La guerra de Fernando Fernán Gómez (*).
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Como es sabido, Fernando Fernán-Gómez (1921-2007) tuvo varias vidas. Su trayectoria profesional abarca sus facetas de actor, director, guionista, testigo y escritor, pero también fue un “anarquista de la farándula” con su propia mochila como niño de la República y adolescente en la guerra. En sus memorias “Tiempo Amarillo, memorias, 1821-1997” (Capitán Swing, Madrid, 2015, pàg. 174-197) cuenta que fue afiliado y alumno de la escuela de teatro del Sindicato Único del Espectáculo de la CNT. Su madre que era actriz también se afilió a la CNT. Si embargo, en las entrevistas realizadas por diego Galán y luego por David Trueba, Fernando se describe por este época como un chico conservador que acaba tomando conciencia de quienes son los buenos y quienes los malos. Como actor comienza en 1943 de mano de Sáez de Heredia, su descubridor al parecer de algunos críticos. Se hace notar en títulos populares como “Botón de ancla” (Ramón Torrado, 1947), en algunas de las mejores de Edgar Neville, pero sobre todo con la desconcertante “Balarrasa” (1950), con cuyo realizador, J. A. Nieves Conde, trabajará en “El inquilino” (1957), film “maldito” donde los haya que todavía mantiene una extraña vigencia. En esta primera época cabe descubrir “Vida en sombras” (1948), obra única de Llobet Gracia, un inquieto cinéfilo de Sabadell durante la República que para sortear la censura se vio obligado a cambiar de bando en la guerra. La película –una perla oculta- jamás se habría rodado. La lista prosigue con “Una pareja feliz” (1951) con Bardem&Berlanga, film que sin aparente acidez que “le toma el pelo” al cine más oficialista del régimen.
Como realizador, Fernando fue responsable de algunas de las comedias “inocentes” pero cargadas por el diablo del tipo “La vida por delante” (1950) o “Sólo para hombres” (1960) cuya burla del “parlamentarismo” fue criticado por los socios del PCE, para convertirse en un cineasta condenado al ostracismo. En especial por dos joyas: “El mundo sigue igual” (1963) y “El último viaje” (1964), dos magistrales retratos en negro de la España bajo el franquismo y en los que la depresión popular resulta omnipresente. En 1966 adapta la obra de Miguel Mihura, “Ninette y un señor de Murcia”, en la que encarna a un “pardillo” que viaja a París donde conoce a una familia republicana, buena gente, muy de su tierra, con un padre moderno a su pesar (Rafael J. Somoza) que tiene la foto de Pablo Iglesias bien visible en el comedor, del “abuelo” que jamás se dejó corrimpero y no fue por que no lo intentatron…Sin ser nada del otro jueves es mucho mejor que la versión de Garci. Su –inevitable- posibilismo no le impidió trabajar en una extensa lista de títulos que evidencian sus inclinaciones políticas. Esta actitud se hace más pronunciada durante la Transición, cuando Fernando encarnó con el calado que le caracterizaba personajes con mucha historia, con una vida anterior que no le era reconocida. Ese es el “toque” de “El espíritu de la colmena” (1974); “El amor del Capitán Brando” (Jaime de Armiñán, 1974), película emblemática en el momento en el que la chica (Ana Belén) se acuesta con un exiliado, de alguien que ha asumido esta condición con orgullo (Fernando); “Pim, pam, pum …fuego” (1975), donde bordó el retrato de un estraperlista en el que puso su mayor empeño y que le quedó redondo, de un vencedor sin escrúpulos, todo un paradigma; en ¡Arriba Hazaña!” (José Mª Gutiérrez, 1978), cuyo título recoge el grito de unos colegiales que rec”hazan el rígido autoritarismo de un internado religioso arquetípico de franquismo cotidiano.
Otras composiciones notables llegan de la mano de Fernando Trueba, en “Belle Epoque” (1992) encarnando a un artista libertario en un ambiente que alumbra el horizonte “utópico” de la Segunda República; en “El embrujo de Shangai” (2002) compone un mítico y extravagante resistente visto por los chavales del Carmelo, un territorio creado por la pluma de Joan Marsé. En la pobre y voluntariosa “Cartas desde Huesca” (Antonio Artero, 1993), será un veterano obsesionado por el poeta John Comford, comunista muerto en combate en los rangos del POUM, otro título “maldito” rodado de mala manera y con más voluntad que presupuesto. El toque libertario persiste en la pedagogía de un maestro que lee a Kropotkin en “La lengua de las mariposas” (José Luis Cuerda, 1999), que fue su último gran éxito de público, una película basaba en un relato de Manuel Rivas y en la que Fernando pone todo su oficio. Este personaje que cree que aunque solamente haya una generación que viva la libertad, esta acabará soportando todas las pruebas, ha quedado en la memoria colectiva. El filme resultó un considerable éxito de público y estremeció especialmente a las personas que, como él mismo, fueron a la escuela de la República. El resistente (comunista, gai) como una medida humana superior a la establecida es el trasfondo de “En la ciudad sin límites” (Antonio Hernández, 2002), con una interpretación antológica de Fernando en ”Para que no me olvides” (Patricia Ferreira, 2005), Fernando encarna a un anciano que parece ausente pero sólo porque ese mundo es mucho más amplio de lo que parece y en él ocupa un lugar esencial la recuperación de la dignidad de aquellos que fueron pisoteados por una guerra infame y un régimen implacable.
Esta conexión se manifiesta especialmente desde su obra de teatro, “Las bicicletas son para el verano”, trasladada con bastante éxito al cine por Jaime Chavarri. En su trama se entrelazan varias generaciones familiares, cada una con un modo de pensar y un molde social distinto al que la precede. Por ejemplo observamos que la generación de los padres, Dolores y Luis, es más tradicional que la que les precede, y esto se puede observar en que reaccionan en contra de las afecciones amorosas que profesan sus hijos con sus respectivas parejas, todo ello en el Madrid de la República, de la guerra y de “la Victoria”. Las relaciones familiares lo son también vecinales, se cruzan los conflictos y la diversidad de actitudes mientras se organiza la resistencia frente a una agresión militarista que se expresa en el cerco, en el continúo bombardeo, en la desesperación de una resistencia, la de la “comuna de Madrid”. En 1984, Lola Salvador Maldonado firmó su adaptación cinematográfica que fue producida por Alfredo Matas, dirigida por Jaime Chavarri, resultando un éxito total. Fue interpretada por un magnífico elenco de actores presididos por Agustín González y Amparo Soler Leal, se erige como uno de los mayores éxitos del cine “sobre la guerra”, como uno de los títulos más emblemáticos de la batalla por la “memoria histórica” sobre todo en lo referido al pueblo llano. Las bicicletas… es la película sobre la guerra de una generación, en especial que sintió “todo aquello” como algo que podía tocar. Nos remite a las novelas de Juan Eduardo Zúñiga como Madrid, capital de la gloria. Es un film que impresiona por su realismo, por la veracidad y humanidad de personajes que lucharon, o sobrevivieron en el Madrid sitiado durante una guerra en la que, de un lado está el ejército y del otro, el pueblo llano. Sobresale por la sutileza con que va trasmitiendo el tremendo drama de la guerra civil a través de la vida cotidiana de una familia madrileña, – por el humor con el que se desarrolla, muy creíble en aquellos momentos, a pesar de la tragedia que se está viviendo. Deja pues una vivida constancia de lo que supuso “esta maldita guerra” para la gente trabajadora que sueña con gestionar su propio trabajo sin que les explote ningún patrón. El lugar de las ilusiones será ocupado por la vana esperanza de que llegara el final. Algo que no fue del todo cierto. La dureza de la vida en las calles y en las familias, la picaresca para conseguir alimentos y la habilidad para sobrevivir, algunos a costa de otros, se presenta como uno más de los desastres de una ocupación que permite proclamar al personaje central: “No ha llegado la Paz, ha llegado la Victoria”. En la frase final, se puede resumir lo que fue el final de la guerra, con la posguerra más larga de todas las conocidas en Europa.
Muy suya fue también “Mambrú se fue a la guerra” (1986) quizás el título más representativo de Fernando en lo que a la posguerra se refiere… La lista continúa con “Viaje a ninguna parte” (1986), que inicialmente había sido una serie radiofónica, obra en la que Fernando actúa como actor, director, escritor y guionista y que supone una nueva aportación parcialmente autobiográfica en la que al tiempo que se describe el mal vivir de un grupo de los últimos cómicos de la legua, todo ello en el marco depresivo y atrasado de la España de la interminable posguerra. En el apartado de los testimonios, hay que tomar buena nota de sus recuerdos de la guerra y la posguerra, un testimonio fílmico y personal en verdad valioso, expuesto en Fernando Fernán-Gómez. “Biografía” (Enrique Brassó, 2007), también en el mejor episodio de “Querido cómicos” (Diego Galán, 2014), pero sobre todo en “La silla de Fernando” (David Trueba y Luis Alegre, 2006), en la que desgrana actuaciones, reflexiones y recuerdos a cual más sugestivo como los que tratan de la República, la guerra y lo que vino después. Especial atención merece el detalle sobre el muchacho de su colegio que era hijo de un alto cargo militar y al que antes del 18 de julio del 36 sus compañeros solían preguntarle: ¿Y tu padre cuando se subleva?
Esta película al igual que otras comformada con entrevistas dan de sí un torrente de experiencias y reflexiones críticas que convierten a Fernán Gómez en un “fuera de serie”, en un libertario en el sentido más abierto y personal de la palabra.
(*) Estas líneas están extraidas (y revisadas) del libro, “La guerra que no se debió perder. El 36 y el cine” (Ed. Laertes, Barcelona, 2018