
La miseria de la Filosofía
Mi experiencia siempre se nutrió más de una bulliciosa y emotiva vida interior que del apetito de vivencias exteriores estridentes. Y desde ella he comprobado que esta vida es lo suficientemente reiterativa y cíclica, como para dar con las claves de su orden secuencial en torno a los 50. Por eso también he postergado a la Filosofía como fuente de conocimiento.
En cuanto a las lumbreras de la Filosofía y de la moral, si bien dieron lecciones de vida al mundo, fueron incapaces en muchos casos de gobernar la suya con el decoro y el valor que, en relación a sí mismos y a su progenie, se espera de un hombre cabal. Por otro lado, como antes dije, nunca ha habido un ser del sexo femenino que se haya interesado en ahondar en verdades que, como tales, no existen. Por eso, aunque no me extrañaría que quien lea estas reflexiones ponga en tela de juicio el mío cuando censuro implícitamente a los grandes del pensamiento filosófico, y a pesar de las lagunas y anfractuosidades que pueda encontrar en este discurso, hago protesta de que todo aquel que ronde mi edad, hallándose en los últimos tramos de la vida, tiene derecho a pensar que es de todo punto imposible que pueda encontrar más certidumbres y más sabia duda en otros que uno en sí mismo. A fin de cuentas, del rebelarse frente a las verdades de granito y del creer en uno mismo y no tanto en los demás, han nacido los grandes pensamientos, las ideas más notables y excelsas…
En resumen, las religiones, después de haber arrojado cierta luz sobre el ser humano y de haberle abierto el sendero, debieron disolverse. Pero sólo la filosofía con minúsculas que nace en nuestra alma, rotura nuestro cerebro y no intenta aleccionar a los demás, puede proporcionarnos la ataraxia que en el fondo busca con ansiedad el ser humano que no ha sido todavía corrompido… Nietzsche dice que un animal, una especie o un hombre están corrompidos cuando eligen lo que no les es favorable para ellos. La Filosofía ajena, en fin, aunque en ocasiones pueda entretenernos y hasta estimularnos, en lugar de ayudarnos en la recta final de la vida puede llegar a perturbarnos.
Pero ¿cómo hacer Filosofía «exclusivamente nuestra”? Vuelvo al comienzo de mi discurso: esforzándonos en el pensamiento virginal; olvidando en lo posible los pre-juicios; horadando las capas de la «cultura» y las del saber a medias; pensando cada objeto de nuestra preocupación desde el principio; apartando, separando toda esa barahúnda de ideas que, en otros seres humanos y por estas mismas sendas florecieron pero no han germinado en nuestro espíritu; escuchando, en fin, los latidos vasculares, los «reales», de nuestro corazón. Ya dije antes que pasé de la consolación de la Filosofía a la de la antropología filosófica. Pero quien siga confiando en la filosofía deberá poner más énfasis en el sentimiento que en el logos, prácticamente agotado. Y precisamente porque el sentimiento, desplazado por la “sensación”, está pasando a un plano secundario o al estorbo en las edades intermedias, a los efectos de la consolación que tarde o temprano todo el mundo precisa, sólo en esa forma subjetiva casi incompatible con la árida tarea de la razón, puede seguir la filosofía manteniendo su misión consoladora. Pero si el logos ha dejado de ser rey, tampoco tendrá interés alguno la filosofía-sin-sentir.