Aquel 28 de Octubre de 1982 del que ahora se cumplen cuarenta y dos años, el PSOE, liderado por Felipe González, consiguió la mayoría absoluta en el Congreso. Se celebraban las terceras elecciones de la Transición, después de tantos años de dictadura. Estaba cantado, junto con el PSC obtuvo 10.127.392 votos y 202 diputados y 134 senadores de los 208 a elegir. El Partido Socialista Obrero Español ya había ganado otras elecciones durante la Segunda República, pero esa es otra historia. Ahora llegaba otra revolución socialista de Octubre.
El lema de las elecciones del PSOE era “por el cambio” y ciudadanía quería cambiar, quería parecerse a Europa. Los resultados fueron más contundentes de lo que se esperaba, gracias a una masiva participación. Un Gobierno de inexpertos jóvenes, se encontró al frente del país que necesitaba pasar de página, incluso cambiar de libro. Los jóvenes socialistas se entregaron con entusiasmo a la tarea de reformar España y cambiar sus viejas y caducas estructuras económicas y sociales. Fue toda una revolución de octubre en España; significó un triunfo histórico del pueblo.
Tras la muerte de Franco en 1975, todos hablaban de la celebración de unas elecciones generales libres. El gobierno de Adolfo Suárez, legalizó los partidos y presentó una propuesta para convocar elecciones en 1977. Tras el golpe de estado de Tejero, del 23 de febrero de 1981, la instauración de un gobierno de izquierda fue vista como la garantía de la consolidación de la democracia en España. Tras las elecciones, en diciembre de 1982, Felipe González fue investido presidente del gobierno.
La coalición de derechas formada por Alianza Popular y el Partido Demócrata Popular, liderada por el ex ministro de Franco, Manuel Fraga, quien fundara después el Partido Popular, consiguió el 26,46% de los votos. Frente al éxito alcanzado por los socialistas, el hundimiento de la Unión de Centro Democrático de Landelino Lavilla, víctima de las luchas internas, que perdió 157 escaños, provocando prácticamente su desaparición. El Centro Democrático y Social, de Adolfo Suárez, consiguió 2 diputados, El Partido Comunista también sufrió una debacle electoral: perdió más de un millón de votos y 19 escaños, quedando en la irrelevancia política, con 4 escaños y una importante crisis interna. Nacía el bipartidismo político, coexistiendo con los nacionalistas.
Cuarenta y dos años han pasado de aquella imagen de Felipe González y Alfonso Guerra en la ventana del Hotel Palace. El triunfo del PSOE venía a consolidar la democracia y significaba el regreso al Gobierno de los vencidos de 1939. La gran fiesta socialista se prolongó hasta la madrugada, titulaba El País. “El espectáculo en Madrid era indescriptible y emocionante”. Eran momentos de confraternización, en los que la gente se abrazaba y brindaba por la esperanza que comenzaba a tener visos de realidad. Sabíamos que pertenecíamos a una nueva generación y había ganado un partido que era capaz de despertar las esperanzas e ilusiones de miles de personas. Lástima que las cosas no hayan seguido ese camino.
Lo más urgente era la reforma económica. El país estaba aquejado de casi todos los desequilibrios macroeconómicos posibles: inflación, deuda exterior, déficit público o fuga de capitales. Los jóvenes tecnócratas se aplicaron a la reconversión o desmantelamiento de industrias ruinosas. Estas reformas entrañaron despidos y jubilaciones anticipadas para miles de trabajadores, lo que produjo huelgas y manifestaciones en contra. Todo no salió como se preveía; Felipe González había prometido la creación de ochocientos mil puestos de trabajo y la primera la legislatura terminó con un millón de parados más.
El Gobierno se vio obligado a imponer medidas impopulares para el partido y el sindicato socialista que lo sostenían, especialmente la reconversión industrial y las privatizaciones para parchear el déficit público. Esta cirugía se reveló tan esencial para la modernización de España que durante muchos años vivió de sus benéficos resultados. Afluyeron inversiones del extranjero, llegó el maná de los fondos europeos y, al amparo de esa bonanza, creció el gasto público en Educación y Sanidad, configurándose el Estado del bienestar.
El primer gobierno socialista, desarrolló una política orientada a profundizar y asentar la democracia, e impulsar una importante serie de reformas: la profesionalización de las Fuerzas Armadas, consolidación del Estado de las Autonomías, reforma educativa, medidas de saneamiento económico e impulso de una legislación modernizadora en temas como la despenalización del aborto e igualdad de la mujer. Otro aspecto de gran relevancia, fue la plena incorporación de España a las instituciones internacionales y especialmente a la Unión Europea, dejando de ser un país aislado. Recuerdo aquel referéndum sobre la OTAN, en el que siendo apoderado del PSOE, llevaba mi papeleta del NO en el bolsillo.
El primer gobierno socialista, presidido por Felipe González y con Alfonso Guerra como vicepresidente, surgido en las elecciones de aquel 28-O, desarrolló una política orientada, por un lado, a profundizar y asentar la democracia, y, por otro, a impulsar una importante serie de reformas. Todo ello permitió crear un nuevo clima de confianza ciudadana hacia las instituciones. Otro aspecto de gran relevancia, en esta primera etapa, fue la plena incorporación de España a las instituciones internacionales occidentales, lo que permitió que España dejara de ser un país aislado y se convirtió en una de las naciones más activas en los foros internacionales.
El PSOE perdió durante el tiempo de gobierno una parte de su apoyo electoral obrero y al mismo tiempo, ganó el aplauso y el voto de la emergente clase media, que lo mantuvo en el poder en sucesivas elecciones. A pesar de sus torpezas, en catorce años de gobierno, los descendientes de Pablo Iglesias realizaron el milagro de elevar España al rango de país europeo.
De aquel triunfo ha transcurrido tanto tiempo que la sociedad presenta otra cara. El PSOE obtuvo una mayoría absoluta, que permitió a la izquierda regresar al poder después de la guerra y la dictadura franquista. Durante la Transición se hizo lo que se pudo, aunque podía haberse hecho de otra forma. Aquel modelo, que pudo servir entonces, hoy no sirve y hay que superarlo. Del entusiasmo y la esperanza a la desilusión y el desasosiego.
El viejo sueño irrealizado de los ilustrados del siglo XVIII se cumplía con casi dos siglos de retraso. Tanto en las derechas como en las izquierdas, el pragmatismo ganaba la partida a la ideología. Eran grandes novedades en la política española, tradicionalmente tan extremista como cerril. Después de aquellos catorce años de gobierno socialista, España quedó, como se habían propuesto, “que no la reconocía ni la madre que la parió”. Se pagó un precio muy alto, con un tremendo desgaste político. Hoy a Felipe, Alfonso y a otros miembros de aquel primer Gobierno socialista, e insignes entonces del partido como Leguina, ideológicamente no los reconoce tampoco la madre que los parió.
No creo que el tiempo haya dado la razón a nada, sino que el tiempo todo lo cura, incluso cubriendo los acontecimientos con un manto de olvido. No todo vale. Quien defiende lo uno y lo otro con el mismo ardor, no dice que por el camino se ha quedado buena parte de la dignidad, la decencia política y la coherencia ideológica. También millones de voluntades y confianza ciudadana, además de militantes, que hemos ido dando la espalda y apoyo al PSOE, con cada decisión. Hace cerca de veinte años que abandoné las filas del partido, después de treinta años de militancia por su deriva ideológica, pero sigo siendo socialista.
El PSOE, puso en marcha el Estado de Bienestar en España, que fue toda una revolución. El triunfo del PSOE en 1982, venía a consolidar la democracia y significaba el regreso al Gobierno de los vencidos de 1939. Teníamos la sensación de que había triunfado la libertad y el socialismo democrático, pero la alegría no duró todo el tiempo.
Víctor Arrogante
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