La racionalidad de lo irracional: conspiracionismo y ultraderecha

 

Una encuesta del CIS publicada el mes de noviembre del pasado año arrojó un resultado curioso. Si bien solamente un 4,8% del total de los entrevistados afirmaron que no se habían vacunado contra el COVID-19, dicho porcentaje ascendió a un 10,5 en el caso de aquellas personas que declararon ser votantes de Vox: esta significativa diferencia apunta a una asociación entre negacionismo y extrema derecha. Sabedora de que entre sus simpatizantes abundan tanto los pro como los antivacunas, la dirigencia de Vox optó por jugar las socorridas cartas de la ambigüedad y la equidistancia en un intento de no contrariar a ninguno de esos dos sectores de su potencial electorado. Por ejemplo, aunque la formación ultraderechista ha evitado sumarse abiertamente a las teorías más rocambolescas sobre la pandemia, su líder Santiago Abascal realizó en sede parlamentaria maliciosas insinuaciones relativas a un posible origen artificial del virus. Asimismo, numerosos altos cargos del partido, temerosos del coste en términos de votos que podría acarrearles posicionarse de un lado u otro, rehusaron aclarar a los medios de comunicación si habían recibido la vacuna. En política, estrategia electoral y cobardía moral son a menudo sinónimos.

El negacionismo antivacunas de una porción de la extrema derecha es sólo una de las muestras más recientes de la vinculación entre las ideologías reaccionarias y un amplio abanico de teorías de la conspiración, pseudociencias y doctrinas esotéricas. Esta vinculación tiene un extenso pasado y es de conocimiento público. Verbigracia, la fascinación de muchos jerarcas nazis por el ocultismo forma parte de la imagen popular del Tercer Reich (no obstante, justo es reconocer que los dislates magufos tampoco eran inusuales entre las élites políticas e intelectuales de las potencias aliadas). En la actualidad, el divulgador Iker Jiménez, sin duda la figura española más célebre del mundo de lo paranormal, ilustra con perfección prototípica este fenómeno. El director y conductor de Cuarto Milenio y Horizonte, que labró su fama disertando sobre fantasías en principio inofensivas y apolíticas como las caras de Belmez o la maldición de Tutankamón, ha pasado en los últimos años a introducir contenidos explícitamente ideológicos en las escaletas de sus programas. La perspectiva reaccionaria y acientífica desde la que Jiménez y algunos de sus invitados suelen abordar esos contenidos ha terminado conformando una suerte de línea editorial que no por azar coincide en buena medida con los discursos conspiranoicos de la ultraderecha nacional e internacional (particularmente deplorable fue un episodio dedicado a la crisis de refugiados de 2015 en el que se llegó a dar pábulo al llamado Plan Kalergi, una teoría supremacista que sostiene que la inmigración es fomentada por poderosas fuerzas en la sombra con el fin de diluir la “identidad blanca y cristiana” del Occidente desarrollado). A mi juicio, la deriva retrógrada de Cuarto Milenio obedece no tanto a que sus responsables hayan sufrido una involución ideológica como a que han comprendido que las circunstancias presentes son más propicias para defender en público creencias de esa índole: es probable que el tripulante de “La Nave del Misterio” y sus colaboradores siempre hayan pensado en privado lo que ahora, en pleno revival fascista y fascistoide, pueden proclamar ante las cámaras sin temor a suscitar tanta desaprobación social como antaño. Al propósito de difundir su credo conservador hay que añadir también el simple cálculo comercial; con el paso del tiempo, Iker Jiménez ha ido tomando conciencia de las inclinaciones derechistas de la mayoría de sus fans y los atrae y fideliza dándoles lo que más desean.

La izquierda es consciente de la asociación entre pensamiento reaccionario y creencias conspiranoicas y acostumbra a valerse de ella para tratar de desprestigiar a la extrema derecha, unas veces mediante comentarios burlescos y otras adoptando un tono grave e indignado (la expresión “nazis del misterio”, acuñada si no me equivoco por el humorista gráfico Mauro Entrialgo, ha alcanzado una notable popularidad en las redes sociales). Pese a ello, escasea la literatura académica que se ocupe de ahondar en las causas de esta asociación, o al menos yo conozco muy pocos estudios al respecto. Más abundantes son los reportajes periodísticos, artículos de opinión y libros de divulgación en los que se proponen algunos esbozos de explicación, si bien casi todos se me antojan simplistas e incompletos. Un ejemplo de esto es la tesis expuesta por el periodista Antonio Maestre, según el cual la querencia de los ultraderechistas por el conspiracionismo se debe a que éste les brinda la oportunidad de encontrar soluciones sencillas dirigidas a cualquier problema arrogándose una autopercepción superior por ser capaces de ver más allá de donde mira el común”, autopercepción que denotaría “una arrogancia intelectual ilusoria que permite despreciar a los mortales que no pueden salirse de los marcos mentales de los hechos probados”.

La tentativa explicativa de Maestre resulta insatisfactoria por dos razones. En primer lugar, porque el autor pretende desentrañar un fenómeno sociopolítico empleando sólo variables psicológicas (más en concreto, características de la personalidad como la “complexofobia” o la arrogancia), esto es, comete un error de reduccionismo. Y segundo, porque la búsqueda de respuestas y soluciones sencillas y la arrogancia intelectual son vicios que también aquejan con frecuencia a la izquierda. Toda teoría que aspire a esclarecer con éxito las causas de la conexión ultraderecha-conspiracionismo deberá por lo tanto reunir los siguientes requisitos: a) componerse de una combinación interactiva de factores sociológicos y psicológicos, y b) partir de la base de que los procesos cognitivos y las dinámicas emocionales y motivacionales de los adeptos a la extrema derecha no difieren en lo sustancial de los del resto de la población, incluidos quienes nos identificamos con la izquierda anticapitalista. Pecaríamos de injustificada presunción si diéramos por sentado que somos necesariamente más racionales que ellos. En ese sentido, discrepo de unas declaraciones del escritor y periodista Noel Ceballos en las que definía el pensamiento conspiranoico como una forma de “virus mental” por su capacidad de propagación. Las metáforas médicas como la utilizada por Ceballos sugieren un funcionamiento cognitivo patológico de las personas que abrazan esta clase de creencias, lo cual se contradice con los conocimientos científicos existentes. Uno de los hallazgos más sólidos de la psicología moderna es que todos los humanos, con independencia de nuestra ideología, distamos mucho de actuar como seres enteramente racionales en la vida cotidiana. La figura del votante de Vox y negacionista antivacunas no constituye una anomalía cualitativa respecto al grueso de la ciudadanía, sino una simple exacerbación cuantitativa de la propensión psicológica universal a incurrir de manera habitual en cierto grado de irracionalidad. Los mismos tipos de sesgos mentales que distorsionan su interpretación de la realidad sociopolítica pueden también distorsionar la nuestra en un sentido ideológico opuesto si concurren las circunstancias adecuadas.

Confieso que yo tampoco dispongo de una teoría definitiva sobre esta cuestión. La intención del presente texto es promover un debate que estimo necesario, no establecer conclusiones categóricas. Aun así, no resisto la tentación de formular una propuesta explicativa de mi autoría que, acertada o no, me parece cuando menos plausible:

Señalemos primeramente que el conservadurismo se caracteriza por la naturalización del orden vigente. Naturalizar las grandes estructuras sociopolíticas que integran ese orden (es decir, concebirlas no como creaciones humanas arbitrarias y contingentes, sino como entidades eternas, inmutables e incuestionables) lleva aparejado exonerarlas de toda posible culpa en la génesis, mantenimiento y agravamiento de los problemas públicos, ya que se presupone que están fuera de discusión y que ponerlas en tela de juicio es ilícito, disparatado o aberrante. Debido a ello, estas estructuras aparecen a ojos de los conservadores como meros escenarios donde actúan elementos de carácter más específico, que son considerados los únicos agentes causales de las disfunciones sociales.

Pues bien, quienes ocupan el extremo derecho del espectro ideológico no son totalmente ciegos a la ingente magnitud del sufrimiento que se produce a diario en el interior del orbe capitalista. Al igual que nosotros, ellos también saben que la penuria aflige a gran parte de la humanidad, que las promesas de prosperidad y bienestar proferidas por los voceros del poder se incumplen con excesiva frecuencia, que la ansiedad, la insatisfacción y la frustración son sentimientos generalizados. Imputar esta inacabable suma de desdichas a las características intrínsecas de nuestro sistema clasista, imperialista, racista y heteropatriarcal, un orden socioeconómico en cuya benignidad creen a pies juntillas, sería para esas personas emocionalmente perturbador, tal vez hasta terrorífico (conviene tener en cuenta que las creencias de tipo ideológico que vamos interiorizando a lo largo de la vida se incorporan a nuestra identidad, contribuyendo a definirnos; en consecuencia, cualquier amenaza a tales creencias equivale a una amenaza a la integridad y estabilidad de nuestro ser). El ultraderechista deberá pues esforzarse en encontrar la forma de conciliar sus convicciones acerca de las bondades del statu quo con la insoslayable evidencia de una realidad harto deficiente. Su objetivo psicológico último se evitar un debilitamiento de su fe en la cosmovisión conservadora que infundiría en él el pánico a una aniquilación parcial de su identidad y le obligaría a afrontar la laboriosa tarea de reconstruirla sobre bases ideológicas nuevas.

Es aquí donde entran en juego las teorías de la conspiración. Para sortear la desagradable experiencia que supondría verse abocados a cuestionarse su ideología, los reaccionarios recurren a la estrategia de achacar los males de la sociedad a fuerzas específicas (lobbies, élites, entidades, colectivos, movimientos sociales o políticos…) que, movidas por oscuros intereses, estarían menoscabando el correcto funcionamiento del orden tradicional. Por ejemplo, los defensores del derecho a la migración serían responsables de agravar el problema del desempleo entre la clase trabajadora autóctona y la lucha ecologista tendría el efecto de entorpecer el progreso económico.

En ausencia de semejantes interferencias –afirma la ultraderecha- las virtudes inherentes al sistema se manifestarían en todo su esplendor y la sociedad consecuente se aproximaría a la perfección de las utopías. Hasta cierto punto, resulta secundario el contenido concreto de la teoría que se postule siempre y cuando sirva para desviar la atención de la macroestructura socioeconómica -que como tal es general, abstracta e impersonal- y dirigirla hacia esas fuerzas parciales y personalizables que existen y actúan en el seno de dicha macroestructura. El carácter relativamente accesorio de su contenido explica por qué las ideas conspiranoicas son tan numerosas y diversas, ya que todas aquellas que cumplan la función de direccionamiento de la atención serán aceptadas como válidas. De este modo, los herederos políticos de quienes en otros tiempos señalaban con dedo acusador al judaísmo internacional, la masonería o el comunismo claman hoy contra una larga y renovada lista de presuntas amenazas entre las que figuran el Nuevo Orden Mundial, el globalismo, la Agenda 2030, el marxismo cultural, el Plan Kalergi, el Gran Reemplazo, Eurabia, la ideología de género, la teoría queer, la Plandemia, el 5G, el Pizzagate o el “fraude” del cambio climático. Incluso se considera admisible arremeter contra implacables capitalistas como los multimillonarios progres George Soros o Bill Gates si los ataques de los que son objeto aluden a su condición de progres y no a su complicidad con el sistema económico que les ha permitido amasar sus monstruosas fortunas. Por supuesto, que el chivo expiatorio seleccionado como culpable de cada problema suela corresponderse con alguna de las fobias de la ultraderecha no es en absoluto casual y reviste una notable utilidad tanto a nivel político como psicológico al favorecer la demonización del adversario. Sin embargo, dotarse de excusas para difamar a los rojos, los progres, los inmigrantes, los ecologistas, los independentistas, la comunidad LGTBIQ+ o las feministas sólo constituye el propósito superficial de las teorías de la conspiración. Por debajo coexiste una motivación adicional y acaso más importante que es el afán de absolver a la macroestructura capitalista, racista y heteropatriarcal, esa prisión global entre cuyas paredes discurren trabajosamente nuestras vidas. La intensificación que las tendencias conspiranoicas de la derecha han experimentado en los últimos tiempos podría atribuirse a que la actual situación de crisis y cuestionamiento del sistema ha dado lugar a una mayor necesidad de relatos exculpatorios que contrarresten las críticas de las voces disidentes.

En suma, el pensamiento conspiranoico de extrema derecha posee una doble naturaleza de tipo psicosocial, pues es un mecanismo político de defensa del statu quo tradicional a la par que un mecanismo de defensa psicológica de los más devotos partidarios del mismo. La articulación entre lo social y lo psicológico funcionaría de la manera siguiente: aprovechando las deficiencias consustanciales a la racionalidad humana, algunas figuras o entidades del ámbito de la ultraderecha generan y/o difunden teorías conspirativas que son interiorizadas de buen grado por otros muchos individuos de similar ideología debido a que ayudan a satisfacer la necesidad de preservación de la integridad de la identidad política; a su vez, el elevado número de personas que gracias a ello logran mantener intactas sus ideas reaccionarias contribuye a apuntalar el propio sistema que fomenta esas teorías. Por el contrario, la izquierda revolucionaria es menos dada a fabricar falsos culpables porque conoce el nombre, el móvil y el modus operandi del auténtico. Este criminal fue identificado y descrito hace siglo y medio por Karl Marx y Friedrich Engels y no es ningún lobby, sociedad secreta o contubernio oculto en las sombras, sino una compleja macroestructura de relaciones socioeconómicas denominada capitalismo que opera a plena luz del día y se hace patente en múltiples aspectos de nuestras vidas. La existencia de activistas de izquierdas que también sostienen creencias conspiranoicas responde a deficiencias en su cultura política. Dichas personas comparten con los reaccionarios una misma propensión a concebir la realidad social en términos parciales y personalistas, motivo por el cual centran sus críticas en algunas entidades e instituciones capitalistas concretas (el Club Bilderberg, la Comisión Trilateral, el Deep State, la Big Pharma…) en detrimento de una visión de conjunto de la totalidad del sistema. El conspiracionista de izquierdas ajustará sus creencias irracionales a su particular idiosincrasia ideológica y por consiguiente el contenido de éstas diferirá de las teorías defendidas por su homólogo ultraderechista, pero tanto el uno como el otro adolecen de una perspectiva limitada que les impide percibir la imagen completa de la macroestructura y comprender la relevancia de su influjo en los fenómenos sociales.

Considero poco eficaces a nivel pedagógico los esfuerzos por refutar con argumentos lógicos y evidencias empíricas esta clase de teorías. La necesidad de preservación de la identidad es tan imperiosa que el entendimiento se torna refractario a toda apelación a la racionalidad. Contemplado como una estrategia dirigida a satisfacer esa necesidad, el pensamiento conspiranoico se revela como perfectamente adaptativo e incluso saludable para el bienestar psíquico de los ultraderechistas, pues facilita que interpreten el mundo de un modo que les ahorra zozobras emocionales. Es por ello que estamos condenados a seguir conviviendo con la sinrazón política, al menos mientras perdure la dominación capitalista.

Imagen de portada: Wikimedia Commons | Detalles de la licencia

Por Jesús Santos para Kaosenlared

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