Las protestas por la muerte de Mahsa Amini y las fronteras de Irán

 

Las autoridades de Teherán dan un paso en sus medidas para sofocar las revueltas y alertan de que “los disturbios brindan a los terroristas la mejor oportunidad para causar estragos en Irán”, en palabras del portavoz del Gobierno, Ali Bahadori Jahromi. Tras una semana marcada por los ataques con misiles y drones suicidas contra los bastiones de los grupos kurdo iraníes al norte de Irak, que dejaron al menos trece muertos, la violencia estalló en Sistán-Baluchistán.

Después de un viernes de graves movilizaciones en esta provincia al suroeste del país, el Gobierno informó de la muerte de diecinueve personas, entre ellas Hamid-Reza Hashemi, comandante de la Guardia Revolucionaria, y otros tres importantes miembros de este grupo paramilitar todopoderoso en la República Islámica. Los grupos de activistas baluches elevaron la cifra de fallecidos a 58.

Jahroni explicó que “algunos alborotadores, afiliados a grupos terroristas y separatistas, que son bien conocidos por las fuerzas de seguridad, se ocultaron entre los fieles durante el sermón del viernes y a la salida del rezo atacaron centros de seguridad”. Las calles de Zahedán, capital de la provincia, se convirtieron un campo de batalla con unos enfrentamientos que no tienen poco que ver con las imágenes que llegan a diario desde otras ciudades del país donde hay altercados, pero no choques armados.

Sistán-Baluchistán está en plena frontera con Pakistán y es una provincia de mayoría suní en un país regido por el chiísmo. En esta parte fronteriza está activo, desde 2012, el grupo Jaish al-Adl (nombre en árabe que significa “Ejército de la Justicia”), grupo radical suní que desde hace siete años desafía a las autoridades de Teherán con atentados y secuestros. Jaish al-Adl tomó el relevo de Jondolá (Ejército de Dios) hace once años al frente de la insurgencia de la minoría baluche, y en 2019 realizó su acción más sangrienta al acabar con la vida de cuarenta miembros de la Guardia Revolucionaria en un ataque suicida contra el autobús en el que viajaban.

Las autoridades de la República Islámica miran actualmente con especial preocupación la inestabilidad que se vive en sus fronteras, donde milicias armadas de las minorías kurda, baluche y árabe amenazan al gobierno desde hace décadas, y ahora se suman a las movilizaciones por la muerte de la joven Mahsa Amini a manos de la policía de la moral el pasado 16 de septiembre.

Después de dos semanas de protestas que se han extendido a las 31 provincias del país, es llamativo el silencio del Líder Supremo, Alí Jamenei. A falta de sus palabras sobre la situación habló el líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, que ofreció un discurso de apoyo a la República Islámica. «La muerte de una mujer iraní en una situación que no está clara ha sido aprovechada por Occidente para involucrarse, pero Irán es demasiado fuerte para ser sacudido este tipo de eventos”, apuntó el clérigo libanés.

Corte de Internet

Además de la represión en las calles y el corte de Internet para complicar la comunicación y la información al exterior, el régimen de Teherán cumplió con la amenaza de detener a las personalidades públicas que han mostrado su respaldo a las movilizaciones. Entre los figuras puestas bajo arresto en las últimas horas hay futbolistas como Hossein Mahini, ex jugador del Persépolis, el cantante Shervin Hajipour, autor de “For…”, canción que llegó a los 34 millones de reproducciones en apenas 48 horas, la poeta Sara Borzuei o el periodista Elaheh Mohammadi, cuyo delito fue cubrir el funeral de Amini en la localidad de Saqqez, en el Kurdistán.

Las protestas no cesan, pero carecen de liderazgo. Mir Husein Musavi, ex primer ministro y uno de los cabecillas de la llamada “revolución verde” de 2009, rompió su silencio. Musavi dirigió una carta a las Fuerzas Armadas para pedirles que se unan a la nación y no a los opresores, y recordarles que su deber es “proteger a la gente, no luchar contra ella”.

 

 

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