La reelección indefinida
Lo que no es normal, salvo que hayan mediado mentiras, ocultamientos y fraudes interiores sin cuento, como sucedió en Estados Unidos con la reelección de Bush, es que un pueblo se la renueve a un probado criminal.
Por otra parte, es curioso (aunque ya nada que provenga de estas democracias de cartónpiedra nos extraña), que los que más las vitorean y no respetan otros sistemas -como la Iglesia Vaticana se sostiene sobre el dogma y el escandaloso título de «única religión verdadera»- traten de denigrar a repúblicas como la venezolana de la actualidad, y lamenten que Chávez ponga de ejemplo a Cuba que, según sus detractores, es «ejemplo de todo menos de democracia, defensa de los derechos humanos y libertad de expresión».
Lo que es lamentable es que quienes abanderan el concepto, la interpretación y la aplicación de la democracia vitoreen, en unos casos, y en otros se conformen, por ejemplo, con que ahora los demócratas en Estados Unidos desplacen del poder a una recua de criminales y mentirosos y abran las puertas a otros que van a seguir los pasos de los anteriores con algún remiendo pero con la misma prepotencia, belicismo y burla de las resoluciones de la ONU y de la misma ONU, para vergüenza de su democracia que la exhiben como modelo.
Lo que es lamentable es que los artistas en el manejo de las palabras huecas (que no confrontan para nada el marco democrático del país imperial con los hechos que la contradicen) desconfíen y tengan por odiosa a la democracia venezolana justo desde que lo es, justo desde que está Chávez y es reelegido por sus virtudes políticas, por su valentía y por su voluntad comprobada de servir a su país.
¿No es un disparate, un ir contra los propios principios, una contradicción en sus propios términos defender visceralmente por un lado a la democracia con su ritual sufraguista, sus urnas de cristal, sus campañas de promoción de los candidatos; con la intoxicación y autosugestión de que la democracia es «el menos malo de los posibles», y cuando un determinado líder «convence» democráticamente a la práctica totalidad de su pueblo los demócratas «de toda la vida» le persigan sañudamente con su desprecio, su desconfianza, y le denosten, le critiquen y le maldigan por ser quien en su país goza de las preferencias mayoritarias?
Si Chávez propone y consigue instaurar constitucionalmente la reelección indefinida, los demócratas verdaderos no deben preocuparse. Lo que deben hacer los demócratas de corazón y convencidos, en lugar de fascinarse por una democracia como la estadounidense que lo fue pero está absolutamente desfigurada, podrida y rota, es tomar buena nota de los logros de Chávez, de su pureza de intenciones y de realidades sirviendo a su pueblo. Lo que debieran hacer es imitar la voluntad de quien no está dispuesto a entregarse al capricho de la principal ramera, que es lo que hace la mayoría de las democracias mundiales y lo que hicieron en Venezuela todos los predecesores de Chávez.
No sólo deben respetar la fuerza de los hechos electorales y felicitarle, es que debieran alegrarse de que por fin un país haya encontrado un final feliz, una solución «definitiva» para vivir en paz con la esperanza de prosperidad para todos…
Pero si luego, una vez instaurada la reelección indefinida, Chávez se torciera y la democracia se corrompiera y empezara a aparecer el abuso generalizado, tampoco se habría perdido nada, pues no habría habido más que un reemplazo de las clases sociales adineradas e influyentes que estuvieron siglos oprimiendo y prostituyendo al pueblo, por otras…
Lo que no se puede sostener sin caer abruptamente en el sarcasmo es que sean siempre las aristocracias de la sangre unas veces y las del dinero otras, las únicas clases sociales con derecho vitalicio a todo. Y esto, amigos demócratas de toda la vida, es lo que sucede inequívocamente en Estados Unidos y lo que amenaza gravemente también en España, si no es ya un hecho. Y no sólo en ambos países. También en esa lista de naciones latinoamericanas donde los cambios se producen sólo en apariencia para que, más o menos, todo siga igual.
Precisamente, una lacra no bien calibrada de la democracia en unos tiempos crepusculares, casi apocalípticos, es que mientras los que forman parte del poder ejecutivo y del legislativo van desfilando elecciones tras elecciones dejando estelas de podredumbre y enfangados en sus luchas por el poder o por retenerlo, los poderes fácticos, financieros, económicos, bancarios, empresariales que nunca cambian pues siempre son los mismos, profesan el abuso, la desmesura, el clientelismo y fraudes de todas clases. Así, por este camino, sin casi darse cuenta el mundo de lo que estaba pasando, entregados a la fiebre del poder… democrático, el planeta Tierra está a punto de perecer. Pues lo que sucede en él a lo largo de un siglo postindustrial es que los políticos que se van sucediendo son, con su transitoriedad, los que dan luz verde a la potencia fija de los dueños virtuales de los países que dañan al propio país pero también, sumados los daños, al mundo entero.
Un «Señor», de anillos o sin ellos, pero con una mayoría aplastante de ciudadanos juiciosos detrás, es justo la panacea para Venezuela. Para hoy y para mañana.
Los falsos demócratas, esos que presumen más que nadie de serlo, lo único que hacen es jugar con las palabras. Dan mil veces más importancia al marco del cuadro que al lienzo en sí. Les importa más poner un título a un régimen político que diga: “Esto es una Democracia”, que un canalla simule dirigir a un país, cuando lo que ha interesado al Innombrable es ponerse a los pies de la mafiosa, gansteril y genocida causa neocons. Por ejemplo.
Dejen los demócratas de toda la vida a Chávez y a Venezuela en paz y apréstense a juzgar a Mr. Danger, como llama Chávez a Bush, que ha logrado el título del mayor criminal del siglo XXI. Y únanse todos para levantarle un monumento como la encarnación humana del Maligno, ya que nadie se atreve a juzgarle y condenarle al infierno; a ese infierno que llevaron sus tropas mercenarias a los dos desgraciados países asiáticos y allí sigue…