La no maleficencia
Es posible que una persona no necesite jamás la ayuda de nadie, pero siempre precisará que no le hagan daño. Pocas cosas causan un mayor dolor al ser humano y ninguna le hiere tanto como el hecho de que aquellos en los que habitual y firmemente confía le fallen cuando está en apuros. Uno envejece precozmente a base de perder la confianza, de estar siempre intentando evitar que le hagan daño.
Del mismo modo que la mejor manera de insultar es con la verdad, la mejor manera de hacer daño es hacerlo con buena intención. Incluso existe un principio en la naturaleza humana que nos obliga a odiar a quienes hemos hecho daño. Y si nada hiere tanto como te fallen aquellos en los que confiabas cuando estás en apuros nada causa más alegría que acabar con lo que hace daño a aquellos a los que quieres. Es la alegría por destruir algo que hace daño a un amigo, nada que ver con la schadenfreude, el regocijo derivado de la falta de fortuna de otros.
Nuestra enfermedad social está agudizándose, está en un momento crítico. Cuando hacen crisis las enfermedades es más importante la no maleficencia (evitar el daño) que la beneficencia (hacer el bien). Primero hay que evitar que se muera, luego ya le cuidaremos, primero la cura luego el cuidado. Cuando los recursos son escasos, la justicia (el administrarlos bien) es prioritaria a la autonomía (respetar la voluntad de los agentes).
La buena gente hace un daño enorme. Y por supuesto el primer daño es conceder tanta importancia a la maldad. Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es encantadora o aburrida. La gente nos proporciona alegría es encantadora, la gente que nos hace daño nos aburre.
Primum non nocere, dicen los médicos; primera ley: un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá que por su inacción lo reciba; sabemos que es posible hacer daño a los animales, por eso pensamos que tienen alma. Las tres Rs de la experimentación con animales: Reemplacement: en vez de animales otra cosa. Reduction: con los menos animales, y el menos tiempo con animales posible. Refinement: haciéndoles el mínimo daño posible. Y en este caso recordar que la ausencia de evidencia de daño no es lo mismo que la evidencia de ausencia de daño.
Pero supongo que pedir que no se haga daño a los animales es mucho pedir cuando incluso nos cuesta no hacérnoslo entre nosotros. Hace ya más de un siglo, Karl Jaspers aún podía separar la culpa moral (el remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres humanos, bien por lo que hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la culpa metafísica (la culpa, la vergüenza que sentimos cuando se hace daño a un ser vivo, aunque dicho daño no esté en absoluto relacionado con nuestra acción). Con la globalización esta distinción se ha terminado. Si yo no tengo la culpa no siento vergüenza y punto.
En 1981, Jacques Ellul, anticipando ya la sociedad del decrecimiento, fijaba como objetivo para el trabajo no más de dos horas por día. También le dio por lo del las «Rs»: Reevaluar, Reestructurar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Pensaba en entrar en un bucle distinto del que nos mueve, que esos seis objetivos interdependientes pondrían en marcha un círculo virtuoso de decrecimiento sereno, amigable y sustentable.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Albert Camus señalaba, al pedirle rectitud a la prensa de la reciente Liberación: «No estamos, desgraciadamente, en tiempos de ironía. Estamos todavía en tiempos de indignación». Que nadie crea que los tiempos de indignación son tiempos de desaliento. Al contrario, la indignación procede de saber dónde se encuentra la dignidad, no de haberla extraviado: procede de conocer su vulneración, no de ignorar su suerte. Puede que la guerra haya terminado, pero en todo caso en esta postguerra interminable, lo de evitar hacernos daño lo estamos dejando siempre para más adelante. Es desesperante lo que puede llegar a aburrir eso.