Los cimientos de un Mundo Nuevo
En el centenario de la revolución bolchevique. 2° parte
Herederos del legado de Marx y Engels
Leo Huberman, en 1935, escribió:
“Diecisiete años antes de que termine el siglo XIX, murió Karl Marx. Diecisiete años después de comenzar el siglo XX, Karl Marx vivió de nuevo”.
¡Qué forma tan sencilla y tan profunda de decir una gran verdad!
En los siguientes párrafos revisaremos como Marx vivió de nuevo con la aplicación de su doctrina tras el triunfo de la revolución bolchevique.
Desde la época de la aparición de clases sociales antagónicas, cuando una minoría adquiere el poder de explotar y oprimir a la mayoría de la sociedad en su beneficio, la lucha de clases no solo se expresa en la actividad económica y política, sino también en el campo de la conciencia social. La agudización de los antagonismos de clase, dieron pauta para el surgimiento de utopías sociales que predicaban el nacimiento de una estructura social justa y bienvenida por todos. En esas utopías es donde se encuentra la fuente primigenia de las ideas comunistas.
Toda una pléyade de pensadores ilustres escribieron sobre posibilidad de establecer la sociedad de la armonía social: Tomás Moro y Tomasso Campanella, los utopistas franceses Saint Simon y Fourier, el inglés Owen y muchos más hicieron populares las ideas de que es posible construir una sociedad fraterna en la que el trabajo colectivo y la igualdad social sería su sello distintivo. Pero, eran utopías porque los medios para alcanzarla estaban sazonados con toda clase de ilusiones impracticables.
Los primeros en dar contenido científico a tan elevados anhelos populares fueron Carlos Marx y Federico Engels. Por ejemplo, en septiembre de 1879, contando con el respaldo de Marx, Engels escribe a los dirigentes obreros Bebel, Liebknech y otros, que los esfuerzos para la transformación de la sociedad no vendrían de la iniciativa de los capitalistas:
“Durante casi cuarenta años hemos insistido en que la lucha de clases es la fuerza motriz esencial de la historia y en particular que la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado es la máxima palanca de la Revolución social moderna; por ello nos es imposible colaborar con gentes que desean desterrar del movimiento esta lucha de clases. Cuando se constituyó la Internacional formulamos expresamente el grito de combate: la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma. Por ello no podemos colaborar con personas que dicen que los obreros son demasiado incultos para emanciparse por su cuenta y que deben ser liberados desde arriba por los burgueses y los pequeños burgueses filántropos”.
Marx y Engels demostraron con todo rigor, que el capitalismo, última etapa de la explotación clasista, está condenado a desaparecer. Será inevitablemente reemplazado por la sociedad sin clases sociales, la comunista, cuya primera etapa es el socialismo.
La doctrina de Marx, más los aportes de sus discípulos componen un sistema científico íntegro de concepciones filosóficas, económicas y sociopolíticas que responde a los intereses cardinales de la clase obrera internacional, destinada –como quedó dicho- a acabar el ya caduco capitalismo.
Para alcanzar su emancipación, los trabajadores deben aprender a organizarse para derrocar la supremacía de la burguesía y tomar el poder en sus manos.
El genio de Lenin se demostró al aplicar creadoramente la herencia teórica de Marx a la realidad de la Rusia de su época. Desarrolló la teoría sobre el imperialismo, que impulsa un desarrollo económico y político concentrador, rapaz, desigual en los diferentes países, por lo que el triunfo de la revolución puede ocurrir primero en pocos países o en uno solo, en su eslabón más débil.
Con la revolución proletaria, había que elaborar la teoría de la construcción del socialismo, noción de la que antes apenas existían unas pocas nociones generales. Cómo construir la nueva sociedad capaz de eliminar la explotación del hombre por el hombre fue otro desafío inmenso que afrontaron los bolcheviques dirigidos por Lenin.
Precisamente, la condición de dirigente de Lenin se desarrolló al calor de las luchas obreras y populares, aprendió de ellas y en ellas formó, en el marxismo, a los futuros dirigentes del proletariado. Inmenso trabajo que solo podía hacerse organizando un partido político, capaz de desarrollar la teoría y la práctica de la actividad obrera, sin el cual no habría acción revolucionaria. “Las ideas no viven sin organización”, resumiría más tarde Antonio Gramsci.
Abreviando, Marx, Engels, Lenin y una pléyade continuadores, nunca fueron teóricos de escritorio. Supieron combinar la teoría con la práctica. Esto es, organizar y dirigir a las agrupaciones revolucionarias de su tiempo. Por eso es que la influencia de sus luchas y de sus ideas se esparcieron por todo el orbe, hasta convertirse en las más influyentes del siglo XX.
“En el siglo XX, escribió Lenin, en un país capitalista, es imposible ser demócrata revolucionario si se teme marchar hacia el socialismo”.
Diametralmente opuesta fue la actitud de las clases dominantes. Ante la posibilidad de que el pueblo, dirigido por los bolcheviques, maneje adecuadamente el poder, expresó abierto desprecio y ridícula prepotencia. Así, en el periódico burgués Nóvoye Vremia (Tiempos Nuevos), se escribió:
“Imaginaos por un minuto que los bolcheviques triunfaran. ¿Quién nos gobernaría entonces? ¿Tal vez los cocineros, esos especialistas en guisar croquetas y bistecs? ¿O los bomberos, los caballerizos, los fogoneros? ¿O, a lo mejor, las niñeras se apresurarán al Consejo de Estado? ¿Tal vez los ajustadores se desvelarán por los teatros, los fontaneros, por la diplomacia, los carpinteros por los correos y telégrafos…? ¿Ocurrirá eso? ¡Jamás! ¿Es posible eso? La historia contestará autoritariamente a los bolcheviques esa pregunta demente”.
Similar desprecio es el que actualmente manifiestan los fanáticos neoliberales, del tipo Vargas Llosa, cuando califican a todo gobierno que goza de apoyo popular y toma medidas en su beneficio como “populistas”. Según ellos, solo las élites, los dueños del pedigrí, deben gobernar un país el resto nació para obedecer y ser oprimido.
Desde luego que semejantes desplantes estaban y están muy lejos de la verdad. El Partido bolchevique estaba más que preparado para gobernar. Y así lo reconoció el coronel Raymond Robins, jefe de la misión norteamericana de la Cruz Roja en Rusia: “El primer Consejo de Comisarios del Pueblo, escribió en 1917, si se parte de la cantidad de libros escritos y los idiomas que hablan, era superior por su cultura y la erudición a cualquier otro gabinete del mundo”.
El Consejo de Comisarios del Pueblo en 1918: I. Z. Steinberg, I. I. Skvortsov-Stepanov, B.D. Kamkov, V.D. Bonch-Bruevich, V.E. Trutovsky, A. G. Shlyapnikov,
Los trabajadores de Rusia conquistan el cielo por asalto
En la historia de las sociedades, nada transcurre en una fácil vía ascendente. Los bolcheviques sabían que luego de alcanzar el poder no podían dormirse en sus laureles y debían proceder con toda energía. Tras el triunfo del 25 y 26 de octubre de 1917 (según el calendario occidental el 6 y 7 de noviembre), comenzó la gran tarea de poner los cimientos de la nueva sociedad.
Los primeros decretos definieron el carácter socialista de la revolución de Octubre: se estableció el control obrero sobre las empresas que quedaban todavía en manos de los capitalistas pues el resto fueron nacionalizadas, se suprimió la propiedad privada de la tierra, pasaron a manos del Estado proletario los bancos y los ferrocarriles.
También se informó al pueblo sobre las gestiones realizadas para acabar la participación rusa en la primera guerra mundial,[1] Rusia se negó a pagar las deudas a los Estados extranjeros, proclamó la separación de la Iglesia y el Estado y dictó una serie de decretos destinados a ampliar los derechos de los trabajadores, como la jornada diaria de ocho horas, la seguridad social y la gratuidad de los servicios de salud y educación.
Por iniciativa de los sóviets locales, a los obreros que antes vivían en tugurios se los ubicó en las confortables moradas que antes pertenecían a los ricos. Y, posteriormente, se emprendió en un amplio programa de construcción de viviendas. La revolución realizó la más rápida y profunda incorporación de derechos colectivos a las grandes masas de población que ha conocido la historia. Pueblos que hasta entonces habían permanecido en estado de semifeudal, o incluso esclavista, ahora se levantaban orgulloso y libres en pos de un grandioso ideal.
La “Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado”, expedido el 10 de julio de 1918, definió la política del nuevo régimen y sirvió de base para la redacción de la primera Constitución soviética. En ella, también se proclamó la igualdad y la soberanía de todas las nacionalidades y etnias -grandes y pequeñas- del país, la abolición de toda clase de privilegios y restricciones nacionales y nacional-religiosos. Por fin, garantizaba al pueblo trabajador de todas las nacionalidades derechos y libertades democráticas, concedidas por el Estado soviético, como el de la unión voluntaria.
Los nuevos órganos de poder, sólo podían ser efectivos si contaban con amplio respaldo social y con el impulso de la iniciativa popular. Y, en particular, la tenían el proletariado y el campesinado, manifestándose constructivamente en el fomento de la economía, en la preocupación por asegurar al máximo las necesidades de la población, en la defensa de la revolución. Por eso desde la dirección del país se fomentó la creatividad popular para construcción del poder.
“Yo les decía: sois el Poder, recalcaba Lenin, haced todo lo que deseéis hacer, tomad todo lo que os haga falta, os apoyaremos; pero preocupaos de la producción, preocupaos de que la producción sea útil”.
El triunfo de la Revolución de Octubre, también tuvo un importante alcance internacional. Creó una favorable correlación de fuerzas para las luchas de los pueblos explotados y oprimidos de todo el mundo. Constituyó un decisivo antecedente para que los trabajadores de otros países alcancen muchas conquistas y garantías sociales así como una mejor redistribución de la riqueza. Y para que muchos pueblos colonizados alcancen su independencia.
La guerra civil y el comunismo de guerra
Todo lo dicho y mucho más se hacía en condiciones extremadamente difíciles. En conjura colectiva de las derrocadas clases dominantes (los terratenientes y la burguesía), sus mercenarios y la élite explotadora de las periferias nacionales (Kazajstán, Asia Central y Cáucaso del Norte), desataron encarnizados ataques contra el poder de los trabajadores. A la ofensiva reaccionaria se sumaron los partidos pequeñoburgueses (mencheviques y eseristas). De esas fuerzas surgían las guardias blancas, llamadas a ensangrentar al país con los crímenes más atroces durante la guerra civil que duró tres años.
La reacción blanca confiaba en el triunfo pues creía tener a su favor casi todos los ases: los insurrectos tenían tropas perfectamente instruidas, pues la casi totalidad de oficiales del viejo ejército zarista las dirigía, estaban bien armadas, vestidas y calzadas, pues gozaba del amplio respaldo de las principales potencias capitalistas. Inclusive había consejeros militares y emisarios extranjeros de toda talla en los Cuarteles Generales de Denikin, Kolchak, Wrangel, Yudénich, Magnó, Miller y otros.
En cambio, el ejército rojo, creado a toda prisa y en medio del desbarajuste económico, iba con los pies descalzos o con zapatones de cáñamo, vestido de harapos, soportando duras privaciones pero con un entusiasmo incomparable. Al principio carecían de medios bélicos suficientes. Frecuentemente se aprovisionaba con lo que le arrancaba al enemigo: armas, prendas, caballos.
Paralelamente, a fines de 1917, la Entente empezó a preparar la intervención las potencias capitalistas desarrolladas contra la joven república soviética.
Primero desataron un cruel bloqueo económico “para impedir cualquier tipo de comercio con la Rusia de los bolcheviques”. Durante estos años, los soviéticos fueron aislados completamente del resto del mundo por las potencias extranjeras. Las armadas de Inglaterra y Francia impidieron el tránsito de todo tipo de buque a los puertos rusos. Además, coparon buena parte de los recursos estratégicos del país.[2]
Paralelamente se decidieron por la intervención directa. Las tropas invasoras de Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón y otros diez países ocuparon diversas regiones del Báltico, el Mar Negro y Ucrania, el Extremo Oriente y Asia Central. En el momento más álgido de la intervención extranjera y la guerra civil, en la primera mitad del año 1919, los bolcheviques controlaban menos de un tercio de todo el antiguo imperio ruso.
Winston Churchill, ministro de guerra de Inglaterra, reconoció que, para otoño de 1919, su país había entregado a los ejércitos de los Guardias Blancos unos 100 millones de libras esterlinas en equipos y bagajes. Aportes tan significativos, según Churchill, perseguían “ahogar en su propia cuna al recién nacido bolchevique”. Inclusive llamó “ejército propio” al que dirigía el general Denikin.-
En contrapartida, una ley objetiva de la revolución entró en vigencia: cuanto más fuerte es la resistencia de la burguesía, tanto más elevada es la organización y la cohesión del proletariado y tanto más decididas y activas son sus acciones. Del grado de resistencia de las fuerzas del pasado depende la tenacidad y encarnizamiento de la lucha.
En realidad, la unidad del Estado soviético y su solidez se sustentaban en la alianza de los obreros con los campesinos pobre y medios y otros sectores progresistas provenientes principalmente de la pequeña burguesía urbana. Las clases explotadoras: los terratenientes y la burguesía grande y media, en tanto que propietarias de los medios de producción, dejaron de existir. Aunque sus vestigios opusieron tenaz resistencia. Además, la burguesía rural quedó muy debilitada.
Las duras circunstancias obligaron a la joven república soviética sostener la economía en condiciones de emergencia. Para el Ejército Rojo se destinaban las escasas reservas del país: en 1920-21 recibió el 40% de los tejidos de algodón y el 7% de los tejidos de otro material, el 90% del calzado de hombre, el 60% del azúcar, carne y pescado. Es decir, la población civil debió soportar muchas privaciones.
Siendo que las principales ciudades industriales se integraron al poder soviético, y siendo la mayoría de fábricas de armamento estatales a la hora de la revolución, el Partido Comunista (bolchevique), supo organizar exitosamente la industria militar lo que aseguró al Ejército Rojo de material de artillería, fusiles y proyectiles suficientes como para vencer a sus poderosos enemigos.
Para asegurar el abastecimiento de víveres, se debió aplicar el llamado “sistema de comunismo de guerra”: destacamentos especiales recorrían las aldeas confiscando todos los alimentos. [3] Se dejaba solo una parte mínima para que la gente no muriera de hambre. Los miembros de los “comités de pobres” participaban en el decomiso de las propiedades de sus vecinos acaudalados. Todo comercio quedó prohibido.
Se trataba de una política extraordinaria, obligada por las duras condiciones impuestas por la contrarrevolución. Representaba una rígida centralización en la dirección con predominio de los métodos administrativos sobre los económicos.[4] Los órganos del Estado controlaban la distribución de los bienes bajo normas muy estrictas. Aunque es de precisar que la mayoría de requisas recayeron sobre la burguesía agraria (los kulaks) y siempre se respetó el derecho para que los campesinos pobres primero retuvieran la parte del grano que requerían para su sustento.
En las ciudades, como iniciativa popular, se crearon los sábados de trabajo voluntario (los Subbótniki), para aportar con lo que se requería en el frente, en una muestra, al decir de Lenin, de “la disciplina libre y consciente de los trabajadores mismos” que formó parte del heroísmo laboral del que hizo gala el proletariado ruso.
El terror blanco
“¿Creen que el camino de la Revolución está sembrado de rosas? -preguntaba Lenin agudamente- ¿Qué no hay más que marchar de victoria en victoria, al son de La Internacional, y con las banderas al viento? Así sería fácil ser revolucionario. No, la Revolución no es una partida de placer. No, el camino de la Revolución está cubierto de zarzas y espinas. Aferrándonos al suelo que se nos escapa, con nuestras uñas y nuestros dientes, arrastrándonos si es necesario, cubiertos de lodo, debemos marchar a través del fango, hacia delante, hacia el comunismo, y saldremos vencedores de la prueba”
En los territorios ocupados, los invasores y los guardias blancos devolvían a los antiguos amos las fábricas y latifundios. El comercio particular prosperaba reportando enormes ganancias a los traficantes. Los pobres de la ciudad y el campo eran tratados como “bestias de carga”, incluso con más saña que antes pues reinaba un espíritu de venganza.
Pero, para la reacción eso no era suficiente. El odio de clase impulsaba a la burguesía a desatar una macabra orgía de violencia. Eliminaban de manera planificada y en gran escala no sólo a los funcionarios revolucionarios, a los que participaban de una u otra manera en la defensa del poder soviético, sino a un sinnúmero de representantes de la clase obrera y el campesinado. La contrarrevolución estimulaba los instintos más viles con el propósito de amedrentar a la población mediante el terror.
En la segunda mitad de 1918, en 13 provincias, los guardias blancos asesinaron unas 23.000 personas. De agosto de 1918 a agosto de 1919, en la región del norte, pasaron por cárceles y campos de concentración un 17% de los habitantes. Decenas de miles de personas fueron asesinadas por los guardias blancos y los intervencionistas en los Urales y en Siberia
En ese periodo, en la cárcel provincial de Arjánguelsk, provincia con 400.000 habitantes, estuvieron recluidos 38.000 hombres. Y, de ellos 8.000 fueron ejecutados.
En la provincia de Ekaterimburgo, las tropas de Kolchak pasaron por las armas o torturaron hasta la muerte a 25.000 personas y otras 200.000 fueron azotadas públicamente.
Las tropas turcas y los nacionalistas azerbaizhanos (musavatistas), que ocuparon Bakú el 15 de septiembre de 1918, organizaron la matanza de 30.000 de sus habitantes.
La crueldad de los contrarrevolucionarios no parecía tener límites. Se incineraba viva a la gente en las calderas de las locomotoras. A otros se los enterró vivos. En brutalidad, destacaron las pandillas de bandidos, las bandas de kulaks y las hordas de basmaches de Asia Central.
El imperialismo mundial, “… fue en realidad el causante de la guerra civil en nuestro país, y el responsable de su prolongación”, reprochaba amargamente Lenin. Efectivamente, el imperialismo es el responsable que la contienda fuera tan prolongada y sangrienta. Pero, al mismo tiempo refleja el insuficiente apoyo social de la contrarrevolución, que determinó su derrota total hacia 1920.
Aunque desde 1920 la resistencia había sido mucho menor y que los grandes combates habían cesado, la Guerra Civil finalizó definitivamente el 25 de octubre de 1922 con la recuperación de Vladivostok por el ejército rojo. Vladivostok era la ciudad desde donde el ejército blanco orquestaba sus agresiones con apoyo extranjero. Pero, aún con la caída de la gran capital de la resistencia, el ejército blanco opuso resistencia hasta el 17 de junio de 1923.
Durante la guerra civil y la intervención extranjera, a causa del hambre, las enfermedades y el terror blanco, murieron más de ocho millones de habitantes. El Ejército Rojo, perdió un millón de combatientes.
La Nueva Política Económica
Al finalizar la guerra civil y la intervención extranjera, el Estado soviético estaba en un trance muy difícil: el campesinado estaba descontento con la aplicación del comunismo de guerra. En 1920 la producción industrial se había reducido en 7 veces en comparación con 1913. Pero en la industria pesada el problema era mayor la fundición de arrabio cayó en 33 veces, el acero en 22 veces. Las fábricas no accedían a combustible y la población no a los alimentos.
Entonces hubo que buscar medidas de transición para resolver los agudos problemas que dejaba la larga contienda. La mayoría de fábricas están destruidas o no funcionaban. La cantidad de obreros disminuyó a la mitad, porque la necesidad les obligó a transformarse en campesinos, situación que amenazaba a la base social del Estado proletario. Dramática fue la representación que hizo Lenin del estado de cosas existente:
“Rusia ha salido de la guerra en tal estado que se parece más bien a una persona medio muerta a palos: siete años estuvieron apaleándola, ¡y menos mal que puede andar con muletas! ¡Esa es nuestra situación!”.
Entonces, los comunistas soviéticos debieron enfrentar el desafío de reconstruir al devastado país y hacer efectivo el proceso transformador de tránsito hacia el socialismo que fue violentamente frenado por la agresión combinada de la reacción interna y del imperialismo internacional. Cinco largos años necesitó el pueblo soviético para restablecer la economía nacional y lograr el nivel alcanzado en 1913.
La Nueva Política Económica (NEP) se aplicó entre 1921 y fines de la década del 20 y estuvo condicionada por el carácter multiestructural de la economía (la presencia de varios modos de producción precapitalistas que coexistían con el régimen capitalista dominante), en particular, por la nutrida presencia de la pequeña producción mercantil.
Ahora había que afrontar los problemas de la edificación socialista. En principio, hubo que animar la agricultura y la pequeña industria para sobre esa base impulsar la gran industria, base técnica para reestructurar toda la economía y la transformación de la pequeña producción campesina en agricultura moderna.
En esa conversión, se debió emplear estímulos económicos para recuperar la economía tras largos años de guerra, como las relaciones monetario-mercantiles, incentivos materiales para que los obreros y campesinos pusieran empeño en producir bienes y para que se profundice la alianza entre esas clases. Objetivamente, esas medidas de alguna manera significaban avivar algunos elementos capitalistas, temporalmente. Sin embargo, lo fundamental de la economía quedaba en manos del Estado.
Además, había que reorganizar el sistema monetario que prácticamente estaba en soletas, para volver a distribuir los recursos financieros y materiales de la economía nacional, condición necesaria para emprender las tareas de planificación sea centralizada o en el caso del campo, planificación indirecta (por regulación), para influir por medio de precios, impuestos, subsidios los tipos de producción que requería el paí
Dentro de la transformación revolucionaria, se reservaba un papel especial al fomento de la industria pesada,[5] en su periodo inicial, puesto que sería la única manera de alcanzar la independencia económica de la URSS respecto de los Estados capitalistas hostiles que bloqueaban cualquier intento de desarrollo.
La reconstrucción de fábricas y minas destruidas requirió de elevadas inversiones. Por ejemplo entre 1923-24 el monto destinado para este fin alcanzó los 245,5 millones de rublos y para el bienio 1925-26 se multiplicó esa cifra a 779,3 millones de rublos (3,5 veces). Reunir semejantes sumas de dinero requirió enormes esfuerzos, que obligaban, como se dice vulgarmente, a ahorrar en todo.
Otra importante tarea de la época era la de mecanizar aceleradamente el agro. Entre 1926 y 1931 el campo recibió del Estado 7.703 millones de rublos. Los impuestos que pagó la agricultura en ese lapso de tiempo fue de 5.801 millones rublos. Por lo tanto la agricultura recibió un saldo neto de 1.902 millones de rublos. Esta es otra diferencia importante de la nueva economía socialista, puesto que en el sistema capitalista se saca recursos de la agricultura para favorecer a la economía urbana, lo que es causa de empobrecimiento permanente de los campesinos.
Los primeros comuneros a menudo debían trabajar “con el arado y el fusil”, para defenderse de las bandas contrarrevolucionarias y de los kulaks. Los iniciadores del movimiento koljosiano eran verdaderos innovadores, exploradores de nuevos caminos para el agro. En 1926, por primera vez se rebasó el volumen de producción de 1913
Jessica Smith,[6] testigo presencial de lo que ocurría en la Rusia revolucionaria, describe de esta manera lo que observó:
“El verano anterior [de 1921], una terrible sequía afectó las tierras fecundas de la zona del Volga. Se perdió la cosecha, caía el ganado y mucha gente moría de hambre y tifus. Las catastróficas consecuencias de esa hambre y el gran número de víctimas que se debieron, en primer término, a la intervención militar extranjera, la guerra civil y el bloqueo, que devoraron los recursos que podían ayudar a Rusia a vencer, en lo fundamental, esa calamidad… La capital (en el invierno de 1921), aun adornada con la nieve, parecía increíblemente deslucida y chafada. No funcionaba ningún restaurante ni tienda. Las ventanas estaban rotas y tapadas con tablas. Rara vez aparecían automóviles por las calles; sólo se arrastraban por las calzadas destruidas una que otra calesa vieja, gastada o pasaba un transeúnte. Las estaciones estaban atiborradas de enfermos y moribundos procedentes de las zonas afectadas por el hambre, gente que no sabía dónde meterse (…) Cuando en noviembre de 1922 regresé a Moscú de mi viaje por algunas aldeas, la capital que yo había visto nueve meses atrás, estaba ya transformada, pues tenía las fachadas recién pintadas y estaban en construcción nuevos edificios”.
Si grande fue el esfuerzo desplegado por el pueblo soviético, mucho mayor fue el que entregaron los principales dirigentes bolcheviques. Y muchos de ellos pagaron el esfuerzo con una temprana muerte. Los trabajadores perdieron experimentados jefes capaces de orientare en las más complicadas condiciones y sacar airosos la revolución, como Jakov Sverdlov, Félix Dzerzhinski, Mijail Frunce. Pero, indudablemente, la muerte más sensible fue la de Vladimir I. Lenin, el 21 de enero de 1924.
Otros dirigentes, que sobrevivieron, se convirtieron en grande jefes políticos y militares como Iosip Stalin, Mijaíl Kalinin, Serguei Kírov, Grigori Ordzhonikidze, Valerian Kúibishek, Kliment Voroshilov, Semión Budionny, Georgui Zhúkov y muchísimos más.
Así empezó el camino de la industrialización de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que le convertiría en potencia mundial, cuyo análisis será motivo de una nueva entrega.
[1] El decreto sobre la paz proponía a todos los Estados beligerantes entablar inmediatamente conversaciones para acabar con la guerra y firmar la paz sobre la base de la igualdad de derechos. Inglaterra y Francia se negaron a aceptar la propuesta soviética. Por eso, el Poder Soviético empezó en Brest-Litovsk negociaciones con Alemania y Austria que no ocultaban sus amplias ambiciones territoriales. Entonces la economía rusa se derrumbaba, las unidades militares abandonaban las trincheras y todavía no se había creado al Ejército Rojo. La oposición a la paz no solo provenía de los mencheviques y eseristas, sino también de Trotski y de Bujarin, Rádek, Piatakov y otros (los llamados “comunistas de izquierda”). Todos ellos actuaban como provocadores con frases de izquierda. Trotski, que presidía la comisión negociadora declaró que la República Soviética se negaba a firmar la paz en las condiciones propuestas por Alemania. Entonces el gobierno alemán dio por terminado el armisticio y pasó a la ofensiva. Los restos del viejo ejército ruso no pudieron resistir la ofensiva. Solamente los nuevos destacamentos de obreros de la Guardia Roja lograron frenarlos en Narva y Pskov, impidiéndoles la toma de Petrogrado. Ante el peligro de que el gobierno proletario sea derrocado, finalmente se aceptó la paz con Alemania en condiciones mucho más gravosas. Entonces Lenin señaló que Bujarin y Trotski “ayudaban de hecho a los imperialistas alemanes y entorpecían los avances de la revolución en Alemania”.
[2] En otoño de 1918, en poder de las tropas invasoras y de los guardias blancos se encontraba el 85% del mineral de hierro, el 75% de hierro colado y el acero, el 90% del carbón y casi la totalidad del petróleo.
[3] En 1918 el racionamiento de pan se hacía sentir en las ciudades. Desde el 21 de octubre la ración en Petrogrado era de media libra por persona, pero con frecuencia sólo recibían raciones de 50 gramos. En existencia abundaba el trigo. Los kulaks querían ahogar a la revolución por hambre. Sólo en Rusia, sin contar la producción del Cáucaso Norte habían 41 millones de puds (1 pud = 16 kg). Por eso se decidió confiscar el grano a la burguesía rural.
[4] El “comunismo de guerra” constituye una desviación de la política socialista dirigida por los comunistas y elaborada por Lenin en la primavera de 1918. Lo que se programó fue la nacionalización gradual de la gran propiedad, la admisión del capitalismo de Estado y la aplicación del impuesto en especie como instrumento de conexión con la pequeña propiedad mercantil campesina. Pero su aplicación fue interrumpida por la guerra civil y la intervención extranjera.
[5] Ya en la Rusia prerrevolucionaria la industria ligera había alcanzado un nivel relativamente importante y, para 1925, había sido reconstruida por completo.
[6] Escritora comunista y miembro del Comité de Ayuda y Amistad con la URSS, que llegó al país en calidad de corresponsal de la Agencia Federated Press, escribió el libro La influencia de Lenin sobre los Estados Unidos, fue testigo presencial de los cambios que ocurrían en el país de los sóviets.