
La miseria de la Filosofía I
La tarea filosófica, en tanto que episteme -conocimiento intelectualmente fundado-, y aun como doxa -opinión-, exige naturalmente precisión y rigor. Sin embargo no es la precisión aritmética de la ciencia, sino el rigor fluido, elástico y aproximado del Arte; porque hasta el Arte más sublime ha de contener una cierta dosis de divina imperfección. En este sentido debemos felicitarnos de que el ser humano haya recreado tanto Arte discursivo a través del lenguaje poético y el retórico. Pero el efecto estético que proviene de la Filosofía como «Arte» se va difuminando con el paso del tiempo. Y poco a poco empezamos a prestar atención también a otros aspectos, ya menos atractivos. Y uno de ellos es que una cosa es que la Filosofía -en el sentido de «pensamiento ajeno prestado»- haya tenido la virtud de distraernos, de ocuparnos, de preocuparnos y de apasionarnos, y otra muy distinta que debamos esperar también de ella efectos redentores…
Por de pronto la misma Filosofía y su propio entramado estructural descubren, a pesar de que como Ciencia que fue hasta el siglo XVIII se empeñe en lo contrario, lo difuso del lenguaje y la propensión de cada ser humano a manejarlo a su conveniencia en función de, probablemente, su organización endocrina. Esto es, primero la conveniencia y luego el discurso para adaptarlo a ella. Ponerlo en orden, reglar el lenguaje, fue función de la lógica formal, al menos en Occidente. Pero si, como viene sucediendo, la sociedad va renunciando paulatinamente a las reglas de la lógica a la que se acogió para comunicarse y entenderse, menosprecia el silogismo y toma gusto por el sofisma, el paralogismo y la falacia, la lógica terminará sucumbiendo bajo el peso de la praxis y el logos justificando la depredación y quién sabe si hasta la misma antropofagia. Y entonces el pensamiento filosófico acabará subvertido, envilecido, y los intelectuales que lo trabajan contribuirán a su vez al caos general. Tres mil años de Cultura se habrán venido abajo. Más adelante volveré sobre este asunto…
Por eso aquel consuelo que por medio de ella se nos ofrecía sobre todo para los últimos tramos de la vida, se ha ido debilitando poco a poco a medida que hemos ido abrochando la precedente observación acerca de lo mucho que la Filosofía, entendida ahora como ámbito cerrado de pensamiento completo, depende de la filigrana del lenguaje. Es decir, al final, sufrimos el mismo desencanto que nos llevó un día a renunciar a fundar nuestro pensamiento básico en la o una religión. Fue, al percatarnos de la certeza de que fijar, definir, afirmar… una idea-madre supone renunciar a otras incompatibles que la contradicen. Del mismo modo que abrazar dogmáticamente una teología o aferrarse a ella, implica tener que rechazar o ignorar al tiempo otras teologías… Entiendo por idea-madre un principio o enunciado que, por razones apriorísticas o de otra índole, el pensador «clásico» considera para sí de irrenunciable interés e importancia: libertad, dios, espíritu, alma, deber, muerte, vida después de la vida, la nada… con todas sus variantes conceptuales y significados asociados. Y también sus opuestos; es decir, cualquier idea categórica o medular que, tratada como corolario, vertebra nuestro pensar profundo. Todo eso que precisamente para el reino del positivismo actual está de más…