Lo asumo, soy cortito, limitadito, que me lo expliquen
Algo se ha roto entre los irresponsables y la COVID-19; con sus mayores y, con los líderes sociales, políticos y, económicos del mundo.
En España no estamos saliendo más fuertes como nos dijeron, creo que ahora nos vemos más divididos, más diferentes y mucho menos solidarios.
En algún lugar debe estar ese cortocircuito, porque bailar perreando en «Perú» sobre la tumba de una amiga fallecida por coronavirus, algún mensaje debe tener para los estudiosos de la conducta social.
España ha fallado en gestionar a sus jóvenes y no tan jóvenes en la pandemia, pero ¿también Alemania, Francia, Italia, Estados Unidos, Inglaterra, Venezuela, Perú, Australia…?
Pensar que todo se reduce a la mera cosa de la imitación para escabullirse de la responsabilidad exigida en plena crisis laboral y social, no tiene mucho crédito científico.
Los mayores estamos acudiendo como espectadores al show y, quizá, solo quizá, deberíamos hacerlo como protagonistas o, como poco, como co-protagonistas. La comunidad científica lo ha intentado y ha fracasado, son demasiado técnicos, demasiado distintos a los que quieren un cubata en la calle, o no llevar mascarilla.
Estoy evitando juzgar lo más fácil, lo chulesco y dramático de aquellos que no respetan la salud de sus amigos, la de sus propios padres, hermanos o hijos. En verdad que no pretendo dar ninguna lección, solo busco comprender lo que soy incapaz de entender.
No asistimos a ninguna revolución, no se está consagrando nada; los que fungimos como responsables no vemos nada de simbólico en ese tipo de conducta y, los que están interpretando el papel de irresponsables tampoco han sido capaces de decirnos qué es lo que pretenden, o qué buscan cuando no aceptan las reglas del juego.
Soy incapaz de imaginarme a uno de esos irresponsables contándole a sus padres las gamberradas que ha hecho durante la noche, los litros de cerveza o ron que se ha bebido sin respetar el uso de las mascarillas y la distancia social; o decirle a su hijo que salir a jugarse la vida de ellos y la nuestra es como deberán comportarse el resto de su vida. Mi conciencia me dice que debe llegar a su casa a escondidas, contando que regresa de la casa de la novia o algo parecido.
Acepto, y asumo, que soy incapaz de entender al cantante español Miguel Bosé cuando habla con voz ininteligible – con su madre muerta por coronavirus -, diciendo que no se respetan los derechos fundamentales y que se opone al uso de la mascarilla.
De verdad, que no le entiendo, solo veo a un hombre rico insolidario con quienes han comprado sus discos o pagado para ver sus conciertos. Y, como no tengo la capacidad de ver más, le pido que me convenza, pero de verdad, verdad, no diciéndome que el “bicho” existe pero que la mascarilla no sirve para nada y que “sospecha” que hay algo detrás de las vacunas. No me valdría que mi médico me dijera que “sospecha” que tengo peritonitis o apendicitis. Eso, no me vale.
¿Quién entiende a Bolsonaro o a Trump? ¿Quién quiere tenerlos de amigos para recibir consejos de inyectarse cloro?
Tenemos el derecho a pensar que quienes les quieren y admiran, son como ellos, están dispuestos a no hacerse un PCR porque cuantos más se hacen, más contagiados salen; siguiendo la teoría del hombre color zanahoria.
Así que, reconozco mi incapacidad para entender el mensaje de los irresponsables, pero si asumo este papel de cortito, de limitadito, espero que ellos asuman el que no deben guardar ningún tipo de secreto si quieren que les entendamos, yo estoy esperando a que alguno de ellos nos diga algo para que entonces agachemos la cabeza.