La violación social de una niña  (parte II)

Una niña de 11 años fue violada en los baños de un centro comercial. Lo hicieron seis menores, imitando a la memorable “manada” de Pamplona, protagonizada, esa sí,  por adultos, algunos “agentes del orden”.

Cuatro de esos varones menores no llegaban a la edad de catorce años. La amenazaron con un cuchillo, grabaron la agresión y la difundieron ampliamente en redes, para que todo el mundo lo pudiera ver, compañeros y adultos. La niña pidió auxilio a responsables de la seguridad del establecimiento, pero no la atendieron. Todos los que vieron el vídeo de la agresión, tampoco consideraron a esa niña sujeto de protección o auxilio.

Ahora la sociedad se ha escandalizado, alertada por los unos medios de comunicación que siempre están en busca de acontecimientos que desenfoquen y distraigan  de otros problemas políticos, creados en su mayoría por adultos.

Los agentes sociales implicados van a utilizar este caso para exponer, de nuevo, diferentes teorías amparadas en ideas, ideologías y especulaciones que expliquen la agresión; hablarán de las políticas públicas o institucionales de las que algunos viven o han hecho profesión o que  incluso otros han promovido, para señalar a los menores como  los únicos culpables. O incluso a la víctima… o a los propios padres, por haber ido o haberla dejado ir sola al centro comercial.

Todas las instituciones involucradas, educativas, de cautela y protección del menor, con todos sus planes de actuación y políticas de juventud, intentarán quitarse la responsabilidad de encima. Harán declaraciones y comunicados.  Pero los servicios sociales, la Unidad de Soporte a Alumnos en Caso de Violencia (USAV), la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA), EAIAs, CRAEs, etc., etc., todos esos y otros acrónimos con sus respectivas estructuras, carteras de servicios y presupuestos dirigidos a los menores, habrán fallado de nuevo.

Los menores adolescentes no proceden de Marte. En la anterior reflexión sobre “el suicidio social de una niña”, que se produjo hace unos días en la localidad de Sallent, recordábamos que los seres humanos “no nacemos debajo de un repollo”.  Construimos la identidad y configuramos nuestro comportamiento a través del  aprendizaje social  de los roles y estereotipos que se nos atribuyen al nacer en razón de nuestro sexo y que nos enseñan socialmente. Roles y estereotipos patriarcalmente determinados por el sexo  pero también por las específicas circunstancias del entorno económico, social y político en los que crecemos: clase social, procedencia… etnia.

De nuevo hay una víctima y unos “verdugos” en una sociedad que proporciona a los menores los modelos que los van convirtiendo en seres sociales, imitando lo que ven y observan, aprendiendo de los adultos y de su comunidad,  a través de todos los medios de comunicación y socialización que la sociedad les proporciona.

En la violación de la niña, el distintivo de ser hija de migrantes,  el color de su piel, la condición de nacer mujer en este sistema patriarcal, van a ser obviados a la hora de analizar los factores que influyeron en que no recibiera ninguna ayuda, ni antes ni después de la agresión.

También se eludirán convenientemente los determinantes del entorno que influyeron decisivamente en el comportamiento machista y violento del grupo de agresores. Los niños crecen asumiendo que pueden ejercer violencia y control sobre las mujeres. Lo ven en los medios de comunicación, en películas y series, en los videojuegos y lo escuchan en las canciones. Probablemente también lo aprendieron cuando aún no tenían capacidad de razonamiento en su primer círculo de socialización que es la propia familia.

Los menores y adolescentes, especialmente los hombres, reciben prácticamente como  educación sexual exclusiva, el modelo que se muestra en la pornografía.

La pornografía representa el 35% de todas las descargas de internet.  Una verdadera epidemia de pornificación social y de cultura de la violación, teniendo en cuenta que los hechos que muestran las imágenes son realidad y no ficción.  En el porno no hay sexo, se explicita la dominación  y el poder de los hombres sobre el cuerpo de la mujer dentro del orden  jerárquico patriarcal que rige nuestra sociedad.

Diferentes estudios señalan que la edad mínima en que los  varones pueden acceder al consumo diario de pornografía es desde los 8 años. Una pornografía en donde las violaciones en manada, la violencia y las agresiones a mujeres, niñas y adolescentes, que les muestran para llegar a la eyaculación, constituyen el patrón más extendido y  visitado.

Lo que ven en la pornografía configura lo que los niños van a construir y reproducir como sexo con las mujeres, pero también sobre lo que debe ser su propia sexualidad: genital, irrefrenable, agresiva, violenta y deshumanizadora, ya que el cuerpo de las mujeres y niñas es tratado de manera sistemática como un mero objeto.

También se sabe que la exposición habitual a la pornografía provoca comportamientos adictivos, así como trastornos depresivos y de ansiedad. Las agresiones en manada refuerzan ese determinado modelo de pertenencia al grupo de iguales y la entrada a la masculinidad.

La pornografía es una gran industria multimillonaria global, que necesita de alicientes y estímulos en imágenes y escenas cada vez más violentas, para mantener la atención y las cuotas de adicción y consumo.

La normalización y banalización de la cosificación del cuerpo de las mujeres se  promueve desde las instituciones por y a través de políticas que dicen ser las más feministas de la historia. Y mientras eso relatan, la industria de la prostitución, el negocio de la pornografía y la mercantilización del cuerpo de las mujeres reciben apoyo financiero, institucional y legal, además de amplia difusión en todos los medios de “diversión” y de comunicación social.

Los posibles esfuerzos del personal docente, que no viven al margen de un sistema que también los ha educado a ellos,  en aplicar voluntariamente la coeducación o el aprendizaje de otros valores, se verán necesariamente invalidados por el entorno  social y político. No se puede cambiar la sociedad sin ir a la raíz y analizar las causas y  los medios de que se valen el orden  patriarcal y el económico, para perpetuarse.

De nuevo, dirán que esta violación representa un fallo del sistema de protección de menores. Algunos  considerarán  que los niños son “monstruos”. Pero en realidad ellos son el resultado.  Un nuevo triunfo de sistemas, que actuando en conjunción, no sólo permiten, sino que  promueven,  los valores  que más tarde ejecutan y materializan los menores, ejerciendo violencia y poder sobre las mujeres.

Las feministas sabemos que no son “bestias” ni “monstruos” sino hijos naturales del patriarcado y de un sistema económico que se sostiene en la mercantilización y explotación de mujeres y niñas y de sus cuerpos.

No todos tenemos la misma responsabilidad social en la violación de esa niña, ni en la posterior deriva vital de los menores agresores, pero sin duda  somos cómplices necesarios, no solo de la violación,  sino de sistemas de dominio que aceptamos pasivamente y que ayudamos a construir como  futuro deseable para nuestros descendientes y menores.

Las mujeres feministas luchamos contra ambos sistemas, el patriarcal y el capitalista, a pesar de la grave reacción que contra nosotras han emprendido las instituciones y las políticas desde el propio Estado.

Feministas del Sur

 

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