condiciones histórico-genéticas, especialmente en lo que concierne al contenido de liberación nacional vasco. Tales diferencias formales desde la perspectiva de la explotación capitalista mundial, existen también con el resto de luchas independentistas socialistas que, por eso mismo, aplican los mismos criterios leninistas básicos pero amoldados a sus necesidades.
Son los reformistas los que no aplican la política revolucionaria que busca intervenir en todos los conflictos, absolutamente en todos. Dado que la política marxista es la síntesis teórica de todas las contradicciones, como hemos dicho arriba, la única diferencia entre la acción independentista y el método expuesto por Lenin, que resume toda la forma marxista precedente, radica en que nosotros aplicamos ese método en nuestro contexto de opresión nacional. En todas estas luchas, el abertzalismo socialista aplica el criterio básico marxista de buscar la mayor participación popular, no dudando en aliarse con otras fuerzas democráticas pero poniendo siempre en el centro de la lucha la cuestión clave: la lucha contra la propiedad privada que en un contexto de opresión nacional se expresa en la lucha por la independencia. ¿Por qué? Porque los imperialismos español y francés creen que Euskal Herria es propiedad suya, que el Pueblo Vasco no es propietario de sí, sino que es propiedad privada de la burguesía española y francesa.
Así, hasta la cuestión más aparentemente apolítica, sin contenido político externo alguno, el deporte por ejemplo, descubre su real contenido político interno si la estudiamos desde esta perspectiva: los y las deportistas vascas son usadas como propiedad española y francesa en las competiciones estatales e internacionales porque les es negada su nacionalidad vasca, su derecho a presentarse como exclusivamente vascas y vascos. No es un ejemplo insustancial éste, ya que el deporte oficial es una potente industria político-económica, patriarcal y alienante. Los Estados ocupantes saben que su deporte oficial es un instrumento de desnacionalización de los pueblos que ocupan, y a la vez de reforzamiento de sus nacionalismos imperialistas en dichos pueblos carentes de toda defensa. Por ejemplo, las selecciones estatales de fútbol.
Podemos recurrir a un sin fin de ejemplos que llevan al mismo asunto clave, el del poder, también definido aquí en su sentido marxista, a saber, el de construir instrumentos que faciliten la lucha contra la opresión en cualquiera de sus expresiones y, por tanto, que refuerce la liberación nacional. Construir poder popular embrionario inserto en toda lucha es una de las características esencias del MLNV y de toda fuerza revolucionaria, un poder que no puede crearse sino mediante una larga militancia paciente y pedagógica que no podemos exponer ahora aquí sino sólo en su síntesis esencial: la dialéctica entre, por un lado, el proceso general resumido en “autoorganización, autogestión, autodeterminación y autodefensa”, y por otro lado, su materialización práctica adecuada en cada conflicto mediante la dinámica ascendente que empieza creando el contrapoder obrero y popular concreto, que asciende al doble poder en esa lucha y que concluye en el poder popular generalizado.
Durante todo este proceso es de vital importancia demostrar que solamente la izquierda independentista y socialista defiende los derechos democráticos elementales, y lo hace con una coherencia innegable. La propuesta siempre actualizada de que se puede resolver la forma violenta del conflicto causado por la ocupación española mediante un proceso negociador, esta propuesta tiene la virtud de poner el dedo en la llaga, primero, en el problema de fondo que estructura toda la realidad vasca, el de la negación de los derechos básicos, y a la par, pone el dedo en las múltiples llagas concretas, pequeñitas, creadas por las restricciones democráticas en las múltiples opresiones a pie de calle, en las fábricas, barrios, escuelas, etc., demostrando mediante las políticas respectivas la dialéctica entre la resolución democrática del conflicto general y la resolución democrática de los conflictos particulares. La democracia defendida por el independentismo socialista es, así, una poderosa fuerza emancipadora.
La política independentista y socialista se realiza también dentro del muy restringido y tramposo marco legal actual, como se realizaba dentro de la dictadura, y como se seguirá realizando sea cual sea el futuro que acontezca. De la misma forma en que la lucha de clases en su sentido socioeconómico es una realidad siempre viva aunque pase por períodos de latencia, también la lucha de liberación nacional es una realidad siempre presente. El secreto a voces radica en desarrollar en las peores condiciones expuestas arriba y que podemos expresar ahora como infinitas políticas concretas dentro de una única forma política, recurriendo a la dialéctica entre lo uno y lo múltiple.
7. Camarada, teniendo esto en cuenta, ¿cuál es el nivel de organización de la izquierda abertzale? ¿Cómo, en medio de la represión, pueden organizarse políticamente las y los revolucionarios vascos? ¿Puedes proporcionar algunos ejemplos?
Cuando comentábamos en el inicio de la entrevista que una característica de la cultura vasca es la de primar lo colectivo sobre lo individual, y que el independentismo socialista fue muy pronto consciente de los riesgos burocráticos inherentes a la forma de partido que giraba alrededor de la figura del Secretario General, adelantábamos una de las razones de la respuesta a la pregunta que ahora planteas. La respuesta a la pregunta anterior también adelanta una parte muy significativa de la que ahora planteas. Uniendo las dos cosas dichas hasta ahora, vemos que el impulso a la autoorganización que nace de la experiencia histórica de nuestro pueblo es una de las dos partes de la respuesta. La otra parte es la aplicación a las condiciones vascas de la teoría marxista de la organización revolucionaria, la aplicación del marxismo en un pueblo nacionalmente oprimido.
Hay que partir del hecho histórico de que Euskal Herria apenas ha disfrutado de democracia-burguesa normal, de democracia burguesa que respeta mal que bien derechos elementales que la ideología capitalista define como “derechos humanos”, como el derecho de libre expresión y de manifestación, de libre organización, de libre elección, de libre autodeterminación del pueblo, etc., por no hablar de los “derechos” (sic) que aparecen escritos en la Constitución monárquica española vigente, impuesta por la alianza entre postfranquistas y reformistas y rechazada por el Pueblo Vasco nada menos que en referendo legal. Incluso podríamos decir que en la larga historia vasca, no llega a un año el tiempo de vigencia de un débil y ambiguo régimen democrático-burgués. En efecto, solamente entre octubre de 1936, cuando la II República concedió un muy pobre Estatuto de Autonomía pero sin que se resolviera definitivamente qué hacer con el elemental derecho democrático a la autodeterminación, hasta la caída de Bilbo en junio de 1937, únicamente en estos nueve meses una porción geográficamente muy reducida del Pueblo Vasco disfrutó de un régimen algo parecido a la democracia burguesa, y en condiciones impresionantemente duras de guerra defensiva contra el invasor franquista. Después, a partir de 1978, la supuesta “democracia constitucional” no es tal porque tiene varios topes insalvables como son, uno, que es monárquica y todo marxista sabe que monarquía y democracia son irreconciliables; otro, porque da poderes antidemocráticos al ejército español, y además, porque niega otros derechos elementales que sería prolijo citar aquí.
Pues bien, tantos años sin democracia burguesa plena han generado una sana costumbre de autoorganización fortalecida, con sus debilidades transitorias lógicas, por los muchos decenios de dictadura y dictablanda, pero siempre bajo el control, la vigilancia y la represión. Son muchas generaciones seguidas de vascos y vascas las que han aprendido a golpes, a palos, o bajo amenazas e intimidaciones, a organizarse por su cuenta sin depender de las burocracias estatales y, en este último tercio de siglo, de las burocracias autonomistas y regionales. De esta experiencia colectiva han destacado dos prácticas de autoorganización decisivas como son, una, la del sindicalismo sociopolítico que