
La verdadera Gran Coalición
Resulta tan espectacular como despreciable contemplar con qué desparpajo se celebran a lo largo de la Historia esos banquetes inmundos en que los hijos descarriados de ciertos revolucionarios espirituales o sociales se sientan a la misma mesa de los verdugos de sus padres. No lo hacen, desde luego, por compartir enseñanzas o acordar cambios de los que unos y otros abominan, sino por asuntos relacionados con la posesión, el poder y el prestigio personal y social que buscan obtener con ventajas los unos sobre los otros apoyándose justamente en la fuente original que suplantan y que nada tiene que ver con ella. Así hemos visto a los cristianos, por un lado, y a los marxistas por otro; así vemos a los políticos de todas las tendencias que se llaman demócratas, democristianos, socialistas o centristas.
Defensores a ultranza cada uno por su lado de un «realismo» que pretenden inventar a su medida, actúan desde siglos precisamente sobre la Realidad con vocación de cirujanos deformándola, envileciéndola y estrujándola hasta convertirla en una imagen irreconocible en un salón de sesiones grotesco repleto de usurpadores y apóstatas de principios; da igual que se llamen cónclaves, comités centrales, asambleas nacionales o parlamentos. Todo es teatro, farsa, comedia y tragedia en ciernes en cuanto toman decisiones conjuntas.
Como consecuencia de esa renuncia a los principios que dicen defender con el mayor descaro, y que sin el mínimo rubor pretenden representar ante el mundo, nos hallamos hoy ante un cristianismo sin Cristo, ante un marxismo sin Marx, ante socialistas sin aquel Pablo Iglesias, por poner un ejemplo, o ante demócratas que nada tienen que ver con el control de los dirigentes por la ciudadanía. Todos ellos se hallan representados respectivamente por el Vaticano, la U.E. las llamadas democracias occidentales, con sus aliados de Israel, del Sudeste Asiático y del Golfo. Y a su modo por China, Rusia, Corea del Norte y Cuba, paises estos tres últimos cuya salida a un plazo medio no es otra que la ya iniciada por el gigante asiático: una descarada claudicación al Becerro de Oro como sucedió en la Iglesia hace casi 20 siglos.
Todos ellos son la verdadera Gran Coalición
Cada uno de ellos se presenta ante los otros y ante el mundo envuelto en dogmatismos políticos, económicos o religiosos, según el país. Todos exhiben diferentes máscaras regionales, pero con los mismos perversos fines propios del capitalismo satánico que padecemos: dominar, controlar, explotar al prójimo. Y el disfraz puede ser cualquiera: hasta una falsa democracia de las que tenemos hoy sirve para enmascarar sus propósitos, aunque de la Iglesia no puede decirse ni eso: está cómodamente instalada en la teocracia, el reaccionarismo extremo cada vez más rancio y la riqueza insolidaria.
Para llevar a cabo semejante despropósito a nivel mundial, cada uno de los miembros de esa Gran Coalición se ha dotado de su propia estructura en forma de pirámide, donde la cúpula se halla cada vez más alejada de la base hasta hacerse invisible para esta. Quien manda de verdad nunca sale en los medios a dar la cara, ni mucho menos explicaciones. Solo vemos a sus amas de llaves.