Lo breve, si bueno, dos veces bueno
LO BREVE, SI BUENO, DOS VECES BUENO* 
          La mejor y más genial crítica de cine que he leído en mi larga vida, no tuvo como autor al sesudo experto Diego Galán, al curioso y mil veces imitado Alfonso Sánchez, al feroz anticomunista pero estupendo conversador (y conservador) Carlos Boyero, por quien profeso un respeto total a pesar de nuestras diferencias, o al pretencioso Ángel Fernández-Santos, sino a un anónimo personaje llamado Mister Belvedere (alias tomado de uno de los éxitos cinematográficos más notables del actor norteamericano Clifton Webb), quien desde las páginas de la revista Fotogramas hacía las delicias de quienes, acostumbrados a las espantosas crónicas aparecidas en los diarios del franquismo, bebíamos los breves párrafos del curioso personaje, como si fueran litros de agua limpia, procedente de un oasis insólito e inesperado. El Mister siempre daba en el clavo, sintetizando en diez líneas su experiencia ante una obra. Dicho semanario, que yo comencé a adquirir por encargo de mi madre, hacia 1959, era también un pequeño bálsamo para mi inquieto espíritu, en tiempos en los que se prohibía hasta cantar, cuando la policía (tan violenta como la de hoy) carecía de los medios técnicos legales (ilícitos la mayoría) para tenernos vigilados hasta cuando escribimos en Internet..  
          Seguí disfrutando de ella (no, leche, no de la policía, sino de la revista) hasta su desaparición como semanario en 1981, año que se convertiría en publicación mensual tras un sospechoso silencio de ocho meses. Lo malo es que a pesar de su nuevo vestido, sus más atractivas páginas, su buen papel y colorines, había perdido parte del intangible encanto inicial que la hacía única. El buen cine pasó a ser tratado con letra pequeña, colocado a la ligera, escondido entre innumerables anuncios de las grandes producciones comerciales, del siempre torpe cine español para tarados (o sea, el que se ha exhibido en el programa de TVE Cine de Barrio), y otros males, lo que hizo que me pasara a Dezine, rigurosa publicación también dedicada al séptimo arte, aunque algo clasista (las realizaciones que olían a rojo se descalificaban de antemano), en la que al menos se podía obtener una precisa información, acerca de directores y largometrajes que no se habían realizado pensando previamente en el éxito de taquilla.  
          No obstante, todavía permanecí fiel a Fotogramas unos meses más, hasta que una buena tarde, mi Belvedere ya no fue el mismo. No me pregunten por qué, pero aquel encanto primigenio se había le escapado, como el canario cuando dejamos la puerta de la jaula entreabierta. Bajo tal seudónimo se ocultaba una persona dotada de un singular sentido de la síntesis, del latigazo o la caricia inmediata, que explicaba en dos frases, las virtudes o secretos íntimos, vergüenzas y banalidades, de cualquier producto. Y sigo sin saber su verdadero nombre, lo que no me importa porque me parece aún más admirable. 
          A estas alturas del artículo, el lector estará pensando: El desmemoriado del Tena se ha olvidado de la crítica a la que aludió al comienzo. Ni hablar. Uno, en su ancianidad, aún mantiene sanas una o dos neuronas. A ello voy, compañeros. Se trataba de una reseña escrita en 1983, sobre el estreno de aquel tramposo esperpento de Steven Spielberg titulado ET, the Extraterrestrial, en clave Walt Disney, pero sin dibujos animados. Más o menos, dado que mi memoria es tan flaca como mi devoción por Rosa Díez, aquella delicia venía a decir: 
“Esta película nos cuenta la historia de un ser que viene del espacio exterior, se hace muy amigo de los niños, es muy buena persona; señalaba al firmamento diciendo que era su casaaaaa, hacía milagros, volaba, pero al final era asesinado por las autoridades. Sin embargo, el personaje resucita y regresa al cielo. La historia me resulta algo familiar”  
          Jamás en los anales de la crítica cinematográfica española e internacional, se ha escrito una genialidad de tal calibre. Nadie ha tenido la chispa y la inteligencia para definir aquel bodrio, tan atractivo para la infancia como una bolsa de palomitas, de forma tan breve, rotunda, sucinta y comprensible para todo Cristo. Me quedé anonadado; y siempre que puedo, cuando alguien me invita a un tinto Ribera del Duero (perdón, riojanos) brindo a la salud de Mister Belvedere. 
          Traigo la anécdota a colación, dado que gran cantidad de amigos, familiares, compañeros, conocidos y anónimos, cuando hablamos sobre las páginas web que merecen la pena, o sea las que combaten desde la izquierda, aunque todas sean mejorables, sale a colación el hecho indiscutible de que en ellas se dan con frecuencia artículos demasiado extensos, farragosos, complicados, además de repetidos. Soy el primero en echarme encima parte de la culpa, y pido perdón por ello a aquellos lectores que, a veces, dejan de leerme porque se aburren. Pero no demando excusas de los enanitos cabreados, de toda clase y procedencia, que se pasean por Kaos para intentar el insulto y refocilarse en él gratuitamente. Pero como sé de su cultura (ejem…), e interés por la verdad (ejem, ejem…), les aconsejo que se pasen por Libertad Digital, para que se topen con seres aún más aberrantes, en la seguridad de que al mirarse en ese espejo, su dosis de inquina, mentira y violencia verbal, podría remitir algunos enteros. 
          Estos párrafos, entonces, no son únicamente para Mister Belvedere. No. He dejado para el final, intencionadamente, a un periodista con el que siempre estaré en deuda. Un inolvidable colega francés, persona absolutamente adorable, e imprescindible para un redactor que se tenga por tal, aunque olvidada por los profesionales de medio mundo, al que siempre leía con admiración, cuando el diario francés Le  Monde era un medio de comunicación decente, riguroso y veraz.  
          Se llamaba, y aún vive para miles de profesionales, Robert Escarpit (Saint-Macaire, 1918 – Langon, 2000), quien además de escritor brillante, cumplió su compromiso ideológico y personal con la sociedad francesa, primero en el Frente Popular, militando en la Internacional Obrera., y más tarde en la Resistencia contra el nazismo, combatiendo en Médoc junto a la Brigada Carnot, para años más tarde colaborar estrechamente con Partido Comunista francés, del que fue consejero regional en la provincia de Aquitania entre 1986 y 1992. 
          En Francia publicó  durante treinta años, en la primera página del diario referido, un pequeño recuadro de carácter humorístico, muy erudito, profundo o anecdótico, en el que su perspicacia y sentido de la síntesis brillaban por encima del tedio que desprendían los de sus coetáneos, en otros medios impresos. Su estilo trató de imitarse en otros periódicos (el caso más cercano fue el de Antonio Gala, en El Mundo), pero obviamente sin el toque magistral del escritor galo. Robert se hizo tan querido y popular, que su contribución a la literatura periodística aún se conoce, para designar este género, como un escarpit. Un ejemplo a seguir, a imitar, sin complejos ni hipocresías.  
          De ahí  que haya titulado esta entrega, como aquella célebre sentencia del aragonés Baltasar Gracián: Lo bueno, si breve, dos veces bueno, porque mis cosas, sin falsa modestia, resultan en ocasiones bastante deficientes y a veces demasiado extensas; así que, en espera de que aparezca un día sobre una roca, o bajando de una nube, el magnífico ángel que fue Robert Escarpit, para pedirle consejo y asesoramiento, os saluda vuestro amigo y compañero.  
Nota.– Dedicado a todos los currantes de Kaos, Rebelión, Insurgente, Diagonal, Cubadebate, Cubainformación, Telesur, etc., y en fin, a todos los admirables colegas y amigos/as que cada día me dan lecciones de síntesis, rigor y perspicacia.