La habitación-mundo de Miguel Sánchez-Ostiz

Por Iñaki Urdanibia

 

¿Cuántas ideas caben en el cuarto de Miguel Sánchez-Ostiz?

«Soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura», decía quien por otra parte, invitaba a ser «plural como el Universo»; el otro afirmaba que «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo», me vienen estos pensamientos cuantificadores, espíritu que se cuela igualmente en el título de este comentario ante el último libro de Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950), «Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada)»que obviamente no se dedica a recorrer los metros cuadrados de la estancia -el escritor no es un agente inmobiliario, ni un tasador-, sino que traspasa tales límites por medio de las alas que supone su bagaje de lecturas, encarnados en los libros, revistas recuerdos de diferentes momentos y circunstancias en las que consiguió algunas obras, y en las que se paladearon, etc. Qué duda cabe que los libros, y otros cachivaches que reposan en los anaqueles, son jirones de vida, momentos que como capas de un hojaldre van dejando su huella en la existencia de su propietario. En este orden de cosas, el libro del que hablo es un viaje que el navarro realiza al fondo de sí mismo, inseparable de sus circunstancias que decía el otro.

Es claro que dependiendo del bagaje personal, de lecturas y vivencias acumuladas, la prisión no se limita al tamaño de la celda, sino que las asociaciones mentadas abren caminos más allá de las esquinas que delimitan la estancia, sirviendo como trampolines para la reflexión y el ejercicio de la anamnesis. La prisión de Miguel Sánchez-Ostiz no es como la de Xavier de Maistre, a la que alude, sino que es su domicilio de Pamplona que es donde le pilló el confinamiento durante unos meses y en donde estuvo recluido, dedicándose a escribir, entregando ahora el fruto de su quehacer, ofreciendo la obra de título de inspiración cendrarsiano (de Blaise Cendrars) unos caminos, no como los del monte que no llevan a ninguna parte, holzwege, de los que hablase Martin Heidegger, sino que son sendas que suponen invitación a la lectura, a penetrar en escrituras nuevas por desconocidas, al menos por el lector que esto escribe, al tiempo que se conocen las filias y las fobias del escritor, no faltando los dardos que son lanzados a diferentes líneas de flotación, y rememoraciones de retazos de la historia del país.

La navegación es de altura, y más apropiado resulta el barco de velas que luce en su mesa que en pesquero que posa junto a él; y es que hay vidas que pesan menos que una pluma y otras que son plenas e intensas, que pesan tanto como el monte Otsaski, a estas últimas pertenece la de Miguel Sánchez-Ostiz (y que se me excuse la inspiración maoísta de la figura). El libro avanza a pasos, que no lo son, ni tampoco zancadas sino que cada una de las más de setenta entradas supone en sí misma una exploración de autores, lugares, hechos, encuentros, lecturas que no son monotemáticas sino que entrelazan, relacionado, diferentes escritores, amigos, anécdotas suyas y ajenas, siempre pisando fuerte, como el otro, sin abandonar un singular sentido del humor; y aunque amarga la verdad la echa de la boca para no amargarse la existencia más de lo debido, con la verdad por delante y sin achantarse ante posibles reacciones que sus palabras puedan provocar, más de una vez lo han hecho de forma desairada y excluyente, al nombrar no solo los pecados (de trepas, chaqueteros, aprovetxategis, personajes del fascio, descarados o solpadaos, etc.), sin temor a la soledad, lejos del calorcillo gregario, haciendo suya la divisa de Ángel María Pascual: etiamsi omnes non ego (Aunque todos lo hagan, yo no…). Y con su prosa potente da paso a los recuerdos, a los momentos, vividos, a los viajes, a alguna vecina malencarada, homenajea a amigos y autores fallecidos, se refiere a librerías, estaciones, cafés, bares, hoteles y sus amigos, en torno a su editorial Pamiela y a su aventura, saca a relucir su labor como abogado, y por las páginas campan los nombrados de Maistre, Cendrars, y muchos más, leídos y/o conocidos: Carmen Martín Gaite, Daniel Defoe, Gaston Bachelard, Marcel Proust, Juan Marsé, Ramón Irigoyen, Gregorio Morán, Álvaro Cunqueiro, Jaime Gil de Biedma, Carlos Pujol, Gracía Hortelano, Martín Santos, y…¡no sigo! Y la promesa de felicidad en Zamarrenea, su casa baztanesa de Arizkun, con la que concluye el libro.

No es fácil dar cuenta de todos los vericuetos por los que discurre la prosa de Sánchez-Ostiz, y o por defecto sino por exceso, que discurre en rizoma ofreciendo atractivas píldoras, más bien pildorazos, que por si no fueran suficiente van acompañados de ilustraciones de libros, edificios, carteles de propaganda, obras de arte, fielmente reproducidas…siguiendo el modelo de Gonzague Saint-Bris, «todo un modelo de lo que puede ser un diario y no un teatrillo de variedades vanidosas». Reitero que no es tarea fácil dar cuenta de la cantidad de información que encierra el volumen, siendo tal el cúmulo de nombres propios que si el libro hubiese constado de un índice onomástico, la paginación se habría disparado sobremanera.

Y…cambiando todo lo que se haya de cambiar, leyendo al escritor me viene a la mente aquella interrogación de Nietzsche en su Ecce homo: « ¿Cuánta verdad puede soportar un hombre a cuánta verdad puede atreverse? Ésta se ha convertido para mí en la auténtica unidad de medida, cada vez más…Cualquier resultado, cualquier paso hacia adelante en el conocimiento es una consecuencia del valor, de la dureza con uno mismo, de la exigencia con uno mismo…?».

Así, Miguel Sánchez-Ostiz.

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